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Crisis económica, crisis del capitalismo

Fuentes: Revista Agitación

Desde que comenzó en verano de 2007 la actual crisis económica, más conocida como crisis de las hipotecas basura o subprime, se han vertido muchos litros de tinta para intentar explicar lo que ha ocurrido y está ocurriendo. Sin embargo, ninguna de esas explicaciones nos aclara quiénes han sido realmente los actores que han intervenido […]

Desde que comenzó en verano de 2007 la actual crisis económica, más conocida como crisis de las hipotecas basura o subprime, se han vertido muchos litros de tinta para intentar explicar lo que ha ocurrido y está ocurriendo. Sin embargo, ninguna de esas explicaciones nos aclara quiénes han sido realmente los actores que han intervenido en ella, sus intenciones y sus responsabilidades. Todavía hoy reina el desconcierto y la confusión al respecto del origen, desarrollo y repercusiones que tendrá la misma. Nosotros esbozaremos aquí un esquema amplio pero conciso que nos permitirá arrojar luz en un proceso que, como es consustancial a las crisis capitalistas, profundiza aún más las desigualdades entre clases.

Tras la victoria política del neoliberalismo en la década de los ochenta, con la subida al poder de Thatcher en Reino Unido y Reagan en Estados Unidos, las medidas económicas ensayadas en Chile bajo el abrigo de la dictadura de Pinochet y el amparo de los economistas estadounidenses de Chicago, sus políticas comenzaron a ponerse en marcha en todo el mundo. Las hasta entonces hegemónicas políticas keynesianas, que abogaban por un Estado del Bienestar que equilibrara medianamente las diferencias de clase, dieron paso así a las radicales reformas neoliberales de privatizaciones, liberalización y flexibilización de los mercados, rebajas fiscales, y recorte y desaparición de la mayoría de las regulaciones económicas internacionales. Políticas económicas que hoy en día los dos principales partidos políticos españoles, PP y PSOE, promueven sin complejos.

En este contexto de desregulación de los mercados, incluido el financiero, comenzaron a aparecer nuevas fórmulas y mecanismos para hacer dinero a través de únicamente el propio dinero, sin necesidad de que existiera vinculación alguna con la economía real, es decir, la que tiene que ver con la producción de bienes y servicios.

El más recurrido, y que ha sido el desencadenante de la actual crisis, fue el proceso conocido como titulización («securitization») de activos financieros, y para cuya comprensión necesitamos unas líneas explicativas.

Debemos tener presente que el negocio de los bancos son los préstamos. Cuando un trabajador ingresa sus ahorros en el banco, éste le remunera ese depósito con un tipo de interés mensual. Pero ese dinero no permanece en el banco, sino que éste lo utiliza para prestárselo a terceros a un tipo de interés más alto. La diferencia entre ambos tipos de interés es el principal beneficio bancario. No obstante, el banco no puede prestar indefinidamente, ya que depende de los depósitos de sus clientes. La solución pasa por la titulización, un proceso que permite al banco vender los derechos del préstamo a otras entidades, y cobrar por ello sumas de dinero que se volverán a prestar en el negocio bancario habitual. De esta forma, el potencial de creación de préstamos aumenta y con ello también los beneficios.

Esos derechos del préstamo se mezclan y se acumulan, formándose así lo que se llaman productos derivados, que pueden volver a revenderse continuamente construyendo una pirámide en cuya base se encuentran los préstamos originales. Dicho de otra forma, cuando un trabajador se hipoteca para poder comprar una casa o un coche, las amortizaciones mensuales (lo que paga cada mes) se repartirán entre un número desconocido de entidades financieras e inversores con las que el trabajador no tiene nada que ver.

Esto es, grosso modo, lo que originó la crisis en Estados Unidos. La espiral competitiva de los bancos de aquel país llevó a estos a prestar incluso a personas con pocas posibilidades de devolver el dinero en caso de que la situación económica cambiara. Mientras éstos pagaban, los bancos se hacían de oro. Los cinco bancos más grandes de EEUU (Merrill, Lehman, Stearns, Stanley y Sachs) obtuvieron 130 mil millones de dólares en ingresos en el año 2006. Sin embargo, ninguno de los cinco ha sobrevivido a la crisis y a pesar de ello, por cierto, sus directivos se han marchado a casa con indemnizaciones multimillonarias.

Cuando la situación cambió y los tipos de interés subieron, los préstamos dejaron de pagarse y la pirámide de deudas empezó a desmoronarse. Los bancos y las instituciones financieras que habían hecho negocio con estos productos vieron cómo, de repente, sus derechos de cobro perdían valor y las amenazas de pérdidas económicas acechaban sus cuentas. Los bancos empezaron a desconfiar unos de otros y, debido a que los productos derivados eran muy poco transparentes, ninguno de ellos sabía cuál era la situación real de sus competidores.

La situación fue más evidente cuando algunos bancos comenzaron a quebrar, vieron desplomarse sus acciones en bolsa o empezaron a publicar pérdidas millonarias. Los más expuestos a las hipotecas subprime, es decir, aquellos que habían hecho mayores negocios con los productos derivados comprándolos y vendiéndolos, fueron los más afectados. Y con ellos también cayeron centenares de entidades financieras asociadas a la titulización y que habían sido creadas por los mismos bancos para facilitar este proceso de enriquecimiento.

Los bancos centrales, que son las instituciones públicas pero independientes -no están sujetos al control político- encargadas de la política monetaria, salieron prestos en ayuda de muchas de las entidades en crisis en un acto de lamentable hipocresía: socializaron las pérdidas nacionalizando los bancos o comprando los productos que ya apenas tenían valor. Era el socialismo para ricos: los beneficios millonarios de la época de euforia financiera, repartidos entre los accionistas privados, y las pérdidas resultantes de un modo de actuar deleznable, a pagar por los ciudadanos a través de sus impuestos.

Pero no han sido los bancos los únicos afectados por la crisis, y tampoco son los pagos de sus platos rotos los únicos costes para la clase trabajadora. De hecho, esta crisis ha llegado a las familias españolas de muchas formas distintas, aunque muy interrelacionadas entre sí.

Seis claves para entender la crisis

En primer lugar, cuando los bancos ven el peligro dejan de prestar dinero tanto a especuladores como a familias y empresarios. Si las empresas no pueden pedir prestado, difícilmente pueden llevar a cabo inversiones en la economía real. De esta forma, se detiene el crecimiento económico y las empresas empiezan a tener menores ingresos. Debido a esto, tarde o temprano se producen despidos y aumenta el paro. Aumentado el paro, las familias disponen de menores rentas para el consumo, lo que reduce de nuevo los ingresos de las empresas y se entra en un círculo vicioso que desemboca en la recesión. El crecimiento español ha sido el último trimestre de un 0’1%, rozando el crecimiento negativo que ya otros países europeos han experimentado a causa de esta crisis.

En segundo lugar, está afectando muy negativamente a las familias endeudadas y, especialmente, a aquellas que tienen contratadas hipotecas. La mayoría de éstas están suscritas a un tipo de interés de referencia denominado EURIBOR, que es un tipo interbancario que depende de la confianza que tienen entre sí los bancos. Cuando la crisis económica de las subprime empujó a los bancos a desconfiar unos de otros, este tipo de interés subió inmediatamente. Con ello, muchas familias han visto cómo los pagos mensuales destinados a hipotecas han subido cada vez más con el consiguiente empeoramiento de las economías familiares en favor de los beneficios bancarios.

En tercer lugar, los trabajadores han visto cómo tras diez años en los que el salario real ha descendido más de un 4% a pesar del fuerte crecimiento económico (lo que significa que cada vez a los trabajadores le toca menos de una tarta cada vez más grande) ahora se encontraban con que los políticos y los economistas liberales abogaban por congelar los salarios o incluso reducirlos para reactivar la economía. Esta medida, absolutamente falaz, va a empeorar aún más la situación de la clase trabajadora y tampoco resolverá la crisis.

En cuarto lugar, la subida de los precios de los alimentos y del petróleo está socavando la capacidad económica de las familias. Estas subidas son fundamentalmente debidas a la crisis financiera, que ha llevado a los inversores a especular con las materias primas y el petróleo en busca de mayores rentabilidades. No obstante, este efecto es aún más grave para las familias de los países subdesarrollados, que destinan la mayor parte de sus ingresos al consumo básico y que están literalmente muriéndose de hambre.

En quinto lugar, cualquier crisis capitalista es una oportunidad para los más ricos de hacerse aún más ricos. Desde el triunfo del neoliberalismo las desigualdades no han parado de aumentar en todo el mundo, y tras esta crisis pueden profundizarse. En España, el progresivo desmantelamiento del Estado del Bienestar, promovido tanto por el PP como especialmente en los últimos años por el PSOE, está ahondando aún más en las diferencias de clase. En España, la renta media del 20% de hogares de menor ingreso bajó en 2005 un 23,6%, mientras que la del 10% de las familias con más ingresos aumentó más del 15%. La eliminación reciente del Impuesto del Patrimonio y las continuas rebajas fiscales del partido socialista, entre otras medidas, nos dejan ver claramente el daño que está haciendo a la clase trabajadora el gobierno de Zapatero.

En sexto lugar, en momentos de crisis capitalista estas desigualdades crecientes son más profundas en los sectores más desfavorecidos, como el de los inmigrantes, y esta situación es caldo de cultivo para la xenofobia y los discursos fascistas. Mientras el paro en España se ha situado en Agosto en el 10’4%, para el sector de los extranjeros está ya en un 16’46% y con tasas de crecimiento mucho más elevadas. Este hecho coloca a los inmigrantes en una situación aún más precaria, y sin una izquierda capaz de explicar y transmitir las verdaderas razones de esta crisis es muy probable que calen los discursos nacionalistas de los partidos derechistas.

Los palos de ciego de las autoridades estadounidenses y europeas están revelando que nadie, ni siquiera quienes de más información disponen, son capaces de conocer la magnitud real del problema y su duración. Pero lo que es bien seguro es que nos encontramos ante un cambio radical en el modelo económico, que provocará transformaciones importantes en la política internacional como resultado de los desajustes en las economías hasta ahora dominantes.