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Cronopiando

«Como en su propia casa»

Fuentes: Rebelión

Uno de los reclamos publicitarios más comunes en cualquier tipo de anuncio, especialmente, de hoteles y restaurantes, consiste en garantizar al posible cliente sentirse «como en su casa», y la verdad es que nunca he entendido la pretendida efectividad de tan penoso y contraproducente mensaje. Personalmente debo reconocer que un hotel que me prometa hacerme […]

Uno de los reclamos publicitarios más comunes en cualquier tipo de anuncio, especialmente, de hoteles y restaurantes, consiste en garantizar al posible cliente sentirse «como en su casa», y la verdad es que nunca he entendido la pretendida efectividad de tan penoso y contraproducente mensaje.

Personalmente debo reconocer que un hotel que me prometa hacerme sentir como en mi propia casa, ya de entrada, no me merece ningún crédito. De hecho, si acudo a un hotel es, precisamente, para no sentirme como en mi hogar, que para lo contrario ya pago un alquiler y no requiero agregar a esa factura la cuenta de ningún hotel.

Resultaría inadmisible tener que pagar millonarias sumas por una suite en un hotel de lujo y que te cortaran la luz de 8 de la mañana a 2 de la tarde, más otras cinco horas de apagón por la noche; y que después de un reconfortante desahogo en el inodoro de la suite, descubrieras que tampoco hay agua con que disipar las cagarrupianas esencias que sobrenadan en el túnel del tiempo. ¿Quién va a celebrar sentirse como en su propia casa cuando, conciliado el sueño, a pesar del apagón que ha enmudecido el aire, y ya inmunes tus narices a los efluvios desprendidos del baño, despiertes de improviso sacudido por el estruendo de un desalmado motorizado que entretiene sus tedios ejecutando sonoras cabriolas al pie de tu ventana en su motor de 500 caballos? ¿Quién va a felicitarse por tener un vecino en el hotel que, siempre de madrugada, se empeñe en ajustar aún más la alarma de su carro, hasta quedar complacido treinta intentos más tarde para regocijo de todos los insomnios?

Prometer que uno va a sentirse como en su propia casa es la mejor razón para no salir de casa.

Pero establezcamos que exagero, que, como siempre, se me ha ido la mano y estoy nuevamente desbarrando. Aceptemos que, con las mejores intenciones y ánimos usted acude al fabuloso restaurante que ha prometido hacerle sentir como en su casa y, una vez se desparrama en su silla, se quita lentamente los zapatos y mientras espera el escalope con las papas, despelleja sus plantas de los rigores del verano y reconforta los dedos de escozores, a la vista de todos, como en su propia casa; y que luego de tres tragos explaye sus entrañas, como en casa, en un sonoro concierto de intestinales voces, tenores y varítonas, y en todos las escalas posibles, haciendo gorgoritos o imitando animales… como en su propia casa.

Antes de que tenga ocasión de arrepentirse o de entenderlo, ya los vigilantes del negocio, auxiliados por tres o cuatro camareros, más la ayuda inestimable de algún que otro cliente que le tenga envidia, sin permitirle siquiera pagar la cuenta, lo llevarán en volandas hasta la puerta del restaurante en el que se le prometía hacerle sentir como en su casa e irá a parar al medio de la calle y no precisamente caminando.

Por ello, es un consejo, si algún negocio de cualquier tipo le promete cobrarle a precio de turista las supuestas virtudes del hogar del que huye, no caiga en el gancho. El único lugar en el que usted puede sentirse como en su propia casa, es su casa.

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