Lo que nuestro país está viviendo bajo el terror de las empresas eléctricas es que sólo puede comparase a una película de zombis sedientos de sangre de las que, en los años sesenta, solía firmar George A. Romero.
Todo el mundo se pregunta cómo el Estado español, con todo su aparato fiscalizador y regulador de fraudes, aparato que tan eficiente resulta a la hora de multar a ciudadanos de a pie, no ha sido capaz de frenar el tsunami de voraces zombis en que las temibles “facturas de la luz” se han convertido para una mayoría de la población.
Damos por sentado, pues no queda otra explicación, que las Iberdrolas, Endesas, Fenosas (ahora Naturgys) y demás firmas depravadas que se reparten el mercado de la electricidad en España, pagan sustanciosas comisiones a los señores diputados para que mantengan la boca cerrada mientras sus tarifas traspasan la estratosfera y saquean abiertamente los bolsillos de las familias españolas consumidoras de gas o electricidad (esto es el 99.99 por ciento de la población).
Cabe también imaginar que estas comisiones son las mismas, o incluso mayores, de las que las empresas eléctricas españolas pagan a jueces, magistrados, senadores, presidentes de consejos generales judiciales, mandatarios comunitarios o ediles corruptos, que es de lo que más hay, pues los cargos públicos españoles no se venden por un plato de lentejas, como hizo el Esaú bíblico, desesperado por el hambre y preso de la voracidad.
La absoluta condescendencia entre la clase política española y las voraces firmas energéticas resulta tan evidente que ya nadie se atreve a ponerla en tela de juicio. Sencillamente, nuestros representantes “democráticos” (los diputados de unas cortes franquistas que aún funcionan a pleno rendimiento en este país) han cogido la parte del pastel que les han ofrecido las compañías eléctricas sin ningún remordimiento y se la han echado al bolsillo a cambio de su silencio. Nuestros corruptos políticos, que con una sencilla votación podrían haber impedido este brutal atentado contra los derechos del consumidor de electricidad, se han comportado como cómplices abyectos del injustificable saqueo que se está cometiendo. Como siempre, poderoso caballero es don dinero.
Los pocos diputados que no han puesto la mano a las excelsas gratificaciones que les han ofrecido las firmas energéticas y han elevado su voz contra el abuso, han sido como una voz en el desierto; una voz claudicante ante la que la mayoría del hemiciclo se ha tapado los oídos. Tener el Estado secuestrado por un comando de terroristas energéticos, con la indefensa población como rehén, no parece preocuparles mucho. Se han dado situaciones tan esperpénticas como el caso de Madrid, donde la presidenta de la comunidad, en su inaccesible estulticia, se ha atrevido a bromear ante la terrible ola de calor que hemos padecido: si no os gustan las tarifas energéticas que tenéis que pagar para hacer funcionar los ventiladores o el aire acondicionado, os vais al parque a refrescaros a la sombra de un chopo. Previamente, todo hay que decirlo, la zómbica Ayuso ha hecho frente común con el alcalde Almeida (alias Dick-face). Entre ambos han dejado de regar las zonas verdes de los parques madrileños periféricos hasta convertirlas en páramos de devastación y sequedad…¿No queríais lentejas? Ahí tenéis dos platos.
Examinando esta situación de expolio ilimitado que sufre nuestro bolsillo ante las voraces facturas de la luz, supongo que habría que pedirle cuentas al rey; pero lamentablemente, de su parte bien poco podemos esperar. Siguiendo la tradición “comisionista” que heredó de su padre, el rey tendrá que recibir también un buen pedazo del botín recaudado por las eléctricas para no hacer en sus vacuos discursos ninguna referencia a la voracidad de las firmas energéticas. En realidad, son ellas las dueñas absolutas de todo el país. Ellas son las que mandan en España y no su Excelentísima y Corruptísima Majestad.
Es frecuente entre los codiciosos diputados, cansados de recibir sólo el sueldo que cobran por sentar su ilustre culo en el escaño que les corresponde, aspirar a tener, apenas abandone su carrera política, un rentable puesto directivo en los consejos de administración de las Iberdrolas, Endesas o Fenosas (o cualquier otra firma de la misma iniquidad). No podemos dejar pasar de lado el ejemplar caso del psicópata Rodolfo Martin Villa, que comenzó como oficial en las SS del Estado español (los GAL) y gracias a las ejemplares matanzas que cometió desde su cargo ministerial (la masacre de Vitoria en el 76 como la más sonada), acabó siendo nombrado presidente de Endesa.
Está claro que, habiendo tanto intermediario de por medio, las aberrantes facturas de la luz que pagamos los ciudadanos de a pie en España tienen que alcanzar precios astronómicos. Al pan, pan y al vino, vino.
No sé por qué me viene a la cabeza una obra clásica como la de “Fuenteovejuna”, del genial Lope de Vega, en la que se plantea la legitimidad de levantarse en armas ante los abusos de un codicioso y despiadado comendador. En ella es el pueblo de Fuenteovejuna al unísono el que, resuelto a no soportar por más tiempo la humillación a que está siendo sometido, se subleva contra la autoridad, toma el palacio del diabólico comendador y lo defenestra. Cuando los reyes católicos, informados del magnicidio cometido, acuden al pueblo a imponer justicia y preguntan quién mató al comendador, la respuesta es unánime entre todos sus vecinos: “¡Fuenteovejuna, Señor!” Los reyes se dan por satisfechos y perdonan al pueblo que se tomó la justicia por su mano y asesinó al tirano que lo oprimía. La situación es ficticia, pues desde que España existe todos los que se han sublevado contra la autoridad real han sido siempre ajusticiados. No obstante, el texto de la misma Declaración Internacional de Derechos Humanos justifica una sublevación popular cuando la tiranía y la opresión se hacen insoportables: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
Me viene también a la cabeza la forma en que arreglaban los abusos de poder en la Roma imperial. William Shakespeare escribió sobre esto una de sus obras maestras: “Julio César”. En ella los senadores traman en secreto un complot para acabar con el césar, ya que no había otra forma de derrocar la desmedida acumulación de poder a que había llegado el inalcanzable emperador. Uno tras otro, sistemáticamente, los senadores van clavando su cuchillo en el césar; por las heridas se escapa su sangre, el energético fluido que hace funcionar su tiránico régimen, hasta que consiguen derribarlo con una última cuchillada, la que su propio hijo Brutus le da.
Seguro que más de uno, tras leer este texto, me está inculpando de incitación a la violencia y el odio contra las detestables compañías de electricidad. Nada más lejos de mi intención aunque, si lográramos ponernos todos de acuerdo y no consumir nada de su suministro eléctrico durante tan sólo un mes, la puñalada que asestaríamos a estas inmundas y codiciosas compañías sería mortal… Torres mucho más altas han caído y, con organización, apoyo y solidaridad, bestias mucho más inmundas que estas Iberdrolas, Endesas o Fenosas se podrían exterminar.