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¿Cómo nos podemos organizar? Colaborar con cuidados en el seno del pueblo…

Fuentes: Rebelión

Una cuestión de fondo parece que se debate ante las estrategias de transformación social que no acaban de funcionar en sectores alternativos. Hay varios puntos de vista. Desde un punto de vista la lucha de clases hay que llevarla a todos los planos, no solo contra el capital, sino también en el plano ideológico en […]

Una cuestión de fondo parece que se debate ante las estrategias de transformación social que no acaban de funcionar en sectores alternativos. Hay varios puntos de vista. Desde un punto de vista la lucha de clases hay que llevarla a todos los planos, no solo contra el capital, sino también en el plano ideológico en «el seno del pueblo», pues hay muchas confusiones y hasta alienaciones entre los sectores populares, que además manifiestan unas diversidades y diferencias que desconciertan a quienes se sienten fieles seguidores de los clásicos. La interpretación de quién es la vanguardia del proletariado o del pueblo pasa a ser una cuestión central. Desde este punto de vista hay que educar a las masas, explicarles cual debe ser la estrategia correcta. Pero algunos somos escépticos con esta pedagogía de arriba a abajo que no acaba de dar resultados. Partimos de que hay conflictos entre diversidad de movimientos sociales, y entre dirigentes de organizaciones, aun cuando se grite que «el pueblo unido jamás será vencido». Y cada cual tiene sus razones alternativas.

Vemos anteponerse (con justificaciones varias) los «egos» de muchos dirigentes territoriales, sectoriales o de partidos, a propuestas y soluciones que parecen más unitarias. Claro que los dirigentes recubren sus decisiones con argumentaciones ideológicas, pero lo que resulta es que no se les entiende (desde su punto de vista) o son creíble s(desde el punto de vista de la mayoría de la población). En el libro de Ganuza y Font (2018, «¿Por qué la gente odia la política?») se plantean las preguntas que se hace la gente sobre los partidos, y sus lealtades personales,el que haya falta de preparación, y sobre las formas participativas. Las contradicciones no solo están entre los de arriba y los de abajo, entre la izquierda y la derecha, sino que hay muchas contradicciones «en el seno del pueblo». En la «derechona» eso no es problema, pues con el dinero y poder ya se sabe quién manda, y es costumbre que alguien con más poder decida. Lo malo es que también se está generalizando en sectores progresistas esta lógica (a veces disfrazada de «los mejores»), y no se da pié a que haya cuidados que puedan superar los «egos» en las decisiones de los movimientos sociales o los partidos alternativos. Incluso parece que no sabemos aprender ni aún de las buenas experiencias.

En el conflicto de Leizarán por una autopista entre Pamplona y Donostia, donde ETA ponía bombas en nombre del pueblo, y las Diputaciones ejercían su poder que emanaba de las urnas, se pudieron aplicar medidas participativas, preguntando a la gente del valle, y acordando un trazado basado en la democracia participativa. Pero estos métodos de mediación-participativa en el caso de Catalunya-España (aunque solo fuera entre partidos) fue muy duramente criticada no solo por partidos y medios de la «derechona» sino también por algunos «egos» de la izquierda tradicional, lo que paralizó el proceso «del relator». Cuando J. Ebole invitó a señoras de Andalucía y de Catalunya a que viajaran, se conocieran y hablaran, los resultados de mejora de las posiciones eran muy significativos, y más racionales que las guerras de banderas. Y hay muchos otros ejemplos que apuntan a otra forma de hacer política.

Los movimientos feministas han podido organizar una huelga el 8 de Marzo, y no hace falta que sepamos quién es su «lideresa». Pues llevan muchos años defendiendo que los cuidados es algo a construir en colaboración. No siempre lo consiguen, pero es una nueva forma de hacer política. Lo mismo con los movimientos de jubilados, que tampoco es necesario que sepamos que tengan un líder o un «ego» dominante, o con los numerosos grupos ecologistas que hay dispersos por el territorio. Hay grupos motores en todo estos movimientos, no son espontáneos, pero cuando tienen éxito es cuando estos grupos actúan guardando sus «egos» en el bolsillo. Cuidar las relaciones en el seno del pueblo pasa a ser una lección que hay que practicar para aprender otras formas de organizarnos y para nuevas formas de hacer política. Algunos movimientos tienen mucho que enseñar a las formaciones más partidistas. Fijarnos en el trabajo de «retaguardia» (le hemos oído a Boavetura S. Santos) puede ser la alternativa a tanta pretensión de «vanguardias» que se pelean por serlo.

¿Auto-crítica es desplazar a unos dirigentes y poner otros, o abrir un camino de debates desde la base, aprovechando que no hay elecciones cerca? «Vísteme despacio que tengo prisa» dice Julio Anguita, con cierta sabiduría de las personas mayores. Ya hemos visto muchas peleas fratricidas entre los dirigentes de la izquierda. Pero las estrategias que se perciben van más por seguir con la s rencilla s , si yo o tu hemos sacado unos pocos votos más o menos, tu debes dimitir y yo no, etc. El cultivo de esos «e gos » entre los/las dirigencias vuelven a repetir lo que el neoliberalismo ha construido en nosotros. Las disputas por ser el mejor, alimentado por un patriarcado de base (y matar al padre para ponerse el hijo) son cosa antigua, y que la gente ya lo entiende bien, aunque se tape la nariz. Lo que ya no se entiende tanto es que quienes se proclaman del feminismo, de la transversalidad, del buen rollo con las bases, etc. nos comportemos con los vicios tradicionales del patriarcado y del neoliberalismo competitivo.

«La fuerza del neoliberalismo, a pesar de las crisis que atraviesa, radica en que fabrica un tipo de ser humano, un tipo de vínculo con los demás y con el mundo : el yo como empresa o marca a gestionar, los otros como competidores, el mundo como una serie de oportunidades a rentabilizar.

¿Dónde reside este poder? Desde luego no donde miramos obsesivamente (el teatro parlamentario), sino en los mil dispositivos que pueblan nuestra vida cotidiana: ligando en Tinder, moviéndonos en Uber, interactuando en Facebook, podemos captar sensiblemente la mutación antropológica en marcha. El neoliberalismo es existencial y produce formas de vida deseables

La izquierda oficial propone diferencias a nivel retórico o ideológico. El problema es que, se tengan las ideas que se tengan, las vidas son igualmente neoliberales. No basta con confiar en que gobiernen «los buenos», como si la disputa político-antropológica en torno a las formas de vida deseables se pudiese delegar.

¿Entonces? Podríamos empezar quizá por autorizarnos a partir de lo que sentimos. A pensar desde las «averías» que nos aquejan como «capital humano»: malestares como el agobio y la ansiedad, el cansancio y la depresión. A escuchar todo lo «vagabundo» que nos habita y aprender a darle valor.»

«Amador Fernández-Savater – Antropología neoliberal» / 29 Mayo 2019 / El País

He puesto yo los subrayados pero los podría haber puesto Elías, Debord, Guattari, o Ibáñez, porque el problema con los egos políticos no está en la estructura ni en la infraestructura, sino más bien en la «intra-estructura» de las relaciones cotidianas, en los entramados en que nos movemos y construimos con nuestras contradicciones personales. Es posible que la gente no se de cuenta de sus propias contradicciones y las complejidades de la economía y la política, pero sí se da cuenta de los «egos» de los que gobiernan. Lo más claro para los que votamos (tapándonos la nariz) y para los que no votan, son las peleas de los que quieren mandar y como juegan con ellos y con nosotros. Se asimila que todas las personas estamos en el mismo juego, que siempre ha sido así, y que poco hay que hacer. Pero algunos no nos resignamos a estas lógicas patriarcales y neo-liberales y planteamos experiencias alternativas.

Porque hay ejemplos que se pueden poner a favor y en contra de estos argumentos. Hay otros caminos que podemos recorrer, y que nos podemos autorizar a pensar y hacer. Desde el lado negativo podemos confirmar que casi todos los movimientos y los procesos participativos cuando acaban mal es por peleas entre los «egos» de los dirigentes, y esto no necesita muchas referencias, aunque sí nuevos razonamientos y prácticas. Y también parece cierto, desde un lado más positivo, que movilizaciones como el 15 M, las huelgas feministas, o los jubilados pensionistas, no necesitamos saber cuál es nuestro líder, sino cómo podemos contribuir a la causa, desde grupos activistas o de grupos motores no tan constantes. Pero siempre aparecen quienes quieren ser los líderes, por la falta de saber organizarnos en las movilizaciones, que con dificultad pasan a ser movimientos. Y los líderes a veces juegan un papel positivo durante un tiempo, pero cuando se empiezan a desanimar las bases, el proceso se desorganiza y hay que esperar otra ocasión de movilizaciones.

Por eso hay que empezar por nosotros mismos al tiempo que se proponen estos nuevos métodos de organización a los movimientos, al municipalismo, y a la forma de hacer nueva política sin tanto culto a la personalidad. Es cierto que Barcelona o Valencia, Cádiz o Zamora, aún muestran formas de hacer de políticas alternativas, más allá de lo convencional del bi-partidismo, pero muy basadas en la figura que lidera cada proceso. Pero en general no se ha sabido ir más lejos en estos 4 años de municipalismo, repitiendo los vicios de la burocracia municipal y avanzando muy poco en las llamadas «democracias participativas» (que se siguen nombrando como un deseo superador) pero con pocas formas prácticas que lleguen más allá del 1 o el 5% de la población. Por tomar el efecto de las últimas votaciones, en general se constata un voto del miedo en Abril, ante la amenaza del franquismo que volvía, y una cierta desidia en la votación ante los «municipios del cambio», tal vez porque el cambio no se tradujo en las esperanzas que se tenían, y porque hubo muchas peleas entre los candidatos «progres» que desmovilizaron a la población.

El problema no está en los «buenos» líderes/lideresas que teníamos, sino en la falta de entusiasmo de las bases, de activistas y de sectores movilizados, que esta vez no se veía que estuviéramos motivados (salvo en los casos citados). La antropología neo-liberal produce liderazgos, pero igual que los encumbra los destrona si no responden a lo que se espera de ellos/ellas (pues las peleas no hacen que la gente de base se movilice). En los medios salen las figuras (¿las mejores?) pero los pasos del 15M a las «mareas», a las «marchas», al «municipalismo» venía por abajo, y solo algunos movimientos les dan continuidad. Los «círculos» han durado poco y a veces han generado más polémicas que construcciones colaborativas (aunque aquí podría haber un buen embrión). Participé en la elaboración del programa de Ahora Madrid, con metodologías participativas, y se notaba el entusiasmo de las diversas tendencias por abajo, aunque por arriba algunos estuvieran negociando con tensiones. Los métodos de aquellos acuerdos municipalistas son otras buenas bases si se supieran retomar (no ha sido el caso en estas elecciones recientes).

¿Pueden las metodologías participativas superar las disputas «fratricidas» en los «círculos», en la actividad «municipalista», en «confluencias o confederaciones» entre proyectos nacionales? Apostar por una nueva forma de hacer política desde abajo nos parece el reto primero que podemos tratar de poner en marcha. Condiciones objetivas de las crisis que se avecinan parecen claras a cualquiera que sepa algo de ecología o economía. Pero el cómo organizarnos no se puede quedar en buenas palabras sobre una democracia participativa, que se nombra pero que no se practica ni en la base ni entre los liderazgos. Nuestros líderes siguen proclamando la necesidad de hacer auto-critica ante los malos resultados electorales, pero no se concretan los pasos prácticos correspondientes, y menos las metodologías facilitadoras que podrían marcar otra forma de hacer política. ¿Cómo es que los «mejores» pueden escuchar lo que les está diciendo la gente de base? Se justifican con plebiscitos, confundiendo el voto con las democracias participativas (talleres de construcción colaborativa, asambleas de tipo participativo-deliberativo, y no solo de sentimientos de adhesión).

Está bien que haya «control» y «rendición de cuentas» pero no dejan de ser unas formas posteriores a la ejecución de las políticas. Se puede hacer la colaboración desde antes y desde abajo, desde grupos motores, agrupaciones o círculos, con iniciativas que avancen debates y propuestas, que estén activos en lo local y en lo más general. Si lo participativo se reduce a plebiscitos por internet sobre algún dilema de los dirigentes, ya se está confundiendo la democracia participativa con las formas poco cuidadosas tradicionales. Quién formula las preguntas detenta el poder, como en todo referendum (lo haga un dictador o un demócrata). Pero si las preguntas surgen desde abajo, se matizan y debaten en grupos o talleres, y finalmente son las que se someten a ponderación, es otra cosa. Incluso se pueden presentar una variedad de propuestas y que la gente pueda priorizar varias según el orden que quiera. Eso es lo que hacemos en muchos presupuestos participativos, en algunas candidaturas del municipalismo de base, en Som Energia y en otras organizaciones participativas.

¿Así es posible generar entusiasmo desde abajo? Creemos que sí por las diversas experiencias de las que partimos, muy descentralizadas, pero con posibilidades de agruparse entre territorios distintos. No sobran los líderes/esas, si son plurales y a ser posible rotativos, pero sobre todo hace falta gente que sepa facilitar y mediar entre los «egos» con formas cuidadoras. No se trata de hacer buenismo y juegos dinamizadores como algunos creen, sino de unas normas de auto-organización que ya están probadas en diversos campos de movimientos sociales, y que será bueno que pasen a la toma de decisiones en campos más amplios de la política. Si no se quiere repetir los errores de la vieja política y partidos tradicionales (incluidos los de aquella IU que arrastraba las consignas y hábitos de los PC vanguardistas) será necesario abrirse a otras formas que aprendan más de los movimientos sociales, sobre todo de los más cuidadores con democracias de iniciativas desde abajo.

A escala local y con el municipalismo es posible retomar muchas prácticas que nos vienen del 15 M, de las «mareas», de algunos movimientos movilizadores, aunque no se esté en el gobierno, pues las crisis que se avecinan van a necesitar que estemos más organizados para poder resistirlas. Pero también a mayor escala es necesario que aparezca algún punto de referencia común, así como las «confluencias» con dos o tres puntos claros de lucha conjunta. Es claro que las fuerzas socio-políticas de diferentes territorios están tirando cada cual por su lado (tanto Madrid, Catalunya, Valencia, Andalucía, Canarias, Galicia, Euskadi, …) sin que los liderazgos que lo han sido hasta ahora puedan aglutinar todo esto de forma tan clara. ¿Será mejor ver quién debe liderar (desde Podemos o desde IU o desde dónde) o será mejor construir (con una buena democracia y metodologías participativas) nuevas «confluencias» que den una ilusión renovada a los movimientos y a la gente de base en general?

Si es verdad que estamos ante un nuevo ciclo en las cuestiones eco-socio-políticas al menos en esta tierra, deberíamos aprovechar para colaborar y ponernos a construir algunas posibles estrategias a medio plazo. Ya no estamos en el salto electoral rápido, e incluso algunas bases municipalistas han fallado a las propuestas transformadoras. Retomar las propuestas de nuevas formas de hacer política, más cerca de algunos movimientos y más lejos de los partidos clásicos, o sea las democracias participativas tal como se vienen experimentando en diversos lugares, puede ser un camino que se abre a la incorporación desde abajo de las iniciativas que se reclaman desde la gente. Responder a las preguntas que Ganuza y Font recogían de los sectores politizados y también desde la base, tanto en encuestas como en grupos de discusión. Además se puede avanzar en esa dirección con metodologías participativas, como lo pudimos hacer en situaciones concretas en Badalona, La Laguna, etc. Incluso en Madrid se pudo hacer para el programa AM 2015 (con una diversidad de grupos militantes), o en una asamblea participativa que pretendía reunir a 1.000 personas de base (solo se pudo hacer con la mitad en 2017). Hay formas para mejorar estos procedimientos y que se tomen las decisiones sin peleas de dirigentes.

Incluso a escala del Estado ya hay mecanismos de toma de decisiones, que se pueden ampliar. En la Declaración de la Renta se nos pregunta si queremos dar un porcentaje a la Iglesia Católica o para Asuntos Sociales, y en algunas Comunidades Autónomas también se hacen preguntas donde podemos tomar decisiones, aunque sean limitadas. Se podría mejorar este procedimiento, si grupos de sectores de base, expertos de algún tema candente, y dirigentes sociales, formulasen las preguntas a plantear anualmente a toda la población. Puesto que la clave está en las preguntas y en el abanico de respuestas posibles, grupos de la sociedad civil plurales pueden dedicar un tiempo de deliberación suficiente a formularlas sin partidismos. En otros países como Irlanda, Canadá, Finlandia, etc. hay ya algunas referencias interesantes que se pueden re-adaptar a nuestras peculiaridades. En Suiza se puede votar varias veces cada año y esto no es el problema. La cuestión participativa está más bien en quién y cómo se hacen las deliberaciones previas y las preguntas con su diversas posibilidades de respuestas. Y esto vale tanto para un Estado, como una Comunidad Autonómica, un Municipio, un partido, o movimiento social que se precie de querer hacer nuevas formas más inclusivas, cuidadoras y participativas. O sea pasar de los dichos a los hechos en democracias participativas.

¿Pero los actuales dirigentes están dispuestos y capacitados para aceptar que la democracia hoy se puede construir desde abajo, no solo porque exista internet, sino porque existen formas de toma de decisiones con cuidados? Se trata de modelos de tipo mixto, que incorporan a los propios dirigentes (que han de tomar esta iniciativa), a asesores expertos (según los temas), a grupos motores implicados, de forma que lo que se presenta a debate y votación ponderada de las bases, es algo ya trabajado y no simplista, son cuidadas construcciones colaborativas, de forma que la gente se pueda re-encantar, y no desilusionar con las peleas fratricidas de sus dirigentes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.