A mediados de noviembre pasado, el Tribunal Constitucional Federal declaró nulo, a petición del partido de oposición CDU/CSU, el segundo presupuesto complementario del gobierno de coalición de socialdemócratas, liberales y verdes, correspondiente al año 2021. Para el gobierno alemán, esta sentencia provoca una verdadera crisis presupuestaria.
Ahora están en entredicho numerosas medidas de carácter social y medioambiental, al igual que el enorme gasto previsto para la promoción de la industria, como por ejemplo las subvenciones públicas a empresas de gran consumo energético y el fomento de la producción de chips electrónicos. Sin embargo, por experiencia se da por seguro que estas últimas seguirán en pie: al fin y al cabo, no solo cuentan con el apoyo del ministro de Economía Robert Habeck y del mundo empresarial, sino también con el de representantes de la oposición de derechas. Así, el exministro de Sanidad Jens Spahn propone anular el ingreso mínimo vital y abolir la ley de calefacción. Con el dinero ahorrado de esta manera por el gobierno propone reforzar la actividad industrial y pagar los subsidios para las fábricas de chips planeadas en Magdeburgo y Dresde.
Hasta la desvergüenza
Las subvenciones a la industria previstas por el gobierno de coalición rompen todos los moldes. Entre las beneficiarias hay en primer lugar un grupo privilegiado de empresas grandes consumidoras de electricidad, que reciben un trato especial: está previsto rebajarles el impuesto sobre el consumo de electricidad y las tasas de uso de la red. Además percibirán una compensación fiscal durante los próximos cinco años. A este grupo de añaden otras 90 empresas que hacen un uso intensivo de electricidad y que recibirán más regalos de dinero público agrupados bajo el concepto de Super-Cap.
Según el diario Handelsblatt, estas grandes empresas percibirán hasta 2028 ayudas financieras por importe de 28.000 millones de euros. Si a estas subvenciones sumamos el subsidio de uso de la red y la eliminación ya efectuada de la cuota para la financiación de las energías renovables, veremos que la cálida lluvia de dinero alcanza los 76.000 millones de euros, y eso hasta 2028. Según el ministerio federal de Economía, esto permitirá reducir el precio de la electricidad para las empresas grandes consumidoras a menos de 6 céntimos por kWh. Los sectores menos privilegiados de la sociedad apenas pueden soñar con semejante precio. Así, el precio de la corriente ecológicamente importante para una bomba de calor es casi cinco veces más alto y la tarifa para clientes particulares incluso supera los 40 céntimos/kWh.
Además de reducir el precio de la electricidad para la industria, el gobierno de coalición también se propone subvencionar descaradamente las fábricas de chips. Se han previsto regalos contantes y sonantes por importe de 20.000 millones de euros. La empresa estadounidense Intel recibirá nada menos que 10.000 millones de euros para la instalación de una nueva factoría en Magdeburgo. Le sigue la empresa taiwanesa TSMC, a la que se han prometido 5.000 millones para una nueva fábrica de chips en Dresde.
A todo esto hay que sumar subsidios de mil millones de euros para una nueva planta de Infineon en Dresde y 7.000 millones para una nueva factoría de semiconductores del fabricante de chips Wolfspeed en Sarre. Los políticos de la coalición explican al público dubitativo de qué va la cosa: se trata de hacer de Alemania el centro de la industria mundial de semiconductores. “Necesitamos semiconductores, muchísimos semiconductores, semiconductores y más semiconductores.” Así reza la sesuda explicación del canciller federal socialdemócrata.
Subvenciones para el uso de plásticos
Muchas personas que habrán votado a uno de los partidos de la coalición se preguntarán por qué estas grandes empresas han de embolsarse esas enormes sumas de dinero. En el caso de Habeck, de Los Verdes, se piensa de entrada que tiene una motivación ecológica: necesitamos electricidad barata para la transformación ecológica de la industria, este es su argumento. Sin embargo, se trata de puro humo: basta ver la lista de empresas agraciadas con tanto dinero.
Ahí están la industria química, las fábricas de acero y aluminio, las de cemento, vidrio y papel. Todas estas empresas tienen algo en común: un enorme consumo de energía y máximas emisiones de CO2. A esto se añade, en muchos casos, una gama de productos sumamente dudosa desde el punto de vista ecológico. Es el caso de las químicas: la mayor parte de la energía que consumen se destina a la producción de plásticos, que en su mayor parte se emplean entonces en embalajes de un solo uso y para el equipamiento interior y los neumáticos de los casi 60 millones de coches con que cuenta la flota de automóviles de turismo de Alemania. Lejos de reducir el consumo de plástico, el gobierno lo subvenciona reduciendo el precio de la electricidad para la industria.
Asimismo hay que examinar con ojo crítico la fabricación de fertilizantes nitrogenados por parte de la industria química. Con estos se abonan excesivamente los campos y los compuestos nitrogenados tóxicos se filtran poco a poco hasta contaminar las aguas freáticas o fluyen por los ríos hasta el mar. Así, zonas enteras del mar Báltico se han convertido, debido a la continua introducción de fertilizantes, en zonas inhóspitas, carentes casi totalmente de oxígeno. En vez de promocionar una agricultura alternativa, el gobierno subvenciona de producción de fertilizantes nitrogenados.
La industria del aluminio también saca provecho de los bajos precios de la electricidad de uso industrial. El caso es que la mayor parte de este metal ligero se emplea para la producción de automóviles, de manera que las carrocerías, cada vez más grandes y pesadas, vuelvan a perder un poco de peso. Se podría poner fin de inmediato a esta subvención absurda aplicando a la fabricación de todoterrenos urbanos (SUV) un fuerte impuesto punitivo.
Un poco distinto es el caso de la fabricación de acero. Esta materia prima se utiliza actualmente para la producción exorbitada de coches, aunque por otro lado resulta útil de cara a la ampliación futura de las redes ferroviarias o la producción de aerogeneradores. No obstante, si se invierten grandes sumas de dinero público en empresas siderúrgicas, no es de recibo que un grupo como el Tyssen-Krupp intente al mismo tiempo vender su negocio de acero al mejor postor. Si estas empresas reciben fondos públicos, es preciso que a cambio se transmitan los derechos de propiedad de las mismas a la sociedad. Esto sería lo justo.
La gran batalla de la digitalización
Otro sector mimado con miles de millones por el gobierno de coalición es la industria de semiconductores, necesarios para la digitalización, que constituye la gran batalla del capitalismo en el siglo XXI. El capitalismo alemán quiere ser una de las voces cantantes en este proceso. Los grupos empresariales de este país apuestan con la internet de las cosas. Con ayuda de microcontroladores se dotan de cada vez más funciones inteligentes toda clase de productos de consumo, equipos técnicos y máquinas. Y todo se comunica en red con todo. Esta visión también la han hecho suya los fabricantes de automóviles, que quieren que los vehículos se comuniquen con internet, con semáforos inteligentes, sistemas de regulación del tráfico y entre ellos. Esto incluye también los coches alta o plenamente autónomos.
Para conseguirlo se equipan los automóviles, semáforos y sistemas de regulación con microordenadores, emisores, cámaras digitales y sensores. La digitalización se extenderá también a todos los demás sectores: entornos industriales, cadenas de suministro, plataformas de vehículos compartidos o comercio electrónico. Por eso se favorece a los fabricantes de chips con miles de millones de euros. Todos los partidos de la derecha rebosan entusiasmo y solo ven ventajas. De los problemas no se habla, pero ¿cuáles son?
Un centro neurálgico de la digitalización es la industria automovilística. Los componentes electrónicos, que consisten en chips, sensores y actores, ya representan alrededor del 30 % del coste total de un vehículo. Contienen numerosas materias primas críticas en cantidades considerables: tierras raras, platino, cobalto o semiconductores. Si aplicamos un estudio realizado en Suiza a la realidad de Alemania, podemos calcular que la flota automovilística alemana contiene 90 millones de toneladas de estas materias críticas.
Según el Instituto de Ecología Aplicada (Öko-Institut), en los coches más nuevos incluso se duplica la proporción de materias primas críticas. Las consecuencias para la ecología son notables: para extraer estos materiales raros del suelo es preciso excavar parajes enteros, con la consiguiente destrucción masiva de ecosistemas y un elevado consumo de energía.
¿El 30 % de la electricidad exclusivamente para los centros de cálculo?
Si se desea promover la instalación de fábricas de chips y la digitalización, hay que asumir además otras cargas. Así, en Alemania se inauguran cada vez más centros de cálculo, o sea, los lugares en que la nube tiene su ubicación física. En estos espacios se consume mucha electricidad, con tendencia a dispararse. El director gerente de la filial alemana de Cisco señaló hace poco en un artículo publicado en Handelsblatt que dentro de pocos años los centros de cálculo pueden llegar a consumir hasta un 30 % de toda la electricidad generada. El factor principal que impulsa esta tendencia es el hambre de energía de las nuevas tecnologías de información y comunicación.
En los últimos años, el mundo científico advierte de modo insistente de que cada vez más sectores ecológicos del sistema planetario están rebasando un umbral crítico. El gobierno de coalición alemán, son su política desbocada de promoción de la industria, hace caso omiso de estos avisos, tanto cuando rebaja el precio de la electricidad de consumo industrial como cuando fomenta la instalación de nuevas fábricas de chips. El ministro de Economía, de Los Verdes, no quiere reconocer que la causa de la crisis ambiental global radica en la sobrecarga de nuestro planeta. Ni que la respuesta no puede consistir en seguir acelerando el crecimiento económico, sino única y exclusivamente en una reducción controlada y planificada de la producción y las infraestructuras.
Texto original: Sozialistische Zeitung
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/con-la-electricidad-industrial-y-las-fabricas-de-chips-la-ecologia-al-garete/