«¿Huelga de camioneros? ¿Y huelga de pescadores? Pero ¿no había desaparecido el proletariado y se había superado la lucha de clases en la armoniosa sociedad del conocimiento? exclama perplejo un amigo mío, capaz de tragarse todos los tópicos. Pues, ciertamente, no, le respondo. A pesar de los robots y de las nuevas tecnologías siguen haciendo […]
«¿Huelga de camioneros? ¿Y huelga de pescadores? Pero ¿no había desaparecido el proletariado y se había superado la lucha de clases en la armoniosa sociedad del conocimiento? exclama perplejo un amigo mío, capaz de tragarse todos los tópicos. Pues, ciertamente, no, le respondo. A pesar de los robots y de las nuevas tecnologías siguen haciendo falta manos humanas que empuñen las máquinas y estas manos y brazos están unidas a cuerpos que necesitan alimentarse y llevar una vida soportable. Y tan primordial cosa, es lo que reclaman y exigen camioneros y pescadores. Trabajadores ambos, pues no se diga que poseer un instrumento de trabajo, como es un camión, a cuyo volante se pasan interminables horas, convierte a quien a ello se dedica en miembro de la elite empresarial.
La reciente huelga de camioneros, en muchos ambientes tan mal comprendida, pone al vivo la falsedad de los lugares comunes con que una sociología convencional y una torrencial propaganda troquela las dóciles mentes ciudadanas. Pero, sobre todo, deja al desnudo, como el rey del viejo cuento, la insoportable situación en que la política del capitalismo rampante está hundiendo a la sociedad. La huelga de transportistas y de pescadores es un fenómeno muy concreto, y referido a un sector de la sociedad caracterizado por un trabajo especialmente duro, pero se sitúa en el amplio deterioro, en la agresión que se extiende hacia la mayoría de las capas sociales. Cuando las necesidades primarias de vivienda y alimentación se convierten en cargas difíciles de soportar, mientras las grandes empresas aumentan considerablemente sus beneficios y los ingresos de sus directivos. Y, si tendemos la vista más allá de las fronteras del privilegiado Primer Mundo ante el estremecedor espectáculo del hambre y la miseria no se puede dejar de denunciar el fracaso de la reciente reunión de Roma, con unos resultados tan satisfactorios para las grandes empresas como frustrantes para los mil millones de hambrientos, que, hermanos nuestros pueblan el planeta.
Volviendo al tema inicial, esta huelga levanta un importante desafío al gobierno, a los sindicatos y a la solidaridad de la ciudadanía española. Sirve de piedra de toque para comprobar la auténtica posición del actual ejecutivo, al enfrentarse, no ya con problemas de ideología superestructural, sino con las bases materiales de la vida colectiva y el conflicto trabajo/capital. Las primeras reacciones no parecen ser muy coherentes con la definición de un partido como socialista y obrero. Respecto a las reivindicaciones de los huelguistas, ha manifestado el gobierno que no debe tomar medidas que atenten contra la»libertad de mercado» ¿Hasta cuando vamos a creer en el mito de la mano invisible y mágica del mercado? La misión de la pálida izquierda que representa la social democracia es cabalmente corregir la desigualdad de fuerzas en el mercado para favorecer a los trabajadores y a las clases desposeídas. ¿Ni siquiera vamos a llegar a tal política? ¿O nos va a guiar ese recién lanzado «socialismo liberal» cuyo nombre es un oximoron si a la economía se refiere.
Pero, además, se alega que medidas favorables a los huelguistas, camioneros y pescadores podrían provocar un efecto dominó y determinar reclamaciones análogas de otros sectores afectados por el alza de los combustibles. Naturalmente. Estamos en presencia de un problema global que hay que afrontar. Conductores de camiones y pescadores deben ser vistos no clausuradamente, como un sector aislado, sino como la vanguardia de un movimiento de protesta y reivindicación frente a una situación que afecta a toda la sociedad, exceptuando a una minoría beneficiaria. Desafortunadamente en la estrechez de miras que la manipulación capitalista actual ha impuesto a los ciudadanos, muchos de éstos sólo atienden a la incomodidad que encuentran para desplazarse por las carreteras y al desabastecimiento que amenaza en gasolineras y mercados. Y el gobierno, los gobiernos, también los autonómicos, sólo parecen preocuparse por este problema inmediato. Asegurar el abastecimiento, abrir paso a los vehículos. Frenar la acción de los piquetes, uno de cuyos miembros acaba de morir atropellado.
Y se afirma en diversas editoriales periodísticas que convendría acabar con los transportistas autónomos y organizarlos en grandes empresas. ¿Para qué? ¿Para negociar con sus propietarios y asegurar la explotación de los trabajadores? Curiosa estrategia neocapitalista que hasta ahora había jugado la baza de dividir y aislar al proletariado,
Las ilusiones de vida feliz bajo el capitalismo empiezan a tocar fondo en esta enorme crisis de alza del precio de los carburantes, de los alimentos, de la subida de las hipotecas, en medio de la corrupción, la violencia y la falaz mitología de la globalización. Ello no puede sorprender a la izquierda verdadera, la auténtica izquierda que ha propugnado la liquidación de la organización capitalista de la producción y el mercado y su sustitución por la propiedad colectiva de los medios de producción. Y es que, evidentemente, la empresa capitalista, a pesar de la propaganda de ella que nos inunda, del auge de la privatización como ideal no busca sino el aumento del beneficio de sus propietarios y gestores. Y esta es su lógica. Hoy día, aunque la colectivización completa de la producción sea un proyecto de futuro, sí se impone la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía, como son los energéticos. cual petroleras y electricidad. Y diversas voces, no radicales ni revolucionarias, solamente racionales, ya lo están reclamando..