Me acerqué con entusiasmo al reciente libro de Gregorio Morán, esperando encontrar algo nuevo sobre un escritor tan apasionante como Rafael Barrett. Y he de confesar mi decepción al toparme con un simple refrito de publicaciones anteriores, recargado con sobredosis de anécdotas propias y salpicado con algunas opiniones bastantes sorprendentes. Critica Morán con virulencia el […]
Me acerqué con entusiasmo al reciente libro de Gregorio Morán, esperando encontrar algo nuevo sobre un escritor tan apasionante como Rafael Barrett. Y he de confesar mi decepción al toparme con un simple refrito de publicaciones anteriores, recargado con sobredosis de anécdotas propias y salpicado con algunas opiniones bastantes sorprendentes.
Critica Morán con virulencia el que Barrett haya sido catalogado como pensador anarquista («apelaron a su supuesta anarquía como quien pone un posavasos»(p. 54), «se me descomponen las meninges ante tan retórica mediocridad»(p. 219),»un explícito acratismo que jamás será su opción política o intelectual»(p. 43)). Y esto sí que constituye todo un planteamiento «original» -el único planteamiento novedoso de todo el libro- pues con ello pretende rebatir la opinión general de todos los comentaristas de Barrett. Y pretende también rebatir… ¡al propio Barrett! Porque el hecho incontestable, nos guste o no, es que Barrett se declaró anarquista, actuó como anarquista y escribió como anarquista.
¿Cómo no considerar anarquista a un escritor que propugna la supresión del Estado, la supresión de todo Gobierno, la supresión de las leyes, la eliminación del dinero, que ensalza conceptos como «la Aurora» y «la Idea», que propone la Huelga General (el «paro terrestre», escribe Barrett) como el paso clave en la acción revolucionaria y que define esa huelga como «el anárquico ejército de la paz», un pensador que afirma «el pensamiento en sí es una energía anarquista» y que califica como «héroes» y «mártires» a los anarquista de acción, un escritor que crea una revista con el nombre de «Germinal» en cuyo primer número expone su Programa y dice «suprimid el principio de autoridad donde lo halléis» y «combatamos al jefe, a todos los jefes»?
Pero, por si todo eso fuera poco, es que además Barrett se declaró expresamente anarquista y detalló sus ideas libertarias en un artículo titulado Mi anarquismo; así de claro y con todas las letras, para que nadie pudiera llamarse a engaño. Todo es tan explícito, que no hay cómo entender la postura de Morán (quien, además, expresa su opinión con saña, pero no la argumenta seriamente ni la sustenta en los textos), salvo que pretenda simplemente llamar la atención y decir algo diferente y «original» a toda costa.
El anarquismo de Barrett es, ciertamente, muy cuestionador y nada esquemático, profundamente reflexivo y absolutamente ajeno a cualquier encuadramiento en ideas simplistas ya que, como rasgo esencial a su propia condición antiautoritaria, niega y rechaza todo tipo de imposición doctrinaria por mínima que sea. Barrett es un pensador penetrante, radicalmente crítico que se debate en el torbellino de la «crisis de fin de siglo» y que considera el anarquismo como la punta de lanza de la corriente general revolucionaria que conmovía su tiempo.
La rabiosa vigencia del pensamiento de Barrett ha sido destacada por Roa Bastos que resalta el carácter «precursor» de su obra y más recientemente por Santiago Alba Rico en una frase rotunda: «la actualidad de Barrett es la actualidad del mal que combatió». Barrett, por ejemplo, pone en entredicho la idea de Progreso con reflexiones que se adelantan claramente a su tiempo y que resultan de una notable modernidad. Y asume también sin reservas las tensiones y contradicciones implícitas en el anarquismo. El tema de la violencia es uno de los puntos en los que Barrett vive de forma dramática esas tensiones: «La violencia homicida del anarquista es mala, es un espasmo inútil; mas el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de verdad» -escribe; «…y seguirá en nosotros el vago remordimiento de lo irremediable».
Repudia Barrett los enfrentamientos entre anarquistas y socialistas que empezaron a producirse tras el Congreso de La Haya, convencido de que sólo favorecerían al capitalismo y advierte que «el antagonismo entre socialistas y anarquistas es la última carta de la burguesía». Con ese criterio, Barrett expresa una opinión en general positiva hacia el socialismo y el marxismo, pero siempre desde una posición anarquista explícita y notoria: «El anarquismo, extrema izquierda del alud emancipador, representa el genio social moderno en su actitud de suma rebeldía»- escribe.
Descubriendo el Mediterráneo
Afirma Morán que Barrett «sigue ignoto» (p. 59). Y sentencia también: «No creo que exista otro autor tan ninguneado como Barrett»(p. 47). Resulta chocante que se pueda calificar de «ignoto» a un autor sobre cuya obra se han publicado más de medio centenar de libros en al menos nueve países desde su muerte en 1910, incluida una excelente antología muy reciente de Santiago Alba Rico (Ladinamo, Madrid, 2003) y seis ediciones sucesivas de Obras Completas en Uruguay, Argentina y Paraguay. ¿»Ninguneado» un autor al que Augusto Roa Bastos ha dedicado una extensa y magistral semblanza1, un escritor al que Borges (tan poco amigo de halagos) calificó de «genial» y hacia el que han expresado su admiración, con encendidos elogios, tanto Rodó como Valle-Inclán, Maeztu, Benedetti, Rama, Galeano, Viglietti… y un largo etcétera, además del propio Roa Bastos que le destaca como su principal referente literario?
Y es que Morán está convencido, a estas alturas, de haber descubierto a Barrett:«¡Descubrir un escritor en el siglo XXI, que murió hace un siglo!» (p. 59). Estamos, es evidente, ante un caso modélico del conocido «complejo de Adán» que a toda costa quiere convertirse en inaugurador de algo y descubrir el Mediterráneo.
No es Barrett un escritor popular, desde luego; y seguramente nunca lo será, dadas las características singulares de su corta obra, dispersa y truncada. Pero es bien conocido por los buenos aficionados a la buena literatura, por los seguidores de las vanguardias críticas, y por todos los interesados en el pensamiento radical y en la historia social y cultural de Latinoamérica. «Sólo un serial televisivo sobre la vida y los milagros -muchos milagros- de Rafael Barrett podían(sic) recuperarlo en su auténtica dimensión popular» -sentencia Morán (p. 112). Y a la vista del tipo de popularidad que Morán pretende, habría que ver lo que el propio Barrett, agudo crítico de los tópicos de su tiempo y de la cultura de consumo, pensaría de semejante propuesta.
Se asombra Morán de que Barrett no exista en la literatura española. Y la razón es bien simple: donde se le incluye sistemáticamente es en la literatura paraguaya. Nació Rafael Barrett en 1876 en Torrelavega (Santander), hijo de padre inglés y madre española, pero fue en Paraguay donde se instaló, donde formó su familia, donde maduró su personalidad y su estilo, donde forjó el compromiso social que le llevó al anarquismo, donde se implicó vitalmente hasta el punto de afirmar que Paraguay era «el único país mío, que amo entrañablemente» y donde produjo la mayor parte de su obra literaria. Resulta, por tanto, absolutamente lógico que siempre haya sido considerado un escritor paraguayo; y no puede sorprender que no figure en la literatura española quien nada literario escribió en España.
Ocultación del Paraguay
Morán confiesa en las primeras páginas (p.16) no saber nada del Paraguay, y lo demuestra cumplidamente a lo largo del libro. Pero esa ignorancia no le impide ponerse a pontificar de lo que desconoce, con las desastrosas consecuencias que eran previsibles:
– Sobre la controvertida figura y la compleja época del doctor Francia (que ha dado pie a una de las mayores novelas latinoamericanas: «Yo el Supremo» de Roa Bastos) Morán escribe: «La tiranía del doctor gobernó a los paraguayos durante casi treinta años dándoles un trato de ganado, que como es sabido cuida más vacas que gallinas, y a ovejas más que cerdos» (p. 125). Simpleza que ruborizaría a cualquier escolar paraguayo.
– Asegura que el mitin del 1 de mayo de 1908 es «muestra evidente del nacimiento del movimiento obrero paraguayo» (p. 161). Será que el movimiento obrero paraguayo nació con quince años de edad por lo menos, porque entre 1892 y 1893 se habían organizado ya los gremios de carpinteros, sastres, panaderos, albañiles, hojalateros, peones del ferrocarril, etc., se habían realizado varias huelgas e incluso se había publicado el «Manifiesto anarquista» en el diario «La democracia». Y dos años antes de la fecha que Morán anuncia como su nacimiento, el movimiento obrero paraguayo era ya mayor de edad al confederarse (el 1 de mayo de 1906) los distintos gremios en la Federación Obrera Regional Paraguaya (FORP)2.
– Afirma que la nieta de Barrett, Soledad, murió «en combate» (p. 219) siguiendo la versión oficial de la dictadura militar; cuando está probado y documentado que fue detenida, torturada y asesinada.
– La diferencia entre las construcciones jesuíticas y franciscanas del Paraguay las resuelve también con una frivolidad y una ignorancia pasmosas: «típica obra franciscana, por ser todo de madera, a diferencia de las jesuíticas que compartían piedra y madera» (p.226).
– De la notabilísima escritora hispanoparaguaya, Josefina Plá, dice que «marcha a Paraguay en 1938, de donde no saldrá hasta su fallecimiento en 1999, a los noventa años» (p. 34), lo cual es rigurosamente falso. Josefina Plá salió de Paraguay en diversas ocasiones a Estados Unidos, a España, a Brasil, a Argentina, e incluso presentó exposiciones y dictó conferencias en varios de esos países. Y además no murió a los noventa años, sino a los noventa y cinco.
– Explica la compleja personalidad de la esposa de Barrett (Panchita López Maíz) desde la poderosa figura de su «antepasado» el Mariscal López, cuando Panchita no era descendiente del Mariscal.
– Le sorprende mucho que Panchita acostumbrara a dar la bendición a su hijo Alex. Y de ello deduce que era una persona de extrema rigidez religiosa, sin saber que bendecir a los hijos era una usanza muy común en Paraguay.
– Confunde el mitin del 1 de mayo de 1908 con el golpe de estado del mayor Albino Jara, que fue el 2 de julio.
– Cita con errores reiterados los nombres de lugares y de personas, etc., etc., etc.
Hay un fragmento del libro en el que la vanidad de Morán alcanza niveles francamente deliciosos: Nos cuenta la presentación que hizo en el Centro Cultural Español de Asunción (p. 111). Y confiesa que parte del escasísimo público asistente abandonó la sala a los pocos minutos de comenzar su intervención. Pues bien, en lugar de honestamente preguntarse si no supo captar su interés, si los aburrió ya desde el inicio, si tal vez eran buenos conocedores de la obra de Barrett y huyeron educadamente… En lugar de eso, la emprende contra la institución que le acogió porque… ¡no le pusieron agua! E incluso denigra a la intelectualidad asuncena insinuando que no asistieron a su charla porque en otro acto se ofrecía un condumio.
Cuando ignorancia rima con arrogancia
Al libro le sobra también (hay que decirlo) demasiada petulancia. Es impresionante la cantidad de descalificaciones e insultos que Morán, cual moderno inquisidor, lanza constantemente a diestro y siniestro. Lo más grave es que, al lado de tanta arrogancia, el libro está plagado de errores hasta límites inconcebibles. Como enumerarlos en detalle sería tarea pesadísima e interminable, vayan como botón de muestra dos de ellos, de tal calibre que merecerían con todo derecho figurar en cualquier antología del disparate:
– Con referencia a un texto en el que Barrett habla de sus colaboraciones «en las principales revistas orientales», Morán se mesa los cabellos y de nuevo lanza anatemas contra los anteriores comentaristas de Barrett, se dice «estupefacto» y «se desespera» porque «Hasta hoy nadie ha escrito una maldita línea sobre las tales revistas, ni cuáles eran ni qué sacó en ellas» (p. 219). Pues bien, tanto esas revistas3 como lo que Barrett publicó en ellas, todo está perfectamente documentado en el libro «Barrett en Montevideo» de Vladimiro Muñoz (al que, por cierto, Morán trata de «biógrafo asilvestrado» y que «su cultura está en la franja que marca la voluntad de pasar del analfabetismo a manejar conceptos que no entiende» p. 24).
Resulta realmente grotesco que Morán despotrique e insulte desde su desconocimiento de esos datos; y sorprende que seguidamente lance nuevos improperios y acusaciones de haber creado un Barrett «localista, doméstico» ceñido al ámbito del Cono Sur. Pero el asunto llega al más espantoso ridículo cuando nos percatamos del verdadero origen del problema: ¡Morán ignora que por «revistas orientales» Barrett se está refiriendo a revistas del Uruguay! ¡E imagina que se trata de revistas de la China, o algo así! Y desde tan asombrosa incultura todavía tiene la desvergüenza de tachar de «retórica mediocridad» a autores de la talla de Mario Benedetti y Daniel Viglietti por no haberse percatado de ese Barrett de Oriente que viene a ser como un cuarto Rey Mago cuyo prodigioso descubrimiento (éste sí) pertenece con todo derecho a Gregorio Morán.
-Pero Morán se supera a sí mismo en pedantería cuando pretende rectificar al propio Barrett ¡sobre su propia esposa! Barrett llama a Panchita «menuda», y en otra ocasión «estrechita»; pero Morán le corrige, sí, sí, asegurando que era «rechoncha» (si lo llega a leer Panchita, le saca los ojos) y que lo de «menuda» es una «corrección autobiográfica» (p. 137). ¿Y por qué está tan seguro Morán de conocer a Panchita mejor que su propio cónyuge? Pues ¡porque ha visto una foto! ¡pero una foto de su hermana Angelina, a la que Morán toma por Panchita! Parece un chiste, pero es verdad; está en el libro, vean el pie de la séptima foto con los nombres confundidos. En fin… sin comentarios.
Este es el tipo de rigor que destila todo el libro de Morán. Libro que, en conclusión, no añade ni aporta nada relevante al conocimiento de la obra de Rafael Barrett. Lo mejor del libro son, sin duda, los fragmentos de textos del propio Barrett, su escritura precisa y penetrante. Y su principal virtud es la de traernos de nuevo a las librerías y darnos la ocasión de recordar la obra y la vida apasionada de un escritor excepcional.
* Francisco Corral, director del Instituto Cervantes de Río do Janeiro, es autor de «El pensamiento cautivo de Rafael Barrett» (Siglo XXI, 1994) y editor de las obras completas de Rafael Barrett.
1 Augusto Roa Bastos: «Rafael Barrett, descubridor de la realidad social del Paraguay». En Rafael Barrett El dolor paraguayo. Caracas. 1978.
2 Ver Ciriaco Duarte, El sindicalismo libre en el Paraguay, Asunción, 1987.
3 Esas revistas fueron: «Apolo», «Bohemia», «El Despertar», «El Espíritu Nuevo», «Libertad, Libertad, Libertad», «Natura» y «El Siglo».