El ecosistema manglar, un santuario natural de infinidad de especies marinas que sirve como medio de subsistencia para miles de familias latinoamericanas y caribeñas, se reduce cada año asediado por la producción acuícola, principalmente de camarones, advirtieron ecologistas.
«La región de América Latina y el Caribe presenta el mayor crecimiento de producción acuícola mundial en el período 1970-2008, con un promedio anual de 21,1 por ciento, seguida por Medio Oriente con 14,1 por ciento y África con 12,6 por ciento», indica un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO).
«Brasil, México, Ecuador y Chile lideraron la producción acuícola regional y produjeron cantidades cada vez mayores de camarones y otras especies, como salmón, trucha, tilapia y moluscos», detalla el estudio titulado «Estado mundial de la pesca y la acuicultura 2010».
Lejos de generar un desarrollo sustentable, la industria camaronera está acabando con los manglares de América Latina y el mundo sin ponderar la importancia que representa este ecosistema para el ambiente y la subsistencia de miles de pobladores que viven de la pesca.
María Dolores Vera, de la no gubernamental Coordinadora Nacional para la Defensa del Ecosistema Manglar de Ecuador, aseguró a IPS que esta actividad, que comenzó en su país «a partir de la década del 70, ya para 2008 había destruido 70 por ciento del ecosistema manglar».
Una de las principales preocupaciones de los ambientalistas de ese país sudamericano es que en 2008 el gobierno izquierdista de Rafael Correa regularizó, a través del decreto 1.391, la actividad camaronera en lugares donde antes estaba prohibido.
«Ese decreto permite actividades eminentemente ilegales, como la activación y ampliación de piscinas camaroneras», afirmó la activista. Agregó que «no solo se ha talado el manglar, sino que también contaminan ríos y estuarios con la descarga de químicos».
Así las cosas, hoy Ecuador posee 108.000 hectáreas de manglares, mientras que en 1994 contaba con 360.000 hectáreas, distribuidas en las provincias costeras de Esmeraldas, Manabí, Santa Elena, Guayas y El Oro, explicó Vera.
Aunque representan apenas uno por ciento de los bosques del mundo, los manglares son unos de los ecosistemas más productivos. Albergan una gran cantidad de especies como aves, moluscos y crustáceos, que son fuente de alimentos y empleo para miles de familias.
Estos arbustos de raíces enmarañadas sirven además como purificadores de agua y protectores de las costas ante fenómenos climáticos extremos.
A pesar de su larga lista de propiedades, esta especie está amenazada por distintas actividades humanas, al punto que cerca de 35.600 kilómetros cuadrados se perdieron entre 1980 y 2005 en el planeta, principalmente, por la conversión directa a la acuicultura, la agricultura y los usos urbanos de la tierra, según la FAO.
Se cree que la superficie original de manglares en el mundo era de más de 200.000 kilómetros cuadrados aunque no hay estimaciones precisas.
Los países con las mayores áreas de manglares en América Latina son Brasil, con nueve por ciento del total del planeta, y México, con cinco por ciento, mientras que en el resto del orbe Indonesia posee 21 por ciento, Australia siete por ciento y Nigeria cinco por ciento, según el Atlas Mundial de Manglares, elaborado por Naciones Unidas.
Carlos Alberto Santos, del Movimiento de Pescadores y Pescadoras Artesanales de Brasil, dijo a IPS que la destrucción de manglares en su país afecta, principalmente, a los estados de Bahía, Ceará y Río Grande del Norte, en la costa del océano Atlántico.
«Las grandes empresas trasnacionales quieren talar los manglares para ubicar fincas camaroneras, pero esos espacios son de mucha importancia para nosotros los pescadores que dependemos de esta especie para vivir», apuntó.
Los números lo confirman. El informe de estado de la pesca y la acuicultura 2010 de la FAO indica que la cantidad de personas dedicadas a esta actividad en el mundo pasó de 16,7 millones en 1980 a 44.9 millones 2008.
Además de las camaroneras, Santos señaló que grandes proyectos trasnacionales de infraestructura, como la construcción de puertos, astilleros y hoteles para el turismo, también arrasaron con grandes extensiones del ecosistema manglar situado a largo del litoral brasileño.
Para evitar la debacle de los manglares, los pescadores artesanales promueven un proyecto de ley que pretende modificar el Código Forestal de Brasil, con el objetivo de prohibir la tala en esas zonas, iniciativa que provoca gran resistencia de parte del sector industrial.
Pero no en todos los países de América Latina la actividad camaronera constituye la mayor amenaza para estos ricos ecosistemas.
En Venezuela, por ejemplo, la industria extractiva es la peor enemiga, según Henderson Colina, de la Asociación Ecologista para la Preservación Ambiental del Estado Falcón, en el noroeste del país.
«El gobierno hizo que nuestra economía se sustente casi en una independencia directa de la explotación de los combustibles fósiles y se dieron en concesión grandes proyectos petroleros, de exploración gasífera y otros, lo cual aumenta el riesgo de los manglares», se quejó el activista ante IPS.
«Solo en Falcón (en el noroeste venezolano) hay 33 bloques de exploración gasífera, donde hay corporaciones italianas, chinas, cubanas y otras», acotó.
La diversificación económica y la innovación tecnología deben jugar «un papel fundamental para disminuir los impactos ambientales, porque si perdemos los manglares, desaparecen también fuentes de economía más sustentables para los países, como lo es el turismo», agregó Colina.
Por su parte, el secretario ejecutivo de la Red Manglar Internacional, Carlos Salvatierra, comentó a IPS que la camaronicultura representa «una actividad de gran impacto ambiental» para este ecosistema en el mundo, lo cual los ha llevado a impulsar la campaña «¡Manglar sí, camaroneras no!».
Por si fuera poco, «existen iniciativas que quieren certificar esta actividad». «No es sostenible social ni ecológicamente por sus graves impactos al ambiente y porque genera muchos conflictos sociales, incluso muertes», denunció el ambientalista guatemalteco.
Por tal razón, creen de suma importancia el cabildeo ante la Convenio sobre la Diversidad Biológica y la Convención sobre los Humedales de Importancia Internacional (Ramsar) para impedir la certificación de la industria camaronera. «Sería como maquillarla de verde», matizó.
Más allá de las camaroneras, Salvatierra cree que las amenazas contra los manglares se están multiplicando cada vez más mediante la contaminación de ríos, la privatización de tierras, el cambio del uso del suelo y otras actividades humanas.
Por eso, dijo que será importante la concientización sobre la importancia de los manglares e iniciar con procesos de restauración ecológica para recuperar los ecosistemas perdidos.