En contestación a Manuel M. Navarrete, quien en Los indignados en su laberinto de Cnosos (una respuesta a José López) rebate mi artículo Los peligros de la #SpanishRevolution. Antes de nada agradecer a Manuel M. Navarrete el haberse tomado la molestia de leerme y criticarme. La crítica y la autocrítica son imprescindibles para quienes deseamos […]
En contestación a Manuel M. Navarrete, quien en Los indignados en su laberinto de Cnosos (una respuesta a José López) rebate mi artículo Los peligros de la #SpanishRevolution.
Antes de nada agradecer a Manuel M. Navarrete el haberse tomado la molestia de leerme y criticarme. La crítica y la autocrítica son imprescindibles para quienes deseamos comprender y transformar la realidad. Voy a procurar aclarar algunas cuestiones de mi artículo y contestar a mi «contrincante» de la manera más breve posible (a ver si soy capaz), no a todo, sino a lo que considero más importante. Antes de nada decir que yo sólo hablo en mi nombre. Cualquier error que pudiera cometer sólo debe achacarse a mi persona, no a todos los indignados, como insinúa Manuel en el título de su artículo. Yo sólo soy un ciudadano corriente, un trabajador normal, un indignado más que participa activamente en el movimiento 15-M en la medida de sus posibilidades, como tantos y tantos otros, y que, además, escribe de vez en cuando.
La idea central del artículo de Navarrete es que yo sólo abogo por «reformas institucionalistas». Incluso llega a afirmar que yo reivindico casi exclusivamente una reforma de la ley electoral. Cualquiera que lea mi artículo puede comprobar que esto no es cierto. Por si quedara alguna duda sobre mi postura, remito a un artículo mío titulado La lucha anticapitalista que escribí hace un año. Que no haya hecho hincapié en el presente artículo objeto de análisis en la necesidad de luchar por cuestiones mucho más concretas, como las que menciona Navarrete, simplemente se debe al hecho de que dicho movimiento del 15-M no parece haber sucumbido ante el peligro de perder de vista las necesidades más inmediatas de la gente. El artículo Los peligros de la #SpanishRevolution se centra en los principales peligros que, en mi modesta opinión, acechan al movimiento 15-M. Las reivindicaciones concretas en contra de la actual crisis, como no podía ser de otra forma (pues si no la gente no hubiera salido a la calle) están muy presentes en el movimiento indignado. Y así debe ser. En esto estamos de acuerdo Manuel y yo. Tal vez tenga razón Navarrete en que yo debía, por lo menos, haber mencionado esas luchas concretas de las que habla. Por cierto, no entiendo muy bien cuando él habla de «reformas institucionalistas». Todo cambio de sistema político, que es lo que yo reivindico, con el objetivo también de cambiar el sistema económico de arriba abajo, implica cambios en las instituciones políticas. Que quede esto claro: se me podrá decir que la manera que yo planteo de hacer la revolución no es factible o es errónea, pero decir que yo no busco más que simples reformillas políticas es faltar a la verdad, como cualquiera puede comprobar leyendo mis escritos, incluido el artículo objeto de crítica. Yo creo que se necesita en España un cambio de régimen. Yo estoy a favor de la Tercera República. Si no fuese así no me hubiera molestado en escribir el libro La causa republicana. La Revolución rusa implicó reformas (profundas) «institucionalistas». Así que lo de «institucionalistas» no aporta nada a la argumentación esgrimida. ¿Es que Manuel plantea una sociedad sin instituciones? ¿No eran instituciones los soviets rusos?
Dice Navarrete que hay que luchar por cosas concretas como «la derogación de la reforma laboral, la derogación de la reforma de las pensiones, la edad de jubilación a los 65 años, la eliminación de los contratos basura, las 35 horas semanales, el reparto de trabajo, las medidas de conciliación de la vida laboral y doméstica». Estoy totalmente de acuerdo. Pero yo creo que esto es insuficiente. El próximo 20 de noviembre tendremos un «nuevo» gobierno que, con toda probabilidad, aplicará la misma política, o peor. Quizás algunos partidos minoritarios entren en escena, en el mejor de los casos. ¿Cómo logramos forzar al gobierno a que tome las medidas que dice Manuel? Mediante huelgas me dirá. Y yo le respondo que obviamente hay que intentar hacerlas. Aunque tampoco hay que despreciar el hecho de que muchos trabajadores no se atreven a hacerlas, sobre todo cuando el puesto de trabajo está en peligro ahora más que nunca. La combatividad de los trabajadores del siglo XXI no es la que tenían los obreros del siglo XIX. Por los motivos que sean. No puede tampoco despreciarse el hecho de que los grandes sindicatos son los que tienen alguna posibilidad de lograr huelgas masivas con cierto éxito, desgraciadamente. Si no fuera así los sindicatos más combativos, por ahora minoritarios, ya hubieran convocado alguna huelga general en todo el Estado. Así pues, aun reconociendo que lo que de verdad se necesitaría es una huelga general indefinida, desgraciadamente, no parece que esto vaya a ser posible a corto plazo. ¡Ojalá me equivoque! Lo deseo fervientemente. Esto significa que no habrá que sucumbir ante el fetichismo, por usar la expresión de Navarrete, de las huelgas.
En general, yo pienso que no debemos depender de ninguna táctica concreta aislada. Muchos trabajadores no se atreven a hacer huelga en sus trabajos pero sí a acudir a las manifestaciones, o a las acampadas a apoyarlas. No debemos caer en ningún fetichismo (parlamentario, como me acusa Manuel, ni de cualquier otra índole). Debemos complementar distintos frentes de lucha sin depender exclusivamente de ninguno. ¿Si no logramos una huelga indefinida general, qué hacemos? ¿Si una huelga general fracasa, qué hacemos? ¿Si tiene éxito pero no sirve de nada (como así pasó con la anterior del 29-S de 2010), qué hacemos? Estas preguntas no deben eludirse. Deberemos intentar las huelgas, pero también debemos no hipotecarnos a ellas. Debemos luchar en las instituciones, en las calles, en las empresas, en las universidades, etc. Debemos presionar al sistema de distintas maneras, en todos los frentes, recurriendo a ciertos «viejos» modos revolucionarios, pero complementándolos con nuevos, considerando la situación actual, que es distinta a la de hace más de un siglo, que por lo menos no es exactamente igual. Debemos luchar desde dentro del sistema y desde fuera. En el frente político, económico, ideológico,… ¡Pero no sólo en el sindical! Yo no desprecio la importancia de la lucha sindical (si fuese así no hubiera escrito Huelga general, huelga vital), pero soy consciente de sus limitaciones, como así eran conscientes, por cierto, Lenin y sus camaradas. La lucha sindical es necesaria, pero insuficiente. Sin ella no es posible la revolución, pero con ella solamente tampoco. Yo propugno la revolución. ¿A qué aspira Manuel M. Navarrete?
Me voy a permitir incluir una cita de Lenin que yo creo que viene perfectamente al caso:
La revolución socialista no es un acto único, ni una única batalla en un frente aislado, sino toda una época de agudos conflictos de clases, una larga serie de batallas en todos los frentes, es decir, batallas alrededor de todos los problemas de la economía y de la política, que sólo pueden culminar con la expropiación de la burguesía. Sería por completo erróneo pensar que la lucha por la democracia pueda distraer al proletariado de la revolución socialista, o relegarla, posponerla, etc. Por el contrario: así como es imposible un socialismo victorioso que no realice la democracia total, un proletariado que no libre una lucha revolucionaria general y consecuente por la democracia, no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía.
No incluyo esta cita sólo porque me parece muy acertado lo que dice Lenin (con el cual discrepo en otras cuestiones), sino para combatir a quienes en nombre del marxismo-leninismo atentan contra sus ideas más básicas.
Debemos luchar por mejoras concretas e inmediatas, esto es obvio, ¿pero no debemos aprovechar la crisis capitalista, el que las masas se hayan encendido, o por lo menos empezado a hacerlo, para aspirar a algo más? ¿No debemos aspirar a cambios sistémicos? ¿Debemos conformarnos sólo con las luchas parciales, con lo más inmediato? Yo pienso que no. Que además de luchar por una salida social a la actual crisis debemos aprovechar la ocasión para concienciar a la gente y para intentar cambiar el propio sistema. ¿Es posible un gobierno que gobierne de acuerdo con el interés general, es decir, a favor de la mayoría, de las clases populares, sin una democracia que merezca tal nombre, sin la democracia real? Es obvio que no. El sistema puede ceder momentáneamente y echar para atrás sus contrarreformas. Pero no se trata ya sólo de deshacer las contrarreformas neoliberales, las cuales volverán a hacerse a la mínima ocasión que tenga la oligarquía gobernante mientras gobierne.
Al sistema lo que le preocupa del movimiento 15-M es que, además de luchar contra la ofensiva neoliberal, plantea cambios del sistema político-económico, ataca al capitalismo y su falsa democracia. Yo simplemente he intentado aportar mi granito de arena para intentar cambios sistémicos (por esto me he centrado primero en las «reformas institucionalistas»), los cuales yo creo son imprescindibles. Sin embargo, tiene razón Navarrete cuando dice que hay que aglutinar a las masas alrededor de los problemas más inmediatos. Yo sólo digo que, además, hay que conectar las luchas parciales con la lucha global, la sistémica, hay que hacerles ver a los trabajadores, a los pensionistas, a los ciudadanos, que la raíz de sus problemas es la falta de democracia, que además de lograr una salida social a la actual crisis, necesitamos, por fin, empezar a cambiar el propio sistema, que es lo que está fallando. Lo ocurrido en la actualidad no es más que una etapa más de un largo proceso de involución que ya lleva unas cuantas décadas. Es hora de invertir ese proceso. Es la hora de la revolución. Debemos cambiar la tendencia. No debemos sólo defendernos, debemos pasar al ataque.
A mi parecer Manuel se equivoca cuando dice que el movimiento de indignación sólo surgió por causas objetivas. Indudablemente, sin condiciones objetivas no hubiera sido posible. Pero como el marxismo nos enseñó (y recurro al marxismo porque Navarrete se basa en él para rebatirme), sin condiciones subjetivas tampoco existe revolución, o simplemente rebelión. Cuanto más entra en juego la organización y la conciencia más la rebelión se va transformando en revolución. Llevamos varios años de crisis, varias décadas de retrocesos sociales y ahora es cuando miles de personas, por fin, salen a las calles a reclamar cambios sistémicos (y no sólo para reivindicar ciertas medidas concretas para salir de la crisis). ¿Por qué? Porque ahora, además de una crisis persistente y aguda, se han dado ciertas condiciones subjetivas. Como ya he explicado en otros artículos, quienes organizaron el cotarro del 15-M dieron con una estrategia plenamente acertada. No creo que sea casualidad que tras una manifestación organizada por Democracia Real Ya el 15 de mayo pasado estemos teniendo este debate. Hay una clara relación causa-efecto. Quien no vea que se ha producido un cambio cualitativo esencial en las protestas populares es que está ciego. Ahora, tras muchas décadas de apatía o de protestas anecdóticas, existe una movilización ciudadana de cierta envergadura (incluso internacional) que reivindica, entre otras cosas, cambios del sistema político-económico. ¿No es esto por lo menos potencialmente revolucionario? No ver, además, la influencia de las revoluciones árabes en el movimiento de indignación surgido en España, como no ver la influencia del 15-M español en el otoño caliente de EE.UU., denota muy poco sentido de la realidad. Yo le pregunto a Manuel: ¿Por qué la izquierda tradicional, al contrario que el movimiento 15-M, hasta ahora no ha sabido canalizar el descontento popular? Yo ya he dado mis respuestas, pero Manuel no. Creo que cuando se rebate a alguien, además de decir que está equivocado, es imprescindible decir por qué.
Dice Navarrete que reformas democráticas concretas como la revocabilidad de cargos públicos, los referendos frecuentes y vinculantes, la modificación de la ley electoral, la separación de poderes, o el mandato imperativo añado yo, no cambiarían nada. Discrepo. Pienso que con esas medidas, precisamente, la democracia sufriría un salto importante, aunque probablemente insuficiente. ¡Pero por algo debemos empezar! Por lo menos se podrían sentar las bases para iniciar una dinámica para el desarrollo de la democracia. ¿Se imagina Manuel qué pudiera pasar si, por fin, él o yo, pudiéramos hablar ante la ciudadanía en una televisión pública? Si las ideas empiezan a fluir libremente por la sociedad, ¿no sería eso favorable a los cambios sistémicos? Si creemos que nuestras ideas marginadas son correctas, ¿no sería bueno que pudieran ser conocidas por la opinión pública? Con una prensa independiente (como consecuencia de la separación del cuarto poder respecto del económico), es decir, más libre, ¿no sería posible que la gente se convenciera de nuestras ideas?
En mi artículo La separación de poderes explico en detalle por qué es tan importante lograr una verdadera y eficaz separación de los poderes. La oligocracia capitalista actual se vería tocada de muerte si el poder económico dejara de controlar al resto de poderes. No tenemos una democracia real principalmente porque todos los poderes dependen del económico. No es muy difícil comprender, por consiguiente, que si separamos todos los poderes (sobre todo respecto del económico) lograríamos avanzar hacia una democracia real, no la alcanzaríamos aún (¿existe una democracia perfecta?), pero nos acercaríamos (por lo menos algo, yo pienso que bastante). Así que no sé cómo Manuel puede afirmar tan alegremente que esas medidas que planteo para empezar a desarrollar la democracia no servirían de nada. En todo caso, podría haber dicho que serían insuficientes, podríamos discrepar en el grado de insuficiencia. Es evidente que para cambiar las cosas en profundidad se requieren muchas medidas, que se requerirá cierto tiempo pues habrá que desprogramar las mentes de los ciudadanos, intoxicadas por la educación y los medios de desinformación masiva burgueses, pero ¿por dónde empezar? Yo planteo cómo. Yo digo que la democracia económica no podrá alcanzarse si primero no se alcanza la política. Por cierto, esto también lo decía Marx. No es posible transformar la economía si primero no se conquista el poder político. Por esto Marx puso en la agenda revolucionaria la idea de la dictadura del proletariado. La cuestión es saber si en la actualidad es posible hacerlo de la manera (ambigua e imprecisa) en que lo planteó el padre del marxismo, es saber por qué Lenin fracasó en Rusia, por qué la dictadura del proletariado rusa se volvió rápidamente contra el proletariado para finalmente colapsar. Yo ya he dado mis respuestas, he propuesto una hoja de ruta. Pero Manuel no, él se limita a decir que la «receta» por mí propuesta no serviría de nada. Así desde luego es más fácil lograr artículos breves.
¿Qué propone Manuel? ¿Cómo cree él que puede alcanzarse la democracia económica, la hegemonía del proletariado? ¿Tomar las armas y plantar barricadas en las calles? ¿Una guerra civil? ¿No hemos aprendido nada de la historia? ¿No perdimos la guerra civil de 1936? ¿La URSS no degeneró y colapsó? Si quienes, como Manuel, piensan que sus ideas son correctas, ¿por qué no consiguen llevarlas a la práctica? ¿Por qué ellos no logran aglutinar a las masas para la revolución? A mí me da igual quien lo haga, no tengo ningún orgullo. Si la izquierda anticapitalista lograra, por fin, canalizar el descontento de la ciudadanía, yo ni me hubiera molestado en opinar. Yo creo que aún hay muchas personas de la izquierda anticapitalista presas de dogmas del pasado. Ellos que se autoproclaman como marxistas, como los verdaderos revolucionarios se entiende, incumplen los principios más básicos del propio marxismo: el método científico, el materialismo dialéctico. La teoría debe retocarse en base a las experiencias prácticas. Marx retocó su concepto de la dictadura del proletariado en base a la breve experiencia de la Comuna de París, que apenas duró un par de meses. Sin embargo, muchos «marxistas» actualmente se niegan a retocar en lo más mínimo la teoría tras experiencias mucho más largas y fracasadas, como las siete décadas de la URSS. Ellos se dedican a repetir como loros lo que sus maestros dijeron hace más de un siglo. ¡Si Marx o Lenin levantaran la cabeza! ¿No debe adaptarse la estrategia revolucionaria al lugar y a la época?
El movimiento 15-M ha logrado, por fin, despertar a las masas, aunque todavía insuficientemente, aunque no está exento de riesgos. Muchos izquierdistas tradicionales, mejor dicho dogmáticos, supuestos «expertos revolucionarios», explican que la gente ha salido a la calle tan sólo porque se cumplen ciertas condiciones objetivas. Mientras muchos «revolucionarios» actuales se dedican a discutir eternamente sobre si ésta es una revolución o no, si es «su» revolución o no, Lenin y sus camaradas trabajaron intensamente para que fuera posible la revolución rusa, la cual triunfó (en cuanto a que fue posible acceder al poder político e intentar superar el capitalismo) porque se dieron condiciones objetivas y subjetivas. ¿Cómo explican esos supuestos «revolucionarios» actuales que ellos no hayan logrado encender a las masas, y sí lo hayan logrado unos «universitarios bienintencionados», como dice Navarrete? Tantos años llevan esos izquierdistas «preparando» el terreno, hablando y hablando sobre la Revolución, sobre la inminente caída del capitalismo, sobre lo que dijeron «Santos» Marx, Engels o Lenin, y son superados por unos universitarios veinteañeros.
Más en concreto, yo les preguntaría a esos sesudos izquierdistas guardianes de la ortodoxia revolucionaria (¡qué contrasentido!, no hay nada menos revolucionario que la ortodoxia, que el dogmatismo, que el convertir una ciencia en religión): ¿Cómo creéis vosotros que es posible la Revolución ahora, en el siglo XXI? ¿Con los mismos métodos de hace más de un siglo? ¿Sacando las banderas rojas con la hoz y el martillo? ¿Asaltando los parlamentos? Si con las banderas rojas podemos aglutinar a las masas, ¿por qué no ha sido posible? Quienes llevamos años manifestándonos en las calles con banderas rojas o tricolores no hemos logrado lo que ahora sí han conseguido los «chicos» del 15-M. Con nuestras banderas no ha sido posible. ¿Por qué? Porque, nos guste o no, las «viejas» ideas del socialismo, del comunismo, del anarquismo, están demonizadas ante la opinión pública. Porque mucha gente, la mayoría, incluso de las clases populares, tiene muchos prejuicios burgueses. Lo cual es comprensible. La burguesía controla ideológicamente a la sociedad. Las fracasadas experiencias izquierdistas (reformistas y revolucionarias) también han contribuido notablemente al desprestigio de la izquierda ante la opinión pública. Ésta es la realidad. Al menos así pienso yo que es. Por supuesto que puedo estar equivocado. Pero, insisto, ¿qué explicación nos aporta Manuel ante lo acontecido? Yo he dado la mía. Que él dé la suya y así podremos contrastar. Si yo estoy equivocado, por favor, que me diga Manuel en qué, que me argumente.
Yo supongo, y espero que esto lo aclare Navarrete, que mi contrincante está a favor de la dictadura del proletariado. En caso de que así sea sería interesante que él nos diera su opinión acerca de por qué dicha dictadura degeneró y finalmente el «socialismo real» colapsó. Yo ya he dado mis explicaciones (ver el artículo Democracia vs. Oligocracia donde las resumo). Ya me imagino la respuesta que me dará, pero me gustaría que él opinara. En caso de que él estuviera a favor de la dictadura del proletariado (no vamos a entrar en qué entendemos por tal), ¿piensa que puede defender esa idea, con esas palabras, ante la opinión pública exitosamente? La cuestión clave, que eluden los izquierdistas dogmáticos anclados en el pasado, es: ¿cómo combatir los actuales prejuicios de la ciudadanía?, ¿cómo aglutinar hoy a las masas alrededor de la causa revolucionaria, de la causa socialista? El 15-M ha sentado las bases de la estrategia ideológica a emplear en el siglo XXI: el defender las ideas por sí mismas, sin etiquetas, sin banderas. El día que la sociedad se libere del dominio ideológico burgués (sustentado en el político y económico), es decir, de prejuicios, entonces es cuando podremos volver a «empaquetar» las ideas en ciertos «viejos» compartimentos ante la opinión pública, sean éstos «anarquismo», «socialismo» o «comunismo». Mientras habrá que buscarse las mañas para que la gente se convenza de nuestras ideas, venciendo los obstáculos que tenemos nosotros en el siglo XXI, y no los que tenía Lenin en el XX. En su época el socialismo, el marxismo, era una ideología en auge, que no estaba desprestigiada (si bien se la marginaba). Ahora, desgraciadamente, dicha ideología no es sólo marginada, sino que está demonizada, es rechazada por muchos ciudadanos, por demasiados. Para mucha gente el socialismo no funcionó y no puede funcionar. No hay más que hablar con nuestros familiares, con nuestros amigos, con nuestros compañeros de trabajo, con cualquier viandante en las calles. No hay más que salir de nuestros círculos «hiperrevolucionarios» para comprobarlo. Para la gente de la calle, para muchos trabajadores, el socialismo no ha lugar en la actualidad, el marxismo está trasnochado. ¡Están equivocados! El marxismo aportó mucho a la humanidad que, por fin, empieza a ser consciente de las leyes que operan en su sociedad, que, por fin, empieza a controlar su propio destino. Pero el marxismo, como toda ciencia, debe seguir evolucionando. El caso es que no podemos vencer, a corto plazo, dichos prejuicios. Debemos considerarlos y superarlos defendiendo las ideas prescindiendo de sus etiquetas. Lo realmente importante son las ideas y sus aplicaciones prácticas.
En cuanto al tema de la violencia yo creo que ya he dejado clara mi postura. Sin embargo, sólo me gustaría resaltar la incongruencia del argumento empleado por Navarrete. Él dice textualmente: «El poder sólo recurre a la violencia, a la porra policial, al golpe pinochetista cuando está en riesgo su dominación. ¿Cómo va a desear el poder llegar a esa situación de riesgo? Si el 15 M se limita a organizar pacíficas manifestaciones de masas, eso le interesa al poder, ya que no le hace el menor daño (si bien las manifestaciones no deben subestimarse, en tanto que demostración de fuerza y símbolo de una quiebra de legitimidad).» ¿Es que no ha visto Manuel las cargas policiales contra los indignados? Si, según su argumentación, la cual en esto me parece correcta, «el poder sólo recurre a la violencia cuando está en riesgo su dominación», el hecho de haber demonizado, obviado y reprimido violentamente a los indignados (¿se acuerda Navarrete del episodio de la plaza de Catalunya en Barcelona?) demostraría, precisamente, que el sistema se ve amenazado. No mucho aún, pero sí algo. De esto se deduce dos cosas: 1) que el movimiento 15-M es potencialmente revolucionario (aunque aún esté muy lejos de lograr la revolución, los rusos también estaban aún muy lejos de ella cuando empezaron a salir a la calle a protestar por sus condiciones de vida en 1905); 2) que su manera pacífica de protestar hace daño al sistema, le asusta, pues éste reacciona violentamente. Yo le pregunto a Manuel: ¿Qué han logrado los actos violentos de supuestos «radicales antisistema»? Yo le respondo: que las palabras «radical» y «antisistema» sean mal vistas por la ciudadanía. ¿Qué han logrado los indignados con su pacifismo activo? Que mucha gente se apunte a su causa, han despertado simpatía entre muchos ciudadanos.
Cuando el sistema reprimía por la fuerza a los indignados, se producía un efecto rebote, acudían muchas más personas a las acampadas. El sistema no se ha atrevido a emplear más la fuerza física por el miedo a los efectos rebote. Yo no he visto este tipo de comportamiento de la gente cuando quienes eran reprimidos eran «violentos antisistema». ¿Que aún falta mucho por hacer? Obvio. Pero el 15-M ha logrado mucho más en unos pocos meses que la «profesional» izquierda de toda la vida en décadas. Por algo será. Y no sólo porque ahora tengamos crisis. Si la izquierda lo estuviera haciendo tan bien, si estuviera realmente preparada para la revolución, ¿por qué no logró canalizar el descontento en la actual crisis (que ya lleva unos cuantos años entre nosotros)?, ¿por qué no abandera ella la posible revolución, la naciente rebelión ciudadana, en vez de contemplarla o criticarla reivindicando la «revolución pura»?, ¿por qué unos «aficionados universitarios» se le han adelantado? Como decía Rosa Luxemburgo: la autocrítica más despiadada, cruel y que llegue al fondo de las cosas, es el aire y la luz vital del movimiento proletario.
Uno de los más serios peligros que acecha a toda revolución es coartar la crítica y el debate. Lo más peligroso para la «#SpanishRevolution», o Revolución española, o Revolución de los pueblos de la península ibérica (para no herir susceptibilidades de los independentistas), o incipiente revolución, o rebelión ciudadana, o como demonios queramos denominar al movimiento ciudadano iniciado el 15 de mayo en el Estado español, no es tanto que las ideas de Manuel M. Navarrete, o las ideas de José López, se lleven a cabo, sino sobre todo que las ideas de ambos no puedan ser conocidas, discutidas, debatidas. La democracia la alcanzaremos algún día si la vamos practicando por el camino. Por esto agradezco a Manuel la posibilidad de debatir con él porque es importante el saber cómo hacer las cosas. Yo pienso que estos debates son necesarios. La teoría es tan importante como la práctica. Como decía Lenin: sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. ¡Pero si la teoría muere, la práctica también! Y la teoría muere cuando no considera a la práctica, o cuando no lo hace suficientemente. La izquierda anticapitalista «tradicional», gran parte de ella, peca de no evolucionar su teoría, lo cual explicaría su incapacidad para llevar a cabo la praxis ahora, en pleno siglo XXI, cuando parece que nos acercamos a la etapa final del capitalismo prevista por Marx. El movimiento 15-M tiene el serio peligro de rendirle excesivo culto a la práctica, a la espontaneidad, de obviar la teoría. Yo creo que ambos extremos son erróneos.
Hay que aprender del pasado, hay que conocerlo críticamente, para lo cual hay que desprenderse de todo dogmatismo, hay que practicar el librepensamiento, el cual fue practicado por Marx para desarrollar su teoría y llevarla a la práctica. La teoría y la práctica se relacionan dialécticamente, siendo la práctica la que, en última instancia, manda. Yo creo que nadie debe erigirse en poseedor de ninguna verdad, y también creo que es un error por parte de muchos indignados no querer saber nada de quienes llevan años luchando o concienciándose, el dar la espalda al pasado, el no querer escuchar opiniones ajenas. Pero comprendo que ante los dogmatistas o ante quienes se creen en posesión de la Verdad Absoluta, ante quienes se acercan a ellos con aires de superioridad (totalmente injustificada, pues han fracasado), muchos indignados cierren sus oídos. Nada más lejos de mi intención que ser paternalista, que imponer mis ideas. Yo tan sólo me limito a opinar, a intentar aportar mi granito de arena, con la mayor humildad posible. Yo siempre incito a cuestionarme, a cuestionar y contrastar todo lo posible. Lo más importante es que todos nos abramos de mente para intentar cambiar las cosas, que escuchemos los argumentos contrapuestos. La revolución empieza en uno mismo. Como dice Domenico Losurdo, marxista italiano: los procesos revolucionarios son procesos de aprendizaje. ¡Pero no podemos aprender si no adoptamos la actitud adecuada, sin ciertas dosis de humildad! Es imprescindible que el proletariado aprenda las lecciones históricas. Y para ello, la primera condición necesaria es cuestionar, incluso a quienes aparentemente son incuestionables. ¡Ya es hora de reformular la teoría revolucionaria, de hacerla evolucionar! Sin teoría no hay práctica, y sin práctica no hay teoría. Ésta es una de las grandes lecciones del marxismo que nunca debemos olvidar.
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