Este artículo pretende ser una aportación a la discusión abierta por Manuel Casal Lodeiro (www.rebelion.org 25-12-2010) y Lino C. Vila (www.rebelion.org 01-01-2011), sobre la forma en que la izquierda debería afrontar el problema del crecimiento perpetuo en un mundo finito. En las gentes de la izquierda se percibe un cierto desconocimiento de la cuestión energética, […]
Este artículo pretende ser una aportación a la discusión abierta por Manuel Casal Lodeiro (www.rebelion.org 25-12-2010) y Lino C. Vila (www.rebelion.org 01-01-2011), sobre la forma en que la izquierda debería afrontar el problema del crecimiento perpetuo en un mundo finito.
En las gentes de la izquierda se percibe un cierto desconocimiento de la cuestión energética, pero no por dejadez suya, sino porque dicho fenómeno está generalizado en la sociedad. Los círculos de expertos que discuten esta cuestión desde hace años, sugieren como causa de este desconocimiento, el hecho de que la crisis energética, y la manera en cómo afecta a las sociedades humanas, requiere para su comprensión de un acercamiento pluridisciplinar, dificultado por el divorcio secular entre «las ciencias» y «las letras». Es necesario manejar conceptos de Economía, Ecología, Física (principalmente la Termodinámica), Historia y Política, entre otros. El uso de las matemáticas es de gran ayuda. Pienso que a esto hay que añadir el gran interés que tiene el sistema capitalista, en que este tema no se explique a la opinión pública, para dificultar el consiguiente debate en la sociedad.
Al igual que a Manuel C. Lodeiro, a mí también me invade cierta impaciencia, y un sentimiento de urgencia, cuando leo algunas propuestas de los sindicatos y partidos de izquierda, donde se sigue hablando de recuperar el crecimiento para crear empleo. Sin embargo, hay que procurar mantener la calma, porque estamos hablando de un cambio de ideología y de sistema de valores tan radical, que puede tardar años, tal vez décadas, en ser asimilado. Ni siquiera los que ahora abordamos estas cuestiones, tenemos muy claro qué hacer y cómo hacerlo. En el caso de España, ¿cómo le dices a gente deshauciada, totalmente quebrados para el resto de su vida, que se tienen que ir al campo a sembrar patatas, si hace pocos años conducían coches caros y se iban de luna de miel a Cancún? Ni siquiera está claro en el momento actual que la población vuelva a la política, cuando aparecen casos en la sección de sucesos, de personas desesperadas que cometen actos individuales trágicos contra ellos mismos o contra terceros, en vez de organizarse para una lucha colectiva.
Respecto a la relación entre tecnología y progreso, la interesante película-documental «Sicko», de Michael Moore, explica cómo casi 50 millones de estadounidenses no pueden disfrutar en absoluto de la tecnología médica de su país, que según dicen es de las más avanzadas del mundo. ¿En qué afectaría a su bienestar que esa tecnología desapareciese mañana, si ellos no tienen acceso a la misma? El sistema sanitario cubano, mucho más eficiente y eficaz, demuestra que para el ser humano, es mucho más importante el progreso social que el tecnológico. A mi parecer, tanto los partidarios del decrecimiento como la izquierda «tradicional», están por la defensa y ampliación del progreso social.
Es claro que hay tecnologías superfluas o dañinas, como una consola de videojuegos o un misil intercontinental, cuya desaparición no afectaría negativamente a nuestra calidad de vida. Otras tecnologías, como una unidad de cuidados intensivos, o una cosechadora de cereal, no deberían desaparecer nunca, pero hay que ser conscientes que éstas se han desarrollado en el seno de una sociedad del petróleo, y requieren para su fabricación y mantenimiento de una estructura social con un mínimo de complejidad. [1] [2]
En cuanto a la cuestión del pleno empleo, no es ningún mito, si es concebido como reparto de empleos, y es posible alcanzarlo reduciendo la jornada laboral hasta donde el subsidio energético lo permita, sin perder calidad de vida. Por supuesto, será un mito mientras no salgamos del sistema capitalista.
En primer lugar cabría cuestionar la relación que suele establecerse entre nivel de vida y calidad de vida.
La energía abundante y barata, junto con el progreso tecnológico, nos ofrecía la posibilidad de liberarnos del trabajo físico, y todavía se piensa que éste es denigrante y de menor categoría que el trabajo intelectual. Sin embargo, hemos avanzado poco en la liberación del trabajo alienado, que es lo que nos denigra y rebaja. Veamos un ejemplo en clave energética:
Una cosechadora de cereal moderna, hace el trabajo de 220 jornaleros, aunque consume 4 veces más energía que éstos, suponiéndoles una dieta de 5.000 Kcal diarias (la FAO establece un consumo mínimo de 3.500 Kcal diarias, para llevar una vida normal). En el sistema capitalista, 3 ó 2 de estos 220 jornaleros se convierten en operarios de cosechadora, trabajando 8 ó 12 horas a turno, según el país en que estén, y los 217 restantes, de primeras, se van al paro. Los 3 reconvertidos en operarios, reciben un salario más alto que cuando eran jornaleros, pero aún así, es una ínfima parte de la riqueza que, gracias a la energía canalizada por la máquina, generan con su trabajo (es decir, 4 veces 220, que son 880 jornaleros) . El terrateniente será el propietario de la máquina si tiene una extensión suficiente de tierras, y si no se la alquilará a un pequeño empresario, que se encargue de su mantenimiento, y la vaya moviendo allí donde haga falta. Los 3 operarios no participan para nada en la toma de decisiones, y mucho menos los otros 217. En cuanto al reparto de riqueza, de los cálculos anteriores se desprende que la movilización de la energía contenida en el gasoil que quema la máquina, equivale a 880 jornaleros, que es como si los 220 iniciales tuvieran otros 660 «ayudantes»; sin embargo, constatamos que estos 660 «esclavos energéticos» sirven principalmente a los propietarios.
Ahora bien, últimamente nos estamos dando cuenta que lanzarse a dilapidar la energía solar almacenada en forma de combustibles fósiles, sin tener a punto otra fuente de energía que los sustituyera, ha sido como «vender las joyas de la abuela», en expresión de Mariano Marzo. Es decir, que no ha sido acertado explotar toda esta energía para que la disfruten unos pocos, pero tampoco lo hubiera sido si la hubiéramos disfrutado de forma más igualitaria, dejando un paisaje desolado a las generaciones venideras, que nos hubieran juzgado con la misma severidad.
Es por esto que deberíamos desterrar el pensamiento productivista, en la construcción de la alternativa que haga efectiva la idea básica de la izquierda, que es el reparto justo de la riqueza. Lo malo no sería tanto volver a segar a mano, como que la mayor parte de la cosecha se la quedara «el señorito».
Al reevaluar los conceptos de «trabajo» y «calidad de vida», hay que pensar que una reducción del confort, vendría compensada con mayor disponibilidad de tiempo, y con mayor plenitud y satisfacción personal. De esta forma, cambiamos confort físico por confort psíquico, bien-estar por bien-ser.
Sólo el progreso social puede traernos la liberación del trabajo alienado. Pero además, queremos que la jornada de trabajo necesaria para el buen funcionamiento de los servicios sociales básicos, deje tiempo para:
a) la participación activa y cotidiana de la población en la toma de decisiones, dotando así de sentido a la democracia,
b) el cuidado de niños, ancianos, enfermos y por qué no, adultos,
c) la realización personal mediante el cultivo de las artes, la contemplación, la oración, etc.
Esto es posible ahora, con las reservas energéticas que todavía quedan, pero ¿será posible en un mundo de baja energía? Mi opinión es que sí, ya que estos objetivos no son materiales, y la felicidad tiene un componente subjetivo muy fuerte.
Las agresiones que sufrirían las «comunidades locales auto-gestionadas» de baja energía, por parte de las «sociedades tecnológicas», que plantea Lino C. Vila, son un clásico en las discusiones sobre la crisis energética y los escenarios post-petróleo. En este tema soy optimista, y opino que no es posible mover un gran portaaviones, como los de EE.UU., si con tal movimiento no se consigue una cantidad de energía muchas veces mayor que la que ha consumido este portaaviones en su «misión de paz». Pienso que la IIª Guerra Mundial, la mayor masacre de la Historia, fue la gran guerra de la era del petróleo, y que la guerra de Iraq, que se tuvo que llevar a cabo tras un decenio de embargo económico, que dejó totalmente arruinado a aquél país , será la última guerra de la era del petróleo. No digo que no vaya a haber más guerras, eso quisiera yo, pero no serán tan destructoras y salvajes como éstas últimas.
No creo que vayamos a volver a la Edad Media, ni al Paleolítico, ni a ninguna época pasada, porque el sistema humano evoluciona de forma similar a los seres vivos, de tal forma que, al igual que la Evolución no volverá a engendrar dinosaurios, nosotros tampoco volveremos atrás en la Historia. Pero si hay que simplificar las sociedades, comencemos por desmontar la Globalización capitalista, para lo cual podríamos valernos de un programa, basado en los siguientes principios [3]:
– Vida Sencilla.
– Reducción del tiempo de trabajo alienado.
– Predominio de la vida social frente a la lógica de la propiedad y del consumo ilimitado.
– Reducción de escala (reducir las dimensiones de infraestructuras productivas, de las organizaciones administrativas y de las infraestructuras de transporte)
– Primacía de lo local sobre lo global.
– Redistribución de los recursos.
Podríamos ir un paso más allá, y proponer para estos conceptos un orden cronológico de forma que unos facilitaran, o fueran condición necesaria para la realización de otros. Así pues, una redistribución verdaderamente justa de la riqueza, no sería posible hasta que se hubiera producido una reducción de escala, que eliminase la locura de la libre circulación de capitales y la obscena acumulación de los mismos en pocas manos; y a su vez, dicha reducción de escala no sería posible hasta que la reducción del tiempo de trabajo, permitiera a las personas participar en la vida política de su entorno.
Sea como sea, la Vida Sencilla es condición necesaria y fundamental, y se acopla bien con la reducción del tiempo de trabajo. Hay que hablar con claridad a las personas paradas y excluidas, y decirles que los lujos de que acaso disfrutaran antaño, no los van a disfrutar sus hijos, y tal vez ellos tampoco podrán volver a tenerlos, pero que además de ser innecesarios, eran alienantes y provocaban su esclavitud, y que es perfectamente factible mantener una sanidad y educación universales y gratuitas, es factible una vivienda accesible para todas las familias, es factible un trabajo y es factible una alimentación sana, con los recursos todavía disponibles, durante muchas décadas, si renunciamos de una vez a todas las necesidades superfluas creadas por la mercadotécnia, y a todas las prácticas derrochadoras de energía y recursos de la producción capitalista.
Como dice Lino C. Vila, hemos de ir paso a paso, pero sin pausa: en España, un número significativo de personas, que por su situación actual serían partidarias en potencia de una opción de izquierdas (nada de «centros»), provienen de una situación muy distinta, mucho más acomodada, y por tanto van a sufrir la «rabieta del niño mimado», que estaba acostumbrado a un determinado nivel de vida, y que de pronto la crisis le ha arrebatado. Dicha rabieta consiste en votar acríticamente a la derecha conservadora (Partido Popular). El proceso de «lavado de cerebro» efectuado por el pensamiento único, a lo largo de treinta años de neoliberalismo, no se puede revertir en cuestión de meses; así pues, nos iremos preparando para un gobierno de derecha dura, y tras varios años de infierno privatizador, reformas laborales y subidas de impuestos indirectos, una vez que se haga patente que las vacas gordas no van a volver tampoco con éstos, tal vez comience el verdadero protagonismo de los movimientos de izquierda. Para entonces, partidarios del decrecimiento y de la izquierda, ya tendremos gran parte del trabajo ideológico hecho, para presentarlo a una sociedad más receptiva, si nos ponemos manos a la obra ahora mismo.
No tengo ninguna duda que de la síntesis de las antiguas, pero renacidas, ideologías del marxismo y los movimientos populares de liberación, y de los más recientes postulados del decrecimiento, surgirá la renovada ideología que será la base para que los desposeídos erijan de entre los escombros del capitalismo, una nueva sociedad, más equitativa entre sus miembros y en su relación con el planeta.
En palabras de Serge Latouche, «el decrecimiento, como tal, no es verdaderamente una alternativa concreta; sería, más bien, la matriz que daría lugar a la eclosión de múltiples alternativas». Yo añadiría, que los seres que engendre esta matriz, para ser viables, habrán de nutrirse con el fluido vital del socialismo.
Notas:
[1] Prieto, Pedro A. «Un cuento de terror energético». Cuadernos del CAUM (Club de Amigos de la UNESCO de Madrid), marzo 2004.
[2] Bullón Miró, Fernando, «El mundo ante el cénit del petróleo», Cuadernos del CAUM, junio 2006.
[3] Estos son conceptos explicados por autores como Paul Ariès, André Gorz, Iván Illich, Serge Latouche, Maurizio Pallante, Nicolas Ridoux, Wolfgang Harich, entre otros.
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