Al periodismo hoy «le falta un pelín de pasión, de humildad, de solidaridad; le sobra asepsia informática, agua mineral y ejecutivos», afirmaba el periodista Manuel Leguineche (1941-2014). «Para mí, todo es reporterismo. O sea, ver algo, vivirlo, hablar con la gente, pensar y leer sobre ello y contarlo; algo así como un diccionario de la […]
Al periodismo hoy «le falta un pelín de pasión, de humildad, de solidaridad; le sobra asepsia informática, agua mineral y ejecutivos», afirmaba el periodista Manuel Leguineche (1941-2014). «Para mí, todo es reporterismo. O sea, ver algo, vivirlo, hablar con la gente, pensar y leer sobre ello y contarlo; algo así como un diccionario de la vida en desorden», añadía en una entrevista en el suplemento «El Cultural» del periódico «El Mundo» (octubre de 1999). Veteranos informadores coinciden en que en las antiguas redacciones, donde se fumaba y bebía whisky, tal vez se hiciera mejor periodismo. La periodista Esperança Costa (Gandía, 1963) se define en su blog como «periodista congénita, una enfermedad que no se cura nunca». En septiembre de 2016 ha publicado «Rosa Solbes. El periodisme insurgent» (Ed. Austrohongaresa), un reportaje biográfico de 226 páginas que también retrata los últimos años del franquismo y la Transición en Valencia. El interés por Rosa Solbes (Alicante, 1950) obedece en gran parte a su compromiso con la izquierda, el feminismo y el valencianismo en las décadas «duras» de los 70 y 80, en las que trabajó como reportera, entrevistadora y columnista.
El trabajo en «Primera Página», «Valencia Fruits», «Valencia Semanal», «Diario de Valencia», Radiocadena y Televisión Española figura en su vasto currículo. Rosa Solbes fue asimismo directora-fundadora de la emisora pública Ràdio 9. Presentado en la sede de Intersindical Valenciana, el libro dedica un bloque de 120 páginas a esos artículos enlodados de compromiso. «La frontera de cuándo el terrorismo fascista pasa a adoptar el ingrediente-excusa anticatalanista no está claramente delimitada en el tiempo. Durante varios años aún, después de la muerte de Franco, convivían codo con codo las siglas nazis y las cruces gamadas con los que aprovechan la desinformación y la histeria creada en torno al fantasma catalán para seguir sus atentados contra la democracia, la autonomía, la cultura y la libertad de expresión. Éste es el terrorismo ‘tipicamente valencianero'», escribía Solbes el primero de enero de 1979 en la revista «Valencia Semanal» («Emboscados tras la franja azul»); la periodista recuerda el asesinato de Miquel Grau, joven militante del Moviment Comunista del País Valencià (MCPV), por el impacto de un ladrillo arrojado en octubre de 1977 en Alicante por un miembro de Fuerza Nueva. Una semana después Rosa Solbes publicaba otro artículo, titulado «1978: a bombazo limpio», en el que caracteriza el citado año como el del «petardo» y el «estacazo».
Una de las fuentes consultadas por Esperança Costa para explicar el contexto político y mediático de la época es la tesis doctoral del historiador y Periodista Carles Senso, «Valencia Semanal (1977-1980). D’altaveu valencianista contra el postfranquisme a centre de les pugnes internes del PSPV-PSOE». La revista se orientaba en la línea de otras como «Triunfo», «Cuadernos para el diálogo» o «Destino». Fueron tiempos de plomo. Un militante de Fuerza Nueva amenazó con una pistola a la directora de la publicación, Pilar López. Además, Carles Senso recuerda los numerosos ataques perpetrados contra «Valencia Semanal», como la quema con líquido inflamable de la encuadernadora, la amenaza fallida con un supuesto paquete bomba en la puerta de la redacción, las pintadas («catalanistas, os quedan pocos días») o la agresión al fotógrafo José Vicente Rodríguez. En el frente judicial, el periodista menciona cerca de un centenar de denuncias, la mayoría archivadas en la primera instancia, en un contexto de violencia «ultra» y explosivos contra los escritores Joan Fuster y Sanchis Guarner. Los autores de «Valencia Semanal» fueron en ocasiones judicializados por escándalo público, categoría que podía incluir un reportaje sobre el filme «Emmanuelle» con los senos a la vista.
Rosa Solbes hace memoria de los inicios. El falangista Félix Morales, director del periódico «Información», le enseñó en qué consistía una redacción y el taller de impresión de un periódico. «Se imprimía con unos ‘cacharros’ enormes, en unas salas con un calor horroroso y un olor terrible a tinta». Pero el asunto le interesó: el ruido de las linotipias, el tráfago de la redacción… En 1968 comienza los estudios en la Escuela de Periodismo de la Iglesia de Valencia, y realiza sus primeras prácticas en un periódico de Alicante, «Primera Página». Su jefe en el diario fue Juan José Pérez Benlloch, quien años después dirigiría medios progresistas como Diario de Valencia y Noticias al día. Un día le encargó a la becaria Rosa Solbes una página, sin especificar el contenido. «Ya te apañarás, ¿tú no eres periodista? Sal a ver qué consigues». En «Primera Página» tenía que escribir sobre moda, recetas de cocina, consejos de belleza femenina y los precios del mercado. De tanto en tanto, entrevistaba a Karina, Raphael o Los Cinco Latinos. Todos los periodistas escribían sobre cualquier materia. Lo importante fue la oportunidad de trabajar, cada día, con un ojo puesto en el reloj y las carreras antes del cierre: «incluso me pagaban, me daba para la gasolina y alguna cosa más». Empezó a hacer reporterismo. «En las redacciones se entraba así, o salías una reportera bragada o te lo tenías que dejar».
Con los años cambió la perspectiva. El libro de Esperança Costa reproduce un reportaje de Rosa Solbes publicado en julio de 1979 en «Valencia Semanal», con motivo del funeral organizado en Valencia tras la muerte de Valentín González. Este joven de 20 años, afiliado a la CNT, falleció tras el impacto de una pelota de goma disparada por un policía nacional durante una huelga en el Mercado de Abastos. «¿Qué estúpida sinrazón obliga a nuestros jóvenes trabajadores a hacer su vida cotidiana a la orilla de la muerte?», se preguntaba la periodista en la introducción. «No les correspondía a ellos, históricamente, ser acuchillados por los nazis ni apaleados por la policía». «Los ‘grises’ que llegan. Aún son grises, como lo fueron siempre». En otro de los reportajes denuncia la muerte, por ahogamiento, de enfermos internados en el psiquiátrico de Bétera (Valencia). La periodista denunció las responsabilidades de la Diputación provincial. Dirigía entonces la sección de reportajes, titulados de modo que tal vez hoy parezca «un poco amarillo, pero era lo que pasaba cada día», explica Solbes. Se refiere a titulares como «Casos valencianos: así nos torturaron», «Los fascistas en la Ford: siguen actuando», «Tráfico de armas en Valencia» o «Fachas en la calle: el 9 de Octubre en Valencia». Recuerda como uno de los reportajes más duros el realizado sobre el accidente de un camión cisterna en el camping de Los Alfaques (Alcanar, Tarragona), que se saldó con 243 muertos y 300 heridos graves.
Cuando se produjo el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, Solbes trabajaba en «Diario de Valencia» (allí fue jefa de sección en Política y Local), que salió al día siguiente a los quioscos con tres ediciones. La capital valenciana se convirtió en uno de los ejes de la asonada, por el protagonismo del capitán general de la III Región Militar, Jaime Milans del Bosch, así como por la presencia de los tanques y los soldados en la calle. El libro de la editorial Austrohongaresa destaca el trabajo de los periodistas. En concreto, un informe de la Unió de Periodistes del País Valencià, presidida por Mercedes Arancibia y a la que pertenecía Rosa Solbes, señalaba las omisiones de la Fiscalía, ampliaba el número de responsables en la trama golpista y detallaba las «listas negras» de profesores de la Universidad, políticos y periodistas. Remitido al Tribunal responsable de enjuiciar el golpe, el documento no se tuvo finalmente en consideración.
«Voy por la vida con gafas violetas», zanja Rosa Solbes en el acto organizado por Intersindical Valenciana. Su compromiso periodístico con las ideas feministas se empezó a materializar en una columna de «La Hoja del Lunes de Valencia», titulada «La sección feminista», que firmaban Solbes y la periodista Emilia Bolinches. Conquistaron ese pequeño espacio en un periódico editado por la Asociación de la prensa de Valencia -presidida por el padre de la fallecida exalcaldesa, Rita Barberá- donde escribía semanalmente «el sector más rancio y reaccionario del periodismo valenciano». De hecho, lo que movilizó a las dos reporteras fue un artículo -«Tiempos Degenerados»- del periodista y crítico de arte Carlos Sentí (marzo de 1977), en el que afirmaba sin embozo: «Para enfrentarnos con unas mujeres sin femineidad no falta demasiado, según creen los movimientos feministas». La indignación que el escrito causó a las dos reporteras les llevó no sólo a iniciar la «sección feminista», sino a mantenerla hasta mediados de 1978 con artículos que reivindicaban el divorcio, «Basta ya de violaciones»; «Italia, España y el aborto» o «Fallas y machismo». En 1983 Rosa Solbes y Emilia Bolinches reanudarían las colaboraciones, ahora en «Saó», una revista mensual fundada por sectores cristianos de ideología progresista y valencianista. Durante seis años firmaron sus columnas con el X&X del cromosoma femenino. Entre 1984 y 1989 presentan «Entre Nosotras» en Radiocadena Española de Valencia.
Las dos periodistas continuaron juntas en Televisión Española, donde Solbes trabajó durante dos etapas: entre 1986 y 1988, como presentadora de informativos en el canal valenciano; y entre 1995 y 2007. Es autora además de tres libros que reivindican el rol histórico de las mujeres: «Dones valencianes entre el voler i el poder»; «Matilde Salvador, converses amb una compositora apasionada» y, junto a otras investigadoras, de la publicación «María Cambrils. El despertar del feminismo socialista» (2015). Cambrils publicó durante los años 20 y 30 numerosos artículos de contenido feminista en «El Socialista» (fue la única mujer columnista de este periódico).
Después de décadas de labor periodística, cuando estudiantes e investigadores le preguntan, Rosa Solbes mantiene que hoy ve el oficio «tan difícil como siempre, pero con muchas más dificultades desde el punto de vista económico». En los años 70 algunos jóvenes noveles practicaron un periodismo «muy pasional, bastante visceral, y que iba más allá de la presunta objetividad». Para ella esto significaba «con respeto a los hechos, implicarte en la historia que estás contando». En la redacción, recuerda, se hacían bromas con la noción de «Nuevo Periodismo» norteamericano, que para algunos compañeros suponía directamente inventarse reportajes y entrevistas. «Eso me parecía una barbaridad»; sin embargo, para informar de cómo nos habían torturado o de las mujeres obligadas a la realización de abortos clandestinos, había que retratarse». «Yo nunca he aspirado a la neutralidad», remata.
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