Traducido del francés por Félix Terrones
Desde el Goncourt obtenido en 1993 por «La roca de Tanios», Amin Maalouf es un escritor que cuenta. En el centro de su obra novelesca con dimensiones políticas, el problema de la identidad se plantea sin cesar. Desde «Orígenes» hasta «Identidades asesinas», el expatriado interroga la construcción del «Yo».
Pertenece a naciones que existen, subsisten con esfuerzo. Castigado con regularidad a sangre y fuego, Líbano es una tierra desgarrada, asesinada. Cabeza de fila de los escritores de la sobrevivencia por el arte, Amin Maalouf lleva en sí las esperanzas y las dudas de un país eternamente descompuesto. Encuentro en búsqueda de la identidad.
¿Qué le sugieren las actuales tensiones en Líbano?
Hay periodos en los que se tiene la sensación de que las cosas se arreglan después hay otros en los parece que nada avanza. En realidad, es un equilibrio inestable, que parece infelizmente destinado a continuar. Las relaciones entre los diversos componentes del país no están construidas sobre un consenso reflexionado, racional y aceptado por todos. Hay constantes periodos de conflicto y posterior reconciliación. A esto se añade un contexto regional extremadamente desfavorable, ya sea por el conflicto árabe – israelí, la situación en Irak, las tensiones entre sunitas y chiítas o bien el caso de la industria nuclear iraní. Todos estos problemas repercuten en Líbano, que es un país frágil y permeable. Aquellos que aman este país están destinados a ser regularmente afectados por lo que ocurre en él.
¿En este contexto, es complicado construir una identidad libanesa?
Ese es un tema debatido desde siempre por los libaneses. Soy de quienes piensan que se habría debido expresar clara e inteligentemente esta idea, dar a las personas el sentido de pertenecer a una experiencia única y necesaria. Desgraciadamente, esto ha sido realizado de una manera aproximada y se ha traducido siempre como arreglos más o menos claros entre jefes de facciones, dirigentes de comunidades o líderes religiosos. Para mí, es un enorme pesar. Ya cuando era un joven libanés preocupado por el avenir de su país, deploraba que no hayamos construido este país sobre bases más sólidas, que jamás hayamos alcanzado a crear un espíritu cívico digno de ese nombre, que las personas siempre hayan considerado que la pertenencia a una comunidad era más determinante por su posicionamiento social que por la pertenencia a una nación. En ese entonces, en el mundo, el salto de las comunidades a las naciones estaba en boga. Ya no es lo mismo ahora. Por el contrario, el mundo entero está en proceso de fragmentarse en comunidades. El sentido de pertenencia religiosa está primando en muchas regiones. Eso pone aún más difícil la integración del conjunto de libaneses en una aventura común.
Política y religión se encuentra siempre bastante vinculadas en sus novelas…
No sólo están vinculadas en mis novelas sino en el mundo en el que vivimos. La religión debería ser un asunto individual. No afirmo que debería quedarse en el ámbito privado. Eso puede determinar la asunción de una postura política, intelectual, pero considero que en numerosas regiones, sobre todo en el mundo musulmán, la religión ha tomado desde hace una treintena de años una excesiva importancia, nefasta en lo esencial. Lo deploro aún más en la medida en que su efecto en el país del que vengo es desastroso. Espero que podamos dejar atrás esta fase y que las religiones encuentren otro lugar en la sociedad, más reducido y espiritual, menos ligado a la política e indiferente a toda violencia.
¿Más allá de su estatuto de novelista, usted oficia como un pasador cultural entre oriente y occidente?
Habiendo nacido entre occidente y el mundo árabe, me encuentro íntimamente en contacto con cada uno de ellos. Observo estos mundos que no se entienden y se enfrentan. Tengo una especie de atavismo que me da ganas de construir pasarelas entre ambos. Es una manera de sobrevivir pues no puedo aceptar estos antagonismos y hostilidades. Intento hablar a unos y otros para decir que la verdad no solo tiene un rostro. Mi primer libro se llamó «Las cruzadas vistas por los árabes» porque este evento fue emblemático en la historia de las relaciones entre ambos universos. Es necesario que cada uno intente salir de su propio centrismo. Las cosas son visibles de otra manera cuando nos ubicamos afuera. Confieso tener el sentimiento de nadar a contracorriente, que estos esfuerzos están destinados al fracaso. Pero de todos modos me obstino en decir que el mundo no puede resignarse a estos conflictos de civilización, como si fuese una realidad de vida. El mundo no puede resolver sus problemas, ecológicos o epidémicos por ejemplo, sin cooperación.
¿Usted se encuentra construido por diversas pertenencias, cómo conviven ellas?
El verdadero problema es hacer convivir al interior de cada identidad todas las pertenencias que constituyen esta identidad. Este problema se plantea en todas partes, por ejemplo en Europa. Hacer convivir al interior de cada persona en Europa un factor local, regional, nacional y europeo es difícil. Para mí, una persona cuyas pertenencias vienen de universos en conflicto, es aún más complicado, pero no tengo otra opción que intentarlo. No podemos renegar de cualquiera de ellas, es necesario intentar reconciliarlas. Siempre insisto en decir que soy francés y libanés, incluso si eso es difícil de aceptar de un lado o del otro.
¿Qué piensa de la noción de francofonía?
Que hay dos maneras de abordarla. Por momentos, la palabra «francófono» reúne, agrupa, a todos aquellos que comparten el francés a través del mundo entero. A veces, insidiosamente, cuando hablamos de literatura francófona, queremos decir literatura no francesa. Me adhiero totalmente a la noción de francofonía cuando ella reúne y no cuando se trata de una herramienta de segregación. Cuando por un desliz de sentido llegamos a hacer con ella una discriminación, pienso que traicionamos nuestros ideales. Es menester rehabilitar esta noción de reunión. Para evitar el malentendido, deberíamos hablar de escritores en lengua francesa al tiempo de respetar la diversidad.
¿Es pero esta razón que usted firmó el manifiesto por una literatura mundo en lengua francesa?
Para ser honesto, la idea de literatura mundo no es una noción a la que sea sensible de un modo espontáneo. Entiendo la visión mundial de una literatura en lengua francesa, la relación de apertura e interacción con el resto del mundo. En este sentido lo apruebo pero no puedo definir esa palabra pues yo no la hubiese utilizado.
Usted participó en el festival «Sorprendentes viajeros» de Saint-Malo. ¿Según usted, la idea del viaje es madre de literatura?
Sí y no. Pienso que el viaje es fundador de literatura pero concibo perfectamente que la gran literatura se pueda hacer sin salir de casa. Hay muchos escritores, sobre todo franceses, que viajaron en sus cabezas. El viaje no es una condición sine qua non. ¡Hay una literatura de viaje como puede haber una literatura de la mesa de trabajo!
Félix Terrones forma parte de los colectivo Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente