La gestión japonesa de la crisis de sus reactores ha sido censurada globalmente como lo fue la soviética. Expertos y autoridades reconocen que ya no se puede garantizar al 100% la seguridad de las centrales atómicas. Apenas había pasado una semana de la peor catástrofe nuclear de la historia, cuando los siete países más industrializados […]
La gestión japonesa de la crisis de sus reactores ha sido censurada globalmente como lo fue la soviética. Expertos y autoridades reconocen que ya no se puede garantizar al 100% la seguridad de las centrales atómicas.
Apenas había pasado una semana de la peor catástrofe nuclear de la historia, cuando los siete países más industrializados de la época firmaban una declaración sobre las consecuencias del accidente en la que afirmaban: «Cada uno de nuestros países cumple normas estrictas. Cada país, además, tiene la obligación de facilitar prontamente información detallada y completa sobre las emergencias y accidentes nucleares. Cada uno de nuestros países asume esa responsabilidad e instamos al Gobierno de la Unión Soviética, que no lo hizo en el caso de Chernóbil, a que facilite urgentemente dicha información».
Los dirigentes del G-7 ya tenían veredicto el 5 de mayo de 1986: seguir adelante con el uso de la energía atómica porque, al contrario que la URSS, estos países sí se veían capaces de garantizar la seguridad. Aquella cumbre, la primera pos-Chernóbil, se celebró en Tokio y Japón fue uno de los firmantes de este texto, que añadía una declaración de intenciones: «La energía nuclear es y, debidamente administrada, seguirá siendo una fuente de energía cada vez más utilizada».
Ahora, la gestión japonesa de la crisis de Fukushima es censurada globalmente como lo fue entonces la soviética. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) critica la opacidad japonesa y sus vecinos critican decisiones como la de verter agua contaminada al mar.
El jueves, en la conferencia internacional que se ha celebrado en Kiev (Ucrania) por el aniversario de Chernóbil, estaba previsto que una delegación japonesa informara sobre la situación de Fukushima. Pero en nombre de Japón no acudió nadie y sólo unas fotocopias aportaban información sobre la central nipona.
Sí estuvo el japonés Yukiya Amano, director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), quien aprovechó la cita para negar las similitudes entre ambas catástrofes, sobre todo por las diferentes consecuencias para la salud de la población, e insistió en que la nuclear seguirá siendo necesaria: «Debemos extraer lecciones de esas tragedias». Junto a él, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon extrajo una conclusión terrible: «Probablemente veremos más desastres de este tipo».
Por primera vez, la conclusión que se extiende es que ya no se puede garantizar al 100% la seguridad de las plantas atómicas. No es cosa de las chapuzas soviéticas; uno de los países más avanzados y organizados del mundo ha sido incapaz de poner freno a la paulatina descomposición de varios reactores juntos.
Los accidentes de Chernóbil y Fukushima han puesto en evidencia lo peor de dos sistemas, de dos formas de resolver los problemas. El reactor 1 de Chernóbil se descontroló por culpa de decisiones incontestables impuestas por la dictadura de la burocracia. A pesar de que los técnicos lo desaconsejaban, el jefe en la planta les obligó a continuar con un simulacro que alguien, en Moscú, quería que se llevara a cabo sí o sí. No cabía discusión. Tras la catástrofe, soluciones a la soviética: opacidad informativa y numerosas vidas sacrificadas con el objetivo de sepultar el problema.
En Japón demostraron tener sus propias carencias, reflejo del sistema en el que viven. Después de la crisis de Fukushima, han empezado a salir a la luz las numerosas connivencias entre los organismos reguladores de la energía atómica y las compañías. Quien tenía que exigir seguridad a la industria nuclear se preocupaba sobre todo de fomentar su uso. La complicidad degeneró en negligencia: se permitió que la planta de Fukushima se ubicara al nivel del mar, tras excavar la costa, para reducir costes. Una imprudencia evidente en un país, Japón, amenazado por los tsunamis y una industria, la nuclear, que aspira a prever incluso los imprevistos.
Luego, cuando comenzaron los problemas, llegó el cálculo económico. «La gente de Tepco estuvo dudando si arruinar para siempre la central al inyectar agua de mar para enfriar los reactores. Perdieron un día precioso, como se ha demostrado después, para salvar la inversión», recuerda el catedrático de Ingeniería Ignacio Pérez Arriaga, quien preparó en 2005 el libro blanco sobre el sector eléctrico para el Gobierno de España. Un documento en el que aseguraba que incentivar a la industria atómica conlleva «el riesgo de relajación de las condiciones de seguridad».
Pérez Arriaga cree que esta premisa se ha cumplido en Fukushima: «Es la filosofía del mercado, jugar un poquito más con el riesgo para garantizar la rentabilidad». «No somos un mundo de santos, la gente es avariciosa», resume, y asegura que el mayor problema que tiene la nuclear, en su opinión, no es su solidez, sino su proliferación en países poco escrupulosos con las medidas de seguridad.
El director general del Instituto francés de Radioprotección y Seguridad Nuclear, Jacques Repussart, fue tajante en su intervención en la cumbre de Kiev: «El conflicto entre la seguridad y otros objetivos [se refiere a económicos] está a menudo en la raíz de los problemas». Del mismo modo, el socioecólogo Ramón Folch considera que las respuestas que la URSS y Japón dieron a sus crisis nucleares son fiel reflejo de los defectos de sus sistemas: «Es lógico que así sea; ante una situación extrema, se exaltan los vicios locales. En Chernóbil actuaron a la soviética, mandando a mucha gente a resolver la tragedia. En Fukushima han reaccionado a la japonesa: capitalismo y disciplina», sintetiza.
Ayer mismo, fuentes gubernamentales confirmaron que se harán cargo de las indemnizaciones que Tepco tenga que pagar si estuviera en riesgo la supervivencia de la empresa.
Riesgos y encuestas
Tras esta segunda gran crisis nuclear, la cuestión es si gobiernos e inversores se atreverán a apostar por esta energía. La presidenta del lobby atómico español, María Teresa Domínguez, fue clara el pasado 14 de marzo al afirmar que en España no se invierte en nuevas centrales porque existe un riesgo: la opinión pública.
Se trata de una batalla decisiva, porque como ha demostrado Alemania, la presión popular antinuclear puede inclinar la balanza electoral. Folch considera que esta situación obligará a los gobiernos a tomar «medidas teatrales» a corto plazo. Habla de Angela Merkel, pronuclear hasta Fukushima según confiesa, al cerrar los reactores más antiguos de su país. «Es como si el papa de repente abogara por la píldora anticonceptiva», ironizaba la revista Der Spiegel.
«En el tema nuclear va a seguir habiendo dos bandos», asegura el economista Carlos Mulas-Granados, director de la Fundación Ideas. «Aunque algo ha cambiado con Fukushima», matiza. «El argumento de que las centrales son seguras, ahora que vemos que no siempre es así, inclina la balanza en el debate», considera Mulas-Granados. En estos momentos, la energía nuclear cuenta en EEUU con menos apoyo que tras el accidente que sufrieron en su propio territorio, en la planta de Three Mile Island en 1979. Según una encuesta de CBS, hoy respalda la construcción de nuevas centrales el 43% de los ciudadanos, frente al 46% que se mostraba favorable tan sólo un mes después de aquel accidente. En España, sólo el 12% es partidario de alzar nuevas centrales, según una encuesta del Foro Nuclear de 2005.
Hasta ahora se consideraba que la apuesta nuclear vivía ciclos; después de un susto, se enfriaba el interés por esta energía. Con los años, los problemas se olvidan y resurge el debate. El caso de Italia es paradigmático. En 1987, tras los sucesos de Chernóbil, votaron en referéndum deshacerse de sus cuatro reactores. En 2008, como muchos otros países, el primer ministro Silvio Berlusconi planteó la posibilidad de levantar ese veto. Fukushima le ha obligado a guardar en un cajón sus planes.
«La opción pronuclear estaba muy avanzada. Ahora se ha echado el freno en muchos países: Suiza, Italia, Alemania…», explica el portavoz de Ecologistas en Acción, Francisco Castejón. Este físico nuclear considera que una de las lecciones de Fukushima es la necesidad de proteger tanto los edificios auxiliares como los propios reactores, lo que encarecerá más esta energía, con fama de barata.
Según el radiobiólogo y presidente de Científicos por el Medio Ambiente, Eduard Rodríguez-Farré en los últimos años, la industria se estaba «aprovechando de que la memoria es corta», pero es probable que ahora no quepa marcha atrás. «Chernóbil impresionó, Fukushima ha enterrado el futuro de posibles inversiones», sentencia.
Cuando pasen los años y los sucesos de Japón sólo sean un pedazo de hemeroteca, quizá sea ya demasiado tarde para la industria atómica. Como recuerda Pérez Arriaga, el coste de las centrales aumentará, porque se exigirán muchos más requisitos y los permisos serán escasos.
«Esto retrasará la inversión privada y a lo mejor ya nunca ocurre que vuelva a darse un nuevo ciclo de desarrollo de la industria nuclear», asegura, convencido de que para entonces las renovables ya estarán dominando el panorama. Folch zanja: «En 20 años, la atómica será una tecnología obsolescente».
Fuente: http://www.publico.es/ciencias/372706/chernobil-fukushima-nucleares-a-la-uvi