Mickaël Correia desvela en su nuevo libro las estrategias de Saudi Aramco, China Energy y Gazprom, «la siniestra trinidad de los combustibles fósiles», para perpetuar sus negocios.
En julio de 2017 un estudio pionero arrojó una luz oscura sobre la realidad social del cambio climático. El Climate Accountability Institute, con sede en Estados Unidos, principal autoridad científica mundial sobre el papel de las empresas energéticas en la crisis climática, y el Carbon Disclosure Project, una organización con sede en Reino Unido que estudia el impacto medioambiental de las multinacionales, revelaron que cien empresas eran responsables del 71% de las emisiones de gases de efecto invernadero imputables al hombre desde 1988, y que más de la mitad de las emisiones industriales mundiales son atribuibles únicamente a veinticinco empresas.
Estas cien empresas son todas productoras de petróleo, gas o carbón. Los tres combustibles son fósiles y, por tanto, no renovables; al quemarse, liberan energía y gases de efecto invernadero debido a su alto contenido en carbono: tanto el petróleo como el gas natural son hidrocarburos, es decir, están compuestos exclusivamente de carbono e hidrógeno.
Aunque tradicionalmente las emisiones se miden a nivel nacional o individual, en 2013, el Climate Accountability Institute creó una nueva base de datos que calcula y desglosa el volumen de gases de efecto invernadero que liberan cada año los mayores productores de carbón, petróleo y gas: se trata de multinacionales de combustibles fósiles que los investigadores han bautizado como carbon majors.
«Estamos ante una nueva y poderosa perspectiva —afirma entusiasmado Pedro Faria, director técnico del Carbon Disclosure Project—. Los datos sobre las carbon majors ofrecen una visión de la responsabilidad climática de los productores de hidrocarburos, las empresas que llevan décadas obteniendo increíbles beneficios de la extracción y producción de combustibles emisores de gases de efecto invernadero».
«Uno de los objetivos de nuestros análisis es desplazar el centro del debate de la responsabilidad individual hacia las estructuras de poder —señala Richard Heede, director del Climate Accountability Institute—. El hecho de que los consumidores emitan CO2 al quemar combustibles no exime a las empresas de combustibles fósiles de su responsabilidad por perpetuar conscientemente la era del carbono». Y continúa: «Estos hidrocarburos se producen y se comercializan a sabiendas de que agravarán la crisis climática».
1988 no es una fecha elegida al azar por los expertos en calentamiento global: fue el año en que, con la creación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), se reconoció oficialmente el origen humano del cambio climático. Entre 1988 y la actualidad, las empresas energéticas han arrojado más gases de efecto invernadero a nuestros cielos que entre 1750 —en los inicios de la Revolución Industrial— y 1988. Si el ritmo de extracción de combustibles fósiles persiste en los próximos treinta años como lo ha hecho en los treinta anteriores, la temperatura media mundial aumentaría hasta 4 ºC a finales del siglo XXI, lo que consumiría, literalmente, el planeta.
Desde que arrojaron la primera piedra desestabilizadora al calmo estanque del clima, el Climate Accountability Institute y el Carbon Disclosure Project han actualizado periódicamente los datos sobre la industria de los combustibles fósiles. ¿Quiénes son, hoy, en este momento de emergencia climática, las empresas pirómanas? Si entre los mayores regurgitadores de CO2 se encuentran famosos mastodontes como Shell, Total, ExxonMobil, Chevron y BP, las tres mayores multinacionales «climaticidas» del mundo son poco o nada conocidas para el gran público.
Saudi Aramco, China Energy y Gazprom, trío climaticida
Saudi Aramco, el primer exportador mundial de petróleo, es también el mayor emisor de carbono del planeta: en 2019, el coloso saudí del oro negro eructó 1930 millones de toneladas de CO2, más de cuatro veces y media lo que emitió Francia en el mismo año. En segunda posición aparece China Energy, con 1550 millones de toneladas de CO2 liberadas en la atmósfera, también en 2019: este gigantesco conglomerado chino es la mayor empresa energética del mundo, pero sobre todo es líder en carbón. Y, por último, pisándole los talones al campeón asiático de la hulla, Gazprom: primer productor internacional de gas, este buque insignia de la economía rusa emite, cada año, 1530 millones de toneladas de CO2.
Saudi Aramco, China Energy y Gazprom. Petróleo, carbón y gas. La siniestra trinidad de los combustibles fósiles. Si este trío climaticida fuese un país, hoy sería el tercer emisor de gases de efecto invernadero, por detrás de China y Estados Unidos.
Lejos de plantearse disminuir la producción y, menos aún, embarcarse en la transición energética de su sector para responder a la amenaza climática, las carbon majors planean inundarnos de combustibles fósiles.
Los científicos advierten desde 2015 de que, para limitar el caos provocado por el cambio climático, habría que dejar bajo tierra el 80% de las reservas de carbón, la mitad de las de gas y un tercio de las de petróleo. Sin embargo, según un estudio reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, las previsiones de producción de carbón para 2030 superan un 280% el nivel compatible con el objetivo de +1,5 °C. Las previsiones para el petróleo y el gas de cara a 2040 están un 40% y un 50% por encima, respectivamente, de los niveles compatibles con un calentamiento de solo 2 °C.
«A pesar de más de dos décadas de políticas climáticas, los niveles de producción de combustibles fósiles están en máximos históricos», afirma Måns Nilsson, director del Stockholm Environment Institute y coautor del informe. «Dos tercios del capital invertido en proyectos de producción de energía en 2018 se destinaron al petróleo, el gas y el carbón (es decir, a nuevas instalaciones para extraer y quemar estos combustibles, además de las que ya cubren todo el planeta), frente a menos de un tercio para la energía eólica y la solar», señala el geógrafo crítico Andreas Malm.
Con el aval de los Gobiernos de los países del norte y del sur, Saudi Aramco, China Energy y Gazprom avivan conscientemente el fuego que consume nuestro planeta al trabajar de forma deliberada para aumentar la producción de combustibles fósiles.
La petrolera saudí sigue invirtiendo miles de millones de dólares cada año para extraer y comercializar el oro negro de sus enormes reservas, que equivalen a setenta años de explotación. Desde el Acuerdo de París, a finales de 2015, Gazprom ha aumentado la producción de gas en un 20% y prevé un incremento similar para 2030. China Energy, por su parte, tiene decenas de centrales eléctricas de carbón en desarrollo a lo largo y ancho del mundo y proyecta abrir dos megaexplotaciones mineras en Australia de aquí a 2022.
Al conocer el trabajo del Climate Accountability Institute y del Carbon Disclosure Project, Michael Mann, uno de los más eminentes climatólogos del mundo, despotricó: «La gran tragedia de la crisis climática es que siete mil quinientos millones de personas deban pagar el precio, en la forma de un planeta degradado, de que unas pocas docenas de empresas contaminantes puedan seguir obteniendo beneficios récord».
Violencias climáticas
Saqueo ecocida de las últimas reservas energéticas, soft power, corrupción, neocolonialismo, salidas a bolsa, mentiras a la comunidad internacional, investigación tecnológica y aun greenwashing… Este libro revela cómo las tres multinacionales más climaticidas del mundo despliegan activamente todo un arsenal de estrategias para mantener nuestra adicción a los combustibles fósiles.
¿Su único objetivo? Seguir engordando su capital con la extracción de recursos tanto de las entrañas de la tierra como de los cuerpos de los trabajadores y trabajadoras. Al obtener cada vez más beneficios con la extracción de combustibles fósiles y con la destrucción de la vida, estas codiciosas empresas fabrican una verdadera bomba climática, e intencionadamente ponen en peligro a toda la humanidad, empezando por los más vulnerables, pues las primeras víctimas de este capitalismo mortífero son aquellos en situación de precariedad, las mujeres, las personas racializadas, las minorías sexuales y de género, los migrantes…
Los afroamericanos están 1,54 veces más expuestos a la contaminación por combustibles fósiles que la población general de Estados Unidos. Estudios recientes, recopilados entre otros por el movimiento Black Lives Matter, han demostrado también que «las comunidades con bajos ingresos» y «las mujeres negras» se ven afectadas «de manera desproporcionada por los riesgos para la salud relacionados con el clima».
«En Estados Unidos, el 40% de los jóvenes sin hogar se definieron como LGTBIQ+ en 2014. Esto significa que, en caso de altas temperaturas, de incendio, de inundación se encuentran “en primera línea de batalla” —afirma el periodista Cy Lecerf Maulpoix—. Ante la crisis climática, la violencia contra las personas lgbtqi+ aumenta debido a la vulnerabilidad estructural preexistente de estas comunidades».
Durante la ola de calor de 2003, Seine-Saint-Denis, el departamento más pobre de la Francia metropolitana y donde los inmigrantes representan casi un tercio de la población, fue uno de los más afectados, con un exceso de mortalidad del 160%. Una cifra terrible que se explica por las condiciones de vida de sus habitantes: viviendas superpobladas, viejas y mal aisladas, contaminación del aire, falta de zonas verdes, dificultades para acceder a atención sanitaria, etcétera.
Durante las lluvias torrenciales que asolaron Bélgica en julio de 2021, los habitantes de los barrios populares fueron los más afectados. Solo en Verviers, una de las ciudades más pobres del país, hubo una docena de desaparecidos y diez mil personas quedaron sin hogar después de este cataclismo climático.
Las catástrofes climáticas también obligan a desplazarse cada año a veinticuatro millones de personas que viven principalmente en los países del Sur global, y cada vez son más los migrantes que tratan de llegar a Europa huyendo de territorios que el calentamiento global ha convertido en inhabitables. En el verano de 2021, cuatrocientos mil malgaches sufrieron una hambruna considerada «la primera de la historia moderna causada enteramente por el cambio climático». Sin embargo, el habitante medio de Madagascar emite cien veces menos gases de efecto invernadero que el estadounidense.
«Cualquier acción que retrase la congelación de una parte de las reservas fósiles y cualquier emisión que nos lleve a superar el umbral de los +2° C deben tomarse, ahora, como lo que son: actos que amenazan la seguridad de nuestro planeta y llevan en la conciencia víctimas y sufrimiento humano —escribió en 2015 Christophe Bonneuil, historiador de la ciencia y director de investigaciones del CNRS—. Estas emisiones incontroladas de gases de efecto invernadero merecen calificarse de “crímenes”. […] Ya no es aceptable que particulares y empresas se enriquezcan con actividades climáticamente criminales».
Fuente: https://climatica.coop/avance-criminales-climaticos-michael-correia/