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Comienza el curso

Fuentes: Nueva Tribuna

Durante muchos años pensé que el mes más bello del año era septiembre. No sé, el calor ya no era insoportable, abundaban las tormentas y el olor a tierra mojada llegaba hasta el rincón más escondido y estropeado de los pulmones de un fumador compulsivo como yo. Septiembre era un mes agradable de encuentros con los amigos que se habían ido a otro pueblo o al mar, conversaciones interminables y encuentros con la guardia civil que nos conminaba a retornar a nuestras casas al adentrarse la noche, incluyéndonos en el fichero de “merodeadores”, palabra que nos hacía mucha gracia pero que era un cajón de sastre en el que podía caber cualquier delito contra el régimen decadente. Sin embargo, la alegría de septiembre siempre tenía algo de amenazante, conforme pasaban los días veías más próximo el comienzo del nuevo curso, la separación de los amigos y el regreso a la obligación. Entonces, hablo de los años setenta-ochenta, el curso comenzaba a primeros de octubre y a veces después de la Virgen del Pilar, que no quería ser francesa. Hoy, la verdad, ando perdido, no sé ni cuando comienza el curso ni cuando acaba, creo que son cursos intermitentes con alumnos que ni siquiera tienen aula fija donde encontrarse con los suyos, donde hacer compañeros y compañerismo. Tampoco septiembre es lo mismo, después del terrible calor de los tres meses anteriores, ese calor que a muchos nos hace odiar el verano, a veces viene como un lenitivo, como un mar de vientos suaves que abren la esperanza del chubasco, del temporal, de la lluvia suave y querida que no llega más que en forma de turbión, como si de vez en cuando abriesen las compuertas del cielo para dejar caer todo lo que no cae durante el año. No, septiembre ya no huele a tierra mojada, huele a incertidumbre y huele a bronca, a insulto, a descalificación permanente de quienes se dedican a la política no para servir a los ciudadanos, al bienestar común, sino para defender los intereses de quienes sólo quieren a su país si hay dinero por medio.

Como a muchos españoles, cada vez me resulta más difícil mantenerme bien informado, no porque no existan medios para ello en un momento en el que hay más televisiones, radios, periódicos y redes que nunca, sino tal vez por eso porque es tal la cantidad de presuntos informadores que la verdad o la búsqueda de la misma ha quedado reducida a la mínima expresión, es más, no creo que ni siquiera sea el objetivo de la mayoría de individuos y empresas que se dedican a tal menester, mucho más empeñados en la confusión y en el infundio. Todo es previsible, Pedro Sánchez seguirá siendo el objetivo de buena parte de los poderes fácticos del país, no porque lo haga mejor o peor, sino porque la derecha mediática y fáctica, que es la que de verdad manda en España, decidió desde el día en que fracasó su alianza con Ciudadanos, que no era el gobernante adecuado a sus intereses. Y no es que Sánchez haya pasado las noches reunido con Engels, Jaurés y Rosa Luxemburgo, sino porque al aliarse con Podemos se salió de la norma no escrita pactada en la Transición, que entre otros puntos indiscutibles incluía la no puesta en tela de juicio de los inmarcesibles logros de aquel periodo histórico. Es decir, España, la España soberana que consagra la Constitución de 1978 ni tenía derecho a enterrar a sus muertos en paz y poner fin así a uno de los periodos más terribles de nuestra historia, ni mucho menos a arañar superficialmente los intereses económicos de quienes fortalecieron su riqueza durante la dictadura, tampoco a dudar sobre la ecuanimidad de quienes encargados de impartir justicia no son más que juez y parte.

No sé si ese era el papel que pretendía representar Pedro Sánchez cuando emprendió sus viaje por todas las sedes socialistas de España, mucho me temo que no, pero la falta de visión de la derecha española, encerrada siempre en sus raíces antidemocráticas, le hizo girar hacia el único lado donde había terreno pese a no estar demasiado convencido de las posibilidades que esa alianza le depararían. Nada se ha hecho durante estos siete años que ponga en aprietos a los más poderosos, nada que ofenda las creencias dogmáticas de los confesionales, nada que sea confiscatorio o afecte al sagrado derecho a la propiedad. La escuela concertada cada año recibe más dinero, las privatizaciones sanitarias siguen creciendo tanto como las listas de espera, el número de millonarios cada vez es mayor y menor el dinero con el que contribuyen al bien común, al sostenimiento de la Patria, el gasto en Defensa es el mayor de la historia y los millonarios pueden seguir comprando viviendas para especular con ellas, enriquecerse sin dar un palo al agua e impedir que los jóvenes tenga la posibilidad de vivir bajo techo propio por un precio justo. Entonces, ¿por qué han convertido a Sánchez en el demonio, en el hijo predilecto de Satanás, en el hermano más querido de Lucifer, en el discípulo preferido de Mefistófeles?

No tengo una explicación clara para un fenómeno que ha sucedido, aunque no con esta gravedad, cada vez que ha gobernando alguien no directamente relacionado con el Movimiento Nacional, quizá sea esa la razón primigenia del odio, aunque ahora hay algo más. Desde hace años ya no se trata de pedir la dimisión del Presidente o de exigir la convocatoria de elecciones anticipadas, ahora hay que fomentar el odio, hay que personalizar las diferencias políticas execrando a quien piensa de otra manera; ahora se trata de odiar, de descalificar, de insultar, de recurrir a los más viejos instintos y a las más despreciables de las pasiones sin importar el daño terrible que tal estrategia está causando en la convivencia de los españoles, muchos ya temerosos de hablar de política o de defender sus ideas libremente. Por otra parte, y no creo que sea causa menor, desde hace tiempo hay muchos españoles a los que les cae muy mal la gente educada, quienes no gritan ni insultan, quienes utilizan un tono equilibrado para hablar, esto es, hay mucha gente a la que parece atroz la buena educación y se identifican plenamente con quien carece de ella y recurre constantemente a la palabra gruesa, al tono desafiante y al ritmo del chulo.

Convertir la política en un lodazal, en una ciénaga infecta siempre ha sido una de las estrategias de la derecha para llegar al poder y mantenerse en él durante muchos años. Ahora, cuando de nuevo surgen los monstruos de que hablaba Gramsci, el método es el mismo pero con muchísimos más medios de propaganda y adoctrinamiento. Desde la más estricta de las humildades, convendría a quienes sigan defendiendo la democracia como el mejor de los sistemas conocidos, recapacitar y eliminar cualquier elemento de discordia para hacer frente a un enemigo que terminará por borrar todo lo bueno conseguido durante las últimas décadas.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/comienza-el-curso/20250903200431241941.html