Como personas interesadas en el estudio de la conducta humana, desde la medicina uno y la política el otro, observamos con preocupación la actitud de los políticos de nuestro país ante la crisis sanitaria desencadenada por el coronavirus. Se puede decir que estamos ante una oportunidad perdida para la “POLÍTICA”, con mayúsculas, en pro del politiqueo en el peor sentido de la palabra. Resulta lamentable que ante una situación de extrema gravedad como la que tenemos, los representantes políticos en vez de unir todas sus energías en combatir la epidemia y sus consecuencias, las utilicen para un enfrentamiento fratricida marcado por el insulto y la descalificación, generando un clima de agresividad y odio que se está expandiendo al resto de la población.
Nos encontramos con un gobierno que, con mayor o menor acierto, intenta hacer frente a una de las situaciones más graves de nuestra Historia, frente al cual tenemos una oposición destructiva cuyo lema parece ser “mientras peor para el país, mejor para nosotros”. En este contexto, resulta interesante echar una mirada a los estudios de psicología social y funcionamiento cerebral para intentar comprender este tipo de conductas.
En 1954, el matrimonio compuesto por los psicólogos Muzafer y Carolyn Sherif realizaron un experimento en el que intentaban vislumbrar las causas del odio entre grupos. Se trataba del conocido como “El experimento de Robbers Cave” por el lugar en el que se desarrolló, y cuyo nombre “Cueva de los ladrones” hace referencia a ocupantes “ilustres” como Jesse James o la banda de los hermanos Dalton, que la utilizaron como escondrijo en el siglo XIX. En este lugar aislado, los Sherif introdujeron a 22 niños de 12 años que no se conocían entre ellos y con un nivel de educación similar para realizar un experimento de tres semanas. Se formaron dos grupos que se enviaron a zonas diferentes del parque para que no interactuaran entre ellos, desconociendo cada grupo la existencia del otro.
Pronto se observó que tendían a organizarse para realizar las tareas comunes como hacer una barbacoa, señalar la zona de baños, pintar letreros, ponerse un nombre (Águilas uno y Serpientes el otro), etc., surgiendo la cooperación, la aparición de líderes y la organización jerárquica entre ellos de manera espontánea.
Posteriormente se pasó a la fase de fricción, facilitando el encuentro entre ambos grupos y organizando actividades de competición entre ellos, observándose la aparición de actitudes negativas y hostiles hacia el grupo contrario. Recordemos que la pertenencia a cada uno de los grupos había sido aleatoria, que nadie se conocía previamente y que no existía ningún interés común entre ellos. A pesar de ello, cada uno se consideraba mejor y ridiculizaba al otro, acentuando el sentimiento de identidad grupal y de marcaje territorial. Se trata del “nosotros y ellos”, sentimientos de tribalismo muy arraigados en nuestros circuitos cerebrales durante miles de años de evolución en los que supuso una necesidad y ventaja evolutiva para la supervivencia.
Finalmente, la última fase consistía en intentar reducir las diferencias que se habían propiciado en la etapa anterior, intentando diluir los límites entre el “nosotros/ellos”. Se utilizaron dos mecanismos: uno consistió en hacer intercambios temporales entre miembros de ambos grupos y el otro en ponerlos a cooperar para conseguir un objetivo que era importante para TODOS, como reparar el tanque que les suministraba el agua de bebida.
Lo que se observó fue que el conocimiento y la relación temporal mediante el intercambio no funcionaban, pues se mantenía la identidad de procedencia y seguían percibiéndose como “extraños”. En cambio, la necesidad de trabajar juntos en un objetivo común que beneficiaba a todos, facilitó que dejaran de verse como rivales y desarrollaran relaciones positivas y de cooperación entre ellos.
¿Qué nos enseña este experimento en relación con la conducta de los políticos de nuestro país ante la crisis del coronavirus?
La primera conclusión del estudio es que cuando los grupos compiten entre ellos para conseguir metas u objetivos, se acentúan los sentimientos de pertenencia a cada grupo y aumenta la hostilidad hacia el otro, surgiendo con facilidad los prejuicios, la discriminación y el sentimiento de ser diferentes (cada grupo se considera en posesión de la verdad y los demás están equivocados). Esta situación se agrava cuando interviene la política, pues los estudios en neurociencia nos muestran que “la política une y ciega”, es decir nos vincula con los que piensan como nosotros y nos ciega ante los que lo hacen de manera diferente.
Trasladados estos datos a la política de nuestro país, nos indican que los partidos (en este caso los de la oposición) no están trabajando en la lucha contra la enfermedad provocada por el virus (tarea que han dejado al gobierno) sino que su objetivo es simplemente electoralista y hacerse con el poder, lo que propicia un escenario competitivo en el que están utilizando, sin escrúpulos y una carencia absoluta de ética, todas las herramientas disponibles para ganar la competición: información manipulada, insultos con ataques y descalificaciones ad hominen, bulos y creación de un estado de hostilidad y odio hacia el gobierno. Todo ello en un intento, desgraciadamente con cierto éxito, de sembrar en la población la idea de que el daño causado por el virus lo ha provocado el gobierno y en especial su presidente, permaneciendo ciegos ante el enorme esfuerzo que el equipo de políticos y técnicos están haciendo para aminorar el impacto en la salud de la población. Un gobierno que, por primera vez ante una crisis, antepone la salud de los ciudadanos a la economía y los intereses de grupos privilegiados.
La segunda enseñanza que se desprende del estudio es que solo cuando somos capaces de trabajar juntos para conseguir un objetivo de interés común, la conducta hostil desaparece, transformándose en colaboración y cooperación capaz de minimizar las actitudes de prejuicio y diferenciación que se dan entre grupos de personas. De manera que no son las diferencias entre las personas las que crean hostilidad entre grupos, sino cuestiones más practicas, como competir o cooperar, lo que determina la naturaleza de las relaciones intergrupales, y a su vez las actitudes, los prejuicios y los sentimientos de los miembros de un grupo hacia quienes pertenecen a otro.
En este sentido la pandemia representaba una ocasión de oro pues, frente a un enemigo común con capacidad para infectar a todos sin distinción de ideología o clase social y del que nadie es responsable de su aparición, los grupos políticos han tenido la oportunidad y la obligación de cooperar en lugar de competir. Lamentablemente para TODOS, han optado por competir en lugar de cooperar.
Aunque solo fuese por el egoísmo de eliminar la amenaza para la salud que el virus supone para el “nosotros parroquial” es decir, el grupo afín, deberíamos intentar reconsiderar las actitudes e intentar buscar la colaboración.
Una manera de hacerlo, apoyándonos en la biología, sería tener alturas de mira y ampliando el círculo del “nosotros” hacer realidad el grito del himno andaluz que exclama: ¡Sea por Andalucía libre (del coronavirus), España y la humanidad!
Afortunadamente en este combate contra el Covid-19 el gobierno, a pesar de estar en soledad con una oposición obstruccionista, negligente y electoralista, va camino de vencer el primer asalto. Sin embargo, resulta preocupante que se mantuviese esta situación de crispamiento y competición política ante el segundo asalto hacia el que nos enfilamos, la llamada fase de “desescalada”, pues las oportunidades para el conflicto se multiplican ante la ambigüedad de múltiples situaciones que la complejidad organizativa provocará.
No perdamos la esperanza pues aún tienen una oportunidad para hacer POLÍTICA, esperemos que la aprovechen y que “la miseria política no nos lleve a una política de miseria”.
Julio Anguita González es político y profesor. Antonio Pintor Álvarez es médico. Ambos son miembros del Colectivo Prometeo