¿Cuál es el camino del ser humano? ¿Dónde pretendemos llegar?, y lo que es peor ¿Dónde estamos? Estas son tres de las preguntas fundamentales con las que afrontamos el burlesco paso del tiempo y nuestra propia mortandad. Preguntas que se acrecientan al perder nuestro lugar en el cosmos, al industrializar las ecosferas y convertirlas en […]
¿Cuál es el camino del ser humano? ¿Dónde pretendemos llegar?, y lo que es peor ¿Dónde estamos? Estas son tres de las preguntas fundamentales con las que afrontamos el burlesco paso del tiempo y nuestra propia mortandad. Preguntas que se acrecientan al perder nuestro lugar en el cosmos, al industrializar las ecosferas y convertirlas en tecnosferas.
Nos encontramos ante el abismo de la desolación, el planeta esta muerto y nosotros, cuales aves carroñeras, arrancamos sus agónicos vientres envueltos en la sangre de la codicia. Las posturas ecologistas clásicas sucumben ante la desfachatez de nuestros políticos, no hay lugar para la ecolatría más profunda, y la ecología superficial se ha convertido en un caníbal antropocentrismo. Consumimos olvidando la segunda ley de la entropía y convertimos el orden en caos mientras lo degradamos. No somos capaces de afrontar la incertidumbre provocada por la repercusión de nuestros actos y nos conformamos con el cinismo de nuestros economistas al responder a las catástrofes.
Hace dos milenios un sabio chino llamado Tsi Gung nos alertó de este peligro, pero todavía hoy, asomados al precipicio de la destrucción desoímos su infantil pero certero aviso. No es necesario recurrir a grandes éxitos de las industrias cinematográficas para hacer hincapié en este asunto; si, matrix esta bien, pero no hay que quedarse frente a la puerta, hay que tener la voluntad de traspasarla.
Estamos ante el fin del animal humano, no hoy, y tampoco mañana, pero por nuestras venas corre la enfermedad, que se extiende por la amplia red de araña (si, de araña precisamente, porque nos atrapa) que hemos tejido a base de contaminación y agotamiento de recursos. Ya no hay lugar para una simbiosis con la madre gaia, ella nos ha desterrado por matar a sus otros hijos, nos repudia. La agonía nos invade al observar como el banquete esta acabando y todavía no estamos saciados, y eso no es lo peor ya que mientras babeamos por los todavía humeantes restos de comida, nuestros hermanos del sur asoman las huesudas manos, saliendo de debajo de la mesa, y piden a gritos la porción que les toca; ¿Qué vamos a darles si ya nos hemos comido su parte de la tarta? C.S.Lewis dijo que el domino de unos hombres sobre otros era el dominio de unos hombres sobre otros sirviéndose de la naturaleza como instrumento de dominación, pero ya no hay naturaleza. Las especies se extinguen, el homo sapiens murió con la era industrial, y de sus cenizas renació cual ave fénix un nuevo tipo de hombre; el homo demens. Este nuevo engendro ya no puede ser considerado como un animal humano, perdió el privilegio de ser llamado animal. Acabó con los árboles que había sobre la tierra y ahora esta acabando con los que hay bajo la misma. ¿Qué será de nosotros una vez se haya agotado esta energía?
El reciclaje domestico es una farsa impuesta por los mass media como antídoto a la muerte de la moral. No hay reciclaje mientras no nos reciclemos a nosotros mismos, y el único camino para hacerlo es reduciendo el nivel de consumo, pero no estamos dispuestos a ello. Sentimos melancolía al mirar al pasado, pero esa melancolía también es cínica. El holismo se ha visto sobrepasado por una oscura sombra que lo envuelve todo, una masa inerte llamada reduccionismo. Las religiones han cambiado, pero su falso discurso sigue teniendo las mismas consecuencias; no es mejor el cientificismo que el cristianismo, ya que sus seguidores no entienden el significado de la palabra suficiente…siempre quieren mas, y siempre a costa de los mismos; el medio ambiente y los mas desfavorecidos.
Citando a Jürgen Dahl: la era industrial esta tocando a su fin y deja tras de si un planeta maltratado y unos habitantes maltratados, una parte de los cuales vive al borde de la extinción, mientras que la otra parte se entrega a una vida opulenta sin querer darse cuenta de que ésta ya no constituye la cumbre del progreso, sino el comienzo de la miseria.
Quizá todavía tengamos soluciones, pero serían dogmáticas y la mayor parte del mundo civilizado no estaría dispuesto a aceptarlas. En tal caso no nos quedaría otro remedio que consagrarnos como los lacayos del Apocalipsis, y esperar que se produzca una catástrofe a fin de que ésta provoque un cambio, tan necesario como desesperada es la situación, de modo que el nivel de pobreza aumentase entre los pocos supervivientes, y la tierra pudiese costear el peaje de nuestros siglos de dictadura.
Pero quizá la luz que se atisbe bajo el horizonte no sean las luces del sol, sino las del fuego. El homo demens se ha convertido en la Pandora que tantos siglos atrás nos mostró Hesiodo, pero bajo el brazo no trae una jarra llena de males, los males están incrustados en su ser. Y hoy, alienándonos de nosotros mismos no podemos hacer otra cosa que mirar al difunto con repulsa a los ojos, y alegrarnos de su pronta muerte. Por la madre tierra y por sus hijos, los no desterrados.