Hoy la violencia hacia las mujeres ocupará numerosas páginas y minutos en los medios de comunicación y será motivo de discursos institucionales; sin embargo, es muy probable que la atención preferente y los discursos no se repitan hasta que algún ataque llegue a tal extremo que obligue a ello. No se trata de restar importancia […]
Hoy la violencia hacia las mujeres ocupará numerosas páginas y minutos en los medios de comunicación y será motivo de discursos institucionales; sin embargo, es muy probable que la atención preferente y los discursos no se repitan hasta que algún ataque llegue a tal extremo que obligue a ello. No se trata de restar importancia a un día como hoy; sin embargo, tratándose de un día para levantar la voz en contra de un fenómeno tan antiguo como persistente, también debería serlo para reflexionar acerca de la necesidad de concienciación sobre sus causas, bien conocidas, y de evitar que de un día para otro caiga de la lista de prioridades, institucionales y ciudadanas.
La existencia de la violencia contra las mujeres es un claro síntoma del fracaso de una sociedad que se dice desarrollada -y lo es científicamente, tecnológicamente- pero que en otros aspectos ha evolucionado muy poco. Porque difícilmente se puede afirmar que es un desarrollo al servicio de las personas, y menos aún de quienes más lo necesitan, sino más bien todo lo contrario, en una sociedad en la que la desigualdad es una de sus principales características. Y la violencia contra las mujeres es una de las más brutales muestras de desigualdad en todos los ámbitos, consecuencia directa de un modelo de sociedad patriarcal que perdura de generación en generación, que transmite estereotipos sutiles equivalentes a los otrora más evidentes de hombre dinámico, poderoso, que manda, junto -o frente- a mujer pasiva, incapaz de decidir y sumisa. Por eso, a esta sociedad no se la puede calificar sino de fracasada, toda vez que tolera e incluso fomenta esos valores de consecuencias tan lamentables y habituales.
No es suficiente el lamento, no son suficientes las leyes de igualdad y contra la violencia sexista, mucho menos cuando ni siquiera se cumplen. Por eso, el día de hoy debería ser el de la renovación del compromiso de denuncia y lucha constante contra uno de los mayores problemas de esta sociedad.