Lo vi varias veces, y a partir de ellas quisiera marcar algunos momentos en su trayectoria de escritor. La primera, que aún me resulta muy nítida pese al medio siglo transcurrido, fue a comienzos de 1962, en Concepción, durante el Encuentro de Escritores organizado por Gonzalo Rojas. Fuentes fue allí una figura visible y activa, […]
Lo vi varias veces, y a partir de ellas quisiera marcar algunos momentos en su trayectoria de escritor. La primera, que aún me resulta muy nítida pese al medio siglo transcurrido, fue a comienzos de 1962, en Concepción, durante el Encuentro de Escritores organizado por Gonzalo Rojas. Fuentes fue allí una figura visible y activa, desplegando una oratoria a veces demoledora. Se notaba que le gustaban el debate y la polémica: mientras más suculentos, mejor. Casi hizo llorar al profesor de Columbia, Frank Tannenbaum, lanzándole una letanía con las recientes intervenciones norteamericanas en América Latina. ( Después sabríamos que Tannenbaum era un hombre progresista, muy crítico de la política exterior de su país y de la discriminación racial existente en los Estados del Sur). Ese mismo año saldría a luz La muerte de Artemio Cruz, que cerraba una etapa temprana en un itinerario iniciado con La región más transparente , ambiciosa novela de Ciudad de México en la línea de Dos Passos, y con otro texto más personal, Las buenas conciencias . En Artemio , el autor describía el impresionante ascenso de un soldado de la revolución convertido en hacendado y capitalista al calor de los nuevos intereses norteamericanos. Con algo de Citizen Kane , este magnate de vejez buñuelesca encarnaba la curva de una revolución traicionada. Fechado en La Habana, dedicado al intelectual progresista estadounidense C. Wright Mills, con una visión dual del país ( México de la altiplanicie y del Golfo), con imágenes de la Guerra Civil Española adonde el hijo de Artemio continúa una gesta de liberación interrumpida, el relato buscaba espacios y tiempos alternativos que dejaban al descubierto una inapelable crítica a la actual nación mexicana. Envuelto en su fulgor izquierdista, el escritor iniciaba así un camino paralelo al torbellino que viviría el continente durante los sesentas. Ello contribuiría a darle relieve internacional.
Verano del 85 o del 86, Middlebury, Vermont. Invitados por el director de la Escuela Española, Randolph Pope, almorzamos y conversamos largamente sobre literatura. Se acuerda con precisión de un manuscrito redactado en colaboración con Roberto Torretti, en el colegio Grange de Santiago. Por la tarde lee en la capilla del lugar el capítulo inicial de su Cristóbal nonato . El texto me pareció aburridísimo; la lectura de su versión impresa no me hizo cambiar de opinión. Todo esto parecía recalcar una paradoja central en la obra de Fuentes. Transida de materia histórica, moviliza constantemente hechos y épocas de la historia mexicana, latinoamericana o hispánica. Incluso Aura , una obrita que se ve a menudo como expresión del realismo mágico por sus obvios elementos sobrenaturales, constituye una exploración del pasado, del siglo xix en particular. El protagonista es un historiador, su epígrafe proviene de Michelet. Ahora bien, el autor falla justamente en sus novelas propiamente históricas. Comparado con los aportes de Carpentier, de Roa Bastos o de su compatriota Fernando del Paso, este grupo de novelas no deja huellas en nuestra imaginación. Entre Cambio de piel y Cristóbal nonato se alza Terra Nostra , construcción colosal de más de 800 páginas que termina siendo, según creo, una gigantesca máquina funcionando en el vacío. Con el contexto y circunstancias de un posfranquismo exuberante, la novela arrastra un inmenso sedimento cronológico, en que el Escorial de Felipe II y el milenarisno del Descubrimiento se superponen al París del gorro frigio y del 14 de Julio, quizás post 68. El palimpsesto simplemente no funciona; la visión resulta apenas museográfica. Se notan demasiado las ideas de Américo Castro, Goytisolo mediante, y del libro de Norman Cohn, un best-seller republicado por esos años . Otros críticos, más calificados que yo, discreparon también de esta visión histórica. Enrique Krause, desde la derecha, con una mala leche de virrey azteca, lo atacará cruelmente en 1988; con más justicia y justeza, el ensayista José Joaquín Blanco expresaría también reservas fundadas, menos prejuiciosas. Por mi parte, cuando concluí de leer Terra Nostra para una reseña que me había pedido Cornejo Polar y que nunca le entregué, se me vino a la mente una ocurrencia de Sainte-Beuve, quien dijo pintorescamente de las Lecciones de la historia , de Volney, que no eran otra cosa que «consideraciones contra la historia». Y es que la técnica del palimpsesto, entendida como superposición de temporalidades distintas y distantes o de mundos incongruentes, se le fue convirtiendo al autor en una fórmula estereotipada. Cumpleaños , novelita de 1969 que contiene vívidas descripciones de ruinas dálmatas y que se centra en parte en la figura de un heresiarca medieval, el filósofo Siger de Brabante, tampoco se sostiene como creación narrativa. Con mucho de Yourcenar, da la impresión de un Borges mexicano – oxímoron imposible en que el clásico porte ño termina revestido con oropeles barrocos que no habrían dejado de sorprenderlo.
En 2004, con ocasión del premio » Pablo Neruda» creado por el Ministerio de Cultura del gobierno de Chile, participamos juntos en el jurado. Al terminar la sesión de trabajo, había que estampar en el libro de registros, a mano, el informe justificativo del premio. Conociendo mi pobre caligrafía, yo me escabullí en seguida. Julio Ortega también se disculpó. Carlos Fuentes redactó de un plumazo tres o cuatro párrafos impecables, con pulso impresionantemente firme. Experiencia, savoir faire , talento se mostraban inalterables en un hombre que ya pasaba los 75. Cuando todos nos fuimos a almorzar, él se quedó en la sala discutiendo planes de edición y de libros. Me pareció entonces una máquina de trabajo incesante, en su condición de escritor profesional sometido a un régimen de agentes y editores y con la presión de publicar continuamente. A la postre, un modo honrado y decoroso de ganarse la vida, a contrapelo del cambalache de nuestro siglo xxi.
Tiempo atrás, en La Jolla, acá en California, lo vi por última vez. Además de una conferencia pública, dio una especie de conversación-seminario en que contestó distinto tipo de preguntas, casi todas políticas y literarias. Aunque algo demacrado en lo físico, estaba igualmente ágil, con la lucidez de siempre y que, al parecer, conservó hasta el final. Habló de que preparaba una novela sobre el guerrillero colombiano Carlos Pizarro, caído y asesinado en su país. No sé que habrá sido del proyecto, anunciado como Aquiles, el guerrillero… De nuevo, Fuentes emigraba a otro lugar que comenzaba a salir de momentos difíciles, mientras su propio país, México, entraba en un ciclo de violencia y destrucción del cual aún no se libra.
Como cuentista, Fuentes dejó varias colecciones, tres de ellas muy interesantes. Su labor en este género empezó muy temprano, con unas páginas ambientadas en el Brooklyn de la posguerra: » Pastel rancio» ( noviembre, 1949), texto redescubierto por Richard Reeve. De Los días enmascarados , se ha antologado en exceso su » Chac Mool», tal vez porque consolida el clisé del «realismo mégico» con que se suele ver al país en los claustros académicos norteamericanos. Curiosamente, un cuento casi maestro en Cantar de ciegos , » Las dos Elenas», construido con perfecta artesanía, es de temática burguesa. La mirada sagaz del narrador en el mundo de la clase alta y de los medios artísticos y de la publicidad sobresale también en Zona sagrada , relato en clave a mi ver injustamente desdeñado, que toca el mundo familiar de la actriz María Félix. Reaccionado como fiera, la gran Doña del cine mexicano dejó al escritor como el unto en una entrevista televisada. No estaba claro si le molestaba la indiscreción o si estaba condenando un delito de lesa majestad. Sin duda alguna, sus cuentos más relevantes son los del cuarteto Agua quemada , cuyo valor y significación señaló antes que nadie Angel Rama. Pocas veces Fuentes ahondó tanto y tan bien en la piel sufriente de su país.
A esta doble producción narrativa, y a un trío de obras teatrales que nunca he visto representadas, el autor unía su dimensión de hombre público, en las facetas del charlista y del comentarista político. Ver a Fuentes dar conferencias era un espectáculo en sí mismo. A veces uno se despreocupaba de las ideas para seguir el engranaje infalible de la voz, del atuendo y de gestos cuidados hasta el último detalle. ¡Demasiado!, dirían los escépticos; pero el hecho es que la performance funcionaba a las maravillas, como podía conprobarse por su efecto sobre la audiencia absorta y fascinada.
El comentario político tuvo en él a un exponente destacado. Si bien su Contra Busch no es de lo mejor, Tiempo mexicano , por el contrario, que recoge artículos sobre las décadas anteriores a 1971, es ya un clásico del ensayo crítico latinoamericano. Diagnostica allí, por si dudas hubiera, que «la revolución mexicana, librada en nombre de la justicia social…yace sepultada bajo las exigencias de un desarrollismo que concentra la riqueza en manos de una minoría». Por mi parte, pude seguir de cerca sus análisis desde Canadá contra la política belicista de Reagan en la América Central durante los años 80. Constituyeron una pieza clave para informar al público sobre la agresión a Nicaragua y a El Salvador.
En su comportamiento cívico Fuentes fue un hombre cabalmente democrático, que pasó de un izquierdismo inicial a un liberalismo progresista, heredando de su padre cardenista una desconfianza visceral, casi ojeriza, contra la política exterior de los Estados Unidos. En sus días vio sucederse Guatemala, Cuba, Santo Domingo, Bolivia, Chile, Centroamérica, Granada, Panamá… No es poca cosa. Por otro lado, sus pifias políticas fueron pocas. Su desolidarización con Cuba, bastante temprana, no lo llevó a armar gran jaleo ni a beneficiarse, como otros, de «l’autre côté de la mêlée». La peor fue sin duda aceptar la Embajada mexicana en Francia bajo Echeverría. Después de Tlatelolco, hasta Paz había renunciado a su puesto en la India – «con goce de sueldo», como dijera con gracia Ernesto Mejía Sánchez ; Fuentes sirvió en París por dos o tres años. Nada tonto, se dio cuenta de que había metido la pata. Cuando se le preguntaba en público sobre el tema, tendía a perder la calma. Fue la única vez en que se oyeron chirriar los goznes de su elegancia.
Los chilenos debemos agradecer a Fuentes su apoyo incondicional a la lucha contra Pinochet. Hasta donde sé, nunca dejó de denunciar el golpe militar y la represión desatada en el país. En 2004, en la Embajada de México en Santiago, ante la presencia de Hortensia Bussi, pronunció unas breves palabras sobre lo que había significado para él su experiencia en Chile y lo que el país contenía de símbolo y ejemplo democráticos. Se refería por supuesto al programa y a la acción del Presidente Allende.
Su desaparición echa una sombra más a los fulgores de ayer. Idos varios de sus compañeros de generación, con él se va ahora otro novelista importante en un país que cuenta con escritores del fuste de Guzmán, Revueltas, Rulfo, Leñero y Pitol, entre tantos otros. Nos deja un puñado de textos significativos escritos casi todos con audacia y con brío juvenil. Su proyección como intelectual público en América Latina resulta incuestionable y se irá perfilando más y más a medida que el tiempo suministre la perspectiva necesaria (*).
(*) Agradezco al colega Max Parra por una conversación que me permitió resfrescar y aclarar ideas, además de recibir información adicional. Desde luego, mis opiniones no lo comprometen a él.