Han subido los precios del pan, de la leche, de la carne, de los huevos, de las frutas y, en general, de todos los productos alimenticios de primera necesidad. Ayer los telediarios anunciaban que esas subidas se debían a que tierras que hasta ahora se destinaban al cultivo de alimentos y a la cría de […]
Han subido los precios del pan, de la leche, de la carne, de los huevos, de las frutas y, en general, de todos los productos alimenticios de primera necesidad. Ayer los telediarios anunciaban que esas subidas se debían a que tierras que hasta ahora se destinaban al cultivo de alimentos y a la cría de ganado, ahora se están destinando a la producción de biocombustibles. Los biocombustibles se presentan, falsamente, como la solución a los problemas medioambientales y de desarrollo económico causados por el descenso continuado y alarmante de las reservas del petróleo. La producción de nuestros campos, que hasta ahora se destinaban a la alimentación de las personas, ahora va a destinarse a producir combustible para que sea quemado por nuestros coches.
Que suba el precio de los alimentos no sería malo si ese aumento fuese emparejado con un aumento proporcional de las pensiones de nuestros mayores y de nuestros salarios. Pero mientas que todos los productos básicos para la vida suben de precio, no sucede lo mismo con los salarios que disponemos, tanto los trabajadores como los pensionistas, para mantener nuestras condiciones de vida en los niveles actuales. La realidad es que la subida de los precios de los alimentos nos aboca a utilizar más dinero a la alimentación de nuestros hijos y de nuestros mayores y menos a otras necesidades, también básicas como la vivienda, la educación, la cultura, la sanidad, etc.
Aquellos que, con salarios más bajos no puedan hacer frente al encarecimiento de los alimentos y de las demás necesidades básicas, les esperan tiempos muy duros, pues de seguir aumentándose las tierras que se destinan al cultivo de combustibles y disminuyendo las que se dedican al de alimentos, la comida empezará a escasear y los que tengan los ingresos más bajos, serán los primeros en padecer, en sus propias carnes, en las de sus hijos y en la de sus mayores, las carencias.
¿ Seremos tan ciegos como para no ver hacia donde nos dirigimos y permaneceremos tan pasivos como para no poner soluciones antes de que la catástrofe llegue ?. Hemos de exigir a nuestros gobernantes y a quienes disponen la programación de la economía, que el valor primero, por encima de todos los demás sean las personas y su bienestar, aquí y en cualquier lugar de nuestro mundo, y que por lo tanto trabajen para el bienestar de esas personas y no para el de los coches ni para engordar, aún más, las cuentas corrientes de algunos.
¿ Seremos tan ciegos como para no ver el futuro al que nos quieren dirigir ?. Ya no hacen falta cámaras de gas para exterminar a los más pobres (sólo son necesarios los justos para producir lo que necesiten los que más tengan). Con el hecho de disminuir la producción de alimentos, para sustituirla por biocombustibles, el holocausto llegará por hambre. Pero los responsables de tan enormes tragedias como las que se vislumbran, serán quienes anteponen el mercado y el beneficio económico a la vida humana y los gobernantes que lo consienten.