Traducido para Rebelión por Susana Merino
Un año después de Copenhage, la burbuja climática sigue inflándose. En el Palacio Moon donde se desarrollan las negociaciones en un marco irreal y perfectamente kitsch, lejos de los encuentros de los movimientos sociales y del suelo mexicano el clima parece algo abstracto fuera del suelo.
En el momento en que estoy escribiendo, se está presentando un primer texto como borrador del resultado final, diez minutos antes de que se lleve a cabo la conferencia de las partes sobre la que varias delegaciones se han visto preocupadas por la falta de transparencia de la negociación.
Los objetivos de reducción de las emisiones reales no parecen ser ya el tema central de las discusiones. Han sido abandonadas por todos aquéllos que no las lograrán y que saben que sus propuestas acumuladas, las que fueron declaradas sin compromisos después del «acuerdo» de Copenhage, producirían un recalentamiento del planeta de entre 3 y 5º C. Pero han sido abandonadas tal vez en nombre del «pragmatismo»: no hablar de cosas que fastidian para poder avanzar sobre temas precisos como la lucha contra la deforestación y la creación de un fondo verde. Sea, pero del mismo modo como el neoliberalismo ha deformado la palabra reforma haciendo de las causas de las crisis las soluciones para resolverlas, el «pragmatismo» conduce a menudo a soluciones que lo único que consiguen es continuar la degradación del planeta y de la atmósfera: el planeta real vuelve dura la vida de las buenas intenciones. Agrocombustibles, secuestro de carbono, mercado del carbono, confirman los sucesivos fracasos de las falsas soluciones. El proyecto de texto que deja abiertas muchas opciones para la negociación es aún más impreciso en materia de reducción que el de Copenhage; ya no fija la fecha para alcanzar el objetivo de recalentamiento máximo de 2º C.» Venezuela y Bolivia aplaudidas por una parte de la asamblea han denunciado enfáticamente este nuevo retroceso, relevados por los Estados insulares y el representante del G77 más China. El embajador de Bolivia en la ONU Pablo Solon destacó que durante esta primera semana ninguna negociación oficial había considerado aún las cifras de la reducción.
¿Mercados de carbono en el protocolo de Kioto?
Paradójicamente Japón, seguido de manera más o menos explícita por algunos otros países, que anunció claramente su deseo de terminar con el protocolo de Kioto y de renunciar a toda idea de tratado que limitase a los países industriales, ha vuelto a relanzar la discusión. Los países latinoamericanos agrupados en el ALBA, reaccionaron fuertemente confirmando al mismo tiempo su voluntad de avanzar en el proceso de negociaciones y la imposibilidad de hacerlo sin un marco que delimite las responsabilidades y los compromisos y permita un nuevo compromiso de los países industriales después de 2012. La Unión europea maneja siempre el mismo discurso: una voluntad anunciada de comprometerse en una segunda etapa del protocolo, «examinar» la marcha del proceso, solicitando un acuerdo obligatorio que comprometa a «las más grandes economías del mundo» Es decir una renuncia de hecho a la parte más política: el reconocimiento de una deuda ecológica de los países industriales. La preocupación europea es de lejos salvar en el protocolo los mecanismos de flexibilidad y el mercado de carbono cuya ineficacia ecológica está demostrada en numerosos informes.
El fondo verde atascado
La burbuja alcanza precisamente su máximo en materia de financiación de la lucha contra el cambio climático. La crisis financiera ayuda a las negociaciones que prosiguen sin que un céntimo de realismo se ponga sobre la mesa y sin agregar nada a lo que se había llegado en Copenhage. Se habla pues de sumas virtuales que no existiendo compromisos de los estados, solo podrían llegar de la reorientación de ayudas ya existentes o del sector privado, a través de los mercados de carbono especialmente.
Los países del Sur reclaman a los estados un compromiso financiero obligatorio y adicional del orden del 1,5% del producto bruto nacional. Pero para eso deben arbitrarse nuevos recursos; es por eso que un impuesto a las transacciones financieras que no se ha con siderado en las discusiones del Palacio Moon, permitiría al mismo tiempo que la lucha contra la especulación la posibilidad de que los estados encuentren márgenes de maniobra para la financiación de la adaptación al cambio climático y la reducción de las emisiones.
El Banco Mundial a la vanguardia
Lo que llamamos pragmatismo está enfrentando una dura prueba frente a la intransigencia de las finanzas internacionales, que por distintos cauces rechazan la creación de un fondo verde mundial bajo la responsabilidad de las Naciones Unidas: el Banco Mundial podría ser propuesto como administrador de dicho fondo. Está de más decir que esa posición es inaceptable por varias razones: ese banco no financia sino proyectos de gran envergadura, excluyendo en consecuencia los proyectos locales sin los cuales la transición sería imposible, esá comprometido con proyectos desastrosos desde el punto de vista ecológico y social y constituye más el problema que la solución; finalmente esta institución no es más que un canal financiero que otorga préstamos en lugar de donaciones, esenciales para todos los países, demasiado endeudados y que además deben luchar contra las catástrofes climáticas, sobre las que les cabe gran responsabilidad.
A menos que esperemos el estallido de la burbuja mediante mayores catástrofes, el regreso a la realidad y a un verdadero pragmatismo no sobrevendrán sino a partir de la presión social y de los movimientos sociales, presentes aquí pero lejos de las negociaciones. Una presencia en esta ciudad, un auténtico enclave o mejor dicho una verruga transnacional
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Fuente: http://amitie-entre-les-peuples.org/spip.php?article1414
rCR