Escribo estas líneas con afán indagador en una duda que me ha quedado tras leer un artículo sobre un libro (¿o son dos?) de reciente publicación. El artículo en cuestión viene firmado por Jordi García y se titula «Franquistas en Barcelona» y se ha publicado en el suplemento Babelia del pasado sábado, suplemento dedicado a la […]
Escribo estas líneas con afán indagador en una duda que me ha quedado tras leer un artículo sobre un libro (¿o son dos?) de reciente publicación.
El artículo en cuestión viene firmado por Jordi García y se titula «Franquistas en Barcelona» y se ha publicado en el suplemento Babelia del pasado sábado, suplemento dedicado a la cultura del periódico El País.
Se anuncia la crítica sobre la obra de Francesc Vilanova i Vila-Abadal que en catalán se titula «La Barcelona franquista i l’Europa totalitària (1936-1946)» y está editada por Empúries (Barcelona 2005), y la edición en castellano se titula «El franquismo en guerra. De la destrucción de Checoslovaquia a la batalla de Stalingrado» y la edita Península (Barcelona 2005). Pero se añade la diferencia de páginas (429 en catalán y 253 en castellano), así como el precio (24 euros por 17,50 euros).
Las líneas en las que Jordi García explica el contenido de este libro me han llenado de curiosidad. Jordi dice que «Francesc Vilanova desmonta los mitos de la neutralidad del régimen de Franco durante la II Guerra Mundial y de la aliadofilia de algunos periodistas catalanes». Estos periodistas agrupados en el semanario Destino, y en parte de La Vanguardia, tienen entre sus primeras representaciones a una figura como Carlos Sentís, al cual le califica como algo pillastre. Tengo entre mi memoria alguna imagen televisiva de este personaje y, las personas que algo me hablaron de él, siempre me lo confirmaron como adicto al régimen. Jordi García confirma mis referencias y comenta «neto franquista, uno de los saqueadores de la biblioteca personal de Juan Ramón Jiménez, en Madrid, periodista destacadamente estelar por razones políticas y no sólo profesionales desde la guerra (había ejercido también de espía, y seguramente de modo más fiable que Josep Pla), y secretario personal del héroe de guerra Rafael Sánchez Mazas mientras fue ministro sin cartera. Quizá el porte de la elegancia mediterránea lo desdibuja, pero no lo veo tan lejos de un personaje como Emilio Romero, pese a tantas diferencias, y en este libro sale mal parado de veras por una de las vías que más brillo le dio entonces, es decir, esas pocas pero explotadísimas horas que pasó en Dacha, observando curiosidades y detalles humanos de algunos pícaros judíos todavía no cadáveres».
Todo muy interesante para conocer aspectos muy oscuros de tantos que de repente vieron la oportunidad de lavar su imagen demasiado apegada al supremo. Pero de todo esto, lo que más me llama la atención (y de ahí el título de este artículo) es que el Sr. García confirma mis sospechas al ver la diferencia de páginas entre las dos versiones. El articulista destaca que el Sr. Sentís es la figura más turbia del cuadro de personajes a los que alude (entre otros, Ignacio Agustí o el dueño y amo de La Vanguardia, el conde de Godó) pero que «no vayan a verlo los lectores de la versión española porque es la parte sacrificada del original catalán».
La pregunta es clara, ¿qué sentido tiene que no se traduzca la versión completa?. Espero que alguien tenga la amabilidad de aclarármelo. Mientras tanto no voy a comprar la versión alterada, y si el tiempo y la sensatez no lo remedian haré esfuerzos por leerla en lengua catalana.
* Emilio Sales Almazán es responsable del Foro por la Memoria en Castilla la Mancha