Con versos de Sébastien Castellion abre Kenzaburo Oé sus Cuadernos de Hiroshima: «¿Quién, en las generaciones venideras, podría entender/ que caímos de nuevo en las tinieblas/ después de haber conocido la luz?». En el prefacio para la edición italiana de la obra, fechada en 2007, señala el Premio Nobel japonés: «Nunca he dejado de ocuparme […]
Con versos de Sébastien Castellion abre Kenzaburo Oé sus Cuadernos de Hiroshima: «¿Quién, en las generaciones venideras, podría entender/ que caímos de nuevo en las tinieblas/ después de haber conocido la luz?». En el prefacio para la edición italiana de la obra, fechada en 2007, señala el Premio Nobel japonés: «Nunca he dejado de ocuparme de los problemas de los hibakusha, ni siquiera después de la publicación de los Cuadernos de Hiroshima; así como tampoco he dejado nunca de apoyar el movimiento popular a favor de la abolición de las armas nucleares.
Lamentablemente, la actividad de los japoneses en este ámbito está sujeta a severas restricciones, en cuanto nuestro país permanece bajo la sombra del paraguas nuclear de los Estados Unidos de América, que, entre otras cosas, mantienen aun una imponente base miliar en Okinawa. Una profunda desesperación me invade cada vez que pienso que moriré sin haber alcanzad uno de los principales objetivo del trabajo de toda una vida».
Es comprensible la desesperación, en absoluta paralizadora, de Kenzaburo Oé. Japón es la tercera potencia económica del mundo; Alemania la cuarta. El gobierno, muy conservador, de este último país ha decidido abandonar la era atómica a principios de la próxima década. Sin atisbo para la duda, mucho ha tenido que ver en la decisión del hasta hace muy poco gobierno pro-nuclear germano las importantes movilizaciones ciudadanas de estas últimas décadas y, especialmente, de estos últimos meses, razonables y justas protestas ciudadanas que fueron abonadas, entre otras cosas, por la hecatombe de Fukushima, uno de los dos más grandes desastres de la industria nuclear y uno de los accidentes más graves de la época de la industrialización humana.
El país nipón, en cambio, su gobierno, no ha tomado la razonable senda germana. Javier Salas informa en Público [2] que si bien el ejecutivo nipón había afirmado el 6 de enero, por boca del ministro para la crisis nuclear Goshi Hosono, que impulsaría una legislación que desconectaría todos los reactores de la red cuando cumplieran 40 años de vida útil (de hecho uno de los gobiernos del anterior primer ministro llegó a hablar incluso de abandono de la era atómica), el gobierno nipón aseguró finalmente el pasado martes 17 de enero que la nueva normativa abrirá las puertas a que los reactores japoneses puedan cumplir 20 años más, sesenta en total. Por tanto, la nueva normativa aplaza por el momento hasta 2069 el posible apagón nuclear dado que, recuerda Javier Salas, fue en 2009 cuando se puso en marcha el reactor 3 de la central de Hokkaido.
¿Razones del cambio, razones de la nueva y dilatada prórroga? Las imaginables, las de casi siempre: las compañías eléctricas japonesas, TEPCO, la propietaria y gestora de Fukushima, en lugar destacado desde luego, reaccionaron duramente contra la anterior propuesta: sólo -¡sólo!-40 años y muchas más responsabilidades en caso de accidente les resultaba muy caro. Y los negocios siguen siendo los negocios, antes o después de Fukushima.
Por lo demás, de los 54 reactores nucleares con los que Japón contaba el 11 de marzo, el día del accidente de Fukushima, sólo cinco están funcionando en la actualidad, en torno al 10% (antes del accidente Fukushima, la nuclear suponía un 30% de la electricidad japonesa y el gobierno de Tokio había planeado llegar al 40%). El resto de los reactores están parados por inspecciones. Razonable argumento de los ecologistas críticos nipones: el que se produzca actualmente apenas el 10% del total de energía atómica que podría producirse sin que el país estalle en mil pedazos, es clara prueba de que la energía nuclear no es imprescindible. En absoluto. A finales de enero dos reactores más se detendrán por mantenimiento.
A pesar, pues, del desastre de Fukushima, Japón sigue casi al pie de la letra las directrices norteamericanas. USA ya ha autorizado que algunas centrales, similares a las de Fukushima que a su vez es como la de Santa María de Garoña [3], funcionen seis décadas, y eso a pesar de que fueron diseñadas inicialmente para 40 años. Un 50% más, nada menos.
Entrevistado por Philippe Pons para Le Monde tras el desastre de Fukushima, Kenzaburo Oé señaló: «Hace tiempo que abrigo el proyecto de revisar la historia contemporánea de Japón tomando como referencia tres grupos de personas: los muertos en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los irradiados de Bikini… y las víctimas de explosiones en centrales nucleares. Si nos asomamos a la historia de Japón con la mirada en estos muertos, víctimas de lo nuclear, su tragedia es evidente. Hoy constatamos que el riesgo de las centrales nucleares se ha hecho realidad. Sea cual sea el final del desastre que nos acecha -y con todo el respeto que me producen los esfuerzos humanos desplegados para combatirlo-, su significado no se presta a ambigüedad alguna: la historia de Japón ha entrado en un nueva fase en la que de nuevo nos encontramos bajo la mirada de las víctimas de lo nuclear, de esos hombres y esas mujeres que demostraron un enorme coraje en su sufrimiento. La enseñanza que podamos extraer del desastre actual dependerá de la firme resolución de aquellos que consigan sobrevivir de no repetir los mismos errores» [4]
Existen colectivos, grupos interesados con enormes intereses en juego, que no están dispuestos a rectificar. Sí, en cambio, la ciudadanía crítica japonesa. Un grupo de ciudadanos antinucleares interrumpió el 17 de enero una comparecencia de un grupo de expertos en el Ministerio de Energía cuando se iba a aprobar las pruebas de resistencia de una de las nucleares japonesas. No es la única acción. En septiembre de 2011, como se recuerda, una multitudinaria y activa marcha recorrió las calles de Tokio para pedir el fin de la energía nuclear, la salida de Japón de la era atómica. Muchos ciudadanos y ciudadanas no están cegados por el color del dinero y los negocios que le son anexos.
Notas:
[1] Kenzaburo Oé, Cuadernos de Hiroshima, Anagrama, Barcelona, 2011 (traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés)
[2] J. Salas, «Japón alarga la vida de sus centrales hasta los 60 años». Público, 19 de enero de 2011, p. 32.
[3] En España, no existe límite legal para las centrales, aunque inicialmente se definía para 40 años. El nuevo Gobierno del PP, como era de esperar, ha pedido al Consejo de Seguridad Nuclear que revise las condiciones de Garoña. Quieren que alcance los 50 años de vida. Los beneficios generados dan vértigo.
[4] Kenzaburo Oé, Cuadernos de Hiroshima, op. cit, pp. 215-216.
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