Como dijera y cantara la inconmensurable e inolvidable Violeta Parra fue y es una vergüenza para España, y para la Humanidad toda, el asesinato de Federico García Lorca. También lo fue la condena a muerte, posteriormente conmutada -el dictador golpista africanista declaró que no quería otro García Lorca- del poeta Miguel Hernández. Lo fue, decíamos, […]
Como dijera y cantara la inconmensurable e inolvidable Violeta Parra fue y es una vergüenza para España, y para la Humanidad toda, el asesinato de Federico García Lorca. También lo fue la condena a muerte, posteriormente conmutada -el dictador golpista africanista declaró que no quería otro García Lorca- del poeta Miguel Hernández.
Lo fue, decíamos, y lo sigue siendo. El gran poeta popular, el autor de «Sino sangriento», «El niño yuntero» y «Nanas de la cebolla» fue condenado en una «»sentencia»» que no ha sido anulada y que propiamente, como saben, no fue una sentencia, sino, en esencia, un crimen de Estado, una infamia fascista teatralizada judicialmente. Miguel Hernández sigue siendo a efectos jurídicos, como tantos otros represaliados y asesinados (el abuelo materno de uno de los firmantes de esta carta es otro ejemplo), un delincuente, reo de rebelión militar, aquella abyección, aquel insulto levantado por los intelectuales orgánicos del fascismo español para perseguir sin piedad ni límites la resistencia republicano-democrática a su, esta sí, rebelión militar antidemocrática.
No se trata de vindicar ningún héroe. Les recordamos Brecht y su «Vida de Galileo»: «Infeliz el pueblo que no tiene héroes…. /No. Infeliz el pueblo que necesita héroes«, matizaba el compañero de Benjamin. No, no se trata de eso. Se trata de dignidad, de respeto republicano, de reconocimiento cívico, de mirar un espejo que no sólo no se ha roto en mil pedazos sino que agranda su extensión y significado con el paso del tiempo. ¿Es razonable, es admisible, es justo, que el gobierno del Estado que ustedes representan tenga esta consideración sobre uno de sus más nobles y grandes poetas y ciudadanos?
Muy pocos años después del fallecimiento de Hernández, en carta al poeta canario Juan Maderos fechada el 3 de septiembre de 1946, Vicente Aleixandre escribía sobre el poeta oriolano: «[…] Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino, que murió malogrando a un gran artista, que hubiera sido, que ya lo es, honor de nuestra lengua». Probablemente nuestro premio Nobel hubiera debido usar un plural -lenguas- donde escribió un singular. No importa. Captó la esencia del autor de Cancionero y romancero de ausencias: alma noble que miraba con clara mirada, un gran artista que nos honra, a nosotros, en particular, y al espíritu humano, en general. ¿Vamos a permitir todos, van a permitir ustedes, que habite la desconsideración más infame en un ámbito noble como ese?
Salud y fraternidad ciudadanos, y hagamos entre todos, también ustedes, aquello que deberíamos hacer, aquello que debemos hacer.
PS: Julie Wark (sin permiso, nº 7, 2010, p. 93) ha recordado unas odiosas palabras de George Kennan, el que fuera arquitecto del Plan Marshall: «Aunque constituimos sólo el 6,3% de la población del mundo, tenemos el 50% por ciento de su riqueza […] Nuestra tarea real en los tiempos venideros es ingeniar un esquema de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad […] Tenemos que dejar de hablar de objetivos imprecisos e […] irreales tales como los derechos humanos, un mejor nivel de vida y la democratización. Pronto tendremos que hacer uso de conceptos de poder no adulterados. Cuánto menos nos entorpezcamos con eslóganes idealistas, mejor». ¿Cabe abonar esa infame filosofía «pragmatista» de Mister Kennan? ¿Se ubica esta antidemocrática, pueril, injusta y suicida cosmovisión en su concepción del mundo y de nuestra historia?
Firman esta carta: Salvador López Arnal, Jordi Torrent Bestit, Mercedes Iglesias Serrano, Joaquín Miras, Clara Valverde, Martín Rodrigo, Alejandro Andreassi Cieri, Carlos Valmaseda, Joan Tafalla, Nando Zamorano.
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