Los medios de comunicación no determinan la prevención de las violencias machistas, pero pueden ser esenciales a la hora perpetuar o desmontar roles, estereotipos y mitos que perviven en el imaginario popular y están en el origen de las relaciones desiguales de poder que sustentan esas formas de maltrato.
Para la periodista y activista Danielle Laurencio Gómez, reportera de la Agencia Cubana de Noticias (ACN) en la oriental provincia de Las Tunas, a poco más de 650 kilómetros de la capital, e integrante de la Articulación Juvenil del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), “en el abordaje comunicativo de las violencias machistas, la perspectiva de género tiene que ser transversal, un estilo de trabajo -por decirlo de alguna forma-; tiene que ser una política permanente”.
¿Cómo los medios de comunicación pueden favorecer u obstaculizar el tratamiento de la violencia de género?
Primero posibilitando, gestionando y sistematizando la capacitación, no solo de periodistas que se muestran interesados por estos temas, sino también de todo el personal que colabora o trabaja en que, finalmente, el producto comunicativo salga. Es muy importante alcanzar a quienes deciden, porque al final todas las noticias que se construyen en el medio tienen que pasar por ese filtro. Cuando digo todas las personas que colaboran o participan en la materialización del producto comunicativo, me refiero también a fotorreporteros, editores, quienes hacen la corrección… Realmente, tiene que haber una voluntad de abordaje de las violencias machistas en el medio para, entonces, incluirlo en las agendas. Así se favorecería que esta problemática no aparezca solamente en fechas de campaña. Porque, desgraciadamente, padecemos de ese mal: nos volcamos a un tema cuando hay algo alusivo marcado en el calendario.
Por otra parte, los medios también pueden obstaculizar el tratamiento de estos problemas, sobre todo cuando los desatienden. Creo que la capacitación es clave porque, aunque se tenga la intención, por ejemplo, de abordar las violencias, si no hay la suficiente preparación para que los profesionales del medio lo hagan, pues entonces se cae en la revictimización, en el mal uso de términos, de conceptos y también en un tratamiento muy superficial, que no muestra realmente el fenómeno en toda su dimensión.
¿Qué opinas sobre lo que se publica hoy sobre violencia de género en la prensa cubana?
Si hacemos una comparación con la situación de la prensa cubana 10 años atrás, te diría que estamos mucho mejor. Realmente hay una intención –que va en coherencia con la estrategia del país– de atender el problema, de visibilizarlo; de diseñar estrategias de actuación que van desde las leyes, hasta la labor de las organizaciones de masas. Pero todavía nos falta mucho, porque siguen siendo solo algunos medios y algunos periodistas quienes llevan el batón. Y muchas veces esa intención está vinculada al activismo.
Entonces, urge cambiar un poco esa situación para que realmente se convierta en una política de trabajo. Porque la violencia de género es una realidad que existe y hay que atenderla de forma multisectorial. No puede ser un tema de unos pocos. De nada sirve que en una revista desde La Habana o en un medio provincial puntual se aborde el asunto, cuando realmente en las emisoras municipales y comunitarias no se está visibilizando y muchas veces sabemos que es allí donde más arraigadas están esas violencias.
¿Cómo se entrelaza la cobertura informativa con el reflejo de la violencia que se propone -o no- desde otras plataformas comunicativas, como las redes sociales o las propuestas audiovisuales de ficción, etc.?
Todavía hay una brecha grande. Nuestros medios, a veces, se siguen quedando en la información, en la cobertura de un evento o en las entrevistas a especialistas y hemos podido comprobar que las historias de vida, por ejemplo, son un recurso muy eficiente para llegar a las audiencias.
En tanto, a través de las redes sociales y de audiovisuales, como la teleserie “Rompiendo el silencio”, hemos tenido la posibilidad de ver propuestas artísticas que han mostrado de forma mucho más real –no quiero decirlo con crudeza, pero es así- la dimensión del problema. Entonces, creo que existe todavía una brecha de tratamiento en la prensa. Para el periodismo, sigue siendo insuficiente el soporte estadístico, de cifras, datos; y también la cuestión del acceso a fuentes seguras, pertinentes. A veces nos cuesta porque tenemos profesionales muy valiosos, psicólogos, investigadores, sociólogos, sexólogos; pero necesitamos también de esa contraparte legal, que ahora se está viendo mucho más asequible por toda la revolución que vivimos en torno al Código de las Familias. Pero todavía sigue siendo muy difícil llegar a esas fuentes.
Según tu experiencia, ¿por dónde van los principales desafíos para que la comunicación cumpla su rol en el tratamiento, comprensión y acción ante este problema?
El principal es que se logre realmente una coherencia entre lo que se aspira y lo que realmente se hace; que realmente se transversalice una acción que vaya del tratamiento y la comprensión, hasta la actuación. Entonces, según mi experiencia como periodista, incluso como joven periodista de un medio de comunicación, en una provincia del oriente del país, la realidad es que esos temas ni siquiera se conciben en las agendas.
Ahí hay un desafío. Hay que ser muy valiente para proponerlo, para batallar con las fuentes y, después de eso, pasar por el proceso de que a lo mejor hay que bajarle el tono al trabajo por una u otra razón.
No podemos quedarnos hablando de las violencias machistas en los 16 días de activismo o el ocho de marzo, u otros momentos así. Hay que lograr que estén todo el año en las agendas, que se hable y que se hable bien. Y, además, garantizar transparencia entre lo que nuestros medios de comunicación dicen y la actuación que tiene que haber desde los organismos del orden: la policía, el tribunal, la fiscalía y otros.
Este asunto no puede ser solo de dominio de un grupo especializado de personas, o sea, la universidad y otros espacios académicos. Tiene que ser una preocupación multisectorial, en donde salud pública tenga su parte, educación la suya y así… Que se piense, incluso, como parte de los planes del desarrollo local de nuestros municipios, de nuestras provincias; porque no es lo mismo cómo se manifiestan las violencias en el oriente del país; incluso en las zonas rurales de esos territorios, que lo que se vive en las provincias centrales o en las occidentales.
Entonces, los principales desafíos están por ahí; por seguir capacitando para que se entienda que esto no es un capricho ni una moda; que es un problema de salud, un problema social y un problema de derechos; que hay que seguir dando la batalla.