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Carlos Manuel de Céspedes: las luchas por Cuba jalonaron su vida

Fuentes: Rebelión

Céspedes descansa en el cementerio de Santa Ifigenia, en el mismo lugar donde gracias a los misterios de la historia, en una sucesión de coincidencias salvadoras de la memoria patria, reposan los restos de los otros dirigentes máximos de la revolución cubana en las etapas posteriores: José Martí y Fidel Castro. Al recorrer las páginas […]

Céspedes descansa en el cementerio de Santa Ifigenia, en el mismo lugar donde gracias a los misterios de la historia, en una sucesión de coincidencias salvadoras de la memoria patria, reposan los restos de los otros dirigentes máximos de la revolución cubana en las etapas posteriores: José Martí y Fidel Castro.

Al recorrer las páginas de la historia de Cuba, nos encontramos con el hombre que desató, el 10 de octubre de 1868, la primera guerra por la independencia de la nación y que, por los actos de su vida, pasó a ser reconocido como Padre de la Patria. Cuando se profundiza en sus vivencias y se escudriña en los acontecimientos históricos en que estuvo inmerso y en el caudal inmenso de ideas y sentimientos extraordinarios, no puede uno menos que pensar que está frente al protagonista de una novela emocionante y singular que sorpresivamente nace de la existencia de un pueblo en su etapa de formación.

Para el análisis del hombre en sus justas dimensiones, serán sus informaciones o confesiones las que nos revelen de manera más nítida el ámbito de algunos acontecimientos que jalonaron su vida y aquellos sucesos que dejaron huellas en su excepcional existencia, durante «las horas de gloria, dolor y enfermedad».

Estamos ante un hombre que se caracterizó por episodios que lo asemejan a un personaje de una novela épica, en la que en su trama se descubre una poesía desbordante de naturaleza gloriosa, romántica e íntima. Y es que, como él mismo confesara a su esposa Anita, tal vez sea difícil atraparlo en su justa dimensión porque son grandes luchas las escenas de la vida de un hombre como yo y que te basta conocer que en ellas va saliendo siempre vencedor el sentimiento de tu amor (…).

El amor, en su sentido vasto, es una constante que marca su existencia, en el que los actos de grandeza se deslizan en una corriente interminable junto con los hechos y sentimientos amorosos, ya sean realizables o imposibles.

Al mando de un pueblo alzado con el fin de conquistar su libertad plena, está consciente de los sacrificios que sus compatriotas deben realizar en una guerra exterminadora enfrentados a un enemigo implacable. Así lo valoraba James J. O’Kelly, periodista irlandés:

«Toda la historia humana no puede suministrar un ejemplo más elocuente de propósito heroico. Las Termópilas no fueron sino un esfuerzo pasajero de una hora; mientras que el heroísmo de los cubanos ha sido constante y se ha desplegado en cien campos de batalla».

Céspedes advierte sobre lo que él considera fundamental para la valoración de su personalidad y las circunstancias históricas que le son consustanciales: » Mi situación es excepcional: no la gradúen por comparaciones históricas, porque se exponen a errores. Nada hay semejante a la guerra de Cuba. Ningún hombre público se ha visto en mi situación. Es necesario tomar algo de todos y echarlo en un molde especial para sacar mi figura. Ninguna medida me viene: ninguna facción se me asemeja. Tengo que estar siendo un embrión abigarrado. Y aquí está la dificultad: en la elección de la crisálida!»

El hombre estoico caído en San Lorenzo fue un paradigma del heroísmo más alto, entendido, según lo definiera Máximo Gómez, como » la abnegación completa, intencional y presentida de sí mismo. (…) El que sucumbe es un suicida sublime en aras del deber. Por eso nos parecen dioses tendidos sin vida encima de tantas grandezas que nos encantan y asustan.»

Y tal vez, como colofón y síntesis del hombre al que le restaba menos de un año de vida, después de experimentar la gloria, sentir dolores de todo tipo y sufrir los padecimientos de enfermedades pasajeras o permanentes, sea precisa esta frase para caracterizarlo y reflejar su grandeza, cuando en carta a su esposa expresó: Yo siempre lucho de frente con el destino. 

Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo nació en Bayamo el 18 de abril de 1819 y murió en el poblado de San Lorenzo, Sierra Maestra, el 27 de febrero de 1874. Había nacido en cuna rica, poseyó propiedades que le permitieron vivir en forma opulenta hasta que su espíritu rebelde y libertario lo impulsó a encabezar el levantamiento armado contra España, el 10 de octubre de 1868, en su ingenio La Demajagua. A partir de entonces tuvo una existencia trashumante en los campos insurrectos de Cuba libre, experimentó las satisfacciones del heroísmo y la gloria ínsitos a su condición de libertador, conoció de las privaciones materiales y de los sufrimientos físicos y espirituales, desafió las persecuciones, los peligros y los martirios que desató la metrópoli española con su guerra de exterminio sobre él, los jefes y los soldados del Ejército Mambí y el resto del pueblo cubano. Y, prácticamente abandonado a su suerte después de un proceso de destitución de su cargo, murió combatiendo solitario frente a las tropas españolas que asaltaron aquel remoto paraje para capturarle vivo o muerto.

El iniciador de la guerra magna de la independencia y el primer presidente de la República de Cuba en Armas, se comportó como un soldado consecuente y un revolucionario irreductible al enfrentar con las armas al enemigo numeroso que lo conminaba a la rendición y a darse preso el día de su muerte en combate.

Es por ello que la vida heroica de este patriota cubano sobrepasa la frialdad de los documentos oficiales.

En la partida de bautismo de Carlos Manuel de Céspedes, se lee: «Año del Señor de mil ochocientos diez y nueve, lunes, veinte y seis de abril, yo, Don Juan Manuel Fornaris, Presbítero, Ayudante de Cura en esta parroquia del Santísimo Salvador de Bayamo, bauticé y puse óleo y crisma con las bendiciones eclesiásticas a un párvulo de ocho días de nacido, y por nombre Carlos Manuel Perfecto del Carmen, hijo legítimo de Don Jesús María de Céspedes y Dña. Francisca Borja del Castillo».

En la certificación del enterramiento se declara: que en el libro 6to. de Registros de Enterramientos de pobres del Cementerio de Santa Ifigenia de la ciudad de Santiago de Cuba, aparece el siguiente asiento: «1874.-Marzo 1. -Carlos Manuel de Céspedes del Castillo, blanco, como de 50 años, procedente del Hospital Civil y remitido por el Jefe Superior de Policía. -Falleció a consecuencia de heridas de bala. Sepultado en la fosa No. 7 de la hilera 2 del tramo «G». Fosa común».

Allí estuvo sepultado hasta que se levantó un monumento y un sepulcro dignos de su estatura histórica. Y allí, en el cementerio de Santa Ifigenia, se le reverencia bajo la advocación de Padre de la Patria.

Es el mismo lugar donde gracias a los misterios de la historia, en una sucesión de coincidencias salvadoras de la memoria patria, reposan los restos de los otros dirigentes máximos de la revolución cubana en las etapas posteriores: José Martí y Fidel Castro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.