«Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno… Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y […]
«Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno… Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?»
(Monólogo de Shylock, «El mercader de Venecia». William Shakespeare)
NOTA: Los títulos de cada apartado son un homenaje a otro Marx, Groucho. A él pertenece la genialidad de su expresión. Al autor del artículo la dudosa pertinencia de haberlos elegido.
1.- «Estos son mis principios. Si a usted no le gustan»…, búsquelos en otra parte.
En la cita de la obra de Shakespeare está la esencia que nos iguala a todos los hombres y mujeres que formamos la especie humana. Y hasta aquí llega, no más. El resto, incluyendo los valores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, que inspiraron a la Revolución Francesa, nos dividen.
Nos dividen porque hoy, como en una psicodélica pesadilla de viaje a la época feudal, el espejismo de la anhelada libertad se ha desvanecido para convertirse en la «libertad del mercado» sobre cualquier otra libertad humana o política. La libertad para despedir, la libertad para obligar al trabajador a aceptar salarios de miseria, la libertad para encadenarle al miedo a querer cambiar el estado de cosas, la libertad para apropiarse de lo público en una operación en masa de depredadores que han caído sobre los restos del cadáver del Estado del Bienestar, la libertad del más fuerte, la libertad de los plutócratas y especuladores para decirle al político «tú estás ahí para obedecer mis deseos y órdenes». Donde anida la necesidad no puede reinar la libertad. La libertad auténtica, además de la de reunión, asociación, expresión, representación y voto está sobre todas las cosas en la liberación del ser humano de sus necesidades; de la necesidad de tener un trabajo digno, seguro y bien remunerado, de la necesidad de acceder a la vivienda, la educación, la cultura y una sanidad que le proteja de la enfermedad sin pagar por ello más allá de sus impuestos. Sobre lo que se nos viene encima en la privatización de la sanidad (cuando desaparezca nominal y realmente el Sistema Nacional de Salud, que desaparecerá antes de lo que imaginan, y sólo les quede la opción de contratar un seguro de salud privado) les recomiendo la lectura del siguiente artículo (1).
Siempre fueron las cosas así dentro del orden capitalista, perdón, del «libre mercado», o de cualquier otro que se basara en la riqueza de unos pocos montada sobre la explotación y la pobreza o el reparto desigual del resto. Pero hubo épocas «doradas» en las que, al menos en buena parte del llamado mundo rico y desarrollado, se disimulaba todo ello un poco bajo una apariencia engañosa, pero confortable para la mayoría, de «equidad» y «justicia social».
Nos dividen porque incluso el matiz de la igualdad como «igualdad de derechos» es ya un hecho que aquellos que han logrado un éxito como «self made men» (¿ustedes se creen, de verdad, que sean tan «self»?), los que aspiran a serlo y los que, siempre, tienen necesidad de pastoreo para no sentirse perdidos (arrimarse al sol que más calienta sin hacerse preguntas) creen que la «igualdad de derechos» es injusta «porque no somos iguales». Ya saben eso de que en una misma familia hay dos hijos y blablablaba. Jamás se preguntarán si cada uno de esos hijos fue tratado por sus padres como necesitaba serlo. Nacemos desiguales desde la propia calidad o precio (que no es lo mismo) de la cuna y sólo las instituciones y una política auténtica de igualdad pueden nivelar esas diferencias.
Si la idea de «igualdad de oportunidades» está hoy puesta más en entredicho que nunca, imagínense si hablásemos de una igualdad más real, una igualdad social, económica, de acceso a la cultura y a la política, siendo el acceso a esta última algo más que el cansino ritual del voto cautivo. Para los ignorantes o los mal intencionados (un término no excluye siempre al otro) esa igualdad equivale a nacionalizar la vaca, fusilarla u ordeñar su leche y vendérsela al anterior propietario, según la mala baba y el grado de derechismo reaccionario del «pensador» (a veces tengo la ingenua tentación roussoniana de creer que este destilado producto intelectual es cosa de la educación…mala). En esas mentes partidarias del orden, la disciplina y el sacrificio para la obtención del éxito no caben máximas del tipo «de cada uno según su capacidad (que no hace tabla rasa del peón con el cirujano pero no establece ganancias 30 veces superiores de unos individuos respecto a otros), a cada uno según su necesidad» que no es 3 casas, 2 yates y una cuenta de 6 ceros de € en el banco sino algo más a escala de las necesidades del resto.
¿Y qué decir de en qué ha quedado el hermoso valor de la fraternidad? (disculpen que lo de la solidaridad me suene un poco a monjitas de ONGs modernas. Puede que sea una cuestión de nominalismos pero yo lo veo como eso de la «tolerancia», un valor blando). En tiempos de precariedad, negación del ser humano en lo colectivo y primacía del dinero como mito aspiracional, el darwinismo social se impone: «homo homini lupus». No creo que esa sea la base de una civilización humana decente.
2.- Disculpen que no me levante (frase erróneamente atribuida a Groucho Marx):
Y que no lo haga ante el sacrosanto principio de que el crecimiento de la riqueza acaba siéndolo, en el capitalismo, para todos. Hoy asistimos a la más descarada concentración de riqueza en menos manos, a costa del resto, incluidas unas clases medias, que cierran los ojos, aprietan los dientes y deciden resistir mirando hacia delante, nunca a los lados, esperando que escampe. No escampará. La crisis se acrecienta de día en día para asalariados de distintos niveles adquisitivos y para autónomos, pequeños y medianos empresarios. El empobrecimiento absoluto, no simplemente relativo alcanza ya no sólo a personas que han perdido su empleo sino a clases medias que jamás imaginaron revolver en la basura por las noches para encontrar su medio de subsistencia (2). Mientras tanto, les reto a que introduzcan en Google los datos del ranking de millonarios/billonarios de la lista Forbes en 2007, 2008, 2009 y 2010 (años de inicio y actualidad de la crisis) y vean la evolución de sus fortunas. No les ha ido nada mal. Entre ellos se encuentran los principales fondos de inversión que están poniendo uno a uno a los países europeos rendidos a sus píes y, no seamos ingenuos, acabarán lográndolo con Francia, Reino Unido y Alemania.
¿Será cosa de la crisis? ¿Acaso antes de ella a los trabajadores y a las clases medias les fue mejor? Desde 1993 hasta 2005 (este último, uno de los años de bienestar y consumo desbordado a crédito en Europa y en España y antes del estallido de la crisis sistémica del capitalismo) la transferencia de las rentas del trabajo a las del capital pasó en la UE, como media, fue de un 8%, al pasar las rentas del trabajo del 70% sobre la media nacional de los países al 62% en 2005. En España esa caída fue aún más abrupta, al pasar las rentas del trabajo, entre 1993 y 2005, del 72% al 61% (¡11 puntos menos!). (3) La virulencia de la crisis capitalista se ha hecho más dura en 2009 y 2010 y, lógicamente, dicha transferencia se habrá visto notablemente incrementada, aunque no se hayan publicado datos fácilmente accesibles) Tenemos pues que, al menos desde los últimos 17 años, la clase trabajadora y las clases medias han estado retrocediendo en capacidad adquisitiva y eso no ha sido siempre durante períodos de crisis, aunque éstas no han faltado en esos años, sino de los llamados de expansión económica. La realidad es que en una u otra época las capacidades reales de las familias descendían y el consumo se mantenía mediante la ficción de capacidad de compra a crédito. Ésta se extendió hasta la locura y no creo que sea necesario detenerse en cómo los períodos de tiempo para el pago de las hipotecas de vivienda llegaron hasta los 40 y 50 años o en el modo en que se prolongaron los préstamos personales para la compra de los automóviles hasta 20 años o en la forma en que el crédito revolving (pago fraccionado) alcanzó hasta la llamada «cesta de la compra». No estamos hablando del consumo de bienes secundarios, de tipo suntuario o del ligado al ocio sino que familias enteras han estado comprando sus alimentos, los productos de higiene y lo que constituye el consumo de hogar, a crédito. Inmigrantes, parados, familias con un solo salario, familias monoparentales, familias con una segunda hipoteca sobre la misma vivienda. Millones de personas en toda Europa.
La «mano invisible a hacer casi la misma distribución de las necesidades de la vida que se habría hecho si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes y así, sin intentarlo, sin saberlo, avanzan el interés de la sociedad» (4) Disculpen que no me levante. Me estoy sujetando las tripas en el ataque de hilaridad que tal estupidez me provoca. Los hechos, los hechos, señores liberales. Sus canalladas prácticas son más peligrosas que sus imbecilidades teóricas. Si sus crímenes mentales no tuvieran consecuencias, el cretinismo del que adolece su «pensamiento» carecería de importancia.
3.- Hablemos en serio. «¿Pagar la cuenta?… ¡Qué costumbre tan absurda!»
¿Siempre hemos de ser los trabajadores quienes paguemos la cuenta de los crímenes que han provocado contra nosotros los beneficiarios absolutos del «libre mercado»? ¿No empieza a parecerles a ustedes que hay una «cierta» desproporción en eso de la «libre competencia»?
¿Qué tal les va en estos años de la crisis?
¡Ah que fue usted uno de los raros afortunados que encontró trabajo y, después de tanto esfuerzo, no va usted a tirar todo por la borda quejándose, aunque su jefe le haga trabajar entre 2 y 4 horas diarias extra gratis y su contrato incluya una nueva cláusula de despido (cosas de la contrarreforma laboral del gobierno) que explicite que será más barato despedirle o que mejor no caiga usted enfermo con larga convalecencia, si no quiere comprobar como «su empresa» le pone de patitas en la calle. ¡Enhorabuena! Conserve ese preciado tesoro y aprenda a ser un trabajador modélico, mientras le dure el empleo.
¡Vaya, usted es uno de esos empleados públicos o semi que no acaba de creerse que su trabajo sea de duración indeterminada (la que determine la empresa, cuando corresponda, aunque sea la administración). ¿Se enteró usted de las medidas aplicadas por el gobierno británico de despedir a 500.000 funcionarios? ¿Sabe usted que Grecia está despidiendo al 30% de funcionarios? ¿Sabe usted que en Irlanda se despedirán a 24.750 funcionarios? ¿Sabe usted que Italia se está despidiendo a funcionarios, desde 2009, que falten al trabajo? ¡Ah, que a usted no le llegará! Todo ignorante de la realidad en la que vive piensa así: «a mí eso no me pasará». Aquí no se libra ni Dios (le despidieron por ser un empleado caro -demasiados trienios- y escasamente productivo) Si usted no se moviliza y no adquiere una conciencia activa de que es necesario pelear contra los recortes sociales y de derechos no insulte a los políticos, ni culpe a la sociedad de la imagen que tiene de los funcionarios. Piense en si con su mentalidad usted no se está ganando que su empresa le pierda el respeto, se le suba a las barbas, y le despida.
¿Es usted una de esas respetables personas de la clase media que no quiere líos, ni conflictos y que desearía pasar desapercibido, como conejo en madriguera, ante hurón curioso? ¿Y qué tal le va con ello? ¿Cree que lo conseguirá? ¿Conoce a gente de su «estatus» que esté siendo despedida? Seguramente sí. A cascoporro los conozco yo y eso que soy un simple trabajador. Estará perdiendo capacidad adquisitiva, «nivel de vida» y relaciones. Mejor huir de él como apestado, no sea que vaya a darle un sablazo. Puede que su caída en desgracia sea contagiosa. ¡Zape!.
Y eso que acabo de contarle vale lo mismo si es usted técnico de grado medio, superior, profesional autónomo o pequeño y mediano empresario. ¿No se ha dado cuenta de cómo la crisis del «libre mercado», que le repugna llamar capitalista, le está afectado?
La evolución de esta crisis va a llevar a la clase trabajadora a un empobrecimiento que sólo los abuelos obreros recuerdan y a una proletarización y depauperación de la clase media que ésta no llegó nunca a imaginar en su alegre carrusel de consumismo, vacaciones internacionales y alegre vivir ajeno al resto de realidades que no sean las pelusillas del universo de su ombligo.
Salvo la plutocracia que engorda a costa de nuestra evolución hacia el estado de clases menesterosas todos los demás saldremos perdiendo.
Frente a este estado de cosas, ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros? ¿Mirar para otro lado? ¿Culpar al segmento social inmediatamente inferior de lo que a cada uno le está pasando? ¿Arrimar el ascua a la sardina? ¿No se ha fijado usted en que hay muchas ascuas y pocas sardinas? ¿Culpar sólo a los políticos, en plan faccioso en taberna y llamar a alguien «con cojones que arregle esto»? ¿No se ha fijado en que los políticos sólo obedecen «la» orden del día (militar, no «el» orden del día, civil) del capital, perdón, «mercados»?
¿Y si empezáramos a pensar TODAS LAS VÍCTIMAS de este sistema depredador en el auténtico horizonte necesario de los principios de LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, en una alianza de clases que simplifique el principio de «clase contra clase»? Todas las víctimas del sistema capitalista contra el gran capital, los plutócratas y los tiburones de la especulación financiera.
«Pero, oiga, lo que usted me propone es que yo me alíe con la plebe y acabe perdiendo mi «nivel de vida»». Cierto. Y de momento, la plebe, las turbas, no le vamos a pasar factura por su particular orgía de bienestar mientras éramos nosotros los que durante decenios éramos castigados por este sistema que ahora le daña a usted. Pero su delicioso «nivel de vida» no se lo arrancaremos los «sans cultotes» (los sin calzones). Se lo arrebatará el capital al que hasta ahora usted ha servido.
«Prefiero apoyar una opción de orden y progreso, defensa de la propiedad y autoridad». Con el tiempo, los nombres de las cosas evolucionan y no llegan a ser lo que parecen hasta que se quitan su careta, lo que para usted sea ya demasiado tarde para reaccionar. ¿Vio usted la película «Cabaret»? Pues en ella el nazismo se ventila a la clase media. Y eso no sucedió sólo en la película.
Y ahora, otra mirada de vuelta a los trabajadores. ¿Vuestro enemigo es el inmigrante pobre al que miráis con recelo, diciendo «en cuanto esta gente se vaya, tenemos trabajo todos»? ¿No os acordáis de vuestros padres inmigrantes? ¿Ignoráis que es mentira que todos fueran al extranjero con papeles? Hay infinidad de testimonios, todavía vivos, que dicen que hubo de todo. Unos llegaron a tierra extraña con los malditos papeles y otros sin ellos. ¿Qué hacemos con cada desesperado que sale de su tierra huyendo del hambre? ¿Lo ametrallamos? ¿Habrá bastantes balas para acabar con los desheredados de la tierra? ¡Ah que se trata de seleccionar la entrada! ¿Y cómo se hace eso cuando el capital los busca y contrata para abaratar los salarios? ¿Es más fácil criticar a un latinoamericano o a un africano que a los empresarios? Y más miserable también. Los primeros tienen necesidad de pan. Los segundos de esclavos. ¿Condenarás a tu hermano antes que a tu opresor? ¿Sabes que sin la aportación de los inmigrantes a la SS y a la sanidad, que usan un 40% menos, en proporción a la población que representan, que los nacionales, éstas ya se hubieran hundido hace años? Y no te digo de lo que hubiera sucedido ya con el consumo. Si ahora ha caído en picado, de no haber inmigrantes, habría que buscar los índices de consumo debajo de los cimientos de las estaciones de metro.
A esos voceros de los liberales en lo económico, cada vez más fascistas en lo político, que pretenden repartir las culpas de la crisis entre todos, para escamotear las propias, diciéndonos que todos hemos asistido a la orgía consumista y a la vida a crédito hay que decirles que España es un país de mileuristas (el 60% de los trabajadores ocupados) y difícilmente estos tienen demasiado crédito ni un exceso de consumo. Y que en los casos en que un sector de los mileuristas cayeron en la trampa de vivir por encima de sus posibilidades fueron precisamente los banqueros los que hicieron, durante sus años de bonanza, los que pareciera casi un delito antipatriota y un comportamiento de marginal no pedir un préstamo. En todo caso, tratar de convertir lo anecdótico en categoría general es falaz, aunque sea lo anecdótico lo que destacaba en aquellos días de vino y rosos y no lo habitual, escondido tras la humilde discreción del que procuraba no llamar demasiado la atención porque ni se podía conceder demasiados autohomenajes, ni excesivos lujos, ni muchos extras, sino más bien un apretado llegar a fin de mes.
¿Pagar la cuenta? ¿Quién debe pagarla? ¿Aún no hemos comprendido quiénes provocaron la crisis y quiénes serán nuestros sepultureros si no se lo impedimos?
4.- «¿Servicio de habitaciones? Mándenme una habitación más grande» (Dedicado a la izquierda alternativa, a la que pertenezco)
La moral que fundamenta unos valores posee una base irreductible que tiene que ver con aquello que no se puede evitar que forme parte de la propia piel. La base de aquello a lo que uno se agarra para creer en algo (cuando no quedan demasiadas convicciones pero sí algunas profundas certezas) tiene que ver más con las tripas que con el cerebro. Y no es necesariamente malo que sea así. Evita que acabemos siendo, del todo, máquinas.
En las razones encontramos un intento de dar sentido, de buscar una coherencia y una lógica a aquello que nos mueve las entrañas más primarias, a lo más primario e irreductible que nos permite diferenciar, casi de un modo aparentemente innato, entre lo bueno y lo malo, entre el deber ser y la tan frecuente y cruel realidad del ser.
La izquierda posee una base muy sólida en las emociones. Ese instinto básico que separa lo justo de lo injusto, lo que hace que alguien se meta en líos, defendiendo al débil por la simple razón de la desproporción de fuerzas.
En su historia hay una trayectoria de defensa de lo justo, lo bueno, lo digno, lo que parece nacer de lo que debiera ser natural, aunque la naturaleza no siempre sea tan limpia.
Del pensamiento y de la práctica de la izquierda no siempre hemos podido extraer lo mejor.
No del pensamiento cuando ha carecido de la inteligencia necesaria para rescatarnos de la necesidad, el dolor ante la injusticia o libertad y la igualdad que necesitamos «como el aire que exigimos trece veces por minuto» (5) y se ha encerrado en las verdades reveladas demandando de la realidad que ésta se ponga al servicio de una fe del carbonero, tantas veces débilmente sustentada. El cómodo encierro en la pureza de las «sagradas escrituras» es siempre cerrazón, debilidad y miedo a perder una identidad que no debe encerrarse en las formas herméticas de la teoría sino en la justeza moral de los valores en los que se asienta.
Peor aún cuando el pensamiento y la teoría se esgrimen, sin pudor moral alguno, como comodines para hacer dejación de los principios o se toman prestados de todo lo que es opuesto a la búsqueda de la emancipación humana. Cuando se escuchan expresiones como «gestión» o exigencias de «productividad», por encima de cualquier otra consideración, en alguien que se dice de izquierda, échense a temblar. Estamos, sin duda, ante un quintacolumnista de la derecha. Y de eso en los últimos tiempos sabemos mucho.
Tampoco siempre hemos encontrado siempre lo mejor de sí misma en la práctica de la izquierda cuando nos ha conducido a la claudicación de su razón de ser en la entrega más indecente al capital en la que ha devenido la agonizante socialdemocracia o en el sueño de la razón del estalinismo.
¿Qué queda entonces? Sencillo. Esa izquierda que pretende llevar a sus últimas consecuencias los principios de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. El socialismo, o como quieran llamarle a la cosa, sería la consecuencia más coherente y última de esa Revolución de 1789 que no terminó de consumarse al ser secuestrada por la burguesía.
Excluyendo los intentos fallidos de construir un mundo a la altura del ser humano, ya sea en su versión socialdemócrata, ya en su acepción estatista, el socialismo, con sus errores y fracasos, acaba siendo la única opción digna para el ser humano, si contemplamos el resto del tiempo vivido bajo los intentos de una «libertad» contraria a la igualdad y a la fraternidad; de una libertad que no es otra cosa que el desenvolvimiento sin cortapisas del poder sobre la vida, de la fuerza sobre la razón, de la violencia de la selva sobre lo humanamente bueno.
«Maravillosa declaración de principios pero estamos donde estamos. El socialismo ha fracasado estrepitosamente y cada uno tiene que ir a lo suyo porque no sirven las divinas palabras»
¿Y el capitalismo ha tenido éxito? ¿Exactamente en qué? ¿Para cuántos? El tercer mundo no mejora, el emergente lo es más por sus nuevos ricos que por el bienestar de más amplios sectores sociales y el mundo rico y desarrollado lo es por el dinero que mueve pero no por distribución social de esa riqueza que empobrece a capas cada vez más amplias de la sociedad.
Hay una legión creciente que es excluida del rutilante mundo que prometió el capitalismo, una legión creciente que necesita salidas a esta hecatombe del sistema.
¿Cómo lo hacemos? ¿De qué modo contribuimos a darles respuestas?
Es posible un lugar de encuentro entre comunistas sin adjetivos, socialistas auténticos, izquierda radical y antisistema (SÍ ANTISISTEMA, es la única opción digna ante un futuro que se nos niega como seres humanos), libertarios, trotskistas, antiguos eurocomunistas que no cayeron indecentemente en una socialdemocracia que finalmente se ha reconvertido en derecha pura y dura, gentes de izquierda sin adscripción, viejos rockeros del «socialismo realmente existente»,….. No sobramos nadie. Faltan muchos que no tienen porqué siquiera saber qué significa izquierda, a los que les basta un sentido básico de justicia, democracia, igualdad y fraternidad.
Ese lugar de encuentro que necesitamos se llama lucha, se llama combate en la calle, se llama convergencia en la revuelta, se llama apoyo mutuo en los espacios que podamos compartir, se llama no ser sectario y apoyar lo que nace del sentido común sin mirar de qué organización de la izquierda proviene, se llama construir colectivamente espacios compartidos, se llama poner en último lugar las siglas y en primer lugar la necesidad de enfrentarnos juntos al monstruo. Se llama, antes que nada, unidad de acción.
¿Significa eso confluir políticamente? En la unidad de acción por supuesto. En la capacidad para intercambiar experiencias, aprendizajes, enriquecernos, debatir, con el máximo respeto y confianza mutua, por supuesto. En la búsqueda de una forma leal de reforzarnos también.
¿En un acuerdo programático que implique un consenso desde la renuncia de una parte de lo que cada uno defendemos para compartir algo más amplio? No es posible hoy. Tenemos muchas visiones que nos dividen. Las afinidades electivas harán que se den encuentros naturales y otros que deban atravesar un período desde la convivencia a la confluencia y, para llegar ahí hay muchas etapas que cubrir. El camino es largo pero, tal y como están las cosas, es el momento de ponerse a andar.
¿Y si empezamos a renunciar cada uno a nuestros particulares sectarismos y a mirarnos con respeto como inicio? «Touche pas a mo pote». La máxima que SOS Racisme France aplicó en su día («No toques a mi amigo») debe de ser nuestro lema, no sólo hacia los inmigrantes sino entre la propia izquierda transformadora: lealtad, compañerismo, apoyo mutuo, refuerzo a cada propuesta válida sin mirar las siglas de origen.
Y además de eso debemos tener en cuenta que la izquierda real puede ser tan inútil como una piedra frente a un bombardero si olvida que
– Entre las bases y votantes del PSOE y de IU y de los afiliados de los sindicatos oficiales está la mayoría social que hemos de conquistar para la pelea . Que debemos hacerles comprender que las críticas a sus organizaciones no deben recibirlas como ataques individuales que les obliguen a confundir una lealtad estrecha hacia sus organizaciones con un ataque a sus personas por su «patriotismo» partidario.
– La necesaria autonomía de objetivos de la clase trabajadora y la convicción de que es a ésta a la que le corresponde la dirección del cambio transformador en clave de emancipación humana no debe ignorar que no se agotan las víctimas de este capital antropófago en ella sino que sus damnificados se multiplican por doquier, mucho más allá de las fronteras vitales del doliente mileurista.
Los menestrales, la plebe de otras revoluciones, no son los únicos que hoy padecen las dentelladas salvajes del sistema económico.
Hoy la llamada clase media, imaginaria desde la hipoteca y vivienda, o real del pequeño y mediano empresario están pasando por la muela trituradora de un sistema que se está viniendo abajo, una vez liberado de la regulación política que le organizaba y le protegía. Lo que queda de su antaño sólida estructura son los gigantescos fagocitos de un capitalismo financiero aventurero que devora los últimos restos de la tarta social antes de su implosión.
En los prolegómenos de su «victorioso» estertor último puede arrastrar hacia «soluciones» de orden fascista a toda esa clase media que, aterrorizada por el vértigo que le produce esta montaña rusa enloquecida y sin frenos, añora tiempos en los que su situación era más venturosa.
La tentación de revancha ante esa clase media por parte de los trabajadores y de la izquierda sería demasiado estúpida, si además no fuera suicida para quienes creemos que otro mundo es posible y, más que nunca, necesario.
Hay demasiado deseo de desquite, sabiamente manipulado y espoleado desde fuera, para enfrentarnos entre quienes somos las victimas de Moloch, en vez de unir todos nuestras fuerzas contra quienes hoy nos aplastan.
Por su número, por su influencia, por su peso social y por su capacidad de presión, incluso en su etapa de declive, la clase media no puede ni debe ser ignorada en un proceso lucha anticapitalista, so pena de convertirse en el brazo armado de la reacción contra los riesgos de revuelta social.
Es necesario decir a sus miembros «los trabajadores no somos vuestros enemigos. Vuestro enemigo es el gran capital que día a día os arroja, junto a los trabajadores asalariados que están varios peldaños debajo de vosotros en la pirámide del sistema, al paro, la desesperación, el miedo y la ausencia de futuro. Si os unís a vuestros enemigos sólo seréis la primera línea de choque que encontraremos frente a nosotros en nuestra lucha, os sacrificarán como a una pertenencia prescindible y a la que se renuncia para salvar lo principal: su poder. Si os unís a nosotros no os ofrecemos conservar vuestros privilegios sino una vida digna que hoy os está siendo arrebatada y de la que mañana sólo quedará la devastación a la que os hayan sometido quienes hoy utilizan contra nosotros vuestro miedo a perder una posición de clase que se tambalea».
- Ha de ofrecer a las víctimas del actual sistema depredador un «nuevo contrato social» basado en el desarrollo de las libertades, formales y reales, de un socialismo autogestionario y participativo, hecho desde abajo en la construcción de un mundo alternativo y de un respeto a las diversas posiciones existentes en el proyecto de construcción de la nueva sociedad. Sólo de ese modo logrará la izquierda revolucionaria quitarse de encima el fantasma agitado por la derecha frente a revueltas sociales que saben que cada día serán más profundas. No somos nosotros los destructores de las libertades ni de unas propiedades exiguas sino aquellos que, para mantener su poder, necesitan de más represión y más rapiña.
5.- «Hoy no tengo tiempo para almorzar. Traiga la cuenta» (Groucho: al camarero en un restaurante): A modo de veloz epílogo:
¿Y después de todo esto qué? ¿Cómo hacerlo, qué pasos dar, cuál es la correcta dirección?
No tengo ni la menor idea pero sí la convicción de que dar con fórmula es obra colectiva y de que el tratamiento idóneo para esta patología es lucha, lucha y lucha…acompañado de generosidad, inteligencia, unidad en el combate, una dosis de optimismo y otra de osadía.
Notas:
(2) http://www.elmundo.es/
(3) http://www.vnavarro.org/?p=712 «La polarización de las rentas como causa de la crisis». Vicenç Navarro
(4) «Teoría de los sentimientos morales», p 350: Part IV: Of the Effect of Utility upon the Sentiment of Approbation).
(5) «La poesía es un arma cargada de futuro». Gabriel Celaya.
Blog del autor: http://marat-asaltarloscielos.
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