La situación social El número de habitantes prácticamente ha permanecido estable en estos años rondando los 2,1 millones pero su composición interna ha variado. En 1981 tocaba a su fin la integración de las intensas inmigraciones de los años 60 y 70 con un saldo negativo entre 1975 y 1982 de 78.587 personas que volvieron […]
La situación social
El número de habitantes prácticamente ha permanecido estable en estos años rondando los 2,1 millones pero su composición interna ha variado. En 1981 tocaba a su fin la integración de las intensas inmigraciones de los años 60 y 70 con un saldo negativo entre 1975 y 1982 de 78.587 personas que volvieron a sus lugares de origen por el impacto de la crisis industrial.
Desde hace menos de una década tanto la tasa de natalidad en ligera recuperación como, especialmente, la nueva inmigración han compensado ese saldo negativo para operar ya en positivo. En los últimos cinco años se ha producido un pequeño aumento poblacional que, con el tiempo, restaurarán parcialmente la franja joven, aunque no podrá compensar la futura franja de tercera edad con una creciente esperanza de vida. El e nvejecimiento poblacional es evidente. El Eustat estima que para 2020 la población mayor de 65 años será del 22,5% con un incremento bastante superior al que se produciría entre la población menor de 20 años que pasaría a lo más a ser del 18,3%.
También ha cambiado radicalmente el contexto económico. Una economía en crisis estructural que en 1984 aun no había visto el final del túnel, ha dado paso en la actualidad a una economía próspera, aunque golpeada, como todas las economías del mundo, por la coyuntura de recesión. De hecho, es la más próspera del Estado en Renta Disponible Bruta por hogar. Asimismo creció de manera importante el empleo en relación a los años 80. De tal modo que en el cuarto trimestre de 2005 la tasa de paro según el INE era de 6,4%. Con la crisis de 2008, alcanzaba el 10,33% en el primer trimestre del 2009 y seguirá subiendo, dada la caída de las demandas industrial y doméstica. No obstante es la más baja del Estado que, ya en esos primeros meses de 2009, era de 17,36%.
Aunque el porcentaje poblacional de mujeres permanece estable, el cambio de su rol social ha sido una auténtica revolución silenciosa, incluyendo hábitos, comportamientos y valores del conjunto de la sociedad. Incluso en el campo de la población activa, se ha modificado su composición. La tasa de ocupación de las mujeres (población activa no parada) es de 58,1% en el primer semestre del 2009, parecido a la UE-27, y por encima de la media española, pero eso no oculta que la de los hombres es de 72,6%. La tasa de paro es superior a la de los hombres.
El nivel educativo de la población ha dado también un salto significativo, lo que permite en el campo económico y social nuevos conocimientos aplicables, y en el campo cultural encarar consumos culturales más amplios o cualificados.
El desarrollo de la cultura urbana ha reubicado el lugar de la cultura popular rural, de fuerte connotación étnica, pero también ha absorbido algunas de sus formas expresivas adaptándolas a los entornos urbanos y cultos. Véase si no el bertsolarismo, la cantautoría o el éxito del rock euskaldun. No obstante, son las viejas ideologías y partidos, y no la sociedad las que se aferran a los arquetipos a pesar de la relativa pérdida funcional ante las nuevas generaciones tanto de la ideología nacionalista como del trasnochado españolismo de socialismo y derecha.
Aun no está terminado el viaje desde la cultura étnica perseguida y autoprotegida, a la cultura nacional pendiente. Ello pasará por tres filtros: la mediación de la cultura urbana generativa y fuente de adaptación a los retos; la revalorización colectiva de lo heredado fuera de los recelos políticos; y la nueva sociología de lo vasco, con su pluralidad y memorias colectivas diversificadas.
Como sociedad moderna y trans-industrial ello ha venido acompañado de un creciente equipamiento cultural doméstico con la doble virtud del acceso a múltiples muestras de la cultura internacional y de la proyección exterior. De todas maneras, no debe olvidarse que la mediación tecnológica es solo la herramienta de las nuevas mediaciones sociales (redes), de los cruces de lenguajes, de expresiones culturales y comunicativas, de multiplicación de accesos…
Asimismo ha cambiado cualitativamente la competencia lingüística de la población. Si en 1981 los monolingües erdaldunes mayores de 16 años eran 2/3 (65,9%), los bilingües pasivos 12,2% y los bilingües 21,9%, en el 2006 los monolingües eran la mitad de la población (51,5%), los bilingües pasivos 18,3% y los bilingües 30,1%. El dato, aunque muy positivo, no garantiza un uso social a su medida, ni mucho menos.
En ese mismo sentido la disponibilidad de medios de comunicación en euskera en todas las formas expresivas -prensa, radio y televisión- y de un sistema público en castellano, son otros tantos cambios cualitativos respecto a los primeros 80. En aquella época no existían Egunkaria o Berria, ni casi EITB que nacía en 1983, un año antes.
Cambio de valores
Pero, sobre todo, hemos cambiado nosotros , en comparación con los valores medios en España, si interpreto bien los resultados de la «Encuesta europea de valores en su aplicación a España y Euskadi», patrocinada por el Equipo de Estudios de los Valores de la Universidad de Deusto y colgada en Innobasque tras una conferencia de Javier Elzo.
Ante la vida, y en relación con la tradición, se valoran en especial el trabajo, la familia y los amigos. Pero traída de la experiencia se da una especial valoración del tiempo libre y de los problemas colectivos (la política), en un curioso ensamblaje entre la valoración de la realización personal propia de la posmodernidad y el sentido de lo público y colectivo propio de la modernidad. El gran cambio es que la vida ya no se focaliza solo en el trabajo y se valoran otras dimensiones, lo que permite una visión más integral y equilibrada de las condiciones de continuidad y madurez de una sociedad abierta al conocimiento, la cultura y la innovación. Con todo, el individualismo gana puntos.
La conciencia del valor del trabajo, viene de la mano de una mayor exigencia en el do ut des contractual. Se valora en especial, incluso más que el sueldo, el reconocimiento (buen trato y buenas condiciones de trabajo, conciliación con la vida familia, la meritocracia), el carácter interesante del trabajo, la codecisión, el aprendizaje, la idea de justicia laboral… Aunque el esfuerzo personal y la competencia tienen más reconocimiento que lo que quepa esperar de la Administración, la protección colectiva tiene una alta consideración. No se tiene una visión tan estigmatizada del parado como en España y se tiene una percepción más racional de las raíces de la desigualdad.
La tradicional religiosidad de los vascos fededunes (creyentes) se ha disuelto mucho más intensamente que en otros lugares abrazando la laicidad y sus valores racionales. El cambio de modelo familiar y la reducción del número de hijos traen un menor compromiso que en España en los deberes mutuos entre padres e hijos y una mayor autoexigencia personal.
Hay más respeto a la inmigración -por la experiencia vivida, seguramente- que en otras partes. Se es más abierto a la acogida del que quiera venir y al respeto a sus costumbres, pero se tiene más miedo a los efectos laborales, culturales y de bienestar que puedan ocasionar.
La implicación personal se proyecta sobre lo conocido (vecinos, barrio, compatriotas…) o lo valorado (género humano) y se tiene un sentimiento de pertenencia mucho más acentuado que en España, a la localidad en donde se vive y a la Comunidad -Euskadi-, a distancia enorme del minoritario sentimiento de pertenencia a España y, aun menos, a Europa.
En el aspecto institucional se tiene una visión poco idealista sobre el sistema, con un importante nivel de confianza en los sistemas tangibles de servicios (sanitario, de seguridad social y de enseñanza) pero, en cambio, se ven con prevención a policía, prensa, sistema de justicia, Fuerzas Armadas, Gobierno de España o a la propia UE.
En comportamientos sociales predomina una visión más progresista que en España en relación a temas como divorcio, aborto, eutanasia, suicidio, pena de muerte o libertad sexual. Curiosamente se acepta peor la aventura extramatrimonial. Las técnicas asistidas de reproducción o de genética tienen aceptación; no en cambio los alimentos transgénicos. Se ve muy mal el fraude, la mentira o el engaño en impuestos o en derechos.
Se tiene una alta y experimentada consideración sobre los problemas derivados del medio ambiente, con una posición muy crítica con la depredación de la especie, pero no se acude al catastrofismo sino a la actitud proactiva (disposición a contribuir incluso personal y económicamente a su mejora).
La experiencia personal de rebeldía ante las injusticias (firmas, manifestaciones…) es muy general lo que indica una vigilancia social sobre los poderes públicos en especial.
Persiste un pequeño porcentaje que justifica el terrorismo en determinadas circunstancias (9% frente a 3% en España) y lo condenan en todos los casos un 88% frente a un 96% en España. Esa diferencia es preocupante pero matizable. Pero ¿justifica la acusación de sociedad enferma y a la que se pretende sumir en una culpa colectiva? No. A ver si ganamos en autoestima.
Ese dato no empaña la síntesis bastante irrepetible de madurez, valores cívicos y descreimiento realista que tenemos. Ello da como resultado una mezcla de sociedad avanzada y progresista, por un lado, con un fuerte sentido comunitario de pertenencia y convivencia, por otro. Una mezcla chocante de confianza, por un lado, en el individuo -con un real hedonismo y una creencia en la libertad de autorrealización- con una importante desconfianza, por otra parte, sobre el sistema, al que se le exigen marcos públicos facilitadores de vida buena . Quizás es el éxito de una sociedad civil fuerte que quiere gobernanza y participación.
Ramón Zallo. Catedrático de la UPV-EHU