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Camino al socialismo: ¿por dónde?

Fuentes: Rebelión
  • Partamos por reconocer, con mucho realismo y criterio autocrítico, que quienes nos decimos de izquierda -o, si se prefiere, que todo el campo popular, el pobrerío del mundo, que es la inmensa mayoría de población global- estamos bastante perdidos en la perspectiva de buscar un mundo postcapitalista. Los caminos se ven cerrados, y el discurso pro empresa privada e individualista ha ganado muchísimo terreno. No encontramos bien cómo atacarlo, cómo hacerle mella.
  • Por supuesto que la clase obrera no ha desaparecido, aunque el discurso de la derecha dominante nos lo quiera presentar así. De esa cuenta, ahora todos seríamos “emprendedores”, “cuentapropistas”, “influencers” y “microempresarios”. Ya no trabajadores sino colaborades; se intenta borrar la noción de proletariado, pues ahora todo el mundo sería “clase media”. La ideología anticomunista se ha instalado peligrosamente allí, golpeando incluso en las izquierdas, que en muchos casos adoptaron un discurso socialdemócrata, dejando de lado el concepto básico de lucha de clases. Pero la gran masa trabajadora, aunque crezca la automatización y la robótica dejando gente en la calle, sigue siendo el verdadero fermento de cambio de la sociedad. Sucede que sus luchas han sido aplastadas de momento. De todos modos, aunque muy precarizada en sus condiciones laborales, ahí sigue estando la semilla de la posible transformación revolucionaria.
  • El capitalismo, como absolutamente nada de lo que podemos concebir, por supuesto no es eterno. Es un determinado modo de producción, surgido históricamente en un momento (siglos XIII y XIV) en el continente europeo, expandido hoy planetariamente, y que lleva en sí mismo las contradicciones que lo terminarán haciendo desaparecer.
  • Esas contradicciones, esos polos opuestos totalmente enfrentados que viven en pugna permanente, son las dos clases sociales que vertebran su arquitectura: la clase poseedora de los medios de producción (empresarios industriales, banqueros, terratenientes) y una amplia masa trabajadora, hoy día diversificada en innumerables categorías (clase obrera industrial urbana, proletariado rural, campesinado, empleados en servicios varios, asalariados en cualquiera de sus formas, sub-ocupados o trabajadores informales, miembros del ejército de reserva industrial -desocupados-, amas de casa sin remuneración monetaria). La tensión entre ambos sectores es, de acuerdo a la clásica definición del materialismo histórico, el “motor de la historia”.
  • A poco de su nacimiento, ya con la revolución industrial europea a toda marcha, el capitalismo encontró sus primeros elementos confrontativos: surgen así los primeros sindicatos que se oponen a la explotación (trade unions), el anarquismo, los primeros movimientos cooperativistas, el llamado socialismo utópico (Owen, Fourier, Saint-Simon), hasta que aparece la formulación del socialismo científico, de la mano de Marx y Engels.
  • Las luchas contra el capital y por la dignificación de las condiciones de vida de la gran masa trabajadora comienzan a crecer, en buena medida provistas del arsenal teórico que provee el socialismo científico, dando su primer resultado en 1917, en la semifeudal Rusia zarista. Se crea el primer Estado obrero-campesino de la historia, y comienza allí la edificación del socialismo. Años después se van sumando otras experiencias: China, Vietnam, Cuba, etc. Para la década de los 70 del siglo XX al menos un cuarto de la población mundial vivía en países que, de un modo u otro, seguían una vía no-capitalista. Al mismo tiempo, profundas luchas sociales, con distintas modalidades, marcaban el panorama mundial, confrontando al sistema hegemónico, con variadas formas de lucha, desde movimientos populares a sindicatos combativos, desde alzamientos armados (guerrillas) hasta movimientos estudiantiles, desde intelectualidad progresista hasta luchas de liberación nacional antiimperialistas. Todas las experiencias socialistas que se iban dando, desde la primera revolución bolchevique hasta las últimas expresiones hacia fines del siglo XX, fueron siempre sistemática y sanguinariamente atacadas, haciendo muy difícil, o simplemente minando su posibilidad de crecimiento y consolidación.
  • Cuando los aires socializantes ya se difundían por buena parte del planeta, el capitalismo global, liderado por Estados Unidos, reaccionó airado. Represiones sangrientas fomentando castigos ejemplares (perversa pedagogía del terror con desaparición forzada de personas, campos de concentración clandestinos, torturas, estrategias de tierra arrasada) más planes llamados neoliberales (primado absoluto del capital privado sin anestesia sobre la masa trabajadora y adelgazamiento extremo de los Estados), golpearon inclementes a las izquierdas y a cualquier atisbo de protesta social. Eso, más la caída y desintegración de la Unión Soviética, junto con el paso a mecanismos de mercado en la República Popular China, desaceleraron/complicaron/frenaron grandemente todas las luchas populares en el mundo. Las izquierdas quedamos faltos de proyecto: ¿y ahora qué hacemos? Muchas fuerzas revolucionarias se pliegan a la democracia burguesa, y muchas simplemente abandonan la lucha.
  • El sistema capitalista, que por supuesto no resuelve ni puede resolver los acuciantes e históricos problemas de la humanidad -que hoy día sí la actual tecnología permitiría solventar- en forma cruel y despiadada sintió cantar victoria con todos esos acontecimientos de fines del siglo XX. Hoy, ya entrada la tercera década del siglo XXI, los caminos para la búsqueda post capitalista se muestran muy difíciles, complejos, envueltos en una espesa niebla que no deja ver con claridad.
  • De ningún modo puede decirse que terminaron las luchas, ¡porque no terminaron las injusticias! En tanto persistan las odiosas asimetrías (económicas en principio, más todas las que allí se articulan: de género, étnicas, por diversidad sexual, metrópoli-periferia) habrá resistencias, reacciones, luchas. Los oprimidos siempre, en todo contexto, se levantan contra los opresores El problema que se plantea hoy, tercera década del siglo XXI, es cómo dirigir ese combate en pos a la construcción de un mundo post capitalista.
  • El sistema (o más precisamente dicho: su clase dominante) tiene muchísimo que perder ante ese posible cambio, y por nada del mundo está dispuesto a que ello se dé. Su potencia dominante, Estados Unidos, es en este momento el encargado fundamental de velar por la persistencia de ese mundo capitalista. En décadas pasadas, desde terminada la Segunda Guerra Mundial, compartió su posición dominante con la Unión Soviética, que si bien no le representaba un problema económico con miras a disputarle el liderazgo en ese ámbito, era un gran rival ideológico, impulsando luchas por todo el orbe.
  • Finalmente el campo socialista europeo fue vencido en la Guerra Fría, y Estados Unidos quedó como la única potencia hegemónica. Eso, como parte de una estrategia de contención de toda protesta social, complementó la represión brutal que significaron tanto las dictaduras anticomunistas de décadas en el Tercer Mundo (Latinoamérica, África y Asia) así como las políticas fondomonetaristas que se expandieron globalmente, afectando también -y mucho- a la clase trabajadora del Norte. China, con su peculiar modelo socialista/capitalista, distintamente a lo que hiciera la Unión Soviética, no alentó las luchas sociales/revolucionarias en distintas partes del globo. Es por eso que, ante la implosión del bloque socialista europeo, las fuerzas de izquierda del planeta quedamos bastante (muy) atónitas, en verdadero shock.
  • Pasaron ya más de tres décadas de aquel acontecimiento, y no parece haber reacción en cuanto a cómo construir una opción post capitalista clara, realmente efectiva. Hay tanteos, pero no existe un camino bien delineado. Decir que las izquierdas “están perdidas”, “sin rumbo” -cosa que mucha gente de izquierda dice, dejando hasta ahí la autocrítica constructiva-, no parece ayudar en mucho, más que a autoculpabilizarse. Golpes en el pecho no son los que marcan la ruta. Sin dudas, el mundo post caída del Muro de Berlín ha cambiado mucho, y sigue haciéndolo en forma acelerada, hacia un horizonte donde el socialismo no parece tener cabida. Aclárese bien: no “parece”, pues eso pretende el sistema inculcarnos, pero las injusticias siguen estando, por tanto la búsqueda de remediarlas continúa ahí, aunque ahora un poco aturdida.
  • El ideario socialista -dada toda la furiosa propaganda anticomunista que nunca cesó sino que, en todo caso, fue cambiando de formato, incluso perfeccionándose- ha sido puesto contra las sogas en estos últimos años. Formas de lucha que antaño dieron resultado, hoy no son efectivas, quedaron desactualizadas. El avance de la derecha, aplastando conquistas laborales históricas, ha sido monumental estas pasadas décadas. La despolitización, el fomento del individualismo más descarnado, el presentar a los países socialistas como fracasados, el auge exponencial de los medios masivos de comunicación -incluido el internet-, las nuevas tecnologías que, en vez de servir a la humanidad, producen más deterioro social (ecocidio por el consumismo desaforado, robótica e inteligencia artificial que aumentan la desocupación), la belicosidad creciente del sistema, la brecha entre ricos y pobres que cada vez se agranda más, el reciente auge de propuestas político-culturales de ultraderecha rayanas en el neonazismo (con supremacismo, xenofobia, racismo extremo, misoginia), el manejo monumental de las conciencias a través de una sutil, continuada y muy efectiva guerra ideológico-cultural por todos los medios posibles, todo ello ha ido dejando muy maniatada a las izquierdas.
  • El problema fundamental no anida en la incapacidad de las fuerzas de izquierda (¿seremos realmente tan tontos?) sino en el trabajo profundísimo que ha hecho el sistema -y continúa haciendo sistemáticamente- para quitar todo espacio de crecimiento a propuestas anticapitalistas. Sabiamente ha ido cooptando a muchísimos de los sujetos identificados con la izquierda para “integrarlos” en el ámbito de la llamada cooperación internacional (vía oenegización), con discursos aguados, permitiéndosele hablar de algunas injusticias (importantísimas, sin dudas), pero sacando absolutamente de circulación el discurso clasista. La lucha de clases parece haber salido del horizonte humano (aunque siga siendo su más virulento y pertinaz motor).
  • Desaparecido el campo socialista europeo, y en concomitancia muchas/o casi todas las experiencias socialistas que allí tenían un referente, con el consiguiente enfriamiento de luchas sociales por doquier, Estados Unidos quedó como la única superpotencia dominante, aparentemente imperecedera, intocable. El imperialismo y la diferencia metrópoli-periferia no es la principal contradicción del sistema, sino una derivación de la estructura y la expansión capitalista. Pero en este momento en que esa potencia dominante está haciendo lo imposible por no perder su trono, puede aparecer como el principal factor a atacar. De todos modos, un concienzudo análisis de la situación no puede desviarnos de ver la lucha de clases y la estructura explotadora del sistema como la causa de nuestras penurias. Pero en estos momentos de la historia, el unipolarismo estadounidense es un peligro para la humanidad, lo que no permite el paso a planteos post capitalistas.
  • Ese unipolarismo está empezando a ser puesto en entredicho. Estados Unidos creció en forma impresionante durante casi un siglo (desde mediados del siglo XIX hasta varias décadas después de la Segunda Guerra Mundial), pero su desarrollo terminó trabándose. Varios factores contribuyeron a eso: gastos desmedidos ocasionados por una cultura consumista voraz, tanto en la finanzas públicas como en las hogareñas, proceso de desindustrialización llevado adelante por su clase empresarial, que prefirió seguir manteniendo su tasa de ganancia trasladando su parque industrial a lugares con mano de obra más barata sacrificando así el mercado interno, políticas bélicas que comienzan a hacerse insostenibles en términos financieros, paulatino abandono de la iniciativa en investigación científico-técnica. Además, lo cual no es poca cosa, el país vive un profundo proceso de confrontación política a lo interno, lo que puede llevar a una guerra civil fratricida, mientras los problemas sociales se acumulan por montones sin solución a la vista: un millón de homeless, epidemia creciente de toxicomanía, racismo supremacista llevado a extremos inauditos. La combinación de todas esas causas comenzó a debilitar su economía, que se mantiene en muy buena medida gracias a mafiosos circuitos financieros (el país es el principal paraíso fiscal del mundo). Su economía tiene mucho de ficticia, pues asienta en una moneda sin respaldo real, impuesta obligadamente a la humanidad como patrón universal. La garantía final de todo ello son sus fuerzas armadas, siempre listas para invadir en cualquier zona (sus invasiones se cuentan por docenas), con alrededor de 800 bases militares diseminadas por toda la superficie del globo terráqueo.
  • El inicio del siglo XXI, sin socialismo a la vista en el horizonte, comienza a mostrar un nuevo panorama: mientras las luchas sociales -que, por cierto, nunca terminaron, pero no alcanzan a colapsar los Estados burgueses, llegando apenas a progresismos por vía electoral, que forzosamente no pueden pasar de reformas, importantes sin dudas, pero sin transformaciones de base- están (estamos) faltas de un norte claro. Pero el mundo unipolar manejado agresivamente por un capitalismo salvaje (hoy día con características neonazis) encuentra un freno en la nueva arquitectura geopolítica que comienza a darse. En ese nuevo orden aparecen China y Rusia, potencias que le hablan de igual a igual a Estados Unidos. Tras estos dos países euroasiáticos (China con su peculiar socialismo de mercado, Rusia netamente capitalista, ambas cercanas a lo que se podría llamar un “capitalismo de Estado”) conforman un complejo grupo de naciones llamadas BRICS+ que, básicamente, buscar una economía independiente del dólar, pero sin alejarse del capitalismo.
  • Esa multipolaridad, que contrarrestaría la hegemonía unipolar estadounidense, no es garantía de un paso al socialismo, de una mejora para las condiciones de vida de los más de cien países que integran la Nueva Ruta de la Seda china, de un real proceso de liberación popular; pero puede representar, quizá, la condición para lograr un nuevo mundo. Eso, tal como van las cosas, es muy incierto, pues el grupo BRICS+ (aunque alberga países que, de un modo u otro, adscriben al socialismo) no habla un lenguaje socialista, no presenta en su ideario el concepto de lucha de clases, no pasa de ser una unión comercial. Fue mucho más de izquierda el ahora desaparecido Movimiento de Países No Alineados -NOAL-. De todos modos, dada la enorme orfandad existente en las izquierdas actuales, muchos desde ese campo ven a los BRICS+ como una posibilidad.
  • Ello, en todo caso, ratifica la situación real en que se encuentra todo el campo popular del mundo y las fuerzas de izquierda que bregan por un futuro post capitalista (hay que asumirlo en primera persona): estamos sin claridad de cómo lograr ese cambio. Un ámbito comercial sin el dólar no es, ni por cerca, socialismo. Esto vuelve a formular la pregunta de por dónde ir, qué hacer.
  • El sistema ha sabido muy bien buscar los antídotos para impedir (al menos de momento) el crecimiento de propuestas socialistas, revolucionarias, de claro contenido clasista, dirigidas a y por la clase trabajadora. Ha logrado debilitar fuertemente la organización popular, logrando el distanciamiento (los encierros de la pandemia potenciaron eso exponencialmente). Las sangrientas represiones de décadas pasadas, las políticas que hicieron retrotraer históricas conquistas laborales, las tecnologías comunicacionales existentes que juegan un papel principalísimo en esta “domesticación” de la protesta (se nos “obliga” a pasar horas y horas diarias frente a una pantalla diluyendo el pensamiento crítico), climas de despolitización crecientes y fomento del individualismo rompiendo tejidos sociales y una histórica cultura de solidaridad de base, la promoción hasta el hartazgo de una ideología no de trabajador sino de emprendedor basada en el esfuerzo personal; la sumatoria de todo ello ha ido dificultando cada vez más el avance del ideario transformador.
  • Ante todo ello no encontramos las rutas válidas para seguir apuntando a un horizonte post capitalista, a pensar seriamente en el socialismo como lo único que puede alejarnos de la actual barbarie (¡vaya barbarie!: sobran alimentos, pero el hambre es uno de las principales causas de muerte de la humanidad). Los métodos de lucha anteriormente probados: sindicatos combativos, organizaciones campesinas, movimientos armados, frentes populares, agitación política con periódicos y panfletos, hoy el sistema no permite que existan o, si existen, que sean efectivos. Dicho rápidamente: nos tomó la delantera.
  • Lo anterior no es un llamado a la resignación, a bajar los brazos y quedarnos con un sentimiento de derrota, viendo en una tibia salida socialdemócrata dentro de los marcos de la institucionalidad capitalista lo máximo a lo que pueda aspirarse. Es, o intenta ser al menos, un vehemente, apasionado y entusiasta llamado a no perder las esperanzas y a seguir buscando los caminos.
  • Que hoy los mismos estén muy cerrados no significa que el capitalismo sea eterno; Estados Unidos ya ve que va terminando su reinado, y busca alternativas. La guerra nuclear contra China y Rusia es muy improbable (no digamos que radicalmente imposible, porque la historia siempre nos puede deparar sorpresas); todos saben que esa guerra significa el fin de toda la humanidad, y es de pensarse (¡y de esperarse!) que prime la racionalidad. Probablemente Washington deba asumir que el dólar dejará de ser el dueño del mundo, y tenga que avenirse a compartir cuotas de poder con sus adversarios. Eso podría colegirse, quizá, de lo acordado en la reciente reunión de Alaska (¿Yalta 2.0?) entre los presidentes de las dos superpotencias nucleares, dejando vergonzosamente por fuera a Europa -que ya no podrá sentirse más centro del mundo-: la explotación conjunta del Ártico, tan lleno de riquezas (minerales, petróleo, gas, pesca, agua dulce), tal vez también con la participación china, lo cual podría abrir un nuevo escenario internacional.
  • Cómo seguirá armándose el complejo tablero geopolítico es muy difícil -quizá imposible- de vaticinar. Lo importante es ver de qué manera las izquierdas, tan desperdigadas y fragmentadas como estamos ahora, podremos ayudar a motorizar las luchas por ese anhelado mundo socialista, que se está demorando tanto, que nos lo intentan mostrar como imposible.
  • Las experiencias socialistas ocurridas en el siglo XX, que no fueron fracasos de ningún modo, deben ser el punto de partida, estudiándolas muy exhaustivamente, para revisar por dónde ir y volver a encontrar el rumbo. Está claro que un “paraíso” socialista no es posible en un solo país. (Los paraísos no existen; pero puede existir un mundo sin las actuales injusticias, más equilibrado, menos carnicero) Hoy, incluso, se abre la pregunta sobre si es posible -y hasta dónde lo es- una revolución como las conocidas anteriormente, en algún país de la periferia, lo que hoy día se llama Sur global. Puede concebirse que se dé un proceso de cambio político, revolucionario incluso, pero luego viene lo más difícil: la construcción de la sociedad nueva. La experiencia muestra que, limitándose a un solo país, eso es imposible. Son avances, sin ningún lugar a dudas. ¿Quién podría negar que en Rusia o en China, por ejemplo, no hubo fabulosos pasos adelante en la historia humana, o en Cuba, o en Burkina Faso? Pero por algo no pudieron mantenerse. El caso chino sigue abriendo preguntas. Lo que está claro es que una sociedad nueva con -quizá esto es lo más importante- un sujeto nuevo (el mentado “hombre nuevo” del socialismo) está aún muy lejos, lo que va a implicar enormes esfuerzos que no lograrán los resultados rápidamente. Pero si no se comienzan a hacer esos esfuerzos, eso no se obtendrá nunca. Ese sujeto nuevo -las ciencias sociales actuales lo evidencian- podrá tomar muchísimas generaciones, muchas más que las dos o tres desarrolladas en los socialismos realmente existentes.
  • Los procesos revolucionarios necesitan de la gente, de una población movilizada y con idea de hacia dónde ir. Es allí donde juega un papel clave la dirigencia. Hoy, con las modalidades de vida que se van imponiendo -a mucha población, pero no a toda, porque muchísimos viven aún en la precariedad del siglo XIX-, mucha militancia ha ido reemplazando el trabajo presencial por el virtual. Está visto que ese no es el camino; es, en todo caso, un frente más -como las elecciones burguesas- pero no más. La organización popular de base de los seres humanos de carne y hueso sigue siendo el núcleo de cualquier cambio; la cuestión es que eso hoy, por el desarrollo apabullante de la ideología capitalista, se nos hace muy difícil de implementar: ganan más terreno las iglesias neoevangélicas en Latinoamérica o el fundamentalismo islámico en Asia central y occidental y en el África, que los discursos de izquierda. ¿Lo estamos haciendo mal o la derecha nos lleva la delantera, poque tiene muchos más recursos y tiene mucho más que perder, no solo las cadenas?
  • No estamos derrotados; las injusticias están más presentes que nunca. Jamás en la historia habíamos tenido tantas posibilidades de construir un mundo más equitativo como ahora, con un desarrollo científico-técnico fenomenal, pero el sistema ha llevado las diferencias económico-sociales a límites antes desconocidos, con brechas insalvables, y con un trabajo de penetración ideológico-cultural como nadie lo había logrado en la historia en ninguna civilización. La cuestión es cómo encontrar los caminos realmente viables. La revisión crítica de lo actuado es imprescindible. Este modesto aporte no es más que un pequeño granito de arena que intenta insuflar fuerza, esperanza, energía. Repitamos con Gramsci que “Hay que actuar con el pesimismo de la razón y con el optimismo del corazón”.

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/

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