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De convicciones, posiciones y relatos en ecología y economía

¿Cientificidad o politicidad?

Fuentes: Rebelión

Ante el «estado del mundo» y más allá de escaramuzas de coyuntura parecen perfilarse dos posiciones, dos visiones bastante antagónicas; la del decurso natural y más o menos espontáneo de «las cosas de este mundo» y la que procura interpretar los cambios que sobrevienen como parte de políticas, de una política. La historia o «los […]

Ante el «estado del mundo» y más allá de escaramuzas de coyuntura parecen perfilarse dos posiciones, dos visiones bastante antagónicas; la del decurso natural y más o menos espontáneo de «las cosas de este mundo» y la que procura interpretar los cambios que sobrevienen como parte de políticas, de una política. La historia o «los relatos» sobre los avances tecnocientíficos, las narrativas sobre la pujanza industrial, la importancia del hallazgo de nuevos materiales o el uso inesperado de un recurso hasta ahora con muy otras aplicaciones parecen pertenecer al primer encuadre.

Claudio Scaletta, con su abordaje de las relaciones entre economía y ecología (en los suplementos Cash, Página 12, Buenos Aires) podría ser un buen ejemplo, por lo contundente de sus argumentaciones, de la primera vertiente.

El desarrollo económico, que como lo explicitara el imprescindible Jacques Ellul refiriéndose a la tecnología «que se desarrolla porque se desarrolla», nos ofrece ese relato virgen, de las cosas siguiendo su curso, llevando a la humanidad a su rastra. Y en buena hora -prosigue el relato−, porque gracias a dicho desarrollo vamos venciendo ignorancias, escaseces, miserias. Porque la inventiva humana, como el amor, «es más fuerte». Scaletta, por ejemplo, es muy categórico advirtiéndonos que el desarrollo tecnocientífico junto con el económico es lo que nos afirma y adelanta y que los reparos (por ejemplo ecológicos) pertenecen a un universo reaccionario. Utópico y reaccionario. No se trataría entonces de una reacción, manifestando resistencia, garra, opciones, sino de una reacción puramente conservadora, buscando el imposible retorno a algún pasado.

Un periodista de investigación, como William Engdahl, estadounidense, dedicado a ventilar los motivos y pasos que llevaron a la Revolución Verde, o a los alimentos genéticamente modificados, pasos cumplidos celosamente por consorcios dedicados a expandir su control o por políticos atareados con preservar (y si es posible, aumentar) la «preponderancia» de EE.UU. en el mundo, por la enorme enjundia de sus investigaciones, podría ser un buen ejemplo de la segunda vertiente. Engdahl muestra e historia «los juegos del poder». Es lo que hacen tantos analistas e investigadores de las redes de poder, como Noam Chomsky, Reginald Horsman, Brewster Kneen, Helena Paul, Sheldon Wolin y tantos, tantos otros.

Por cierto que tanto una visión rosa del discurrir humano como una saga de conspiracionismos, cargada de códigos da Vinci e Illuminati, constituyen «relatos» inaguantables que nos llevan al babeo intelectual y a una actitud refractaria ante tanto macaneo rosa o negro. Pero esto apenas nos permitirá ir descaratando las versiones más «fundamentalistas», como se dice ahora, de las dos modalidades que hemos tratado de señalar.

Para decidir si el avance humano es como surge de relatos como el de Scaletta, el de Tecnópolis y tantos otros, o, por el contrario, hay un deus ex machina mucho más presente de lo que tal visión nos permite visualizar, existe un hecho decisivo, que a mi modo de ver desnivela totalmente los términos que procuré plantear con la mayor ecuanimidad posible (procurando atender observaciones atinadas que Erica Carrizo formulara en Cash, Página 12, 8/9/2013).

Tal es sencillamente, que hay quienes se sienten dueños o decisores de la suerte y la marcha del mundo, y actúan en consecuencia. Me refiero a los titulares de grandes empresas transnacionales, comerciales o banqueras, a fulanos como David Rockefeller o a los directivos de Wal-Mart o a los think-tanks de la Casa Blanca, a lobbystas como los del AIPAC, o a la plana superior de Monsanto o Halliburton, por ejemplo.

Y frente a tales comportamientos tenemos, a su vez, dos opciones: sostener la vertiente UNO, dando por hecho que estos referentes del Bilderberg Group, o de la Trilateral, el BM, el FMI, son personas con una pérdida severa de juicio de realidad, desvariantes que creen regir un mundo que los excede por donde se lo mire… o sostener la segunda vertiente u opción, de que efectivamente hay grupos de poder que deciden sobre el ritmo de los agrupamientos humanos −y no exactamente los barriales o los de un club de ex-adictos al alcohol o a algún dios− sino el del devenir de sociedades enteras; políticas alimentarias para millones, para países enteros, el despliegue de «alimentos como armas de destrucción masiva» (precisa definición de Paul Nicholson, de Vía Campesina); el control de nuestro consumo (y en buena medida también cómo nos intoxicamos); como nos relacionamos (mediante los medios de incomunicación de masas y la persecución gratificante de un narcisismo pertinaz); como nos desplazamos; como nos respetamos (o no); como nos tratamos intergeneracionalmente…. en suma, la disposición en el reino de la heteronomía (contra la cual cada uno lucha en sus porciúnculas de vida cotidiana).

El abordaje que Claudio Scaletta acomete en Cash 1.9.2013 pertenece nítidamente a lo que definí como primera vertiente: el acontecer de las sociedades y la incorporación de los desarrollos tecnocientíficos se producen científicamente, sin mediación de política alguna, sin necesidad de atender las esferas del poder. La sociedad que subyace al texto de Scaletta se podría parecer a la ensoñación anarquista de una sociedad sin dimensión política, donde lo social, lo económico, lo biológico, conviven y se desarrollan sin la interferencia de la dimensión política…

Eso, que en el algún momento fue un sueño de algunas (apenas algunas) corrientes anarquistas emparentadas con un apoliticismo radical, en rigor únicamente nos vela apreciar, y afrontar, la dimensión política de la sociedad humana, que es inescindible de la vida de los humanos, puesto que nos referimos con ello, sencillamente a la necesidad de decidir qué hacer.

Y eso, lo hacemos o nos lo hacen. Pero hacer se hace siempre. Quien esto escribe asume que lo que nombramos segunda vertiente u opción está mucho más cerca de nuestra realidad actuante, y que todo discurso que procure descansar sólo en dimensiones como la tecnocientífica, no es sino un escamoteo que nos introduce en la ceguera y la ignorancia. Curiosamente, pretextando la mejor calidad lógica y gnoseológica.

Un comentario al mismo artículo de Scaletta, firmado por la ya mencionada Erica Carrizzo, presenta unos cuantos ejemplos de tal ceguera, que me permiten no abundar en ellos.

Como conclusión, siempre provisoria, tengo para mí que el despliegue de Scaletta, dispensando bulas de quilates ideológicos presenta la ceguera característica de los fundamentalistas que él precisamente declara combatir. En esto, lamentablemente, no es original.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.