Explicaciones institucionales que apenas se entienden y que casi nadie cree; máximos responsables de urbanismo del gobierno municipal de Barcelona implicados hasta el corazón de sus tinieblas que siguen en activo y muy felices de haberse conocidos a sí mismos; poderosísimos consellers económicos del gobierno de la Generalitat que hablan de confianza (ciega) en el […]
Explicaciones institucionales que apenas se entienden y que casi nadie cree; máximos responsables de urbanismo del gobierno municipal de Barcelona implicados hasta el corazón de sus tinieblas que siguen en activo y muy felices de haberse conocidos a sí mismos; poderosísimos consellers económicos del gobierno de la Generalitat que hablan de confianza (ciega) en el buen nombre y honor de los responsables de la gestión del Palau y son llamados a declarar por «agilizar» trámites en los procesos administrativos implicados; intervenciones ambiguas cuando no contradictorias del molt honorable president de la Generalitat de Catalunya; comisiones parlamentarias cuyo función y objetivo huelen a cortinas de humo y, sobre todo, a asuntos y estrategias ya vistas; intentos de desfalco alcanzados y otras impedidos que se suman a la estafa aléfica, sin contornos definidos, en la gestión del propio Palau de la Música y en sus alrededores; el caso Pretòria como lucífero complemento de la degradación de los poderes políticos y económicos catalanes. Largo etcétera. Si nuestra paciencia y bienestar mental nos lo permiten, iremos sabiendo poco a poco las dimensiones reales de este ámbito ilimitado de estafas, tráfico de influencias, acuerdos bajo mano, estafadores risueños y cómplices serviles. Interesa aquí apuntar brevemente dos corolarios que parecen inferirse del asunto del hotel de cinco estrellas que iba a construirse en frente del ala derecha del Palau en un solar destinado inicialmente a servicios públicos y que fue recalificado por el consistorio municipal barcelonés para permitir su nuevo uso privado de alto standing.
El primer corolario apunta al comportamiento, nada infrecuente, usual, de las clases dirigentes catalanas; el segundo a la intervención pública, a la práctica política de los supuestos representantes de las clases trabajadoras de la ciudad.
Sin perder demasiado tiempo, es cosa conocida y no conviene a la salud y esperanza democrático-republicanas. Basta leer algunas notas periodísticas de lo que conocemos del desaguisado para darse cuenta de la total impunidad con la que actúan las grandes familias de la burguesía catalana y sus prolongaciones políticas. Ni ley ni orden ni justicia ni democracia ni control de la ciudadanía. Todo eso -«todo» es todo- está por debajo de sus deseos y finalidades. Monsergas estúpidas de estúpidos ingenuos deben pensar. Una «libertad» sin control ni dominación que domina y esclaviza a los que consideran, sin atisbo para ningún género de duda, subordinados, infraciudadanos o incluso ilusos sociales. Leer con detalle, entre otros muchos ejemplos, la carta que Félix Millet, el ex responsable del Palau, dirigió a Xavier Trias, el máximo responsable político de CiU en el consistorio municipal barcelonés (y futuro alcalde de la ciudad con el apoyo del PP según las últimas, y esperamos erróneas, encuestas), hablándole entre colegas con dinero y propiedades de sus encuentros estivales en Menorca y del favor que le solicita casi sin pedirle nada, dándolo por hecho, para que su grupo político intervenga favorablemente en la recalificación, muestran a las claras las formas de actuación, y sus prolongados y poderosos tentáculos, de las clases dominantes (y en algunos dirigentes) catalanas. Llueve sobre mojado; saber, una vez más, para llorar de desesperación. Como en los peores tiempos de esta ciudad presentada al mundo por un consistorio que se dice izquierdas como «la millor botiga del món», la mejor tienda del mundo.
El otro corolario desespera más, bastante más, porque no produce indignación sino rabia política. Sólo ERC, y hay que hacer aquí un reconocimiento explícito de su honesta posición en este nudo de corrupción y favores interesados, se opuso a la recalificación del terreno anteriormente destinado a usos públicos en un barrio necesitado mil y una vez más de bienes comunes. Nada qué decir de la racionalidad que subyace al voto de CiU y del PP, caras de una misma moneda de los poderosos, favores que suelen intercambiarse: tú me das, yo te doy más tarde. Casi lo mismo podría decirse del comportamiento político del PSC-PSOE municipal cuya degradación y prepotencia políticas alcanza lo inimaginable. Pero, ¿qué hace una fuerza política de izquierda real, una coalición como ICV-EUiA, ecologistas e izquierdas de debò los primeros, izquierda transformadora los segundos, votando a favor de una recalificación que usurpaba a las claras a los ciudadanos un espacio público para ser destinado a la construcción de un hotel de lujo-lujísimo? ¿Estaban de acuerdo en aras al bien común de la ciudad de Barcelona? ¿No se enteraron cómo sonaba esta copla? ¿Tarifa aduanera que había que pagar por permanecer con algo más de fuerza en el gobierno para conseguir acuerdos de avance en áreas de calado social?
No logro contemplar la primera posibilidad. No puede ser lo que no puede ser. La segunda es también imposible. La ciudadanía activa, colectivo en el que la actuación del abogado y doctor en Derecho Daniel Jiménez fue ejemplar, lo explicó, movilizándose, por activa y pasiva, una y cien veces más, recogiendo firmas, señalando explícitamente el suicidio político que para ICV-EUiA representaba la opción tomada, una coalición que muchos de esos ciudadanos habían apoyado.
La tercera posibilidad, poniéndonos en la hipótesis más generosa, prueba una vez más lo dicho y repetido hasta el cansancio: mientras la «izquierda socialista», por llamarla incorrectamente de algún modo, sea lo que es, no lo que dice; mientras la fuerza de la supuesta izquierda transformadora sea la que es, no tiene ningún sentido participar en el gobierno municipal barcelonés. Posibilitarlo en cosa distinta y llegar a acuerdos puntuales es otra, ambas razonables. Pero se consigue mucho más para los sectores más desfavorecidos de la ciudad, tensando la cuerda, estando en la oposición crítica, sin ensuciarse las manos, el alma y las finalidades esenciales en una gestión que de izquierda sólo tiene el nombre que impúdicamente le otorgan. Casi nada que tenga que ver remotamente con ese ideario.
Ahora que Saramago ha fallecido, ahora que el autor de Ensayo sobre la ceguera vive esencialmente en y entre nosotros, vale la pena recordar nuevamente sus palabras: imprescindibles «Por qué nos hemos quedado ciegos. No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.