El número monográfico de The Ecologist (Nº 64), que corresponde al trimestre de enero-febrero-marzo, invierno, está dedicado a: «Contaminación electromagnética. El peligro invisible». Ya era hora de que se dedicara alguien a alertar sobre cómo estamos contaminando nuestro espacio con estas toxinas que, por invisibles, no son menos peligrosas. El asunto es grave, muy grave. […]
El número monográfico de The Ecologist (Nº 64), que corresponde al trimestre de enero-febrero-marzo, invierno, está dedicado a: «Contaminación electromagnética. El peligro invisible». Ya era hora de que se dedicara alguien a alertar sobre cómo estamos contaminando nuestro espacio con estas toxinas que, por invisibles, no son menos peligrosas.
El asunto es grave, muy grave. Investigando en esta temática, me he dado de bruces con un montón de textos institucionales que ponen en duda la inocuidad de, por ejemplo, tener wifi en tu casa o en la escuela de tus hijos. O de vivir cerca de una estación de telefonía móvil. O de tener el celular encendido, en la mesita de noche, hasta que te despiertas. Por otro lado, no menos estudios científicos aportan pruebas muy significativas de los daños que se están produciendo en la salud de las personas por la irresponsable exposición a todo tipo de ondas electromagnéticas para las cuales la evolución no nos diseñó. Los más vulnerables son los bebés, por tener una capa craneal muy fina y un sistema inmunológico aún en desarrollo. Mientras, la gran industria mira hacia otro lado, niega las evidencias, paga estudios falseados y tilda de «locos e iluminados» a los que aportan pruebas rigurosas.
Las evidencias de la nocividad de esta invasión electromagnética ya se empiezan a hacer notar. Por ejemplo, cada vez más personas padecen de electrohipersensibilidad. Una de ellas es Minerva Palomar, una de las primeras afectadas en nuestro país. En una entrevista concedida a este número especial, Minerva explica cómo empezó todo y cómo esta nueva patología cambió su vida. La revista no solo alerta sobre las consecuencias de la exposición a antenas de todo tipo, wifis, móviles… sino que también nos informa sobre posibles soluciones.
Por supuesto, como ya viene siendo la norma de la casa, The Ecologist no le hace ascos a llamar a las cosas por su nombre… En este sentido, destaquemos que el Dr. José Luis Bardasano señala que «los estudios epidemiológicos correlacionan la exposición a CEM y la incidencia de padecer cáncer«. Otros expertos, en el mismo número, dicen lo mismo. El peso de la evidencia es muy grande. ¿Cómo es posible que los medios de información de masas no hablen de estas cosas? Mientras, horas y horas en la TV están dedicadas a hablar de temas e historias que le dan a uno vergüenza ajena.
Pero cerremos el asunto. ¿Y si esta nueva urdimbre electromagnética estuviera preparando el terreno a las máquinas que nos sustituirán cuando la inteligencia artificial consiga empezar a prescindir de nuestra tutela? ¿No serían estas redes invisibles el tejido comunicativo de máquinas y robots que necesitarán desplazarse de forma independiente cuando nuestra presencia en la Tierra empiece a ser más vulnerable todavía de lo que lo es en la actualidad? También varios articulistas de The Ecologist se hacen eco de algunos pensadores que ya están empezando a hablar de ello, incluido el propio Stephen Hawking, muy poco sospechoso de ludita, por cierto.
En fin, la polémica está servida. Infórmese de esto. Es más grave de lo que parece. Luego, no diga que nadie le avisó.
Ecoportal.net
Fuente original: http://www.theecologist.net/