A principios del mes de julio arribó a las aguas del Campo de Gibraltar el celebérrimo submarino nuclear Tyreless, aunque esta vez sin aparentes problemas de sobrecalentamiento en el seno de su reactor. Por esta razón, y por el dominio del PSOE en el Congreso de los Diputados, las protestas han sido mucho más tibias […]
A principios del mes de julio arribó a las aguas del Campo de Gibraltar el celebérrimo submarino nuclear Tyreless, aunque esta vez sin aparentes problemas de sobrecalentamiento en el seno de su reactor. Por esta razón, y por el dominio del PSOE en el Congreso de los Diputados, las protestas han sido mucho más tibias que la vez anterior. Quizás, la queja más significativa a nivel institucional ha sido la expresada por el presidente de la Junta de Andalucía, con la finalidad de guardar un poco las apariencias. En esta tema, al igual que ocurre con otras cuestiones, existe un doble rasero, pues la base militar de Rota acoge, con bastante asiduidad, a buques propulsados con energía nuclear. Como anécdota puede referirse que a finales del mes de agosto un submarino nuclear estadounidense amenazó a varios barcos de vela durante el desarrollo de una regata en aguas de la Bahía. Este episodio, real, pero con todos los visos del surrealismo, demuestra hasta que punto son paranoicos los norteamericanos con el tema de la seguridad (igual pensaron que los regatistas pretendían invadir la sacrosanta base militar de Rota ).
La presencia de este tipo de buques en aguas de la Bahía de Cádiz supone un riesgo innecesario para su población. La estabilidad de un reactor nuclear depende de diversos factores, y no siempre es posible tenerlos a todos bajo control. El principal problema en este tipo de tecnologías se presenta cuando falla el sistema de refrigeración. Un reactor, debido a los elementos radiactivos que alberga en su seno, esta en todo momento emitiendo calor ( aun estando parado ). La ausencia de refrigeración durante el tiempo suficiente, destruirá el reactor mediante la formación de una burbuja de hidrogeno o mediante la fundición del mismo. Un incidente de las características referidas estuvo a punto de desencadenar la Tercera Guerra Mundial al final de la década de los sesenta, cuando un submarino nuclear soviético, como consecuencia de un severo sobrecalentamiento en su reactor, pudo haber explotado a no demasiados kilómetros de la costa norteamericana.
Si bien es cierto que los accidentes de naturaleza nuclear no son muy frecuentes, cuando acaecen sus consecuencias pueden llegar a ser dantescas. En 1986 una avería en el reactor número 4 de la central de Chernobil produjo el mayor accidente nuclear de la Historia. Su magnitud fue lo suficientemente grande como para afectar a tres países: Ucrania, Rusia y Bielorrusia. A pesar de que este incidente suele ser vinculado a la decadencia tecnológica y económica de la extinta Unión Soviética, no debemos olvidar que el antecedente de Chernobil se ubica, espacial y temporalmente, en EEUU en 1979 ( accidente de la Isla de las Tres Millas ).
Hace ahora 17 años, dos rebuscadores de basura de la ciudad brasileña de Goiania encontraron en un vertedero una bombona blanca, pesada y ovalada. Con el objetivo de ganar algún dinero vendieron el hallazgo a un negociante de chatarra, quien abrió la bombona a martillazos con la esperanza de aprovechar el plomo albergado por la misma. En su seno encontró un polvo azul con una propiedad mágica: brillaba en la oscuridad. Fascinado por la naturaleza luminiscente de la sustancia, regalo vasitos de polvo azul a sus amigos y parientes. Las consecuencias directas de este suceso las recoge Eduardo Galeano en su obra «Palabras que quieren olvidar el olvido»: «Quien se frota la piel brilla de noche. Todo el barrio es una lampara. El pobrerío, súbitamente rico de luz, está de fiesta».
La desgracia no tardo demasiado en cernirse sobre los pobres desdichados, pues la sustancia azul, lejos de ser un polvo mágico, era un elemento radiactivo conocido como cesio 137 ( análogo al dimanado por las chimeneas de Acerinox en el Campo de Gibraltar en 1998 ). El balance global de este infortunio fue 249 personas contaminadas y 7 fallecidas. En una conferencia celebrada en Viena, en marzo de 2003, sobre seguridad en fuentes radiactivas, el representante brasileño reconoció que el accidente de Goiania costo al estado de Goias ( demarcación territorial donde se ubica la ciudad siniestrada ) una caída el 15% en su PIB. Más de 8000 residentes solicitaron certificados médicos que acreditaran ausencia de contaminación en sus organismos. Las ventas de productos descendieron un 20% por temor a la adquisición de alimentos afectados por el cesio 137. La ciudad tardó 5 años en recuperarse del suceso y hasta 1991 no se dispuso de una instalación para albergar los 3500 metros cúbicos de material contaminado. Este suceso, a pesar de ser sumamente preocupante, apenas tuvo trascendencia en la opinión publica, pues como escribe Eduardo Galeano: «Chernobil resuena cada día en los oídos del mundo. De Goiania nunca más se supo. América Latina es noticia condenada al olvido».
La sucinta narración de lo acaecido en 1987 no guarda ninguna relación con la provincia de Cádiz, pero nos sirve para comprender hasta que punto un accidente radiactivo, aunque este protagonizado por rebuscadores de basura y chatarreros, puede llegar a ser extremadamente dramático. Por simple extrapolación numérica, deberíamos caer en la cuenta de que si una simple bombona de cesio 137 pasó factura a más de 250 personas y dejó en la cuerda floja a la economía de un estado brasileño durante 5 años, imaginen cuales serian las consecuencias para la salubridad y la maltrecha economía gaditana sí un infame día aconteciese una contingencia en el reactor de un submarino nuclear o en los contenedores de uranio enriquecido que arriban al puerto comercial de Cádiz desde la década de los 70.