Bajo las condiciones de excepción en la actual pandemia de covid-19 el mundo rural se enfrenta a grandes incertidumbres. Muchos teóricos y pensadores señalan la relación entre el cambio climático antropogenético y las zoonosis del s.XXI (ébola, sida, MERS, zika, influenza…). El crecimiento desmesurado de las ciudades a escala global ha redundado en una drástica pérdida de biodiversidad, arrasando con la viabilidad de los ecosistemas planetarios. La contaminación industrial, el uso de combustibles fósiles, la deforestación masiva, los residuos urbanos, la agricultura y ganadería intensivas (monocultivos, transgénicos, granjas industriales…), el mercado negro y el tráfico de animales exóticos o la resistencia antimicrobiana ante los medicamentos son algunos de los factores, entre otros innumerables, que generan efectos en cascada de entropía relacional, redes causales entre la crisis ecológica del Antropoceno y la pandemia de SARS-CoV-2. La salud humana está umbilicalmente ligada a la calidad de vida ecosistémica. La catástrofe económica y sociopolítica que acarrea la pandemia, así como las consecuencias psicológicas de las medidas de confinamiento (diseñadas para la ciudad), no sólo espolea un mayor flujo migratorio inverso y la repoblación de zonas rurales, si no que también re-valoriza la importancia del sector primario y de la alimentación, la búsqueda de modus vivendi sostenibles y el cuidado de la biodiversidad, por lo que hace reverdecer el futuro protagonismo de los mundos campesinos.
Aparentemente, en las últimas décadas la vida urbanita y la de campo se habían desdoblado por completo; no obstante, la pandemia demuestra que los límites entre ambas dimensiones se habían desdibujado bajo lógicas asimétricas, por ejemplo con la crisis que origina la interrupción del comercio minoritario – especialmente dentro de países en vías de desarrollo –, debido a las limitaciones de transporte, movimiento y exportación. Por un lado, en España las crecientes reducciones de financiarización para PYME’s rurales (Pequeñas y Medianas Empresas) ha provocado que haya el doble de personas en situación de inseguridad alimentaria que en 2019. Por otro lado, a pesar de que se alarme sobre el riesgo al desabastecimiento, el peligro fundamental es, al contrario, la sobre-explotación industrial del sector primario que, ante las lógicas aceleracionistas de la sociedad de consumo, en caso de no movilizar sus productos a tiempo genera excedentes no-comercializables y sufre graves pérdidas económicas. Antes de la crisis político-sanitaria, tras las huelgas y protestas multitudinarias del sector a lo largo de 2019, se habían creado mesas de diálogo para solventar los conflictos económicos denunciados, como la desigualdad en precios de origen y destino o el incremento del precio en la cadena de valor, que empobrecía la rentabilidad de la producción. No obstante, durante el confinamiento nos encontramos con efectos contradictorios: gente sin recursos ni acceso a medios de consumo que, haciendo colas cada vez más largas frente a los servicios sociales, caían en riesgo de hambruna y escasez de recursos mientras las empresas agroalimentarias debían eliminar o dar salida a sus excedentes, perdiendo el dinero invertido.
La repoblación de núcleos rurales coincide, además, con un menor acceso colectivo a trabajos de producción agropecuaria, al mismo tiempo que las modalidades de trabajo remoto y telemático proveen nuevas formas de digitalización. Ante la brecha de este desdoblamiento, hay quienes piden intervenciones estatales, corporativas y bancarias para aumentar el volumen de capital destinado al sector, con nuevas oportunidades de desarrollo económico que integren las exigencias de la población joven, no sólo en el fomento de actividades agroalimentarias, forestales o de turismo rural, sino también con empresas energéticas e industriales, franquicias, la promoción de cooperativas, servicios y conexiones digitales, etcétera. Así como después del confinamiento la emisión de carbono retornó al ritmo de 2019, estas tendencias pueden incrementar la des-regulación ambiental en nombre del progreso. Voces activistas como la de Yayo Herrero advierten sobre el peligro de una “comercialización” del mundo rural – en lugar de la re-valorización de sus diferencias –, donde primen los intereses mercantilistas de los núcleos urbanos. El porvenir del campo dispone un escenario incierto, ya que su metabolismo contrasta con el funcionamiento biopolítico de las ciudades (alta demografía, movilidad trans-fronteriza, espacios reducidos, hiper- vigilancia…). Al extremo anverso, la experiencia del confinamiento ha fomentado en ciertos sectores la conciencia de interdependencia (eco)social y la necesidad colectiva de reducir el consumo, así como en las redes de solidaridad vecinal, por lo que la pandemia ensancha los márgenes de oportunidad para crear modelos de transición hacia economías sostenibles, resilientes y decrecentistas, otros experimentos de habitabilidad post-capitalista, medios de auto-suficiencia y comunitarismos éticos re- distributivos, por ejemplo con prácticas de comercio justo, ecoaldeas, uso de energías renovables a escala doméstica…
Cada año de la presente década es decisivo frente al cambio climático. La pandemia ha trastornado los plazos internacionales para la descarbonización, aunque se están desarrollando, junto a la industria 5.0, estrategias corporativistas y estatales para llevar a cabo el New Green Deal (inversiones verdes, robotización, Big Data, más recortes en las emisiones de CO2…), las cuales buscan acelerar la transición hacia las energías renovables y eliminar la dependencia de combustibles fósiles para 2050, incorporando además el riesgo climático a la supervivencia empresarial, (como a través de la automatización de vehículos eléctricos). La emergencia del covid-19 en el ámbito rural provocará, a distintas escalas y en contextos muy diversos, un aumento en medidas de adaptación al cambio climático – al ser éste uno de los sectores más afectados –, pero ocurrirá a través de un campo de fuerzas divergentes (como el neoliberalismo y la permacultura) cuyos efectos serán contradictorios y multi-polares, a veces con fricciones colaterales, expolios y mayor desigualdad social, por ejemplo con el aumento de invernaderos hidropónicos, la automatización de labores, el import- export o la sobre-explotación de transgénicos industriales, mientras por otro lado crecen los colectivos minoritarios que socializan policultivos, conocimientos y bienes comunes o practican la soberanía alimentaria y la auto-suficiencia energética.
El futuro de la pandemia transformará para siempre los mundos rurales, que deberán abrirse a flujos diaspóricos de población y diálogos inter-culturales, haciendo frente a nuevos retos demográficos, productivos, medioambientales… Para limitar el aumento de temperaturas a 1,5oC con respecto a niveles pre-industriales, haría falta reducir al 50% las emisiones globales para 2030, según el IPCC. La crisis estructural que acrecienta la pandemia del covid-19 inhabilita el crecimiento y la movilidad ilimitadas del capital; la única posibilidad de responsabilidad inter-generacional se encuentra en re-significar los vínculos de nuestra especie con otros seres vivos, decrecer el consumo energético y regenerar la salud ecosistémica. La dinámica de fuerzas que convergen en la actual vitalización del campo, entre conflictos y simbiosis, devendrán en horizontes de gran potencial revolucionario, en miradas más plurales y esfuerzos de transformación colectiva para sobrevivir en el Antropoceno.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
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