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Covid-19: Menos autobombo y más transparencia

Fuentes: Rebelión

Y dijo Yahve a Adán y a su fotocopia, Eva: “Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla, dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”. No mencionó expresamente a los virus, pero yo creo que se pueden dar por incluidos, porque estos bichos moverse, lo que se dice moverse, sí que lo hacen, y mucho.

Pedro Sánchez, atendiendo a esta misión encargada por Dios al género humano, afirmó este verano: “Hemos vencido al virus y controlado la pandemia”. A algunos nos recordó el último parte de guerra del 1 de abril de 1939: “Cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Fdo: Francisco Franco”.

El virus huía en desbandada, así que Pedro Sánchez invitó a “salir a la calle sin miedo y disfrutar de la nueva normalidad recuperada”. La playa, la terracita, el vermouth y el gin tonic se convirtieron en derechos constitucionales. Además, ¡qué narices!, España contaba con la mejor sanidad del mundo. Eso había afirmado al menos poco antes de la pandemia, Adriana Lastra, vicepresidenta del Gobierno, citando al Foro Económico Mundial. Luego se supo que había agitado en su coctelera particular churras con merinas, mezclando datos y conceptos, para hacer que sus cuentas cuadraran.

En la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) y Nafarroa, sus gobiernos nos dicen que ocupamos los primeros puestos del Estado en servicios sanitarios. Afirman tener datos e informes que lo demuestran. Somos el plus de lo más plus y si nos quejamos es por vicio. Pero ha venido el bicho y ha puesto patas arriba sus autobombos, la atención sanitaria y las propias varas de medir la calidad de ésta. Veamos.

A primeros de enero, RTVE ha publicado que España ocupa el duodécimo lugar mundial en el ranking de personas fallecidas por covid-19 por cien mil habitantes. Seis meses antes ocupaba el segundo puesto, pero el Gobierno cambió el sistema de recuento –otra vara de medir- y como consecuencia de ello, ¡abracadabra!, descendió hasta el puesto doce. En otro orden de cosas, según el Ministerio de Sanidad, en Nafarroa y en la CAV, el porcentaje de personas contagiadas y fallecidas por coronavirus durante 2020, supera con holgura la media estatal.

La pregunta, por tanto, es obvia: ¿cuáles son las causas para que los autodenominados mejores sistemas sanitarios del mundo (Estado español, Nafarroa, CAV) sean a su vez territorios en los que el covid-19 se ha extendido con mayor facilidad y ha causado mayores índices de fallecimientos? Los gobiernos y sus portavoces callan. No saben, no contestan. La falta de transparencia es flagrante.

Lo dijo León Felipe hace ya muchos años: “No me contéis más cuentos, que no quiero que me arrullen con cuentos; que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos. Que no quiero que me entierren con cuentos”. Parece, tal cual, que estuviera dirigiéndose a Pedro Sánchez y Salvador Illa; Iñigo Urkullu y Gotzone Sagardui; María Chivite y Santos Indurain.

La sobreinformación sobre lo anecdótico y el silencio sobre lo esencial de la pandemia son pilares de un discurso con el que, día a día, nos machacan desde noticiarios y comparecencias oficiales. Nos bombardean con miles de imágenes de bastoncillos hurgando narices, pero muy pocas muestran la realidad de las salas de urgencia y pasillos hospitalarios, de los barrios y edificios colmena, de los transportes colectivos, de los centros de trabajo por los que nunca pasa la Inspección de Trabajo, ni los Servicios de Prevención. Extraña también que la furia sancionadora desatada contra el común de la ciudadanía no se aplique en el negocio de muchas residencias de mayores.

Y ahora toca el turno de las vacunas. Cual si fueran marcas de coches, nos atosigan con sus nombres, procedencias y características, pero los consejeros callan y no explican por qué, a día de hoy, 15 de diciembre, esos que dicen ser los mejores sistemas sanitarios del mundo (Nafarroa y la CAV) ocupan el penúltimo y último puesto estatal en la práctica de las vacunaciones. Las razones dadas, evidentemente, son insuficientes y opacas. Suenan a hueco.

Tanto la OMS como reconocidos expertos epidemiológicos tacharon de apresuradas las medidas tomadas en verano relativas al levantamiento de las restricciones puestas a la movilidad. Pero poco importó. Pedro Sánchez llamó a ganar la calle y distintos presidentes autonómicos (Urkullu -CAV-, Revilla -Cantabria-…) organizaron carreras para ver quien abría primero su territorio al veraneo y el turisteo.

Después vino lo de “salvar la Navidad”, puentes de primeros de diciembre incluidos. En octubre, los expertos advirtieron que situar ésta como un objetivo para controlar la pandemia era un error, pues los plazos tenían que ser más largos, y eso iba a contribuir a aflojar la tensión y abrir las puertas a la propagación del virus. El Centro Europeo de Control de Enfermedades alertó en términos parecidos. A pesar de ello, tozudamente, se optó por tropezar por segunda vez en la misma piedra, pues había que “salvar las navidades”. De aquellos polvos, estos lodos. A día de hoy, el estado español duplica ya (522 casos por 100.000 habitantes en 14 días) el nivel de riesgo extremo (250 casos) fijado para la pandemia. La tercera ola ya está aquí y la pleamar sigue creciendo.

Mientras tanto, a la par que los sindicatos de la salud convocan a concentraciones y reclaman mas personal y medios, tan solo el TAV engullirá en Euskal Herria más de 350 millones de euros durante 2021. El cemento y las constructoras priman sobre la salud. También las eléctricas, que con los dados trucados de sus ininteligibles tarifas, dicen que tienen que subir los precios del consumo doméstico un 27%. Y el Gobierno calla. Por eso, cuando te digan que nuestra salud es lo que más les preocupa, no olvides que te están contando un cuento, que quieren sellar tus ojos con cuentos.