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En respuesta a Sergio de Castro Sánchez

Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (y V)

Fuentes: Rebelión

No estoy en condiciones de decir nada nuevo de interés sobre la ciencia y sus relaciones con las clases sociales. Tomo por ello pie en trabajos de Manuel Sacristán. Básicamente, en un escrito inédito de 15 de enero de 1973 [1] que tiene como asunto básico las relaciones entre ciencia, ideología y clases sociales, y […]

No estoy en condiciones de decir nada nuevo de interés sobre la ciencia y sus relaciones con las clases sociales. Tomo por ello pie en trabajos de Manuel Sacristán. Básicamente, en un escrito inédito de 15 de enero de 1973 [1] que tiene como asunto básico las relaciones entre ciencia, ideología y clases sociales, y en el que se apuntan reflexiones, en mi opinión, de enorme interés sobre lo que hoy llamaríamos «la ciencia como construcción social» y/o «la construcción social de la ciencia». Probablemente fuera el esquema de una conferencia o el guión detallado de una contribución a un seminario. Ni que decir tiene que se trata de una interpretación de un texto del autor de «Panfletos y materiales» y que los posibles errores están exclusivamente en mi debe. Los aciertos, por descontado, en el haber de ese inolvidable profesor de Metodología de Ciencias Sociales que tradujo a Adorno, Marcuse, Quine, Schumpeter, Platón, Engels y Marx

Son nueve hipótesis las apuntadas:

La primera: la ciencia en concreto (es decir, matiza Sacristán, «el fenómeno global de una determinada práctica, que es lo que realmente existe») es, siguiendo la metáfora arquitectónica marxiana, parcialmente básica (es una fuerza productivo-destructiva concretada, cuando es el caso, en tal o cual tecnología) y parcialmente sobreestructural, campo en el que también «se dirimen las luchas de clase».

La segunda hipótesis: En ambos campos -base, supraestructura- la ciencia está determinada por la «base de la formación en su conjunto». ¿Cómo entiende aquí Sacristán la idea de determinación? Como fundamentación real, como posibilitación: «una base hace posible, no inevitable, la actuación de una fuerza productiva o el desarrollo de un contenido sobrestructural (político o ideológico)». Lo activo, concluye, «no son las estructuras, sino los individuos (hoy divididos-agrupados en clases)». No hay, pues, ningún cultivo de ningún estructuralismo determinista.

La tercera reflexión: De ello se infiere que la génesis de la ciencia como realidad concreta es histórica. En este sentido, y sólo en este sentido, matiza Sacristán, sería correcto usar «las expresiones usadas incorrectamente por el stalinismo-zdanovismo: «ciencia esclavista», «ciencia feudal», «ciencia capitalista», etc». Es preferible usar, en su opinión, por otra parte, «el adjetivo que indica el sistema social que el adjetivo que indica la clase dominante (mejor ‘ciencia capitalista’ que ‘ciencia burguesa’, p e.)». ¿Por qué? Porque así, en su opinión, se alude mejor a la base posibilitadora (la determinación) de una determinada ciencia.

La cuarta hipótesis: la experiencia histórica muestra «que hay que distinguir de la cuestión de la génesis la cuestión de la validez«. Ilustración de ello: productos o elementos de la ciencia esclavista siguen siendo válidos siglos después. Sacristán se refería generalmente a los Elementos euclidianos.

La quinta hipótesis: «La distinción génesis / validez o vigencia no afecta a la globalidad concreta del fenómeno ciencia». ¿A qué afecta entonces? A partes o elementos suyos.

La sexta reflexión: ello determinaba, proseguía Sacristán, que la génesis de nuestra idea de ciencia pura era «extrapolación, con tendencia formalista, de la experiencia de los contenidos válidos más allá de la formación social en que tuvieron su génesis, o sea, extrapolación, en suma, de la idea de validez». Se podía afirmar, en su opinión, que esa idea de validez y la de ciencia pura, tenían «su origen en la clase dominante helénica de los siglos VI-IV, que construyó la noción de demostración en sentido estricto, de prueba universalmente válida».

La siguiente hipótesis, directamente relacionada con el asunto discutido en estos textos: no es disparatado suponer una componente ideológica en la ciencia concreta, es decir, en el fenómeno global de cada momento histórico, «sin perjuicio de la posible validez de algunos de sus componentes para momentos y hasta formaciones e incluso sistemas sociales ulteriores o, en general, diferentes». La historia de la ciencia nos da multitud de ejemplos de ello.

La octava: numerosos elementos válidos de las diversas disciplinas científicas son incorporables a ideologías contemporáneas diferentes o incluso antagónicas. ¿Ejemplo citado por Sacristán? Efectivamente, es fácil de adivinar: «ejemplo de cajón: la evolución biológica)». Esos elementos transideológicos podían realizar «implícitamente el ideal de «verdad objetiva» (que es históricamente relativo), pero precisamente a través de ideologías, no al margen de ellas, como creen los formalistas«. De este modo, vale la pena retenerlo, el concepto de verdad objetiva, que en absoluto es una ficción, «es históricamente relativo», no es una arista transhistórica válida para todos los tiempos.

La novena y última: la afirmación de que «la objetividad o validez universal o neutralidad de elementos científicos», y aún más de la ciencia, es un dato, y no en cambio una simple (e interesante) idea reguladora, es, en opinión de Sacristán, ideológica (es decir, falso e interesado conocimiento) y apologética.

Existe en todo caso, matizaba el autor de Las gnoseológicas de Heidegger, una posibilidad de que no fuera directamente apologética: que se afirmara sólo formalmente, no de la ciencia concreta, tal como existe socialmente, «sino como construcción en sí, sin valor real, como juego (ajedrez)». Pero, remata Sacristán el punto, será entonces «ideológica y secundariamente apologética la afirmación de que la ciencia «es » o «no es más que » esa formalidad cerrada de la naturaleza de los juegos».

La ciencia, sin duda, es mucho más que eso, no es un simple juego de ajedrez académico más o menos brillante, y el papel de la tecnociencia contemporánea es esencial en muchos aspectos de la vida social, pero acercarnos a esa complejidad epistémico-industrial-corporativa exige cuidado, información y numerosos matices. Los brochazos gruesos no ayudan. La descalificación, sin más, es un sin sentido.

El mismo Marx, para poner un ejemplo destacado, no ningún positivista, analítico o epistemólogo subvencionado, habló -nada más y nada menos- de investigación desinteresada. Así, el paso es conocido, en epílogo a la segunda edición de El Capital [2], escribía: «[…] La burguesía había conquistado fuerza política en Francia e Inglaterra. A partir de entonces la lucha de clases cobró práctica y teóricamente formas cada vez más explícitas y amenazadoras. La campana tocó a muerto por la economía burguesa científica» (Economía burguesa… científica presupone la existencia de otra «economía burguesa» no científica). Luego, por tanto, existió una economía política, de hegemonía burguesa, de carácter científico. No sólo eso: «No se trata ya de si tal o cual teorema es verdadero, sino de si es útil o dañino, cómodo o incómodo para el capital, si es reglamentario o no». En el lugar de la investigación desinteresada, prosigue Marx, que por tanto existió, «apareció la esgrima política mercenaria; en el lugar de la investigación científica sin prejuicios, la mala consciencia y la mala intención de la apologética». La revolución continental de 1848 repercutió también en Inglaterra. Los hombres, señala Marx, que «aún aspiraban a tener alguna importancia científica y que querían ser algo más que meros sofistas y sifocantes de las clases dominantes intentaron poner en armonía la economía política del capital con las aspiraciones del proletariado, que ya no se podían pasar por alto». Esa es, concluye Marx, la causa del sincretismo sin nervio representado, «del mejor modo», por John Stuart Mill. Se trataba de una declaración de bancarrota de la economía «burguesa» (las comillas son de Marx).

Por lo demás, y cambiando algo de tercio, un notable argumento contra la descalificación política de un tema o de una razonamiento en función de su posible origen social, lo esgrimió Sacristán en una intervención en el pleno del comité central de PCE en el verano de 1970 al referirse a la política del partido en torno al controvertido asunto de las nacionalidades ibéricas [3]: «Tal vez la inquietud que injustificadamente, puesto que la doctrina es tan clara, podemos sentir a veces se deba a dos causas, si no contradictorias, al menos concurrentes en direcciones contrarias. Por un lado, la objeción de tipo abstracto, de tipo extremista, de que el tema de las nacionalidades, el problema o el concepto es de origen burgués. Por otro lado, la crítica confluyente con esto y en sentido opuesto de que no nos tomamos en serio las entidades nacionales».

De lo primero había que decir bastantes cosas. La primera que habría que tener siempre presente «es que aunque nos digan que un tema trabajado por nosotros es un tema de origen burgués, no nos han dicho absolutamente nada. El origen histórico de un fenómeno o de un problema no lo agota ni mucho menos. Igual es de origen burgués la ciencia moderna, la física por ejemplo o la química». Si hubiera que calificar, desde el punto de vista de clase, las cosas por su génesis, proseguía el entonces miembro del comité central del PCE, «ya podríamos borrarnos lo poco o lo mucho que sepamos de geometría, porque resulta que sería esclavista puesto que es un tipo de producto cultural nacido en el esclavismo. Y no es que no haya relación entre el esclavismo y la geometría, claro que la hay. Sin una determinada estructuración de la agricultura que fue posibilitada por el esclavismo, no habría habido geometría. Y sin el desarrollo de fenómenos incipientemente burgueses, supongo que tampoco habría habido aparición de fenómenos nacionales, tal como los conocemos al menos». La relación genética de nacimiento de un fenómeno con una estructura clasista, con un determinado sistema social, «no determina ni mucho menos para siempre todos sus contenidos sociales o significaciones sociales cuando cambian los sistemas mismos, cuando cambia la estructura». Lo que determinaba los contenidos parciales de la dialéctica era la estructura total.

Más allá de eso, en las clases de Metodología de las ciencias sociales del curso 1981-1982 [4], Sacristán daba cuenta detallada de una de las paradojas más notables de las actuales investigaciones científicas. Se refirió entonces a lo señalado por uno de los físicos soviéticos más célebres por aquel entonces, Kapitsa, premio Nobel y científico de mucha autoridad, «muy importante, de esos físicos que llegan también a creencia filosófica general». Este autor calculó en su Instituto que, en el mejor de los casos, transcurren ocho años desde que un investigador consigue un resultado y… Se interrumpió aquí Sacristán y preguntó a los estudiantes: «El concepto de investigación y desarrollo lo tenéis. ¿Sí o no?»

Contestó él mismo a continuación y explicó esta noción con detalle. Entonces, señaló, era característico que ya no se hablara de investigación científica simplemente, sino de un complejo de actividades llamadas «investigación y desarrollo», que empezaban «por la ocurrencia del científico para ponerse a trabajar y terminan con el desarrollo institucional y tecnológico de la idea. A eso se le llama «investigación y desarrollo», a todo ese largo proceso en el que intervenían mucha gente y que iba, desde la primera idea, pasando por varias elaboraciones de la idea, en el plano teórico, luego a primeras ocurrencias tecnológicas para aplicarlo y, al final, la tecnología directa de aplicación».

Kapitsa calculó, continuó Sacristán, que en el mejor de los casos el proceso de investigación y desarrollo se componía de, por una parte, el proceso de investigación, durara lo que durara,  y, por otra, de un mínimo de ocho años de desarrollo, con lo que nos enfrentábamos a la paradoja de que «en el momento en que se obtiene el último eslabón del desarrollo resulta que en investigación están ya por otros caminos, están ya haciendo otra cosa, o han considerado agotado aquel camino teóricamente, etc.». De hecho, lo que comentaba anteriormente Sacristán de la bibliografía no abarcada, «es un aspecto más de esta situación paradójica de la actividad científica de nuestros días, a la que hay que sumar un tercero». Estos dos primeros aspectos serían, por así decirlo, inocentes. «En los dos casos estamos suponiendo que tanto los textos no leídos a los que te referías tú [un alumno asistente], como los trabajos no desarrollados a que se refería Kapitsa, son buenos textos y buenos trabajos. Pero es que de eso no hay ninguna garantía».

La tercera paradoja, y en su opinión la más grave de todas, es que puesto que la sociedad no controla, no mira ni puede mirar este trabajo de los científicos, de los investigadores, no hay nada que pruebe, «no tenemos ninguna certeza de que no haya un porcentaje alto de ese trabajo que sea puro procedimiento para cobrar sueldos universitarios y de institutos de investigación». No hay ceguera cientificista en la aproximación. En esos ocho años antes de que empiece el desarrollo de cualquier avance tecnológico, nadie sabe, pues, si todo aquello que se ha pagado con sueldos universitarios, o bajo contrato con institutos o fundaciones, «sirve para algo o ha sido puro despilfarro».

Y despilfarro, añade Sacristán, ya no «porque no se aplique por falta de tiempo, sino porque sea verdaderamente pseudociencia. De esto hay mucho más de lo que parece.» Pseudociencia, falsas teorías que se presentan con el empaque de la ciencia sin serlo, hay muchísimo más, sostenía ya entonces Sacristán, de la que parece. En varios sentidos y no sólo en el tradicional de las supersticiones, «que ése también caracteriza muy bien nuestra época; no me atrevo a decir cuántos de aquí leen cuidadosamente el horóscopo, pero sería un porcentaje alto, por eso no me atrevo a preguntarlo». Mario Bunge, amigo suyo, autor al que también tradujo, no estaría alejado de esta reflexión.

Abrió aquí un paréntesis, advirtiendo Sacristán que «a lo mejor ya he contado porque he quedado tan traumatizado que lo he contado en varios sitios». El comité Anti-OTAN de Figueres, explicaba, estábamos ya en tiempos de lucha contra la permanencia otánica, le llamó para que fueran a echar un mano. Se hizo el acto y al terminar empezaron las intervenciones del público. «Había una muchacha obrera, claramente, que había hecho intervenciones muy agudas y de mucho interés, con muy buen sentido común [a Sacristán nunca se le escapó la agudeza crítica de muchos militantes obreros sin formación académica], pero cuando ya llevábamos algo así como hora y media de debate y todo el mundo estábamos un poco cansados y habían salido motivos de pesimismo, la compañera dice: y no estaremos perdiendo el tiempo porque a lo mejor no hay que oponerse a la guerra, porque yo he leído en un libro de la Colección Básica, ésa que me parece que saca Salvat, que ya hace 18.000 años, cuando los seres humanos no eran como somos ahora, hubo una guerra nuclear y gracias a eso se regeneraron la gente y llegaron a ser como somos ahora. A lo mejor ahora hace falta una guerra nuclear para que nos regeneremos y deje de haber paro y cosas de éstas.»

La situación no era risa sino de llanto. Esa compañera, prosiguió Sacristán quien estaba hablando en la Facultad de Económicas, «seguro de clase obrera, pero si no, por lo menos, de clases muy populares», era evidente que nunca había tenido ocasión de leer ni física ni astronomía de verdad, pero, «en cambio, ha leído la bazofia de [Erich von] Däniken donde se dice que ya hubo astronautas porque hay una estela maya en que se ve un sacerdote reclinado. Presentan la foto…¿no sé si la habéis visto?… Es la clásica prueba de que ya hubo astronautas. Es un sacerdote maya reclinado en un nicho ovalado, y entonces Däniken presenta eso como un astronauta metido en la cápsula. Que vaya usted saber, además, la tremenda falta de razonamiento de suponer que no hay más que una técnica astronáutica…»

En definitiva, concluye Sacristán, el problema de la divulgación científica era ya entonces un problema de enorme complejidad, de enorme importancia, que no había que ocultar y tampoco olvidar.

Lo sigue siendo, como sigue siendo un asunto de enorme y decisivo interés las relaciones entre la ciencia, la cultura, «la ideología» y las clases dominantes y hegemónicas que no siempre, como es sabido, construye su racionalidad cultural y poliética tomando pie en la primera aunque usen categorías donde asoman miligramos de cientificidad.

PS: Un ejemplo de las múltiples caras de la tecnociencia contemporánea del que se ha hecho eco rebelión recientemente [5]. El CERN, la Organización Europea para la investigación Nuclear, publicó el pasado miércoles 13 de julio la versión 1.1 de la Licencia de Hardware Abierto (OHL, por sus siglas en inglés), cuatro meses después del lanzamiento de la primera versión 1.0,que fue publicada en marzo de 2011. Se trata de un marco legal inspirado en el software libre cuyo objetivo «es facilitar el intercambio de conocimientos entre la comunidad de diseño electrónico utilizado en aceleradores de partículas». Con esta iniciativa, en consonancia con los valores de la «ciencia abierta» (¿cómo hacer ciencia si no?), el CERN espera mejorar la calidad de los diseños de hardware a través de lo que suele llamarse la «revisión por pares» y garantizar de este modo a los usuarios, a todos ellos, incluyendo (hic Rodhus, hic salta!) empresas y grandes corporaciones, la libertad para estudiarlos, modificarlos y fabricarlos.

Bajo el espíritu de la difusión del conocimiento y la tecnología, la iniciativa de hardware abierto del CERN «ha sido creada para dirigir el uso, la copia, modificación y distribución de documentación sobre diseño de hardware, la producción y distribución de productos». La documentación del diseño de hardware, prosigue la información, «incluye diagramas esquemáticos, diseños, circuitos o diseños de placas de circuitos, dibujos mecánicos, diagramas de flujo y textos descriptivos, así como otro material explicativo». Las finalidades de esos usos potenciales trazan un amplio arco con nudos que pueden ser antagónicos.

Notas:

[1] Puede verse en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán.

[2] Karl Marx, El Capital I (OME 40), volumen 1, Grijalbo, Barcelona, 1976 (traducción de Manuel Sacristán), p. 14. Puede verse en páginas de la red la traducción de Sacristán de los dos primeros tomos.

[3] Miguel Manzanera recuperó el texto en su tesis doctoral sobre la obra de Manuel Sacristán (editada por la UNED y en rebelión).

[4] Clases, transcritas, no publicadas hasta la fecha que están en búsqueda de editor.

[5]

http://www.somoslibres.org/modules.php?name=News&file=article&sid=4715

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Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (I) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=131999

Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (II) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=132064

Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (III) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=132136

Consideraciones sobre Darwin, el darwinismo, la izquierda y asuntos afines (IV) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=132209

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.