La importancia de proveer universalmente servicios energéticos no se reconoció hasta 1986 en el informe Brundtland. Como consecuencia, la pobreza energética tardó más de dos décadas en reconocerse como un reto social. Con anterioridad se trataba simplemente como un resultado de la pobreza.
Sin embargo, los servicios energéticos son cruciales para el bienestar y el desarrollo de un territorio. Permiten satisfacer las necesidades básicas de la población e impulsar las actividades productivas.
La pobreza energética es una condición privada que varía en el tiempo y en el espacio. Es un fenómeno con muchas facetas. Además, depende de diversos factores, como la ubicación, los ingresos, el clima, la vivienda y la cultura de los hogares, así como su composición y tamaño.
Por tanto, definir y medir la pobreza energética, y ofrecer soluciones para erradicarla, es una tarea compleja. A la hora de abordarla, se ha diferenciado entre países en vías de desarrollo o sur global y países desarrollados o norte global.
Nuestro estudio sobre las perspectivas de la pobreza energética en el norte y sur globales analiza las diferencias en este problema entre ambos territorios. También recoge los mecanismos para medirla, las políticas de mitigación y su relación con el calentamiento global.
¿Qué es la pobreza energética?
En el sur global la discusión se ha centrado principalmente en las limitaciones de acceso a fuentes de energías limpias y modernas. Sin embargo, en el norte global el debate se ha organizado alrededor del acceso a servicios energéticos fiables y asequibles. En este caso, históricamente se ha asociado con el concepto de pobreza en combustibles o fuel poverty en inglés.
Sin embargo, a medida que la electrificación y la conexión de los hogares a fuentes de energía modernas se ha incrementado, se ha pasado a otra definición. Esta definición gira alrededor de la privación de energía que incluye la falta de conexión, así como un suministro de energía asequible, fiable y sostenible.
El estudio y la medición de la pobreza energética han evolucionado en el sur global. Se ha pasado de utilizar tasas de electrificación a indicadores multidimensionales. Estos últimos tienen en cuenta diferentes condiciones de los hogares, relacionadas, por ejemplo, con el combustible utilizado para cocinar, la contaminación interior fruto del consumo energético, los electrodomésticos disponibles, la iluminación, el entretenimiento, la educación y la comunicación.
En el norte global, los indicadores se han enfocado en la asequibilidad, haciendo énfasis en el gasto en servicios energéticos e indicadores subjetivos de confort térmico.
En ambos casos, la definición del concepto y la medición se han basado principalmente en la dimensión económica. Se han enfatizado los gastos e ingresos del hogar, patrones de consumo y precios de la energía.
No obstante, a medida que los eventos climáticos extremos y las temperaturas a nivel global se incrementan, es necesario incluir además el impacto del clima en los marcos de análisis y políticas de mitigación de la pobreza energética.
Cambio climático y pobreza energética
El cambio climático ha aumentado la volatilidad de las variables meteorológicas, y si bien la temperatura media global ha aumentado, también se han incrementado las olas de calor y frío. Todo ello incrementa la probabilidad de que los consumidores más vulnerables no puedan enfriar o calentar sus hogares adecuadamente.
El impacto sobre la pobreza energética depende de la climatología de partida de cada territorio. Aquellos con climas más cálidos se van a enfrentar a temperaturas mucho más altas que los tradicionalmente más fríos. En general, las temperaturas extremas pueden tener efectos negativos sobre la salud de las personas. Pueden producirse incrementos en la morbilidad y la mortalidad tanto en veranos calurosos como en inviernos rigurosos.
En el norte global, la problemática se ha centrado en determinar si las personas pueden calentar adecuadamente sus hogares. Sin embargo, conforme las temperaturas se incrementen, las necesidades de refrigeración serán mayores.
Así, el calentamiento global podría resultar “positivo” para reducir la pobreza energética en los climas más fríos, ya que el aumento de las temperaturas podría reducir la necesidad de energía para calefacción de los hogares. Sin embargo, el cambio climático también produce eventos climáticos extremos que podrían generar tormentas, inundaciones o cortes en el suministro eléctrico.
En el sur global, las temperaturas altas incrementan la pobreza energética porque disminuyen la productividad laboral y afectan negativamente a los activos productivos, especialmente en sectores muy sensibles al clima como la agricultura.
En resumen, todas las formas de pobreza energética tienen en común que los hogares no alcanzan un nivel social y materialmente adecuado de servicios energéticos domésticos. El cambio climático afecta a la pobreza energética tanto en el norte como en el sur global. No obstante, las dimensiones y profundidad del fenómeno son diferentes para los diferentes países y sus niveles de desarrollo.
Como consecuencia, el vínculo entre pobreza energética y cambio climático exige políticas y medidas diferenciadas en función de las características y necesidades de cada territorio. Pero en todos los casos, estas medidas son urgentes.
Stephanía Mosquera López. Investigadora Lab de Energía y Medioambiente – Orkestra, Universidad de Deusto.
Macarena Larrea Basterra. Investigadora en el Lab de Energía y Medio Ambiente, Orkestra, Universidad de Deusto, Universidad de Deusto