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Reseña de "El fetiche del crecimiento" y "Objetivo decrecimiento. ¿Podemos seguir creciendo hasta el infinito en un planeta finito?"

¿»Crecer», objetivamente, es crecer?

Fuentes: Rebelión

Clive Hamilton, El fetiche del crecimiento. Editorial Laetoli, Pamplona, 2006, 254 páginas. Traducción de José Luis Gil Aristu; revisión técnica de Henrike Galarza. Colectivo revista Silence, Objetivo decrecimiento. ¿Podemos seguir creciendo hasta el infinito en un planeta finito? Leqtor, Barcelona, 2006. Traducción de Javier Fernández de Castro. ¿Se imaginan ustedes quien es el autor de […]

Clive Hamilton, El fetiche del crecimiento. Editorial Laetoli, Pamplona, 2006, 254 páginas. Traducción de José Luis Gil Aristu; revisión técnica de Henrike Galarza.

Colectivo revista Silence, Objetivo decrecimiento. ¿Podemos seguir creciendo hasta el infinito en un planeta finito? Leqtor, Barcelona, 2006. Traducción de Javier Fernández de Castro.

¿Se imaginan ustedes quien es el autor de este texto escrito en la primera mitad del siglo XIX? «Confieso que no me fascina el ideal de vida mantenido por quienes piensan que el estado normal de los seres humanos es luchar para medrar; que atropellar, machacar, darse codazos y pisarse unos a otros, comportamientos que constituyen el tipo de vida social hoy existente, son el destino más deseable para el género humano o meros síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial». Han imaginado bien: es un texto de John Stuart Mill, un pasaje de Principios de economía política que seguramente ha inspirado muchos desarrollos de El fetiche del crecimiento de Clive Hamilton.

Noam Chomsky, a quien el propio autor agradece su estímulo y sugerencias, lo ha señalado: éste es «un libro que se echaba en falta y que da de lleno en el clavo». Tiene razón: El fetiche del crecimiento da en el clavo porque refuerza una idea que poco a poco va calando entre diversos sectores de las izquierdas, o incluso en otras zonas del mapa político: no podemos seguir viviendo como vivimos, no nos conviene seguir creciendo como estamos (de)creciendo. El volumen construye una crítica razonable al capitalismo consumista y esboza las estructuras básicas de una sociedad del post-crecimiento. ¿Cuál sería el propósito fundamental de esta sociedad? No aumentar las rentas sino dar a los seres humanos posibilidades de satisfacción y realización personal. «La búsqueda del bienestar […] permitirá la aparición de una individualidad auténtica (y no fabricada) y el florecimiento de las potencialidades humanas» (p. 240) (Por cierto, ¿por qué me recuerda esta reflexión algunos pasajes de algo tan obsoleto y caduco como el Manifiesto Comunista?).

Las principales tesis que el autor defiende en este ensayo pueden ser concretadas del modo siguiente: 1. No es razonable dejar la búsqueda del bienestar en manos del individuo que actúa de forma solitaria, dado que, generalmente, el mercado lo absorbe. 2. Necesitamos una nueva política del bienestar, que Hamilton denomina eudemonismo, una política que vaya más allá del crecimiento productivista y que aspire a «una sociedad en la que la gente pueda dedicarse a actividades capaces de mejorar realmente su bienestar individual y colectivo» (p. 19). El «Manifiesto por el Bienestar», elaborado por la New Economics Foundation de Londres y el Australia Institute de Camberra ofrece una perspectiva que, precisamente, va más allá del fetichismo del crecimiento y de la obsesión por el mercado. 3. Es necesario centrar, focalizar si se prefiere, la nueva política en la creación de una sociedad en la que todos los seres humanos puedan llevar una vida que valga realmente la pena.

Gráficamente, una magnífica forma de captar una de las ideas centrales de Hamilton se concreta en la figura 1 de la página 75 donde se compara la evolución del PIB y del IPG, el Indicador del Progreso Genuino, de Reino Unido, Estados Unidos y Australia entre 1950 y 2000. En Estados Unidos, por ejemplo, situado el PIB de 1950 en 100, se llegaría en 1997 al valor 270 aproximadamente, casi el triple del valor inicial, mientras que el IPG, situado en 100 también en 1950, alcanzaría apenas, en 1997, el valor 120. La situación sería similar en el caso de Inglaterra y algo mejor en Australia.

Hamilton ha tenido además la gentileza de escribir un prólogo para la edición castellana (pp. 11-14), fechado en julio de 2005, donde expone preguntas -cuyas respuestas parecen empezar todas ellas por una clara negación- tan básicas como las siguientes: «De continuar el ritmo actual de crecimiento, el PIB español, situado actualmente en 800.000 millones de euros, se doblará en los próximos 25 años. Pero, ¿se resolverán los problemas sociales y medioambientales del país? ¿Serán los españoles más felices?» (p. 11). Además, y de forma sorprendente en un autor que no es de tradición marxista, Hamilton no tiene problema alguno en citar a Karl Marx, al trasnochado filósofo de Tréveris, reconociendo que algunas de sus propuestas beben de esa fuente, de las críticas marxianas del fetichismo de la mercancía, a la alienación de la ciudadanía, al impacto psicológico del trabajo asalariado bajo el capitalismo.

Acaso el principal problema que puede señalarse a algunos desarrollos de este admirable ensayo es que contempla las sociedades occidentales de forma excesivamente homogénea, desde una perspectiva, digamos, muy de clase media, olvidando, aunque no siempre, los importantes problemas de marginación, precariedad, falta de medios, que también se dan en sectores importantes de estas, las nuestras, sociedades supuestamente desarrolladas. No es cierto que todos los ciudadanos de estas sociedades tengan amplias posibilidades de consumo, aunque sin duda tiene razón Hamilton cuando apunta que nadie va a ser más feliz ni va a llevar una vida más interesante si centra su interés vital en el cambio de un motor de explosión marca XV por otro de marca YW, con siete puertas y dirección hiperasistida.

Puede discutirse además el uso de algunas generalidades -«Nuestros políticos llevan años vendiéndonos…»-; algunas críticas poco matizadas a la ciencia y al desarrollo científico; algunas afiliaciones históricas de los partidarios de la reducción económica -los que el autor llama reductores- con el paradigma liberal en alguno de sus estadios anteriores (no todos los liberales fueron personas como Suart Mill); algunas críticas, en mi opinión injustas, a las posiciones de las izquierdas no aposentadas que llevan años apuntando la necesidad de romper con esta alienación existencial por errores que pudieran cometer en su momento; el olvido sin casi contraejemplos de franjas de esa «izquierda tradicional» que parece reducirse a los laboristas y a la socialdemocracia, o incluso algunos usos terminológicos discutibles como «ciencia de la felicidad», pero… es igual, es totalmente secundario, pelillos a la mar. Nada de ello quita un ápice de valor e interés a este trabajo. Si la historia ha terminado, señala Hamilton, «hay que reiniciarla, pues la sociedad posterior al crecimiento es la fase de la historia situada más allá del capitalismo consumista» (p. 21). Vale la pena, pues, leer El fetiche, vale la pena reflexionar de nuevo sobre los numerosos temas que El fetiche sugiere, propone y desarrolla y, sobre todo, vale la pena empezar a vivir, y ayudar a vivir, en la línea que El fetiche defiende muy razonablemente y con pasión no ocultada.

Línea, además, coincidente en parte, sólo en parte, con lo que exponen los diversos autores de la revista Silence en Objetivo decrecimiento. Silence, «ecología, alternativas y no violencia», es una revista publicada en Lyon desde 1982, con más de 280 números publicados, que puede consultarse en www.revuesilence.net y que se ha convertido en punto de referencia del pensamiento radical, humanista y solidario no sólo en Francia sino incluso en Italia. Objetivo decrecimiento es una versión abreviada de un libro más extenso, Objectif décroissance, publicado en Francia, Lyon, en 2003. En la contraportada se señala la idea central defendida: frente a la idea compartida, se dice, por todos los políticos, sean de derechas o de izquierdas, de que hay que seguir creciendo a toda costa, se apuesta aquí por la reducción planificada del crecimiento económico de los países ricos, ese 20% de la población mundial que consume el 80% de los recursos. Crecer, desarrollarse si se prefiere, pasa por decrecer, como mínimo en los países enriquecidos. Parece imposible, inconsistente, acaso irracional pero «Racionalmente, sin embargo, a los países ricos… no les queda más remedio que reducir su producción y su consumo a fin de «decrecer» «(p. 11).

Vincent Cheynet, uno de los coordinadores de la revista Casseurs de pub y miembro de la Asociación Écolo, señala en la presentación y en el primer artículo del volumen, algunas de las ideas centrales del movimiento:

1. La crisis ecológica ha revelado el callejón sin salida, político, cultural, filosófico, en el que ha caído nuestra civilización.

2. La guerra que libran nuestras sociedades contra la Tierra es el reflejo de la guerra que libran los países ricos contra su conciencia.

3. Nuestro mundo está condicionado por la ideología consumista y, según Cheynet, está «prisionero de una fe ciega en la ciencia», buscando una respuesta que no contradiga su ansia de crecimiento exponencial de objetos y servicios.

4. El concepto de desarrollo sostenible respondió inicialmente a esa finalidad pero el término, señala Cheynet, ha de volver a su lugar natural: al de los tópicos trillados.

5. Las soluciones técnicas son importantes pero deben ser acomodadas a nuestras opciones democráticas. Su propuesta pasa por el decrecimiento sostenible y convivencial que nos permite engañarnos: «Nos impone mirar de frente la realidad y existir en todas nuestras dimensiones para tener la capacidad de afrontar lo real y tratar los problemas» (p. 9).

6. Se defiende aquí una economía saludable, es decir, un modelo económico que, como poco, no recorra al capital natural, que «viva de rentas», una humanidad que «viva sólo de las rentas de la naturaleza», el único objetivo que podemos plantearnos, tanto desde un punto de vista moral como científico.

El volumen incorpora artículos diversos que van desde una biografía de Georgescu-Roegen de Jacques Grinevald hasta una llamada al decrecimiento convivencial de Serge Latouche, pasando por un trabajo de Willem Hoogendijk, miembro de la «Plataforma europea de campesinos críticos» y por un, en mi opinión, magnifico ensayo de Denys Cheynet sobre el papel del automóvil en nuestras sociedades industrializadas. El último texto incorporado en el Manifiesto de The Ecologist contra la desestabilización climática de la Tierra.

Acaso el comentario crítico que podría apuntarse tiene que ver con el tipo de encuesta que Denys y Vincent Cheynet (pp. 179-183) incorporan al volumen. Hay en ella, creo, algunas aristas sectarias que podían evitarse. No está claro, en contra de lo que apuntan (y puntúan) sus autores, que las respuestas triviales antes sus sesgadas preguntas sean A y B y que la única vía transitable sea la C. Como suele ocurrir con la vida y con el sentido de la vida (nada más humano, señala Cheynet, precisamente que la búsqueda de ese sentido), los matices son necesarios y algunas de sus preguntas y muchas de sus respuestas permiten esas matizaciones, como también lo exigen algunas generalizaciones que descalifican, por ejemplo, a todos los políticos. Por otra parte, algunos desarrollos «espiritualistas» no siempre son muy convincentes.

Sea como sea, no hay ninguna pérdida de valor, no hay ninguna duda que el crecimiento, supuestamente sostenible o sin serlo, en muchas de sus variantes, no sólo es injusto, no sólo es antisocialista, no sólo es antiecológico, sino que, como señalan los miembros de Silence, es simple y llanamente un disparate antropológico (aunque no sólo).

Salvador López Arnal