La modernidad, dicen los teóricos, impone nuevos conflictos. O conflictos viejos por temas nuevos. La ecología aparece como un tema novedoso, aunque esconde -o subraya, según se vea- la esencia de los conflictos habituales de la humanidad. El catalán Joan Martinez Allier, sin reduccionismos, sostuvo académicamente que todo problema ambiental en verdad es el emergente […]
La modernidad, dicen los teóricos, impone nuevos conflictos. O conflictos viejos por temas nuevos. La ecología aparece como un tema novedoso, aunque esconde -o subraya, según se vea- la esencia de los conflictos habituales de la humanidad. El catalán Joan Martinez Allier, sin reduccionismos, sostuvo académicamente que todo problema ambiental en verdad es el emergente de un problema económico (la aplicación de tecnología no contaminante o, mejor dicho, la resistencia de la industria a aplicarla es la confirmación de esa hipótesis). Parafraseándolo, quizás, a partir de Gualeguaychú comprobemos que toda batalla cuyo eje temático sea el medio ambiente es en el fondo una batalla económica.
Tomás Maldonado decía en su libro Ambiente Humano e Ideología que seguramente la ecología era una moda. Pero que como toda moda, su costado útil es que, una vez que es reemplazada por otra moda, algo deja al menos en el inconsciente colectivo. Aun siendo éstos los retazos de la moda, bien vale la pena analizar un conflicto por motivos un tanto más humanos, un tanto menos inmediatistas o grotescos que aquellos a los que estamos habituados.
El escándalo de las papeleras que Uruguay aceptó construir en Fray Bentos, a orillas del río homónimo del cariñosamente llamado «paisito», y la consecuente batalla desatada entre vecinos desconfiados, ambientalistas en su salsa, políticos recién llegados a la ecología, diplomáticos molestos con el exceso de desprolijidad que propone la lucha popular y empresarios que actúan como si nunca hubieran siquiera lanzado un papel fuera del cesto representa una puesta en escena inédita por estos barrios: el arribo de los conflictos nacidos y sostenidos en la defensa del medio ambiente.
Los activistas globalifóbicos y muchos militantes ecologistas del Primer Mundo pueden presentar credenciales de peleas similares. Sin embargo, casi nadie puede arrogarse haber ubicado una consigna ambiental en el centro de una lucha popular. Y efectivamente, aunque suene demodé y setentista, la épica de 40.000 personas -sobre 70.000 habitantes totales- cortando un puente internacional allá por abril y decenas de cortes posteriores sin más organización que la espontánea de una ciudad pequeña no pueden sino definirse como lucha popular.
Pero antes de llegar a la descripción de cada uno de los protagonistas y las tácticas o estrategias que los convocan, enfrentan o equiparan, conviene describir la verdadera esencia, el telón sobre el que se desenvuelve la crisis.
Desiertos verdes
Hace aproximadamente 25 años, la industria internacional consumidora de papel descubrió que su stock de árboles decrecía, que la demanda se acentuaba y que las crecientes regulaciones ambientales en el Primer Mundo iban en detrimento de dicha actividad. En consecuencia, el abastecimiento de pasta de celulosa -materia prima inevitable para hacer papel- empezaba a entrar en riesgo futuro.
Como estamos en el capitalismo, no hay que olvidarlo, los carteles de la pasta de celulosa -comandados por los nórdicos, por aquello de que en los albores de la industria era de los pinos escandinavos de donde se sacaba mejor celulosa- comenzaron a planificar el siglo XXI. Y descubrieron que vastos territorios quizás alguna vez boscosos y postreramente ganaderos podían cobijar nuevos bosques, pero esta vez plantados pensando en su futuro papel (o en el papel futuro). Así nacieron lo que muchos prestigiosos ecólogos y biólogos denominaron «desiertos verdes»: miles de hectáreas de bellos bosques conformados por una sola especie.
«¿Por qué cree que Uruguay no es un país forestal?», le preguntaron al actual ministro de Ganadería, Pesca y Agricultura de ese país, el pintoresco José «Pepe» Mugica, quien, dicho sea de paso, se manifestó a favor de la inversión que significarán las papeleras, siempre que no hipotequen ambientalmente al río Uruguay. «Porque nunca vi que la naturaleza haga el mamarracho de hacer un bosque con una sola especie», explicó como el mejor de los expertos en ecología vegetal.
Los productores mundiales de pasta de celulosa concretaron lo que, también en lenguaje setentista, se conocía como «división internacional del trabajo» y hoy se describe como un subproducto nocivo pero inescindible de la globalización. Determinaron que la pasta de celulosa que seguirán consumiendo los países centrales (ya sea para consumo directo o para fabricar papel que luego importaremos los países no centrales) se obtendrá en estas naciones periféricas de tierras fértiles, mano de obra barata, escenarios contaminables y leyes ambientales persistentemente laxas.
De ese modo idearon el proceso, sabiendo de antemano que al final del desarrollo del bosque de una sola especie (en general, eucalipto) debía haber una «pastera» (planta de obtención de pasta base de celulosa) esperando.
De aquellas forestaciones masivas a estas papeleras
Por eso los empresarios representativos de la empresa finlandesa Botnia -una de las dos en conflicto frente a Gualeguaychú- dicen y escriben que están completando la cadena de un polo de desarrollo forestal. Por eso, dicen que habrá «pasteras» en toda la cuenca del río Uruguay, para poder procesar al pie de las forestaciones los miles de árboles allí ya crecidos. Y por eso, groseramente, dicen que en caso de persistir en su oposición a las papeleras, el gobierno de Entre Ríos -territorio con mayor cantidad de bosques implantados que la República Oriental del Uruguay- deberá importar toneladas de vaselina para ubicar en algún lado tantos eucaliptos.
Tan brutal es el proceso de otorgamiento de roles por parte del capital internacional, que ya se sabe que del total de la producción anual de pasta base de celulosa de las dos papeleras de Fray Bentos, el 90 por ciento ya está previamente colocado en mercados de los Estados Unidos y Europa.
Aquí queda la contaminación y algunas divisas.
Los actores
«Si hoy uno sigue una llamada directa a actuar, esa acción no se realizará en un espacio vacío, sino dentro de las coordenadas ideológicas hegemónicas: aquellos que ‘realmente quieren hacer algo para ayudar a la gente’ se involucran en hazañas (indudablemente honorables) como los Médicos sin Frontera, Greenpeace, campañas feministas y antirracistas que, no sólo son toleradas, sino incluso apoyadas por los medios de comunicación, aun cuando se entrometan aparentemente en el territorio económico (digamos, denunciando y boicoteando compañías que no respetan las condiciones ecológicas o que utilizan mano de obra infantil). Son toleradas y apoyadas con tal de que no se acerquen demasiado a un cierto límite. Este tipo de actividad proporciona el ejemplo perfecto de interpasividad: de hacer cosas no para lograr algo, sino para evitar que algo pase realmente, que algo realmente cambie.»
El párrafo anterior no fue escrito ahora ni tampoco por ningún participante de la trifulca de las papeleras. Lo escribió el filósofo esloveno Slavoj Zizek en un libro de título de la Guerra Fría (A propósito de Lenin) pero subtítulo contemporáneo (Política y subjetividad en el capitalismo tardío). Convendrá releerlo dentro de un tiempo cuando el resultado de la batalla por las papeleras sea el que ya vislumbran los actores con sentido común: un presidente uruguayo cortando la cinta del supuesto progreso para sus conciudadanos.
1. Uruguay
El paisito está atado no a la decisión de éste o el anterior gobierno sino a lo que muchos economistas amantes del mercado sacralizan como «políticas de Estado». La política de Estado de Uruguay en este tema, insistimos, fue decidida hace un cuarto de siglo cuando se inició la forestación masiva, sin considerar ni el impacto ecológico negativo del monocultivo forestal ni el posterior de las pasteras que irremediablemente deben instalar al final del proceso.
Es por eso que en el horizonte inmediato aparece el condicionamiento establecido por las empresas papeleras que, conocedoras e impulsoras de ese proceso, impusieron cláusulas monumentalmente leoninas al Estado uruguayo en caso de incumplir los contratos. Y, una vez sorteado el actual escollo del conflicto con Argentina -más bien, con la gente de Gualeguaychú-, hay una ristra de proyectos de pasteras a ser instalados en ese sitio.
2. Gualeguaychú
Conocedora de los antecedentes poco felices de la industria celulósica en materia de contaminación en el mundo, los ciudadanos de Gualeguaychú son claros ejecutores de la política de NIMBY («Not In My Back Yard», algo así como «no en mi jardín»). Tanto es así, que cuando surgió de la Cancillería argentina la propuesta negociadora de trasladar las papeleras cien kilómetros al sur de Gualeguaychú, muchos respiraron aliviados por aquello de que «no lo voy a sufrir yo». Sólo Greenpeace puso un poco la pelota contra el piso en este último tramo de esta historia, al señalar que ésa era una manera de administrar el conflicto sin resolver la cuestión de fondo.
Pero aun cuando el NIMBY parezca una mirada egoísta sobre el conflicto, no es menos cierto que nadie le consultó a la población de Gualeguaychú si quería pagar con impacto ambiental el presunto beneficio económico y laboral de terceros (los uruguayos).
3. Argentina
Es la de peor situación en el conflicto. El país tiene escasa autoridad moral para reclamar a Uruguay que detenga una industria presuntamente contaminante. La Argentina queda, a los ojos de cualquiera que observe con desapasionamiento el asunto, presa del doble estándar. Por un lado, aparece amenazando con ir a los foros internacionales a defender su derecho al ambiente sano y, por otro, el país tiene fronteras adentro un desbarajuste ambiental imposible de disimular.
Citemos un ejemplo pertinente. Argentina fundamenta su protesta diplomática por el tema de las papeleras en el recurso compartido -el río Uruguay- que aparece amenazado por este proyecto. Hace apenas dos meses, se dio a conocer un estudio realizado por Freplata -organismo ambiental binacional rioplatense- donde quedaba en evidencia la contaminación record del Río de la Plata. El informe contenía tres conclusiones categóricas respecto de ese «recurso compartido» entre Buenos Aires y Montevideo: a) que Uruguay había revertido la contaminación de origen cloacal que se había expresado en sus costas hace una década; b) que la costa de Buenos Aires había alcanzado en ese mismo tiempo y hasta la actualidad niveles de contaminación similares al Riachuelo y el Río de la Plata; c) que la casi totalidad de la contaminación del Río de la Plata como cuerpo de agua se explica por la actividad incontrolada de las industrias radicadas del lado argentino y por la ausencia de tratamiento de los residuos cloacales de las ciudades emplazadas desde Santa Fe hasta Magdalena.
¿Contaminan las papeleras?
Un antiguo y nunca desmentido ranking elaborado por Naciones Unidas ubica la obtención de pasta de celulosa entre las cinco actividades industriales más contaminantes. Es decir, aquellas que liberan subproductos de alta persistencia en el ambiente (los organoclorados, principalmente) y potencialmente cancerígenos.
Tanto Ence (de origen español) como Botnia (de origen finlandés) tienen -de forma directa o por la tecnología que utilizan- precarios antecedentes en esta materia. Ence, en especial, administra desde hace 50 años una planta de obtención de pasta de celulosa en Pontevedra, en las rías gallegas. Cuenta la leyenda que Ence, originalmente del Estado franquista, fue instalada a bayoneta limpia de la mano de aquel latiguillo del generalísimo que proponía que lo estatal y fabril eran sinónimos de progreso, dejaren el tendal (social, ambiental) que dejaren. Marchas, protestas y hasta una condena firme por daño ambiental consuetudinario no consiguieron que Ence abandonara las rías baixas y, con ella, el olor a huevo podrido (ácido sulfhídrico) característico del proceso de separación de la lignina de la madera. El alcalde de Pontevedra ha recomendado a su par de Gualeguaychú que haga lo imposible por impedir la planta de Ence en Fray Bentos. Y se presume que sabe de qué habla.
A Botnia -o a su tecnología- le atribuyen tanto la supuesta limpieza de la producción de celulosa en los alrededores de Helsinki como dos episodios tan confusos como lesivos para el ambiente. Uno, el de una planta instalada en Valdivia, Chile, donde organismos oficiales de los Estados Unidos reclamaron el cese de su funcionamiento por haber destruido el santuario natural de río Cruces, donde de 6000 cisnes apenas quedaron 300 agobiados por la contaminación liberada aguas arriba. La otra es la planta de Espíritu Santo, en Brasil, donde comparten la crítica por la contaminación fabril con las acusaciones de haber favorecido la pérdida de bosques nativos a favor de megaplantaciones de pinos y eucaliptos con horizonte de papel.
Los expertos dicen que no sólo la liberación de ingentes cantidades de sustancias nocivas es motivo de contaminación. Una playa como la que utilizan los turistas que van a Gualeguaychú, frente a la cual se erija una chimenea ajena a cualquier paisaje natural, bien puede considerarse que ha sido contaminada.
También vendrán quienes pregunten por qué tanta alharaca si nuestra convivencia con esta amenaza ambiental es anterior al conflicto de Fray Bentos: sólo en Brasil la industria de la celulosa contiene a 220 plantas fabriles y en la Argentina hay una docena de industrias, todas ellas a la vera del Paraná y algunas de ellas con denuncias y clausuras por contaminación.
Otros sostendrán que se trata de un nuevo episodio de la saga que confronta a medio ambiente con progreso y que sólo se trata de controlar que no se contamine por encima de los valores permitidos (de contaminación). Pero será más difícil explicar, sin recurrir a los clásicos y a cierto setentismo, por qué la Unión Europea resolvió erradicar de su territorio para la próxima década tecnología de producción de pasta de celulosa que persiste y se inaugura día a día por estos arrabales.
Habrá que preguntarse, en el mar de la globalización, cuánta ecología le toca a la parte más desigual del mundo.
Fuente: www.pagina12.com.ar (Argentina)
2) Más claro, echale agua: papeleras: no pasarán
25/01/06 – En los últimos meses mucho y variado se ha escuchado sobre las plantas de celulosa, aquí va una nota por demás elocuente, argumental e informativa de Amigos de la Tierra.
No se trata de sacar el izquierdómetro para medir quién es más progresista, o verificar el ADN histórico para ver si somos pueblos hermanos o medio hermanos, validar la protesta de acuerdo a si son 10 o 200 militantes con o sin el gobernador, o ecualizar la demanda en función de una tradición ecologista que autorice o no a opinar.
No es así. Se trata de nosotros. Se trata del río Uruguay sobre el cual hay un tratado binacional de preservación que está siendo violado, la intención de poderosas corporaciones europeas a las cuales ES POSIBLE ECHAR por la presión popular y por la de la ley (ya llegan más plantas de celulosa prohibidas en otras partes del mundo).
Esta lucha no debe jugarse en el campo de la defensa o desestabilización de ningún gobierno. Se trata de decisión soberana de los pueblos de defender su derecho a la vida. Más claro…
«Aquí lo que estamos defendiendo es un modelo de vida, una forma humanitaria, un modelo distinto al que se viene proponiendo, una forma que nos haga ser protagonistas de nuestra propia historia y no que los países poderosos nos vengan a imponer como lo vienen haciendo desde hace muchos siglos, la forma en que tenemos que vivir. Nos tenemos que poner en pie los argentinos y el pueblo uruguayo y decir «No señores» nosotros elegimos nuestra forma de vivir, queremos cuidar nuestros recursos, sabemos que acá debajo de la planta de nuestros pies hay un acuífero que es que brindará agua potable, que es el recurso vital que se está terminando y lo queremos cuidar en preservación de la vida humana.»
Nota completa:
Conversación con Lilia Moyano, desde la cabecera del puente internacional general artigas, en colón, entre ríos.
Mi nombre es Lilia Moyano. Yo pertenezco a la Asamblea Ciudadana Ambiental de Colón de Entre Ríos, y estamos desde el jueves interceptando los cuatro camiones que iban para la empresa Botnia, que llevan las estructuras para realizar las plantas, iban a pasar por nuestro puente, entonces nosotros los interceptamos y los vecinos de Colón les impedimos el paso. Acá hay cinco camiones (por uno más que había bloqueado Greenpeace).
Luego nuestro abogado de la Asamblea Ambiental de Gualeguaychú, Colón, del Foro de las Asambleas de la Cuenca, presentó ante el juzgado de Concepción del Uruguay, una demanda de que los vecinos pedíamos, considerando que las plantas son contaminantes y hay muchos elementos objetivos para afirmarlo, los vecinos solicitamos que los camiones que van con mercadería o estructuras, lo que fuere, a las empresas Botnia y Ence no transiten por territorio argentino. La fiscal no se pudo expedir porque dijo que tenía que esperar los resultados de la Comisión Binacional, que se entregarían el 31 de enero. El juez entonces respetó la decisión de la fiscal, y el juez decidirá después del 31 de enero cuando la fiscal presente su informe.
Los vecinos decidimos quedarnos en la ruta, en la cabecera del puente para que no pase ningún camión que vaya para la empresa, en tanto y en cuanto el juez no se haya expedido. O sea que nos quedaremos 14 días más en el puente. El puente no está cortado, esta abierto, no hay corte de ruta, es de libre tránsito, solamente bloqueamos el paso a los camiones que van para las empresas. Hasta ahora acá en la cabecera del puente hay cuatro. Desde hace dos días, a 20km en una estación de servicio, que está en la ruta del puente, que es la 135 y la ruta 14 nacional, hay dos camiones más esperando para pasar que van para la empresa Botnia, y en el peaje de Gualeguaychú, desde ayer a la tarde hay cuatro camiones más, también que tienen como destino pasar por Colón y están esperando ahí, en una estación de servicio que está a la salida de Gualeguaychú.
Cuando vino el camión, que eran cuatro que venían juntos, nos paramos en el medio de la ruta, por el lugar donde ellos iban a pasar, y empezamos a aplaudir y a gritar y decir que «No Pasarán, No Pasarán». Los camiones se tuvieron que detener. La gendarmería bajó la barrera ante la situación. Teníamos en ese momento 150 personas. Los camiones entonces quedaron detenidos y nuestros abogados comenzaron a accionar.
Para nosotros es importante que la carga que llevan a Botnia no llegue a destino, porque Uruguay permite que las empresas se instalen, que se estén construyendo inclusive, que su puerto se esté construyendo, en violación binacional que existe que es el Tratado del río Uruguay. La República hermana del Uruguay, por decisión unánime decidió que las plantas se instalen y que el puerto se construya. El río Uruguay es un recurso compartido por ambos países, entonces por eso existe ese tratado. La consulta debería haber sido realizado a la Argentina y debería haberse consensuado.
Los vecinos decidimos hacer valer el tratado de esta forma. No permitiendo que el material llegue al punto de destino, porque las plantas son ilegales y además hay datos certeros, de que son muy contaminantes. Tal es así que el método que van a usar, a partir de 2007 en Europa ya no se va a usar. A partir de 2007, la normativa europea dice que el método para el blanqueo de pulpa de celulosa es el método totalmente libre de cloro. Acá dicen los empresarios de Botnia y Ence que están utilizando la última tecnología, cosa que no es verdad, porque está vigente por este año, pero ya caduca y a partir del año que viene, se comienza a usar la otra tecnología.
De todos modos, más allá de las tecnologías que se empleen, los ciudadanos de Entre Ríos nos preguntamos, cuál es el modelo que nosotros queremos, cuál es modelo económico que queremos para nuestra región. No queremos plantas de celulosa, porque plantas de celulosa implican monocultivo, implica represas sobre nuestro río, implica que se va imponer un modelo industrial, cuando el pueblo de Entre Ríos, naturalmente, en la cuenca del Río Uruguay está eligiendo un modelo económico sustentable turístico. Todo esto se está firmando a espaldas de la ciudadanía del pueblo de Entre Ríos. Por lo tanto, nosotros estamos deteniendo los camiones en la ruta, para que las plantas no se instalen.
Estamos hablando del modelo turístico que nosotros elegimos. La ciudad de Gualeguaychú es el primer carnaval del país. Es una ciudad altamente turística y la ciudad de Colón por supuesto que también y todo el mundo lo sabe. Si nosotros permitimos que se instalen las plantas de celulosa, nos están cambiando el modelo que nosotros elegimos para vivir. Esto es algo que compartimos entre todos los vecinos, entre todos los que vivimos en la cuenca. Estén ó no a favor de las plantas de celulosa, la gente lo que dice, es que quiere un modelo turístico, porque es el modelo que naturalmente nos está haciendo una economía sustentable, sin depredación del medio ambiente, dejándole un futuro promisorio a las generaciones que vienen, no permitiendo la contaminación del río, por el sistema de represas ó por el sistema que se use para el blanqueo de las pastas de celulosas.
Queremos un modelo sustentable en la región, y los procesos que se están manifestando en la región ya lo están demostrando. Los cortes de ruta, los bloqueos de puentes, acá de camiones, están demostrando los procesos sociales en oposición a un modelo que se está queriendo imponer, en este caso desde los países europeos.
La causa que estamos peleando en Entre Ríos, que la población, que los ciudadanos argentinos y uruguayos entiendan que es una causa por el futuro de todos. El pueblo uruguayo y el pueblo argentino se verá gravemente afectado por las instalaciones de plantas de celulosa. Para el pueblo argentino, esto debiera ser una causa nacional, aspiramos a que lo sea, porque lo que estamos haciendo es defendiendo nuestros recursos naturales. Ante la gran hambruna que hay en el mundo no puede ser que se contamine un río, ó que la tierra se utilice para el monocultivo, una tierra perfectamente cultivable, que brindaría alimento y solucionaría el problema del hambre en muchas regiones del mundo seguramente.
Aquí lo que estamos defendiendo es un modelo de vida, una forma humanitaria, un modelo distinto al que se viene proponiendo, una forma que nos haga ser protagonistas de nuestra propia historia y no que los países poderosos nos vengan a imponer como lo vienen haciendo desde hace muchos siglos, la forma en que tenemos que vivir. Nos tenemos que poner en pie los argentinos y el pueblo uruguayo y decir «No señores» nosotros elegimos nuestra forma de vivir, queremos cuidar nuestros recursos, sabemos que acá debajo de la planta de nuestros pies hay un acuífero que es que brindará agua potable, que es el recurso vital que se está terminando y lo queremos cuidar en preservación de la vida humana.
Fuente: Amigos de la Tierra
3) Conviviendo con la contaminación de la planta de celulosa en Pontevedra
Esta carta fue enviada al Grupo Guayubira por una ciudadana española que convive desde su niñez con los efectos producidos por una planta de celulosa de la empresa española ENCE, la misma que pretende instalarse en Fray Bentos. Esta empresa es la que ha destruido el ambiente en Pontevedra, lugar desde donde fue enviada esta carta el día 20 de octubre de 2003.
El testimonio es muy valioso en sí mismo, porque describe cómo empeoraron las condiciones de vida en esta región de España, en pos de un «desarrollo» y una mejora en el empleo que no han sido tales.
Carta desde Pontevedra
Hola amigos y amigas,
Me llamo Maricarmen, vivo en las afueras de la ciudad de Pontevedra, a ocho Km del complejo ENCE, cuando sopla viento del Sur me llega el olor del mar, cuando viene del Norte, huele a «huevo podrido». Son los olores que me acompañaron toda la vida. Mi casa está en un rincón de la ría de Pontevedra, un paraíso en miniatura, empañado por el humo constante que sale de las tres chimeneas de Celulosas.
Yo sé que el paisaje uruguayo también tiene sus pequeños paraísos, y alguien me ha dicho que van a instalaros Celulosas ahí: ¡No lo permitáis!, ¡luchad con todas vuestras fuerzas, con todas las armas que tengáis a mano!. No hagais pactos con el diablo.
Los políticos os dirán que se crearán muchos puestos de trabajo y que hoy en día la ciencia ha avanzado mucho, que la contaminación es cosa del pasado. ¡No les creáis! ¡es mentira!… Contaminarán vuestras aguas, llenarán el aire con un olor a cloro que irritará los ojos y las gargantas de los niños, y el cáncer aumentará de forma alarmante.
Cada puesto de trabajo lo pagaréis con cientos de afectados por enfermedades respiratorias. ¡Ah! Y no soñéis los uruguayos con tener un puesto de responsabilidad en esa empresa, ¡eso jamás!, porque ser un alto cargo supone tener acceso a todo tipo de información privilegiada sobre lo que se contamina realmente y sobre el daño que se causa; por lo tanto, los que desempeñen esos cargos serán gente extranjera. También tendrán que contratar a licenciados en Química, pero no habrá ningún químico uruguayo ocupando esos puestos, está prohibido, traerán a gente de afuera, personas que no sufran, que no estén implicadas con el entorno.
Los únicos puestos de trabajo que habrá para los uruguayos, serán para los obreros que realizan el trabajo duro, los que tengan que cargar con el trabajo pesado y de más riesgo para su salud, los que estén en contacto con el peligro.
Me gustaría escribiros una carta corta, clara, precisa, con datos científicos que os hicieran comprender, pero soy incapaz de hacerlo porque desde que nací he vivido este ambiente, por lo tanto, la información que puedo daros está compuesta de recuerdos, sensaciones, olores y dolores. Todo mezclado. Sobre todo los recuerdos… voy a contaros unos pocos: Tengo 44 años, cuando nací, Celulosas estaba recién instaurada. Recuerdo que mis padres hablaban de la resistencia de nuestras gentes a que unos arenales plagados de marisco y riqueza natural, fueran profanados por unos desalmados. La represión fue terrible, eran tiempos de dictadura, de policía montada cargando contra mujeres, ancianos y niños.
Recuerdo cuando era chiquita y estaba en la playa con mi padre. Él metía su mano entre las piedras, y cuando la sacaba, tenía tres o cuatro nécoras o cangrejos enganchados a sus dedos, recogíamos mejillones y lapas pegados a las rocas y jugábamos con los innumerables caballitos de mar. Ahora soy madre y no puedo compartir esto con mis hijos, porque ya no hay cangrejos entre las piedras; los mejillones sólo crecen en las bateas y antes de comerlos deben pasar por la depuradora*; los caballitos de mar son una rareza y el agua está asquerosa.
Recuerdo cuando tenía doce años, estudiaba en un colegio de monjas y tenía compañeras que vivían por los alrededores de celulosas. Cada día, entre risas me contaban anécdotas de su vida cotidiana: No podían dejar la ropa a secar en el jardín, porque cuando iban a recogerla, estaba llena de agujeros. Iban a protestar en las oficinas de celulosas y estos les pagaban el doble de lo que valía la ropa, a cambio de su silencio. Las persianas de sus casas, también se llenaban de agujeros, e incluso el aluminio de las ventanas se estropeaba. «No hay problema», decían, «celulosas paga todo».
Pero poco a poco esas niñas se iban marchando, ya no venían al colegio, sus padres abandonaban la casa y se iban a otro lugar, lejos de aquí.
Recuerdo que un día, una maestra nos llevó a visitar la fábrica, éramos treinta niñas, con nuestros uniformes de colegialas. El guía nos iba llevando por los lugares menos peligrosos y nos recitaba una y otra vez la misma frase, que la contaminación era inexistente y no había peligro alguno. Pero teníamos que ir por dónde él nos mandaba, sin desviarnos por los lugares prohibidos. De pronto una de las niñas empezó a llorar y a gritar. Era la hija de uno de los obreros que trabajaban allí; su padre estaba en el Hospital porque hacía unos días, tuvo que hacer un trabajo en uno de los lugares peligrosos y se había olvidado de ponerse el traje de amianto.
Nosotras no sabíamos qué significaba eso, pero todas nos pusimos a llorar y la profesora, avergonzada, nos sacó de allí.
Recuerdo hace unos quince años, mis hijos eran muy pequeños. Aquél día las noticias de la televisión fueron muy divertidas. Las cámaras se habían desplazado a los arenales próximos a celulosas porque allí se había producido un hecho muy curioso:
Las mariscadoras que estaban trabajando desde la mañana temprano, hacían declaraciones, lloraban y reían. Unas contaban que habían visto una especie de OVNI, otras, que se les había aparecido algo sobrenatural. Todas tenían los pelos de punta y la carne de gallina. Unas vomitaban y otras tenían mareos y desmayos. Hablaban de una especie de nube que las envolvió de pronto y el cuerpo se les estremeció. Los expertos debatían ante las cámaras y decían que, sin duda se trataba de una sugestión colectiva y «ya se sabe, esta gente ignorante hace cosas así». Toda España se reía de las pobres mariscadoras que no sabían qué les estaba ocurriendo.
Esa misma noche recibí una llamada desde Canadá, mi marido es marino mercante y se encontraba en las costas de Terra Nova. Estaba aterrorizado cuando habló conmigo. Y yo… ¡no me había enterado de nada!.El noticiario de aquél país contó la verdad: «Una fábrica de celulosas ubicada en las Rías Bajas gallegas, tuvo un escape de gas, y durante varias horas, toda la Península del Morrazo, al Sur de Galicia, vivió con terror la situación de peligro. Se temía por la vida de miles de personas en caso de que hubiera una explosión». Los noticiarios de España no sabían nada y se limitaron a hacernos reír con las bobadas de Ovnis y apariciones, para que no supiéramos la verdad.
Y así, día a día, con cuentagotas, se suceden los pequeños desastres, recuerdos que vamos contando a quién quiere escuchar.
Uno no tiene sensación de peligro, la vida cotidiana transcurre normalmente y la vida se disfruta; pero cuando miras esas chimeneas recuerdas el dolor. Cuando miras el humo, sientes la sombra de la muerte, que te aguarda sin hacer ruido.
Bueno amigos, esto es todo lo que yo puedo contaros, no sé si he sido capaz de transmitiros todo lo que siento, no sé si habéis comprendido, no sé si mi carta os dará fuerzas para luchar y sabiduría para resistir. ¡Animo!. Desde aquí mi apoyo incondicional y un gran abrazo para todos.
Vuestra amiga
María del Carmen Santos Piñeiro
4) Los Charruas no son el enemigo principal
Contraponer desarrollo económico con cuidado del ecosistema, es una de las falacias que a impuesto Washington en los distintos foros mundiales. En la controversia en torno a las papeleras que se están instalando en Fray Bentos, lentamente estamos comenzando a desbarrancarnos. De un lado del río se habla de ecología, del otro de terminar con el hambre de los niños. Y en ambos casos hay quienes están atizando el fuego del chovinismo.
Los pueblos de Argentina y Uruguay, deberíamos comenzar a pensar que el enemigo principal no está en la ribera de enfrente. No es tarde todavía para que recordemos que los imperialismo fueron históricamente muy hábiles en explotar las pequeñas diferencias que a veces solemos tener.
No se termina de entender porque el gobierno uruguayo, el del Frente Amplio, estamos hablando, el que venció a la oligarquía de los partidos Nacional y Colorado, tiene una política tan chovinista con el tema de las papeleras. No se termina de entender como el dirigente del MPP (ex-Tupamaros) Eleuterio Fernández Huidobro haya tratado a la izquierda uruguaya como: «la pintoresca izquierda cholula de Uruguay, que no sólo se parece cada día más a los porteños sino que lisa y llanamente se ha pasado a su bando, como en el estridente y vergonzoso caso de las papeleras». No fueron menos lamentables las declaraciones del diputado del MPP, Carlos Gamou, que después de la acción de Greenpeace en el muelle de Botnia, dijo refiriéndose a la organización ecologista: «Les haría falta escuchar un poco más el ruido insoportable de niños con hambre y dejarse de joder con el ruido de los pajaritos.
Desde nuestro lado no podemos suponer que un gobernador como el entrerriano Jorge Busti, devenido en «ambientalista», se haya transformado en un dirigente, aunque sea progresista. Sólo hay que ver la política de su gobierno en materia educativa y en referencia al conflicto docente durante 2005, para darnos cuenta que lo más alejado de una política popular es Busti. Algunas voces del gobierno nacional, le hacen coro. Y en algunos ámbitos el tufillo chovinista comienza a hacer pie. Por su parte los grandes medios de prensa de ambas orillas le agregan, cada día, un poco de condimento al «diferendo», con lo cual aumentan la tirada, tienen un tema caliente en el verano y como de costumbre juegan hacen su juego a favor de las clases dominantes.
En un momento en que los pueblos latinoamericanos comienzan a mirarse a si mismos como hermanos. En un momento en se comienza a hablar seriamente de integración latinoamericana. Cuando varios países comienzan a pararse frente a los yanquis con políticas independientes. En un momento así no podemos permitirnos ni por asomo que nos vuelvan a dividir como en el siglo XIX.
Artigas no fue el enemigo de los porteños, ese fue el bolazo que nos hicieron tragar los escribas de la historiografía oficial y oligárquica. Artigas fue el enemigo de la oligarquía y luchó por la libertad de los de abajo. En la Buenas Aires del segundo decenio del siglo XIX, era la oligarquía la que mandaba. La misma que hacía negocios con el imperialismo inglés y que años más tarde masacró -junto con las clases dominante brasilera y uruguaya- al pueblo paraguayo.
La defensa del medio ambiente encarada por la Asamblea Ambientalista de Guleguaychú es correcta. El río no le pertenece ni al gobierno uruguayo, ni al argentino, tampoco a Botnia o Ense. El río Uruguay pertenece a todos los habitantes de estas tierras, luchar por impedir su contaminación es un deber para cada uno de nosotros.
Pero estamos -en las dos orillas- caminando por el filo del chovinismo. Caer en ese terreno sería hacerle el juego a la derecha, a los capitalistas, a los imperialismos. A los que históricamente dividieron y saquearon América Latina.
Carlos Antón
Agencia Walsh
5) Banco mundial: la decisión de financiar plantas de celulosa aún no ha sido tomada
Comunicado de prensa 24 de enero de 2006
El 23 de enero, cuatro representantes del Banco Mundial [1] se reunieron con el Grupo Guayubira para solicitar aportes del grupo acerca del proceso de consulta que dicho organismo llevará a cabo vinculado con el préstamo solicitado por Botnia y Ence a la Corporación Financiera Internacional.
Patricio Nelson, integrante de la empresa contratada por el Banco para actuar como facilitadora en el proceso de consulta, explicó que ésta se llevará a cabo en base al informe de evaluación de impacto acumulativo producido por la empresa Pacific Consultants International y que todas las partes interesadas podrán presentar sus opiniones al respecto.
Los representantes de Guayubira cuestionaron el proceso, dado que el informe de la consultora japonesa contratada por el Banco para hacer la evaluación de impactos acumulados de las dos plantas de celulosa carece de la objetividad necesaria como para constituirse en base de una discusión seria e informada.
Al respecto, se presentaron varios ejemplos concretos demostrando que el informe está totalmente sesgado a favor de la forestación y de las fábricas de celulosa. En particular se denunció:
– afirmaciones sin fundamento científico con respecto a las «bondades» de la forestación, en particular la afirmación de que las plantaciones aumentan la biodiversidad
– la manipulación de información acerca del empleo generado en la forestación
– el uso selectivo de información, omitiendo (de un mismo estudio) las partes críticas a la forestación y destacando sólo las consideradas positivas
– la omisión de información relevante, en particular con respecto a la generación de dioxinas por plantas con proceso de blanqueo en base a dióxido de cloro, tales como las que se plantea instalar en Uruguay
– la utilización de muy escasas fuentes de información acerca de la contaminación generada por este tipo de plantas y todas ellas vinculadas directamente a la industria de la celulosa
– la adjetivación utilizada para esconder aspectos esenciales como la generación de residuos peligrosos («pequeñas cantidades»), cuando en realidad se trata de unas 200 toneladas anuales
– la inexistencia de estudios concretos acerca de los supuestos empleos indirectos que generarían las plantas de celulosa
– la falta de seriedad en afirmaciones acerca de que las fábricas no tendrán impactos negativos sobre el turismo, la apicultura y la pesca, basadas en la creencia no demostrada de que ni contaminarán ni su olor será significativo
Además, los representantes de Guayubira cuestionaron declaraciones públicas realizadas por funcionarios del Banco con relación a ese informe, que han resultado en el fortalecimiento de posiciones favorables a la instalación de las plantas, tanto por parte de las empresas como del gobierno y el consiguiente debilitamiento de quienes las cuestionan, tanto en Uruguay como en Argentina.
En base a la poca seriedad del informe y a la situación política generada por el mismo, Guayubira recomendó al Banco que se exija a la empresa consultora que mejore sustancialmente su informe para que entonces pueda servir de base para la consulta amplia que el Banco desea realizar.
Al mismo tiempo, se planteó la interrogante acerca de si este estudio refleja una posible decisión tomada de antemano por el Banco, a lo que Mark Constantine (alto funcionario del Departamento de Industria y Servicios Globales de la Corporación Financiera Internacional) respondió enfatizando que «la decisión aún no ha sido tomada» y que «a esta altura necesitamos conocer las contradicciones que se identifiquen en este informe».
[1] Mark Constantine, Richard English, Yolande Duhem y Patricio Nelson
* Extractado del Boletín de Recosur No. 768