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Causas del ascenso ultraderechista

Fuentes: Rebelión

La reactivación ultraderechista es una evidencia en Europa y el mundo. Se trata de explicar los elementos más significativos que la explican en esta fase histórica. Son procesos combinados como el reajuste del poder establecido, la dinámica segregadora en las relaciones sociales y su ofensiva ideológica y cultural. Esos factores, si no se atajan por las fuerzas democráticas, también permiten su refuerzo con graves consecuencias para la sociedad y la democracia.

El reajuste del poder establecido

El primer factor es la necesidad de (parte) del poder establecido -la presencia de oligarcas tecnológicos en la investidura de Trump es significativa- de implementar una estrategia económica y política que le refuerce en los dos planos: en el interno, su poder y primacía con la garantía de sus ganancias, respecto de su mayoría poblacional; en el internacional, su prevalencia mundial y la correspondiente adecuación jerárquica según el potencial de cada país.

Por supuesto, no hay homogeneidad en el conjunto del poder económico en los distintos países del Norte, dada la dimensión de los retos tecnológicos, productivos, medioambientales y de recursos primarios. Igualmente, existen distintas condiciones para el reequilibrio multipolar, el rearme estratégico o la cooperación internacional. Así mismo, influyen diversas tendencias respecto del ritmo y la dimensión de los procesos regresivos de derechos sociales, democráticos, redistributivos y protectores que permitan evitar grandes convulsiones sociales.

No hay que descartar, a medio plazo, grandes ofensivas neocoloniales, como la del genocidio palestino de especial gravedad, el desencadenamiento de guerras periféricas importantes y la militarización generalizada, así como el agotamiento y la pugna por los recursos naturales y los efectos del cambio climático.

De forma inmediata, hay un objetivo bastante definido: el desmantelamiento gradual del Estado de bienestar, el deterioro a gran escala de un contrato social equilibrado, todavía relevante en el Norte y en retroceso por las políticas neoliberales y de austeridad.

Ese avance social y económico fue el mecanismo de salida de la crisis de los años treinta, fruto de cierto keynesianismo y un acuerdo social en Europa Occidental y EEUU, en la segunda posguerra mundial, con el dominio de sus élites en el marco de la guerra fría con el bloque soviético y unas relaciones de fuerza con preponderancia de las derechas, aunque con cierto peso equilibrador de las izquierdas. Tras una primera ofensiva neoliberal en los ochenta y, sobre todo, en los noventa, el nuevo capitalismo globalizado ha sido incapaz de superar los grandes desafíos de las sociedades del Norte, de avance socioeconómico, igualitario y democrático.

Ahora, el Estado de bienestar (social y democrático de derecho) se presenta como el adversario a batir por la presión ultra (y neoliberal) a través de su privatización, segmentación y recorte, en beneficio de los grandes poderes financieros y de servicios privados. Se pretende un nuevo darwinismo social, con el desamparo para las mayorías populares y una mayor subordinación a las élites dominantes. Con diversos matices, el trasfondo del proyecto de las extremas derecha rezuma ultraliberalismo antisocial hacia abajo y apropiación autoritaria hacia arriba.

La dinámica segregadora en las relaciones sociales

El segundo factor asociado al avance ultra es la recomposición de una base social vertebradora de su apoyo sociopolítico y electoral, sobre una dinámica divisiva con nuevas segregaciones y polarizaciones sociales. Su plan trata de promocionar los sectores populares con ventajas comparativas, en una o varias de sus posiciones sociales, respecto de los grupos con desventajas, aunque sean parciales o solo en algún ámbito situacional específico.

Utilizan el resentimiento de determinados sectores poblacionales por los retrocesos relativos de privilegios o posiciones de dominación para trasladar el foco y las responsabilidades a los grupos sociales en mayor desventaja histórico-estructural por su posición de clase social, étnico-cultural (o racial y nacional) y por sexo/género.

Es particularmente intenso por la fuerte presencia inmigrante en EEUU y en algunos países europeos -de gran origen musulmán-, y menor en España, con una parte de la composición inmigrante -latina- más afín culturalmente.

La presión derechista trata de incrementar las distancias entre las clases acomodadas y las clases trabajadoras y sectores precarizados, particularmente cuando se producen retrocesos de condiciones y expectativas que causan mayor resentimiento hacia abajo en las capas medias o nativas en descenso.

Pretende reforzar, como prioridad de estatus, el supremacismo blanco, frente a las personas de color, e implantar la prioridad nacional excluyente y su identidad sociocultural dominante -el caso del nacionalismo españolista en un país plurinacional como España-, frente a las personas inmigrantes o de otra nacionalidad o cultura (es el caso de la islamofobia), en vez de articular un proceso de convivencia intercultural.

Impone la continuidad de los privilegios y ventajas masculinas, y los modos patriarcales de dominio y desigualdad, frente a trayectorias igualitarias entre los sexos y la libertad sexual y de género, promovidos por los procesos feministas.

En definitiva, el plan ultraderechista trata de consolidar, en esas esferas fundamentales que han experimentado avances significativos estas décadas pasadas, unas relaciones sociales de dominación que reproducen la segmentación y la división social, con efectos disgregadores en el campo popular.

Persisten la discriminación para unos grupos sociales y las ventajas parciales para otros. Para los primeros, inferioridad de condiciones y oportunidades, con mayor desigualdad. Para los segundos, aspiración a mejorar, comparativamente, su estatus, aunque sigan castigados o dependientes en otras esferas vitales. Por ello, en la medida que tienen expectativas ascendentes respecto de otros grupos sociales, pueden favorecer, ocasionalmente, ese orden social emanado de los grupos de poder que se benefician de esa división popular.

La ofensiva ideológica ultra

El tercer factor del ascenso ultra es la generación y difusión de una nueva cultura legitimadora de los nuevos ordenes desiguales en esas estructuras sociales -sociolaborales, étnico-raciales-nacionales y de sexo/género-; y en el ámbito internacional, con un nuevo neocolonialismo e imperialismo. Esa dinámica la realizan desde sus fuertes apoyos en el poder económico, institucional y mediático, a veces en connivencia con las derechas tradicionales (y de alguna izquierda).

Para consolidar la dominación social de esas estructuras desiguales y justificar la superioridad de su estatus social ventajoso, son funcionales: el individualismo extremo, posesivo, mercantilizado, consumista y (falsamente) meritocrático; el nacionalismo etnocéntrico y el racismo, para someter a minorías raciales o nacionales, especialmente de origen inmigrante, incluso de varias generaciones anteriores; e, igualmente, la subordinación de las mujeres, dirigidas hacia una función subalterna o en desventaja en el ámbito público o profesional, así como en el familiar, sexual, reproductivo y de cuidados.

En la percepción de la sociedad, ya no estaríamos en la polarización de la mayoría popular frente a las élites dirigentes y los grupos de poder (o del 99% frente al 1%, o de las clases trabajadoras frente a la gran propiedad y su Estado), típica de las izquierdas transformadoras y otras fuerzas progresistas. Tampoco sería adecuada la visión liberal de la concurrencia y regulación consensual de grupos de interés. Y resulta insuficiente el simple reconocimiento de la libertad y la igualdad jurídica solo del individuo abstracto, al margen de sus condiciones sociales, necesidades vitales e identificaciones colectivas.

La formación del nuevo sujeto ‘populista’ de las ultraderechas estaría delimitado por un ‘nosotros’, basado en un etnonacionalismo identitario y esencialista, frente a los ‘otros’, en posición subalterna o excluyente. Ese supremacismo (¡mi patria, primero y por encima!) tiene cierta apariencia universalista instrumental, así como un ropaje de innovación tecnológica por la utilización masiva de las redes sociales y la inteligencia artificial, pero está impregnado de ultra conservadurismo social y moral, un discurso manipulador, una ética nihilista y un pensamiento irracional, frente a la cultura universal de los derechos humanos, el respeto relacional y la convivencia intercultural.

Supone una reestructuración regresiva de (parte) las capas privilegiadas, opuestas al sostenimiento del convencional orden social liberal-capitalista, con dos niveles distintos de posiciones de dominio.

Por un lado, los grupos de poder oligárquico, autoritarios y neocolonialistas, sin suficiente competencia articuladora de lo económico y lo social y sin capacidad consensual respecto de la democracia, y beneficiados por ese reajuste de poder y sometimiento popular.

Por otro lado, de forma subordinada, los grupos sociales con ventajas relativas, en distintas esferas, respecto de los sectores en desventaja comparativa, aunque también estén sometidos a discriminación y desigualdad, en otras facetas vitales, por esos poderes fácticos. Es una posición contradictoria que genera bandazos adaptativos según las realidades y expectativas de ganancias de estatus y reconocimiento.

Frente a la amenaza ultraderechista, los valores de igualdad, libertad y solidaridad siguen vigentes para guiar la actitud cívica progresista y democrática que el mundo necesita.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.