La Biblioteca Nacional ha organizado una espléndida exposición, abierta hasta finales de enero de 2018, bajo el título de «Cartografías de lo desconocido». Todo en ella es atractivo: el edificio, la presentación novedosa de los fondos que en otra circunstancia duermen en los cajones, los textos que acompañan las piezas expuestas, los propios mapas que […]
La Biblioteca Nacional ha organizado una espléndida exposición, abierta hasta finales de enero de 2018, bajo el título de «Cartografías de lo desconocido». Todo en ella es atractivo: el edificio, la presentación novedosa de los fondos que en otra circunstancia duermen en los cajones, los textos que acompañan las piezas expuestas, los propios mapas que «tienen algo de pintura, algo de fotografía y algo de geometría; sirven para orientarse y a menudo para perderse».
Nada es lo que parece, se nos traslada en la exposición, porque tanta información ofrecen los mapas como la que ocultan, todo mapa enfatiza algunas cosas y esconde otras, y a menudo han inventado lo conocido y lo desconocido. Hay también un intento de apropiación cuando algo se representa, de tratar de imponer el lenguaje y controlar su contenido.
Con muy pequeño salto se puede afirmar que objetivos similares tienen las estrategias de seguridad, de tradición anglosajona, que son cada vez más frecuentes, cartografiar los riesgos y amenazas, representar en un papel las prioridades para nuestra seguridad, de las que lógicamente habría que derivar adquisiciones, capacidades y presupuestos para afrontar las anteriores, aunque no llegan ahí.
En este contexto se sitúa la Estrategia de Seguridad Nacional presentada por el Gobierno Rajoy este mes de diciembre, un mapa del que cabría decir en primer lugar que sale bastante difuso, porque mucho se abarca y todo en una primera lectura resulta importante, no prioriza.
Por ejemplo, áreas geográficas: «las zonas que revisten especial interés para la Seguridad Nacional (mayúsculas con generosidad) son Europa, Norte de África y Oriente Medio (¿Próximo?), África subsahariana, América Latina, América del Norte y Asia-Pacífico. No son compartimentos estancos, y las amenazas y desafíos que presentan pueden transcender fácilmente dichos espacios». Es decir, que se observa todo el planeta excepto los círculos polares.
Si todo el contenido es relevante y nada destaca en exceso sobre el resto, la interpretación lleva a que lo que realmente se quiere destacar es la importancia de la seguridad, en abstracto, curiosamente una de las competencias, si no la primera, de las que forman el núcleo duro de los Gobiernos nacionales. Otro acercamiento puede ser lo que sus redactores han destacado como novedoso o principal.
Dice Moncloa: «La Estrategia 2017 se abre con un capítulo dedicado a España donde se marca la solidez del modelo integral de seguridad en materias como la lucha contra el terrorismo y la gestión de flujos migratorios, la recuperación económica y la apuesta por un mayor liderazgo en el proceso de integración europea».
Asimismo «la Estrategia 2017 pone énfasis en la naturaleza híbrida de los conflictos actuales, entendida como la combinación de acciones que pueden incluir, junto al uso de métodos militares tradicionales, ciberataques, operaciones de manipulación de la información o elementos de presión económica».
Ya aparecen en dos párrafos una serie de obsesiones del actual Gobierno: la manipulación de información, la recuperación económica aunque no venga a cuento, el liderazgo internacional autoproclamado; nada se dice sobre lo anterior en las vaporosas líneas de acción. También aparecen por el texto alusiones a las víctimas del terrorismo, un clásico popular.
Entre la retórica destacan los ciberataques y el terrorismo yihadista como principales amenazas.
«La Estrategia 2017 subraya, entre las amenazas y los desafíos identificados, el terrorismo internacional, las amenazas a las infraestructuras críticas y las amenazas y desafíos en los espacios comunes globales: ciberespacio, espacio marítimo y espacio aéreo y ultraterrestre». Esta dimensión ultraterrestre es la parte más poética del documento.
Son quince los ámbitos de la seguridad nacional para los que la Estrategia asigna un objetivo parcial y diseña las correspondientes líneas de actuación estratégica: «Defensa nacional; lucha contra el terrorismo; lucha contra el crimen organizado; no proliferación de armas de destrucción masiva; contrainteligencia; ciberseguridad; seguridad marítima; seguridad del espacio aéreo y ultraterrestre; protección de las infraestructuras críticas; seguridad económica y financiera; seguridad energética; ordenación de flujos migratorios; protección ante emergencias y catástrofes; seguridad frente a pandemias y epidemias y preservación del medio ambiente».
Se echa en falta entre los ámbitos mencionados por la Estrategia la seguridad laboral (la de tener trabajo y en unas condiciones decentes) y la seguridad social, cuyo principal organismo tiene un agujero anual de 18.000 millones de euros, dos elementos que más allá de la broma están detrás del descrédito de las instituciones con las crisis de la última década, el ciudadano abandonado ante la adversidad.
Otro método de acercamiento a la Estrategia son detectar los factores coyunturales, cómo la actualidad aperece en su texto, que no son otros que Cataluña y la desinformación.
Resulta muy cuestionable incluir en un documento centrado en la seguridad menciones a «desafíos internos», «problemas de cohesión territorial», sobre todo porque no aparecen como objetivo en las actuaciones. Al menos ayudarán a datar el texto indiscutiblemente en el otoño de 2017, aunque estos ejercicios pretenden tener cierta proyección en el tiempo.
Como ya lo hizo el anterior documento de 2013, en 2017 la Estrategia vuelve a insistir en el sistema de seguridad nacional, la estructura administrativa creada para estos asuntos, que pide a gritos la existencia de un consejero de seguridad nacional, un responsable de peso político al frente del que hoy carece; y vuelve a quedar en la indefinición el denominado comité de situación, el órgano ejecutivo que no se ha reunido de forma extraordinaria ni una sola vez, ni ante los atentados en Cataluña del pasado agosto, los primeros con víctimas mortales por terrorismo yihadista en España desde 2004.
La Estrategia será presentada en el Congreso por el director del Gabinete de Rajoy -actualmente en relevo-, que no por el presidente, lo que indica la escasa voluntad pedagógica del Gobierno en estos asuntos aunque abunden las referencias a extender una cultura de la seguridad entre la ciudadanía y se repita mucho eso de la «política de Estado» que más parece ahuyentar la crítica que buscar el acuerdo.
Cualquier informe que analice el presente, indicios de futuro y escenarios posibles es atractivo. Resulta que por tradición y disposición de mayores recursos en muchas ocasiones este tipo de informes, con el apoyo de especialistas universitarios y think tanks afines, se realiza en el ámbito de la seguridad y la defensa, lo que implica una deformación natural por su financiador y destino; el futuro se presenta amenazante.
Existe la percepción de que vivimos tiempos confusos y de cambio acelerado.
Ante tales fenómenos el análisis estratégico y la prospectiva ayudan a sistematizar la información, a estimular la apertura mental y a generar conocimiento orientado a la toma de decisiones sobre asuntos públicos, según sostiene el analista Javier Jordán.
Bienvenido pues, independientemente del resultado, el ejercicio llamado ESN, pero que poco aclara.
La exposición de la Biblioteca Nacional se pregunta en un texto: «¿cómo gestionan los mapas la desinformación y el desconocimiento?». La respuesta, también en la pared, un par de salas más adelante, en forma de cita: «Un mapa es una ficción controlada». Como la Estrategia de Seguridad Nacional 2017, que en menos de un mes caducará al menos en el nombre.
Fuente: Estrella Digital.