¡Somos ricas! Ésta es la exclamación de las mujeres campesinas organizadas internacionalmente en la Vía Campesina. «¡Si somos capaces de producir nuestra alimentación, entonces somos ricas!». Reivindican con este grito su riqueza, aunque ésta quede invisibilizada en un sistema capitalista dónde sólo manda la economía monetaria con autoridad de padre déspota. Lo que no se […]
¡Somos ricas! Ésta es la exclamación de las mujeres campesinas organizadas internacionalmente en la Vía Campesina. «¡Si somos capaces de producir nuestra alimentación, entonces somos ricas!». Reivindican con este grito su riqueza, aunque ésta quede invisibilizada en un sistema capitalista dónde sólo manda la economía monetaria con autoridad de padre déspota. Lo que no se contabiliza -en términos económicos- no existe.
Las mujeres campesinas lo saben bien. Sobre ellas recae la responsabilidad de la administración del hogar y la satisfacción de las necesidades básicas de sus integrantes, actividades no remuneradas ni valoradas socialmente, y sin embargo esenciales para la subsistencia en el medio rural. Otra de sus funciones fundamentales es el cultivo doméstico de alimentos y el manejo del ganado menor, producciones destinadas al autoconsumo y los excedentes a pequeñas transacciones. Además colaboran en la preparación y cosecha de los cultivos de la finca familiar. La propiedad de la tierra, la decisión sobre las cosechas principales de la finca y su comercialización, la venta de la leche o de la carne de los animales y el destino que se da a los recursos obtenidos con todo ello queda siempre en manos del hombre. Las mujeres cargan con más trabajo pero además en espacios invisibles.
Esta situación va cambiando, pero no precisamente a favor de una relación de igualdad entre hombres y mujeres. Con el auge de la agroindustria los negocios del campo ya no radican en las unidades campesinas. Sólo obtienen beneficios las industrias agrícolas con extensos monocultivos o con la crianza de animales en sistemas intensificados. Los varones optan por buscar trabajo como jornaleros subcontratados para estas empresas o bien se desplazan a las ciudades. Las mujeres siguen entonces al frente de la casa, del huerto y también de aquellas actividades productivas hoy difícilmente viables. La Vía Campesina nos pone de ejemplo el caso de Austria, donde las explotaciones agrarias son relativamente pequeñas y las mujeres se responsabilizan de las mismas, mientras que su cónyuge trabaja para terceros. Es el caso de Johanna, que tiene a su cargo una treintena de vacas lecheras, así como algunos cerdos y gallinas, esencialmente para el consumo local. Aunque no entren en los parámetros comerciales ni coticen en Bolsa, las vacas, cerdos y lechugas criadas o cultivadas por millones de mujeres en el mundo son una actividad «esencial en la supervivencia de sus prójimos y en la de la Humanidad entera, pero que se reconoce poco o nada económica y socialmente».
La lucha por la igualdad de las mujeres campesinas con los hombres tiene que vencer dos resistencias. Por un lado, las propias de un sistema patriarcal que ha mantenido siempre el control y el acceso a los recursos productivos en manos de los hombres, como en Nicaragua, donde las mujeres solamente son propietarias del 2% de las tierras, o en muchos países donde la tierra se hereda sólo de padres a hijos. Y por otro, los ataques ejercidos por las empresas multinacionales para intentar apropiarse de recursos agrarios como las semillas y los conocimientos que desde siempre han generado y manejado las mujeres. Mientras las mujeres han sido las encargadas de custodiar y mejorar las semillas campesinas a partir del libre intercambio entre ellas, ahora las empresas semilleras con sus ‘lobbies’ políticos consiguen introducir leyes para prohibir a los campesinos y a las campesinas sembrar sus propias semillas.
Una lucha complicada pero posible que debe interesarnos a todos. Están (estamos) hablando de romper unos moldes (patriarcales) para alcanzar el pleno ejercicio de sus derechos pero también «de una lucha para defender y para volver a dar todo su valor a la economía de subsistencia frente a la economía comercial». Las campesinas han hablado sintiéndose «orgullosas de producir la comida para su comunidad, de cuidar la tierra donde viven y de practicar y transmitir los conocimientos vinculados a la producción y a la transformación de los alimentos» y aspirando a poder continuar haciéndolo, pero en un modelo de sociedad rico en igualdad.