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Cecilia Vicuña, la «palabradora»

Fuentes: Campo de relámpagos

Quizá fue coincidencia, pero a principios de abril, en la misma semana en que la poeta, artista, cineasta y activista Cecilia Vicuña (1948) inauguraba su exposición Cecilia Vicuña: PALABRARmas en el Neubauer Collegium de la Universidad de Chicago, a pocos metros del recinto un policía disparó su arma contra un estudiante. El chico, afortunadamente, no […]

Quizá fue coincidencia, pero a principios de abril, en la misma semana en que la poeta, artista, cineasta y activista Cecilia Vicuña (1948) inauguraba su exposición Cecilia Vicuña: PALABRARmas en el Neubauer Collegium de la Universidad de Chicago, a pocos metros del recinto un policía disparó su arma contra un estudiante. El chico, afortunadamente, no falleció, al contrario de muchos otros que sí han fallecido por la acción de la policía y sus armas. (1) Pero el gobierno no cede, a pesar de las protestas y de la presión de los jóvenes, y las armas de fuego continúan estando en las calles. ¿Qué nos queda a nosotros entonces? Nos quedan las palabras, que también son armas o que al menos deberían serlo. En un mundo, en un momento, en donde todo nos hace desconfiar de las palabras, Vicuña nos invita a conocerlas de nuevo y nos propone que nos armemos con ellas.

«Imaginación: Imagen en acción» (2)

Además de una serie de pancartas en tela, collages y un par de fotografías, PALABRARmás reúne, por primera vez, una serie de anagramas visuales que mezclan poesía y dibujo, y que la artista creó entre 1977 y 1978 cuando, huyendo del régimen pinochetista, se encontraba exiliada, en Londres primero y después en Bogotá. Fue precisamente como respuesta al golpe militar, que la idea de palabrarmas le vino a la cabeza. Vicuña recuerda que dicho golpe se intentó justificar como un ataque preventivo para frenar el supuesto «Plan Z» del presidente electo Salvador Allende, con el cual éste pretendía matar a sus oponentes. Este supuesto «Plan Z», que en realidad no era sino una mentira ideada por la CIA, sirvió, así pues, para justificar miles de muertes y torturas, de secuestros y desapariciones.

«Entender el efecto violento de las mentiras,» recuerda Vicuña, «cambió mi visión del lenguaje.» Fue entonces cuando la palabra verdad se transformó en dar ver, y la palabra mentira en tirar la mente. (3) Y es que cada palabra guarda tantas otras más, cada palabra es un poema, una sabiduría. Así pues, Vicuña emprendió la tarea de «labrar palabras como quien labra la tierra» (pala/labrar/armas), de transformarlas en armas, distribuirlas masivamente y -¿por qué no?- de intentar poner fin a las muertes y torturas, secuestros y desapariciones.     

«Esperanza: la espera que se convierte en lanza»

Aunque ya en 1974 Vicuña había empezado a labrar palabras, no fue hasta 1977 cuando, en un viaje por el Amazonas (zona de amor), el concepto de palabrarmas se le apareció de manera más concreta mediante una visión: una niña indígena volaba y sujetaba una pala con alas, una palabra-arma. Era, precisamente, la visión de las palabras lo que la hacía volar, y la niña bailaba y reía mientras volaba. (4)

Según cuentan los indígenas Mbyá Guaraní, de quienes Vicuña ha aprendido tanto, las palabras vienen de los árboles y los bosques de la niebla. Si la niebla llegara a desaparecer, advierten, todos desapareceríamos. A esto se debe, insiste la poeta, que a pesar de la fuerza y la belleza de las palabras, no haya que olvidar que existen otras formas de comunicarse más allá del lenguaje humano. Los árboles y los ríos, sus pájaros y sus peces, todos ellos también se comunican entre si. El lenguaje humano es solo uno más, y si lo olvidamos acabaremos con los bosques, no llegará la niebla, y nos quedaremos mudos y yermos.

«Compañeros: compartir el paño de eros»

De todo esto y de más cosas habló Vicuña aquella tarde de invierno en el contexto de su exposición. No era la primera vez que la poeta visitaba Chicago. Nos contó, por ejemplo, que de niña la enviaron de intercambio un año entero a esta ciudad, a vivir con una familia y a estudiar en un colegio en la grandiosa América. ¡Qué gran oportunidad! Para ella, en cambio, fue una verdadera pesadilla. Recuerda que era la más pequeñita del grupo. «She’s so small, like an ant, she’s practically invisible,» (5) decían sus profesores y compañeros. Vicuña protestó en silencio, sin palabras, simplemente dejó de comer. La huelga de hambre de la pequeña Cecilia duró hasta que la sacaron de Chicago.

Aquella tarde, cincuenta y tantos años después, Vicuña regresaba a Chicago en circunstancias diferentes, con pompa y trono. La hormiguita era ahora una renombrada artista que había expuesto en la documenta 14, en la Whitechapel Gallery, en el Whitney Museum de Nueva York… Y así, en medio de tanto aplauso, Vicuña aprovechó el podio para denostar a los Chicago Boys. Ahí, en su propia casa, a pocas cuadras del Instituto Becker Friedman, (6) la poeta nos platicó su versión de los hechos. Habló de cómo esos chicos de Chicago destruyeron tantas cosas en su país natal y en el mundo entero. Bajo la insignia del nuevo rey, el Mercado con M mayúscula, buscaron sustituir la poesía con el market language, intentaron transformar palabras en números, enunciados en ecuaciones, 1+1=0.

«Miserable: que mi ser hable»

Es difícil reseñar las exposiciones de Vicuña, especialmente cuando se tiene la oportunidad de conocerla y verla ahí, activando la exposición con su presencia y sus palabras. Y es que, aunque los «objetos» en sí importen en su obra (las palabras escritas, los dibujos, los poemas visuales), importa también la presencia, la voz, la sonrisa. Vicuña es diferente de tantos otros artistas que se sienten, que los hacen sentir, que los hacemos sentir, como grandes celebridades, y que inundan los espacios de las galerías con una presencia ostentosa, pesada, porque todos sabemos que vendieron su última pieza en tantísimos millones y que expusieron en la última bienal curada por tal y cual.

Su presencia se siente pero por otro lado. Cuando camina por la calle lo hace despacio, como quien no quiere llamar la atención. Es una mujer bajita, delgada, de pelo largo canoso, con arrugas y manchitas en el cuerpo. Como un pequeño mundo, con sus ríos y sus árboles. Y parece tan frágil, pero a la vez tan fuerte. Quizá lo que más sorprende es que, a pesar de las verdades dolorosas que comparte con nosotros mediante su obra -así, por ejemplo, nos da el ver de cómo acabamos con el mundo-, le sobra energía y esperanza para sonreír, con una sonrisa de oreja a oreja. Así es ella: parte son, parte risa.

«Eman si pasión: parti si pasión»

Y así, sonriendo y cantando aquella tarde de invierno, tan lejos de las montañas Guaranís, Vicuña nos contó de la vida y de su vida. Durante más de una hora, sin papel en mano, habló sobre política y amor, sobre sexo y muerte. Recuerdo, por ejemplo, cómo entre risas explicó que la frase «echar un polvo» aludía tanto a hacer el amor como a enterrar a los muertos. Eros y Tánatos, tan unidos como siempre.

En sus charlas Vicuña parece que recita un poema, son una especie de ensayo poético. Pero se trata de un recitar espontáneo. Ella no lee las palabras, sino que las canta, las ríe. Pronuncia una palabra tras otra con tal ligereza que todo denota improvisación. Pero lo hace de una manera tan elocuente… cada palabra, cada idea está hilada perfectamente con la anterior como si se hubiera pasado la vida entera labrando los enunciados. En aquella charla de invierno no sobró nada, pero tampoco no faltó nada.

«Corazón: con razón»

Un par de días después, también en el marco de la exposición, Vicuña ofreció otra charla que, esta vez, se anunció como una lectura formal de su poesía. El escándalo del estudiante baleado se sentía ya lejos, ahora era otra la noticia que inundaba los salones: el presidente Donald Trump anunciaba su intención de enviar cerca de cuatro mil miembros de la Guardia Nacional a que patrullaran la frontera sur. Quizá fue coincidencia, pero ese mismo día Vicuña enfermó. Llegó pues a leer su poesía envuelta en un abrigo grueso, rosa mexicano, y nos confesó antes de empezar: «Si me pongo a temblar no se espanten, es que llevo el día entero sin comer, con este ayuno me curo.» Un ayuno autoimpuesto es quizá, también, lo que le hace falta al mundo para curarse.

En algún momento, mientras Vicuña leía temblando, una niña, que no tendría más de dos años, y que estaba sentada quietecita al fondo del salón -por cierto, un salón abarrotado de cuerpos, con pilas de abrigos, la nieve afuera- a quien su madre le mostraba un video con el sonido quitado para entretenerla, se rió. Fue una carcajada breve, espontánea, perfecta. Recordé otras charlas en la universidad en donde algo similar había sucedido. En aquellas ocasiones los panelistas se hicieron los sordos mientras nosotros, el público, apenados, tosíamos incómodamente y mirábamos a la madre con ojos de serpiente, asegurándonos todos de que la carcajada del niño se desvaneciera como la niebla en los bosques. Pero aquella tarde, durante la lectura de Vicuña, sucedió todo lo contrario.

«Desarrollo: desatar el arroyo»

La poeta, al escuchar a la niña, paró de recitar, reconoció su presencia y, ahí frente a todos, comenzó a cantarle una canción de cuna quechua. Fue un momento insólito, hermoso pero insólito. Una probadita de un arte verdaderamente vanguardista, de ese que no se ve todos los días, que quizá no se ve nunca. Yo no recuerdo que de niña me cantaran, pero aquella tarde, en un salón de clases en la friísima Universidad de Chicago, me sentí arrullada y acogida en los brazos de mi madre, de mi abuela. Cuando terminó la canción, Vicuña siguió con lo suyo (que ya para entonces también era nuestro), pero a lo largo de la hora que siguió, una y otra vez la poeta interrumpió su lectura para recordar y reconocer a la niña. Una y otra vez, Vicuña le cantó (nos cantó) pedacitos de canciones que de alguna manera parecían rimar perfectamente con sus poemas como si lo hubiera planeado todo de antemano con la pequeña.

Les cuento todo esto porque sigo sin encontrar las palabras para explicar con precisión lo que Vicuña evoca cuando lee y comparte su poesía visual. Aunque no es realmente un performance en el estilo estricto en que lo definen los historiadores del arte, es algo parecido. Griselda Pollock describe el performance como «una forma de arte demoledora.» Al colocar el cuerpo vivo del artista en el centro del evento, escribe Pollock, se crea una intimidad que nos provoca ansiedad y placer y nos remonta a nuestro inconsciente, a «aquellas formas de intercambio con el mundo asociadas a nuestros momentos iniciáticos como seres encarnados en el tiempo y el espacio. Freud llamó a esta condición lo infantil, lo que no significa que el performance nos haga niños. Más bien nos reconecta con el dominio de las intensidades de los infans, lo que significa, en latín, sin lenguaje.» (7) Es paradójico, pues, cómo las palabras de Vicuña nos remontan a un momento en el cual el lenguaje no existía todavía. No sé bien lo que es, pero sus palabras nos hacen sentir cosas que, o habíamos olvidado o nos resultan muy familiares aunque no las hayamos experimentado nunca.

«Palabrarma: armada por todos»

Vicuña nos cuenta que guarda papelitos y lápices por toda su casa, en el baño, en la cocina, en las macetas. Los poemas, dice, son como pajaritos que llegan volando y más te vale tener donde apuntar. Escribo sobre Vicuña porque así la sentí, como un pajarito que llegó volando en medio de las balaceras, y del invierno. Habrá quien opine que su obra y sus propuestas son un tanto ingenuas, un poco cursis, quizá, por utópicas. ¿Palabras armas? ¿Acaso no habíamos admitido ya el fracaso político de la estética comprometida de la izquierda? ¿Y no habíamos dicho ya que el arte «políticamente comprometido» no tiene nada que ofrecernos? (8) Vicuña nos invita a que nos hagamos nuevamente estas preguntas. En momentos tan devastadores, cuando el ruido de las balas parece silenciarlo todo, aún se escuchan con fuerza sus palabras.

PALABRARmas se presenta hasta el 2 de junio en el Neubauer Collegium for Culture and Society de la Universidad de Chicago (5701 S. Woodlawn Ave., Chicago, IL 60637). Para acompañar la exposición ha publicado un libro homónimo, que como no podía ser de otra manera está dedicado al poeta Nicanor Parra, quien falleció a principios de este año mientras se montaba la exposición. El libro incluye los anagramas visuales originales y las traducciones al inglés, así como las reflexiones de Dieter Roelstraeter, el curador de la exposición y de Vicuña misma. Para quienes se puedan dar una vuelta por Nueva York, ahora mismo (y hasta el 22 de julio) se presenta la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 en el Brooklyn Museum, que incluye un par de piezas de esta artista. (9) Además, el próximo 18 de mayo, se inaugurará una exposición individual de Vicuña en este mismo museo (10). Valdrá la pena ir a verla, y con suerte toparse con ella.

Notas:

(1) En Chicago, en 2017, fueron asesinadas cerca de tres mil personas. (Madeline Buckley. «Nearly 3000 people shot in Chicago so far this year.» Chicago Tribune, Octubre 9, 2017: http://www.chicagotribune.com/news/local/breaking/ct-34-shot-5-fatally-over-the-weekend-in-chicago-20171009-story.html).

(2) Ejemplos de los anagramas que Vicuña compone y que se encuentran en su exposición PALABRArmas y en el libro homónimo.

(3) «Understanding the violent effect of lies changed my view of language. I suddenly saw the word verdad, truth as dar ver: to give sight, and the word mentira, like, as «tearing in the mind.» (Vicuña, Palabrarmas (Chicago: University of Chicago, 2018): 65.

(4) «Her vision of words made her fly, and she danced and laughed as she flew.» (Vicuña, Palabrarmas (Chicago: University of Chicago, 2018): 64.

(5) «Es tan pequeñita, es como una hormiga, es prácticamente invisible.»

(6) Inaugurado hace pocos años en memoria de Milton Friedman (asesor inmediato de Augusto Pinochet) y de su discípulo Gary Becker, el Instituto Becker Friedman dice tener como propósito entender el impacto económico a que tiene a largo plazo cada una de las decisiones que tomamos, incluyendo donde ir a la universidad o con quien se contrae matrimonio. Es decir, el supuesto es que no solo todas y cada una de nuestras decisiones se pueden contabilizar y monetizar, sino que además, de acuerdo con los objetivos del Instituto, deben ser contabilizadas y monetizadas, para que el mundo pueda ser analizado de manera «imparcial.» (https://bfi.uchicago.edu/about-us)

(7) Griselda Pollock. «Mónica Mayer: performance, momento y la política de la vida.» Mónica Mayer: si tiene dudas… pregunte: una exposición retrocolectiva (México: UNAM y MUAC, 2016): 112.

(8) El concepto mismo de «arte comprometido políticamente,» nos dicen, no es solo anticuado, sino obsoleto. (Cuauhtémoc Medina. Abuso Mutuo. (México: Editorial RM, 2017): 206).

(9) Ver la reseña de Paloma Checa-Gismero, «Mujeres radicales latinoamericanas en Los Ángeles» en Campo de Relámpagos: http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/30/11/2017.

(10) https://www.brooklynmuseum.org/exhibitions/cecilia_vicuna

Fuente: http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/4/5/2018