Las mujeres que han sufrido violencia de género y han abandonado la relación, se encuentran de golpe con un mundo distinto. Es el momento de pararse, ordenar las ideas y recobrar fuerzas. Y de no caer en falsas reconciliaciones que pueden desembocar en una tragedia. De la mano de profesionales, son capaces de ver su […]
Las mujeres que han sufrido violencia de género y han abandonado la relación, se encuentran de golpe con un mundo distinto. Es el momento de pararse, ordenar las ideas y recobrar fuerzas. Y de no caer en falsas reconciliaciones que pueden desembocar en una tragedia. De la mano de profesionales, son capaces de ver su propia capacidad física y resistencia moral y utilizarlas para escapar de una espiral de violencia. El objetivo es crear un escenario en el que ellas pasen a ser el foco de su propia vida. El domingo fue el Día Internacional de la Lucha contra la Violencia de Género.
Prevención. Esta palabra se convierte casi en un mantra para todos los profesionales que hoy alzan la voz contra la violencia de género. Víctor García es uno de ellos. Tras terminar su formación como Trabajador Social, acude como voluntario a Cruz Roja para aportar su granito de arena a la recuperación de las mujeres víctimas de esta lacra. Su trabajo consiste en darles una visión ‘proactiva’ de cara al futuro y devolverles la autoestima y la independencia que les fue arrebatada. «Ellas son fuertes y capaces de seguir adelante, mucho más de lo que piensan. Sólo tenemos que mostrárselo».
Normalmente, Víctor presta su ayuda en casos en los que la mujer no dispone de recursos. Tienen que recibir pensiones alimentarias que, en el 80% de los casos, tardan meses en percibir. «Muchas tienen estudios pero no experiencia laboral o la suficiente formación porque han tenido que quedarse en casa, respondiendo a un modelo patriarcal y machista. Cuando abandonan la relación, se encuentran de golpe con un mundo distinto con el que tienen que conectar».
Su función no es’ tutorizar’ a una persona para que pase de subordinarse a su pareja a depender de una ONG, sino ser un bastón que les permita seguir adelante con su propio pie. «Busco mostrar absoluta confianza y que ésta sea recíproca para así, poder trabajar de tú a tú. A partir de ahí, caminaremos hacía la mejora del autoestima y la búsqueda de soluciones y alternativas para seguir adelante». Durante sus sesiones, Víctor ha visto mujeres que se sienten anuladas, insatisfechas o dependientes emocionalmente. Ellas creen realmente que no tienen otra opción que su agresor porque no ven la posibilidad de seguir adelante sin esa atadura estructural (física, emocional y económica). «Hay que dar la vuelta a esa visión. Pero que sea ella misma la que se dé cuenta de que puede vivir sin esa persona».
El primer paso para lograr ese objetivo es tranquilizar la situación. En muchas ocasiones, los episodios de violencia están recientes y hay que transmitirle calma y seguridad. Para ello, los trabajadores sociales intentan que se sientan a gusto y puedan ser conscientes de lo que ha pasado. Desde ese momento, Víctor comienza a marcar objetivos con la persona. «El principal problema suele ser la falta de ingresos, así que nos orientamos hacía la búsqueda de empleo. Vemos qué capacidades tiene y las carencias. Por ejemplo, si necesitan ayuda con Internet, desde Cruz Roja les facilitamos el acceso a talleres de formación en red y buscamos empresas que soliciten perfiles como el suyo».
También es importante acompañar a la mujer durante su adaptación. Aunque encuentren un trabajo, desde la ONG están pendientes de cómo avanza su situación psico-social. «Hay que intentar que ella me cuente algo y que escuche lo que ha dicho, que ella misma lo procese». La sinceridad es uno de los pilares fundamentales. Por ello, Víctor enuncia lo que ve directamente. La mujer se enfrenta a ello, diciéndolo en voz alta y dando, así, el primer gran paso para hacerle frente. «No les digo qué está bien o mal, intento que se den cuenta por sí mismas».
«En un episodio de violencia es difícil hablar de violencia», explica Víctor. A ellas les cuesta, en un primer momento, hablar de lo sucedido. «Es muy normal oír la expresión ‘pasó lo que pasó’. Tengo que darle la vuelta y preguntar si hubo violencia, de modo que la respuesta se reduzca a un sí. Usar un lenguaje claro y delicado pero también directo es la clave. Las cosas deben llamarse por su nombre. Ellas tienen que entender qué es violencia, saber que no es lo normal y que no deben acostumbrarse».
Durmiendo con el agresor
Lo más duro es ver casos en los que la mujer se plantea volver con la persona que les ha agredido. «Muchas veces lo excusan con el alcohol, y consideran que si han dejado de beber es viable volver con él. Es muy complicado trabajar con esa dependencia emocional». Ellas creen que la violencia fue un episodio aislado, esa inconsciencia del peligro es un inconveniente porque se exponen a nuevos riesgos y llegan a idealizarlo como una expresión de amor. «Vuelven con ellos porque las mantienen emocionalmente, en el peor sentido de la palabra. Te dicen ‘todo esto está muy bien y es muy bonito pero mi hijo tiene que comer’. Ahí se crean nuevas barreras para su avance».
En ese momento se produce un periodo de ‘luna de miel’, en el que, tras pasar por un episodio de violencia, todo está tranquilo. Parece que el agresor ha cambiado, y la mujer se muestra más receptiva hacia esa persona. El problema es que es un ciclo que tiende a repetirse. La violencia se mueve en una escala de picos que suben y bajan, alternando la calma con la tormenta. «En esas ‘lunas de miel’, llegan incluso a retirarse las denuncias o las propias denunciantes incumplen las órdenes de alejamiento, esto hace que no tengan ninguna validez. Sin demanda se exponen a mayores riesgos, y es que una vez el agresor sabe que no va a ser denunciado, se vuelve consciente de que la tiene atada». El agresor no va a renunciar a ella, ya que él también tiene total dependencia. «Ella es parte de su cuerpo, de su propiedad, y cuando la pierde quiere recuperarla. De ahí que vuelva a buscarla y que su razonamiento sea ‘si no la tengo yo, no la tiene nadie’. En el peor de los casos, estas situaciones acaban con la muerte de la mujer».
Víctor ve aquí el problema principal en su trabajo. «Si vuelven con el agresor, nuestro lazo de confianza se rompe y no puedes trabajar con ello. No puedes conseguir que lo vea distinto porque para ellas ya no existe tal problema, entonces no ven necesidad de pedir ayuda. Acaban por no acudir a las sesiones», añade.
Pero hay una cara positiva. Cada vez más mujeres logran salir de esa espiral, gracias a ayudas como la de Víctor. «También hay que valorar el apoyo que familiares y amigos pueden aportar. Muestran a estas personas que lo normal es que una persona sea libre para ejercer sus opciones de vida».
Gracias a asociaciones como Cruz Roja, se pone en demanda el ‘yo’ de cada mujer. El principal propósito es que el foco pase de ser el agresor para que lo sea su propia vida. Todo ello sin victimizar nunca a la persona que sufre la violencia.
«Cada mujer que ha sufrido malos tratos debe pensar si esa es la vida que quiere. Que piensen en que si lo ven en alguien cercano, lo considerarían una vida plena y feliz y que lo trasladen a sí mismas. El peor de los juicios es el de autocrítica. Por ahí deben empezar. Después, que pidan ayuda. Da igual a quién y que se alejen cuanto puedan del agresor y del riesgo. Luego ya pensaremos en cómo nos las apañaremos. Pero es importante que no olviden que son capaces de seguir adelante sin el agresor. Por eso yo trato de ‘empoderarlas’. Si una persona siente que tiene el poder de salir de ahí y de seguir adelante con su vida de forma autónoma e independiente, saldrá ya sea por un camino u otro», concluye Víctor.
Aprender a defenderse y sentirse fuerte
Pero ahí no acaban las opciones. Cuando la mujer es consciente de su propio poder, hay que reforzarlo mostrándoles de lo que son capaces, dándoles una seguridad que les permita volver a caminar solas por la calle. Pablo Ortín y Ángel Luis López creen en esta idea. Ambos son psicólogos, pedagogos y expertos en artes marciales, una formación que les ha llevado a impartir clases de Defensa Personal, especialmente para mujeres que han sufrido violencia de género. «Nuestro propósito es conseguir una mejora mental, que su autoestima aumente mientras también lo hacen su confianza y seguridad», explica Pablo.
Su herramienta es el deporte, un punto de apoyo que les hace estar en forma, verse fuertes y sentirse bien. «Es importante que tras pasar por una situación tan complicada, se rían y se relacionen con más personas». Por eso, el Ayuntamiento de Madrid, en diversas ocasiones, ha creado grupos en los que hay mujeres que han sufrido algún tipo de agresión se unen a personas que no han pasado por ello, pero sin identificarse en ninguna de estas dos categorías. Todo queda en el anonimato.
«En las clases nos centramos en que ellas aprendan a defenderse, a golpear y a huir si es necesario. Pero también entrenamos para mejorar la capacidad física de cada persona. Eso les hace sentirse fuertes, más seguras de sí mismas y hace que recuperen la vitalidad. Y como creamos un ambiente muy relajado y divertido, siempre les sacas una sonrisa», cuenta Pablo.
A veces, Pablo y Ángel se han encontrado con la necesidad de realizar algún trabajo individual. «En Defensa Personal se produce mucho contacto físico y, a veces, no están preparadas. Así que tenemos que normalizar esa situación, quitándole carga emocional. Realizamos entrevistas personales en las que vemos qué necesitan y qué ritmo quieren seguir. Practicamos los movimientos avisando de cada uno de ellos para prevenirlas y crear un ambiente más cómodo. Cuando trabajas con mujeres que han sufrido violencia, tienes que hacer que los procesos sean más pausados, que todo vaya deslizándose poco a poco y sin presiones. Ellas son las que deben marcar las pautas, para que practique disfrutando mientras gana confianza», cuenta Pablo.
«Durante los entrenamientos no hay compasión, porque no buscan que les digan ‘pobrecita’. Trabajamos su potencial para que vean que son capaces de dar un golpe fuerte y tirar a un hombre más grande que ellas», añade. Para ello, dan a sus clases todo el realismo posible, proyectando situaciones en las que se les enfrenta a agresores varones. «Cuando pasan unos meses y se ven reaccionando activa y efectivamente ante esas situaciones se ven poderosas y se vuelven locas», comenta Pablo entre risas.
El problema es que las Administraciones Públicas cada vez aportan menos recursos a estos proyectos. Por eso, Pablo y Ángel han iniciado su aventura en solitario creando un gimnasio sólo para mujeres, Masterbody, en el que imparten sus cursos de Defensa Personal en Madrid. «Nosotros buscamos en cada entrenamiento crear grupos en los que predomine el buen rollo, donde todos se lo pasen bien. Personas que crean vínculos, se ayudan y apoyan unas a otras porque no están solas», concluye Pablo.
Noelia Suárez es estudiante de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y ha trabajado como redactora en la sección ‘Solidaridad’ del periódico El Mundo.