A 26 años de la primera reunión de la Conferencia de las Partes sobre el cambio climático, hay certezas.
La más importante, que el cambio climático no es un proceso lineal ni homogéneo; que las primeras representaciones de deshielos polares masivos, subidas del nivel del mar que inundarían ciudades y desertización generalizada no se corresponde a la complejidad de la degradación observada en estos años. Que se perfila un futuro de fuertes contrastes. El discurso sobre regiones “ganadoras” o “perdedoras” a causa del cambio climático ya no se critica, se evalúa y se analiza fríamente.
Otra certeza es el paso intelectual de la reversión a la mitigación, de ésta a la adaptación y, finalmente, a la resignación. Sólo colectivos juveniles de países con unas clases sociales acomodadas numerosas remedan proclamas tipo “nuestro mundo se quema” o “acabaremos con la vida en la Tierra” propias de los primeros años de movilización social entusiástica. Son colectivos de discurso superficial, con poca tendencia a la reflexión y compromiso volátil; su máxima “acción” ha consistido en “denunciar” a “los gobiernos” ante “la justicia” para que cumplan compromisos o “actúen”. Un cúmulo de generalizaciones muy jaleado por los medios del progresismo ilustrado de todos los colores.
Así, mientras grupos financieros e industriales determinan el contenido de las leyes antes de que sean redactadas por los gobiernos, ajustándolas a sus intereses (mediante bufetes legales o usando puertas giratorias que conectan la política institucional y el poder económico), la movilización social despliega acciones simbólicas o recurre al poder judicial para poner querellas de resultado incierto.
Las llamadas crisis han proporcionado otra certeza: son las clases subalternas las que sufren más duramente las políticas impuestas por las clases dominantes, la pandemia ha añadido más evidencias. Certeza que va seguida de la constatación de que la única respuesta al cúmulo de datos que muestran el incremento de las desigualdades ha consistido en acumular manifiestos, proclamas o peticiones, promovidos o apoyados por entidades de diverso tipo y personalidades ilustres del mundo universitario, cultural e incluso religioso, dirigidas a los gobiernos enumerando medidas genéricas o concretas para corregir dichas desigualdades, pero sin concretar responsabilidades de las clases dominantes a nivel empresarial o financiero y los medios de presión para afrontarlas.
Así, unos gobiernos cuya capacidad de maniobra e incidencia en la producción y la economía se ha reducido casi a nivel simbólico tras años de desmontar el estado desde el capitalismo neoliberal, son los únicos interlocutores a los pueden dirigirse las clases acomodadas y subalternas para abordar los conflictos materiales.
Estas certezas hacen referencia a la realidad social y política que determina el día a día; pero desde el campo del conocimiento de las características del colapso se apuntan otras que afectan a algo más grave, a la realidad material.
Los ejemplos abundan. En base a los últimos acontecimientos, Pedro Prieto apunta una reflexión ineludible sobre la fragilidad de lo complejo, y desde una perspectiva de fondo, Asier Arias apunta el cúmulo de contradicciones contenido en los tímidos intentos de afrontar lo inevitable con los medios sociales y políticos ya enunciados y, más allá, la cruda realidad pulveriza visiones de una ingenuidad casi aterradora.
Son sólo dos certezas, se pueden encontrar muchas más, entre ambos campos de certezas una vasta extensión de incertidumbres, tan llena de conflictos que repele cualquier intento de abordarlos. Como ejemplo el análisis de Manuel Casal Lodeiro sobre el “Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española”, para los 140.000 millones de € de la UE a España que puede leerse en los siguiente enlaces: (1) y (2).
Y una certeza compartida sobre la que se suele apartar la mirada, una certeza que la pandemia está poniendo de manifiesto día tras día, y que los grupos de poder que controlan la información están aprendiendo, también día a día, a gestionar integrándolo en un menú de propaganda/información digerible para las clases acomodadas: la muerte de millones y millones de personas de las clases subalternas es inevitable, sea cual sea la forma en que se produzca el colapso ecosocial, la incertidumbre aquí está en el dónde, el cuándo y el cómo.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-198/notas/certezas-e-incertidumbres