«Vivo en un país tan grande que todo queda lejos: La educación, la comida, la vivienda. Tan extenso es mi país Que la justicia no alcanza para todos» Lina Zerón Existen denuncias de que algunas operarias de la industria salmonera usan pañales, debido a que sus patrones no les permiten ir al baño regularmente para […]
«Vivo en un país tan grande que todo queda lejos:
La educación, la comida, la vivienda.
Tan extenso es mi país
Que la justicia no alcanza para todos»
Lina Zerón
Existen denuncias de que algunas operarias de la industria salmonera usan pañales, debido a que sus patrones no les permiten ir al baño regularmente para no interrumpir la cadena productiva. Cualquiera se preguntará como una persona joven y saludable se puede someter a estas indignas condiciones de trabajo, es sencillamente porque esas mismas trabajadoras han estado sometidas desde hace más tiempo a condiciones contractuales y laborales tanto o más degradantes.
Si los pescadores artesanales y las comunidades indígenas de Mehuín han sido repelidos a balazos por sus compatriotas por tratar de cuidar los ambientes litorales donde desarrollan sus actividades productivas es porque algo no anda bien. Si los Hombres de Mar han tenido que entrar con un bote en llamas al Congreso para intentar revertir la promulgación de una ley que beneficia exclusivamente a los industriales en perjuicio de cientos de miles de personas asociadas a las actividades de la pesca artesanal es porque las movilizaciones y los despliegues comunicacionales son el único camino para conseguir alguna recepción por parte de la autoridad.
Si algunos pescadores artesanales se suicidan por la desesperación de no poder llegar con el sustento económico y el alimento a sus mesas, no es culpa de los recursos pesqueros, sino que es consecuencia de las políticas de administración adoptadas por una autoridad en completa sintonía con un sistema que privilegia el lucro de unos pocos en perjuicio de una multitud, que no tiene opción de oponerse a esta despiadada maquinaria.
Los innumerables conflictos de la salud; que la educación sea un asco; la normativa un desastre, contaminada con los influjos de la dictadura; un sistema previsional lamentable; la precaria situación de nuestras comunidades indígenas, que en muchos casos han tenido que arriesgar su vida a través de huelgas de hambre para poder ser tratados como personas; casas indignas, que se caen a pedazos; los altos índices de desempleo, empleos subhumanos, pobreza y marginalidad, que recientemente han llevado a algunas madres a intentar quitarse la vida a lo bonzo. Nos podríamos aburrir de dar ejemplos de injusticias sociales, o más bien aberraciones que atentan contra la dignidad y humanidad de los más desgarrados.
La voluntad de unos pocos tampoco es suficiente para revertir el oscuro escenario. No existe el poder político sin estar acompañado del poder económico y viceversa. Las enmarañadas tramas que se generan entre estos dos poderes hacen estériles los argumentos o las orientaciones sociales de cualquier mandato.
Entonces, si hablamos de voluntad política, debemos hablar también de disposición económica, ni mencionar la voluntad social, que asoma como un componente relevante sólo en vísperas de las elecciones o cuando la crisis es inminente.
Por lo tanto, la única forma de invertir la dirección del actual modelo es una revolución, pero (antes que nadie se escandalice) hablamos de una revolución conceptual, del pensamiento, que involucra la información, proposición y evolución de la ciudadanía. No tenemos que olvidar que estamos en una «democracia», de aquella que tanto se vanagloria el gobierno, es decir, que por definición se trata de una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, o bien, el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado, lo que significa que la voluntad de la ciudadanía se debe ver reflejada a través del desempeño de la autoridad.
Juan José Valenzuela, biólogo marino de Oceana