La contaminación transgénica del maíz en Chihuahua es un hecho gravísimo, y apenas un botón de muestra de lo que están dispuestas las multinacionales para apoderarse de la agricultura, la alimentación y la soberanía de México. En septiembre, la Sagarpa reconoció la existencia de 70 hectáreas de maíz transgénico en Chihuahua y dijo que tomaría […]
La contaminación transgénica del maíz en Chihuahua es un hecho gravísimo, y apenas un botón de muestra de lo que están dispuestas las multinacionales para apoderarse de la agricultura, la alimentación y la soberanía de México.
En septiembre, la Sagarpa reconoció la existencia de 70 hectáreas de maíz transgénico en Chihuahua y dijo que tomaría medidas para sancionarlo. Una medida tardía e hipócrita, ya que un año antes, el Frente Democrático Campesino de Chihuahua (FDCCh) y El Barzón, con apoyo de Greenpeace, detectaron y denunciaron la siembra ilegal de maíz transgénico en la región y las autoridades no hicieron nada. Mejor dicho: han hecho mucho. En lugar de evitar y prevenir la contaminación anunciada, se dedicaron con ahínco a tratar de sacar regulaciones que le permitan a las trasnacionales iniciar la siembra de maíz transgénico y así legalizar la contaminación. Greenpeace incluso denunció que la propia Sagarpa tiene parcelas transgénicas ilegales.
Según testimonios de productores de la región recogidos por el FDCCh, las importadoras y vendedoras de semillas en la región, re-empaquetaron un mínimo de 3 mil sacos de maíz, mezclando granos transgénicos. Las organizaciones estiman que podrían estar contaminadas hasta 25 mil hectáreas.
Se trata entonces de un verdadero Chernobyl genético, ya que México es el centro de origen del maíz y su contaminación tiene efectos potenciales devastadores. Sobre la planta en sí misma (como han mostrado muchos científicos independientes) pero también, como expresa Víctor Quintana, uno de los denunciantes, es un «embate feroz contra la agricultura campesina e indígena» en todo México, para quienes el maíz es el centro de sus economías, autonomía y culturas.
¿Por qué hicieron esto las empresas comercializadoras? El maíz transgénico es más caro que las variedades híbridas, así que sería un «mal negocio». Cabe deducir entonces que tuvieron la intención expresa de provocar contaminación, alentados por quien tiene mucho para ganar con ello.
El contrabando y la contaminación intencional forma parte de las estrategias que Monsanto, que controla 87 por ciento de los transgénicos en el mundo, ha promovido en otros países. Así se introdujo la soya transgénica en Brasil, para crear una situación de hecho y presionar al gobierno a autorizar su siembra. Logrado esto, Monsanto reclamó el pago de «regalías» a productores y gobierno, situación que seguramente se propone repetir en México.
Para Monsanto es fundamental asegurar el mercado mexicano de maíz transgénico, porque México ocupa el cuarto lugar en sus ventas de maíz a nivel global. Aunque la empresa dispone de variedades no transgénicas, que incluso producen más, quiere vender transgénicos, porque son cultivos patentados y eso le permite vender más caro e impedir legalmente a los agricultores que guarden semillas para la próxima siembra. Además, como la contaminación es inevitable, tal como se ha demostrado en todos los lugares del mundo donde se han liberado transgénicos, le permitirá a futuro demandar a las víctimas y ganar millones de dólares adicionales, como lo hace en el resto de América del Norte.
Esta estrategia se la facilitan también seudo-científicos de alquiler (algunos que incluso supuestamente trabajan en «bioseguridad» en el país), que ahora han preparado un documento en el cual, luego de negarlo por años, «demuestran» que casi todo México está contaminado con transgénicos, y que por tanto, no tiene sentido restringir su uso comercial.
El asalto de las transnacionales al mercado de semillas es vandálico. Mientras que hasta hace cuatro décadas, las semillas estaban casi en totalidad en manos de campesinos, agricultores e instituciones públicas y circulaban libremente, actualmente 82 por ciento del mercado global de semillas comerciales está bajo propiedad intelectual (patentes o certificados de obtentor). De ese porcentaje, Monsanto, Syngenta y DuPont controlan casi la mitad (47 por ciento) del mercado mundial.
La colaboración -por acción u omisión- que le prestan las autoridades mexicanas a estas empresas para que puedan controlar aspectos claves de la vida de todos, como son las semillas en general y la contaminación del maíz en particular, es un crimen histórico. En un sexenio, un grupito de funcionarios pretende regalar a seis empresas trasnacionales el patrimonio genético del maíz, creado colectivamente por campesinos mesoamericanos durante más de 10 mil años. De paso, entregar la soberanía del país, ya que las semillas son la llave de toda la red alimentaria.
Pese a ellos y a las trasnacionales, la mayoría de las semillas siguen en manos de los pueblos del maíz que las crearon. Rendirse no está en su agenda. Como anunciaron las organizaciones de Chihuahua (y muchas otras piensan), si los siguen empujando sólo les quedará «lanzarse a destruir los campos infestados de transgénicos».
*Investigadora del Grupo ETC