Pedro, agricultor jubilado de Villaconejos, nos contaba su teoría alterglobalización. «Cambiar el mundo es posible, oigo que decís. Otra agricultura es posible, he leído en algunas pancartas. Bien, dejadme que os cuente hasta dónde puede llegar otra agricultura diferente. Después de la guerra civil española -la más incivil de las guerras que decía Gloria Fuertes- […]
Pedro, agricultor jubilado de Villaconejos, nos contaba su teoría alterglobalización. «Cambiar el mundo es posible, oigo que decís. Otra agricultura es posible, he leído en algunas pancartas. Bien, dejadme que os cuente hasta dónde puede llegar otra agricultura diferente. Después de la guerra civil española -la más incivil de las guerras que decía Gloria Fuertes- las ciudades quedaron derruidas y los campos arrasados. El régimen franquista -continúa Pedro- había contraído deudas con otras potencias y a los pocos años se inicia el crecimiento industrial con la emigración de miles de personas hacia las ciudades. Y todo eso se alimentó y se pagó con nuestros sudores: labrando campos y sembrando comida. Fijaos -sube Pedro el tono de voz- fuimos capaces de hacer todo eso en las peores condiciones, analfabetos y pobres, con mulas y arados, pero la tierra fue fecunda y generosa. Entonces, ¿cuánto podría entregarnos hoy la agricultura campesina, sencilla y ecológica si fuera apoyada? Yo -concluye- ‘me creo’ que mucho».
Y yo, ‘me creo’, que lleva razón. La agricultura a pequeña escala con sus técnicas de manejo tradicional, adaptadas a cada condición y ecosistema, ha sido históricamente menospreciada por las instituciones políticas y también desde los ámbitos de la enseñanza e investigación agraria. De hecho, desde el pasado 1 de enero, el único centro de ciencias agrarias con una línea de investigación en el área de la agroecología, ha caído del Plan Director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC) al que pertenecía. Ya no hay recursos públicos para la agricultura, que como dice Pedro, puede cambiar el mundo.
Mientras eso sea así nos quedan las iniciativas privadas, algunas con una capacidad ‘estadista’ mucho más notable. En Estados Unidos, donde reina el «agrobussiness», ha surgido un movimiento ciudadano dispuesto a invertir sus capitales en la financiación de actividades de producción de alimentos ecológicos alrededor de sus propias comunidades. El «slow money» que así se llama es la réplica a los flujos financieros -estafadores y especulativos- que hacen de la comida un gran negocio. Un movimiento pequeño y lento para retirar el dinero del parquet bursátil y sembrarlo en la tierra.
Fuente: http://www.galicia-hoxe.com/index_2.php?idMenu=149&idNoticiaOpinion=514993