Más de dos millones de votantes en la consulta catalana no es poca cosa. Merecen una seria reflexión. El gobierno del PP no puede ignorarlos. La jornada fue ejemplarmente cívica, y los ciudadanos dejaron constancia de su comportamiento democrático. 6’2 millones tenían derecho a votar. Lo hicieron 2,2 millones. El 35 por ciento de participación […]
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Más de dos millones de votantes en la consulta catalana no es poca cosa. Merecen una seria reflexión. El gobierno del PP no puede ignorarlos.
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La jornada fue ejemplarmente cívica, y los ciudadanos dejaron constancia de su comportamiento democrático. 6’2 millones tenían derecho a votar. Lo hicieron 2,2 millones.
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El 35 por ciento de participación no es un éxito. Como «movilización» es muy relevante; como consulta, no.
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Artur Mas se ha cansado de repetir que «el 80 %» de los ciudadanos catalanes, del parlamento, quería una consulta. Si ha acudido a votar el 35 % hay un desfase claro entre representantes y representados.
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Las comarcas que más han votado han sido las de la Cataluña interior; la que menos, la Cataluña urbana y costera. Con todas las distancias, el mapa recuerda a la distribución del carlismo y republicanismo del siglo XIX.
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No hay mayoría independentista en Cataluña: 1,8 millones de votantes independentistas no son, ni de lejos, una mayoría clara para romper con el resto de España.
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La euforia es mala consejera. El independentismo debe ser consciente de que presentar batalla sin garantías de ganarla no es muy inteligente. El independentismo compone la figura, el rostro, pero está decepcionado. Ha conseguido un 80 % de votantes… sobre un 35 % de participación.
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Por una vez, Rajoy fue sensato y no intentó paralizar la votación por la fuerza. Recurrir a tribunales y jueces no lleva a ninguna parte.
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Artur Mas puede intentar recomponer su partido: no ha conseguido lo que esperaba, pero puede mostrar que una parte muy importante de los ciudadanos catalanes ha seguido sus indicaciones. Pero no es un «éxito total», como afirma, para mantener su posición.
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Junqueras, con cara de funeral, destacó que la participación en el proceso del 9N había «desbordado» las expectativas. ¿Con un 35 %?
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La extrema derecha españolista y sus provocaciones son la cara grotesca que ayuda a aglutinar una parte del independentismo. Los fascistas no lo saben, pero su contribución es impagable.
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La izquierda seguidista del nacionalismo no ha hecho un buen papel: no ha ofrecido opciones claras, y se ha visto arrastrada siempre por el independentismo.
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Ni en la II República, ni bajo el franquismo, ni hoy, la izquierda catalana ha sido independentista. Han existido, y existen, sí, partidos y grupos, pero muy minoritarios. ERC no puede considerarse un partido de izquierda.
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Según las encuestas previas del CEO (organismo de la Generalitat), que hablaban de un 55% de ciudadanos catalanes partidarios de la independencia, 3’4 millones de personas tendrían que haber votado esa opción. O se cierra el CEO o que moderen su euforia.
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Los medios de comunicación públicos han tenido un comportamiento tendencioso, a veces vergonzoso, tanto en TVE como en TV3.
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La euforia construye espejismos: muchos votantes independentistas se habían creído la propaganda de TV3.
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Tras casi tres años de emergencia nacionalista, y de seguidismo de la izquierda, ¿ha llegado el momento de poner sobre la mesa las cuestiones sociales? Es obvio que sí. Parados, desahuciados, trabajadores precarios y tantos otros, no pueden esperar más.
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El gobierno catalán ha aplicado los mayores recortes de Europa, y la agitación nacionalista ha hecho que ese dato quedara siempre en segundo plano.
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Una evidencia se impone: hay que buscar una salida política, y, con toda probabilidad, se encuentra en el federalismo.
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El horizonte de la III República puede unir las aspiraciones regeneracionistas y democráticas de buena parte de los ciudadanos españoles, incluidos los catalanes.
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