El desarrollo surge del crecimiento económico. Los transgénicos llegan para erradicar el hambre en el mundo. Los atuneros españoles en Somalia requieren de todo nuestro apoyo. La pequeña agricultura española vive sin trabajar gracias a los subsidios públicos. Las grandes superficies nos facilitan las compras además de ofrecernos precios muy ventajosos. El cambio climático lo […]
El desarrollo surge del crecimiento económico. Los transgénicos llegan para erradicar el hambre en el mundo. Los atuneros españoles en Somalia requieren de todo nuestro apoyo. La pequeña agricultura española vive sin trabajar gracias a los subsidios públicos. Las grandes superficies nos facilitan las compras además de ofrecernos precios muy ventajosos. El cambio climático lo resolveremos con mejor tecnología. La internacionalización de las empresas españolas las convierte en agentes de desarrollo y crean riqueza allí donde desembarcan. Los países africanos no son capaces de aprovechar sus recursos naturales. La acuicultura ofrece una alternativa al agotamiento de los recursos pesqueros. La seguridad alimentaria de nuestro país se garantiza con las producciones del Sur. La agricultura ecológica es poco productiva y costosa. Los agrocombustibles no son responsables del aumento de los alimentos. La reforma agraria es una lucha obsoleta, del pasado…. Que no, que no me lo trago.
Informaciones como estas, que nos encontramos a diario presentadas como verdades absolutas, sin rendijas, tienen todas un propósito: consolidar una racionalidad que justifique el expolio y dominio que un centro global hace de las periferias y de la Madre Naturaleza, para poder seguir reproduciendo una forma de vida capitalista. Por eso me gusta recomendar, aprendiendo la fórmula propuesta por los movimientos feministas, que analicemos las cuestiones relacionadas con la agricultura colocándonos las gafas de la Soberanía Alimentaria.
Si la Soberanía Alimentaria se entiende como «el derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y la producción de alimentos, garantizando, a través de una producción en armonía con la Madre Tierra, local y culturalmente apropiada, el acceso de los pueblos a alimentos suficientes, variados y nutritivos», vemos con sus gafas, un paisaje diferente:
Somalia tiene derecho y prioridad en el acceso a los recursos pesqueros de su región; la revolución verde con su química, y ahora con los transgénicos, se apropia del conocimiento común y colectivo de las mentes campesinas; las corporaciones en el trono del Sistema Agrario Global sólo entienden de beneficios económicos y nada saben del acto de cultivar y proveer alimentos; el cambio climático es un antiguo problema (con mucha responsabilidad en la agricultura industrial) que no lo puede resolver nuevas tecnologías; el acceso a la tierra es la base de las desigualdades en el campo (acentuado hoy día con la especulación que sobre la tierra cultivable se está dando); la internacionalización de las empresas es en realidad una deslocalización en busca de rebajar sus costes laborales y al encuentro de medidas medioambientales más permisivas; la agricultura campesina o ecológica, la agroecología, es capaz de alimentar al Planeta a la vez que lo enfría; la acuicultura está diseñada casi exclusivamente para disponer de productos interesantes para la exportación, es decir, de nuevo para nutrir al saciado centro global…
Que sí, que con estas gafas, descubrimos un cúmulo de atropellos e injusticias a la vez que nos presentan opciones posibles para reinventar, recuperando sabidurías pasadas, un nuevo modelo de alimentación.
Fuente: Junio 2010. Columna de opinión en la REVISTA INTEGRAL